Realidades interculturales. Voces y cuerpos en la escuela

Realidades interculturales. Voces y cuerpos en la escuela

Presentación del Dr. Marco Eduardo Murueta

Agra­dez­co a la Dra. Fabio­la Her­nán­dez Agui­rre su invi­ta­ción para ela­bo­rar el pró­lo­go de este libro Reali­da­des inter­cul­tu­ra­les: voces y cuer­pos en la escue­la en el que par­ti­ci­pan inves­ti­ga­do­res de la Maes­tría en Inter­cul­tu­ra­li­dad para la paz y los con­flic­tos esco­la­res de la Escue­la Nor­mal de Eca­te­pec. En los diver­sos capí­tu­los se expre­sa sen­si­bi­li­dad a la ten­sión cul­tu­ral que pue­de vivir­se en la escue­la por la diver­si­dad de las cul­tu­ras de los estu­dian­tes y del docen­te, hacien­do énfa­sis en la rele­van­cia de ver en el otro o la otra o los otros un refe­ren­te de cada quien para sí mis­mo. Con ello se con­vo­ca a supe­rar el indi­vi­dua­lis­mo y la depen­den­cia abso­lu­ta del alumno en el docen­te, que corres­pon­de a los enfo­ques edu­ca­ti­vos tra­di­cio­na­les con los que se pla­nean los pro­gra­mas esco­la­res para con­jun­tos de indi­vi­duos aglo­me­ra­dos para seguir, todos y cada uno, la línea que esta­blez­ca el docen­te, quien, a su vez, se ape­ga a lo seña­la­do en el pro­gra­ma y a lo que deci­den los fun­cio­na­rios del sis­te­ma edu­ca­ti­vo. Así lo con­ci­bió explí­ci­ta­men­te Durkheim a prin­ci­pios del Siglo XX en su libro Edu­ca­ción y socio­lo­gía, al plan­tear a la edu­ca­ción como la trans­mi­sión de con­cep­tos y habi­li­da­des de una gene­ra­ción a otra, a tra­vés de la auto­ri­dad del docen­te. Enfo­que que pode­mos encon­trar, con algu­nos mati­ces, en muchos de los pen­sa­do­res de la edu­ca­ción, al gra­do que Althus­ser, pri­me­ro, y lue­go Bour­dieu y Pas­se­ron, pre­ten­dien­do un aná­li­sis crí­ti­co sobre la escue­la, con­si­de­ra­ron que ésta era par­te de los apa­ra­tos ideo­ló­gi­cos del Esta­do y, por tan­to, impli­ca­ba nece­sa­ria­men­te una vio­len­cia peda­gó­gi­ca repro­duc­to­ra del sis­te­ma capi­ta­lis­ta, o de cual­quier otro sis­te­ma polí­ti­co-eco­nó­mi­co esta­ble­ci­do (Vas­co­ni).

Es cier­to que todo Esta­do es pro­duc­to de, y gene­ra, una ideo­lo­gía domi­nan­te que tie­ne una influen­cia deter­mi­nan­te en las ins­ti­tu­cio­nes esco­la­res. Sin embar­go, como este libro lo demues­tra, tam­bién en la escue­la hay docen­tes y estu­dian­tes que desa­rro­llan sus acti­vi­da­des aca­dé­mi­cas cues­tio­nan­do la ideo­lo­gía domi­nan­te y pro­po­nien­do alter­na­ti­vas con­cep­tua­les y prác­ti­cas. Por ello, es más intere­san­te el plan­tea­mien­to de Grams­ci, que inclu­ye a las escue­las como una de las ins­ti­tu­cio­nes de la socie­dad civil, en la que las ideo­lo­gías se encuen­tran y entran en dispu­ta rela­ti­va, abrien­do la posi­bi­li­dad de que las que son con­tra­do­mi­nan­tes pue­dan ganar terreno y avan­zar hacia una nue­va hege­mo­nía, un nue­vo con­sen­so, lo que con­tri­bui­rá a gene­rar una cri­sis orgá­ni­ca en un Esta­do y sería el preám­bu­lo de revo­lu­cio­nes polí­ti­cas y eco­nó­mi­cas de gran cala­do. Pues ‑dice Grams­ci- todo Esta­do domi­na a tra­vés de la hege­mo­nía, del con­sen­so que ésta impli­ca, de que las cla­ses subal­ter­nas acep­ten, com­par­tan y actúen de acuer­do con el pun­to de vis­ta de sus opre­so­res, más que de la domi­na­ción arma­da o coer­ci­ti­va.

Es intere­san­te ver a la escue­la como un espa­cio de dispu­ta ideo­ló­gi­ca en el que cada avan­ce hacia lo con­tra­do­mi­nan­te, cada gene­ra­ción de alter­na­ti­vas con­cep­tua­les y prác­ti­cas, es una mane­ra de con­tri­buir a la revo­lu­ción polí­ti­co-eco­nó­mi­ca, es decir, a la crea­ción de un nue­vo Esta­do que supere las injus­ti­cias del capi­ta­lis­mo.

Una ideo­lo­gía es un con­jun­to estruc­tu­ra­do de con­cep­tos y prác­ti­cas que pro­mue­ven y jus­ti­fi­can una mane­ra de ser, de rela­cio­nar­se unos con otros, como si fue­ra lo razo­na­ble o lo natu­ral. La con­tra­ideo­lo­gía, por tan­to, es el sur­gi­mien­to de otro con­jun­to de con­cep­tos y prác­ti­cas que cues­tio­nan lo esta­ble­ci­do y per­mi­ten aso­mar­se a nue­vas posi­bi­li­da­des más satis­fac­to­rias para el pue­blo. Pero, como lo vie­ron Marx y Engels en el Siglo XIX y el pro­pio Grams­ci en el Siglo XX, las ideo­lo­gías no sur­gen ni se desa­rro­llan de mane­ra arbi­tra­ria sino que corres­pon­den a deter­mi­na­das prác­ti­cas nece­sa­rias para la vida social, las que, a su vez están ensam­bla­das con cier­tos ins­tru­men­tos tec­no­ló­gi­cos: de la agri­cul­tu­ra sur­gió la seden­ta­ri­za­ción, el escla­vis­mo, la heren­cia, el Esta­do y la fami­lia escla­vi­za­da; de la auto­ma­ti­za­ción, de la indus­tria y su corres­pon­dien­te auge comer­cial sur­gió el capi­ta­lis­mo. Pero, cada sis­te­ma tie­ne como par­te de sí el ger­men de aque­llo que habrá de supe­rar­lo: el desa­rro­llo indus­trial, y aho­ra ciber­né­ti­co, impli­ca una cada vez mayor coope­ra­ción e inter­de­pen­den­cia de los seres huma­nos entre sí, una mayor capa­ci­ta­ción para hacer todo tipo de acti­vi­da­des, lo que con­tra­di­ce la con­cen­tra­ción de los bene­fi­cios en unas cuan­tas manos y poco a poco abre la posi­bi­li­dad de la auto­ges­tión coope­ra­ti­va que per­mi­ti­rá abo­lir la pro­pie­dad pri­va­da de los medios de pro­duc­ción y así lograr, por fin, la equi­dad, la jus­ti­cia y la liber­tad, como una nue­va eta­pa de la vida social, la eta­pa post­ca­pi­ta­lis­ta, a la que lla­ma­mos Socie­dad del Afec­to.

La Socie­dad del Afec­to es aque­lla en la que cada per­so­na tie­ne sen­ti­do de comu­ni­dad y las comu­ni­da­des pro­cu­ran el bien y el desa­rro­llo de las voca­cio­nes y talen­tos de cada uno de sus inte­gran­tes, en un ambien­te coope­ra­ti­vo entre las diver­sas comu­ni­da­des. En este pro­yec­to, se plan­tea no sola­men­te cap­tar el pro­pio sig­ni­fi­ca­do a tra­vés de los otros al mis­mo tiem­po que se res­pe­ta su mane­ra de ser, sino tam­bién inte­grar el sen­ti­do de per­te­nen­cia e iden­ti­dad colec­ti­va como algo nece­sa­rio para sus­ti­tuir al capi­ta­lis­mo.

Las ideo­lo­gías están imbri­ca­das en las cul­tu­ras. En el caso de Méxi­co y de Amé­ri­ca Lati­na des­de el Siglo XVI se impu­sie­ron las cul­tu­ras euro­peas, sus idio­mas, sus reli­gio­nes, sus valo­res, la mane­ra occi­den­tal de con­ce­bir la vida y el mun­do. Duran­te 300 años, los euro­peos some­tie­ron y des­ca­li­fi­ca­ron a las cul­tu­ras ori­gi­na­rias; y sus des­cen­dien­tes siguie­ron hacién­do­lo otros 200 años, has­ta la fecha. Des­de el ini­cio, Cuitláhuac y Cuauh­té­moc, los últi­mos dos tla­toa­nis meshi­cas, han sim­bo­li­za­do la resis­ten­cia a ese some­ti­mien­to mili­tar, polí­ti­co y cul­tu­ral que tra­je­ron con­si­go los emi­gra­dos euro­peos. Más de 60 cul­tu­ras ori­gi­na­rias han resis­ti­do casi 500 años de ese ava­sa­lla­mien­to occi­den­ta­lis­ta, que absur­da­men­te sepa­ra al ser humano de la natu­ra­le­za, a la men­te del cuer­po y al pen­sa­mien­to de la acción y de las emo­cio­nes.

El con­cep­to de cul­tu­ra pro­vie­ne del ver­bo cul­ti­var, como pin­tu­ra de pin­tar. Así, la cul­tu­ra sig­ni­fi­ca aque­llo que se ha cul­ti­va­do den­tro de un deter­mi­na­do gru­po social, aque­llo que ese gru­po valo­ra: cier­tas ideas y prác­ti­cas tra­di­cio­na­les y deter­mi­na­das acti­tu­des típi­cas con las que inter­ac­túan coti­dia­na­men­te den­tro de la comu­ni­dad y ante per­so­nas de otras comu­ni­da­des. La cul­tu­ra de una comu­ni­dad es su per­so­na­li­dad colec­ti­va: su iden­ti­dad, su mane­ra de ser y su sen­ti­do de vida. Pero ese sen­ti­do retros­pec­ti­vo de la cul­tu­ra requie­re com­bi­nar­se con su sen­ti­do actuan­te y pros­pec­ti­vo, por lo que cul­tu­ra tam­bién sig­ni­fi­ca aque­llo que se cul­ti­va y, por tan­to, algo que se desea. Cada vez que se reite­ra una tra­di­ción no sola­men­te impli­ca una nos­tal­gia del pasa­do, de lo que ha sido, sino que con la reite­ra­ción se la hace pre­sen­te y se le pro­yec­ta hacia ade­lan­te, hacia el futu­ro. El momen­to más intere­san­te es cuan­do se gene­ra, se crea, una nue­va tra­di­ción que reor­ga­ni­za la iden­ti­dad y el sen­ti­do de vida de una colec­ti­vi­dad.

Así como pode­mos hablar de la per­so­na­li­dad de cada indi­vi­duo, tam­bién es posi­ble hablar de la cul­tu­ra de una fami­lia, de una pobla­ción, de una región, de una etnia, de una nación, de un país, de un con­ti­nen­te (como el con­ti­nen­te lati­no­ame­ri­cano), de una civi­li­za­ción (como la civi­li­za­ción occi­den­tal) y de la huma­ni­dad como un todo. De tal mane­ra que, al inter­ac­tuar dos o más per­so­nas, entran en inter­ac­ción sus per­so­na­li­da­des y sus cul­tu­ras fami­lia­res o comu­ni­ta­rias. Pero el diá­lo­go, la inter­ac­ción, pro­du­ce la hibri­da­ción de las per­so­na­li­da­des y de las cul­tu­ras. Algo apren­de­rán unos de otros y algu­nos de esos apren­di­za­jes serán incons­cien­tes, como con­ta­gio, como se con­ta­gia el acen­to típi­co al hablar de una cier­ta mane­ra, inclu­so al usar más algu­nas pala­bras que otras, algu­nos ges­tos y has­ta las for­mas de cami­nar y de mirar.

Así como entran en inter­ac­ción per­so­nas tam­bién lo hacen colec­ti­vi­da­des, es decir, cul­tu­ras. El pro­ble­ma es que una per­so­na o una cul­tu­ra quie­ra some­ter a otra(s), anulándola(s), descalificándola(s), que es lo pro­pio de la civi­li­za­ción occi­den­tal y su expre­sión actual: el capi­ta­lis­mo neo­li­be­ral. La con­tra­he­ge­mo­nía ha de con­sis­tir en el res­pe­to a la diver­si­dad cul­tu­ral y al diá­lo­go fra­terno entre cul­tu­ras; el diá­lo­go y las inter­ac­cio­nes que pro­pi­cien una natu­ral hibri­da­ción crea­do­ra en cada una, que pue­dan o no com­par­tir, en algún gra­do, con la(s) otra(s).

En las escue­las, como en otras ins­ti­tu­cio­nes y empre­sas, se encuen­tran diver­sas expre­sio­nes cul­tu­ra­les, fami­lia­res, comu­ni­ta­rias o étni­cas. La tra­di­ción esco­lar expre­sa­da en el con­cep­to de curri­cu­lum supo­ne la homo­ge­nei­dad de los edu­can­dos a los que el docen­te pre­ten­de dar una cier­ta for­ma (for­ma­ción), tam­bién igual para todos. El sis­te­ma esco­lar pre­ten­de adoc­tri­nar a las nue­vas gene­ra­cio­nes con base en aque­llo que algu­nos con­si­de­ran lo debi­do, como decía Durkheim. La trans­for­ma­ción de la escue­la hacia una nue­va eta­pa social, la Socie­dad del Afec­to, valo­ra la diver­si­dad, por lo que es nece­sa­rio dese­char ya el con­cep­to de curri­cu­lum para sus­ti­tuir­lo por el de cam­po de posi­bi­li­da­des edu­ca­ti­vas o cam­po for­ma­ti­vo. Así, la pla­nea­ción edu­ca­ti­va será una pro­pues­ta de orga­ni­za­ción gru­pal, que podrá ser modi­fi­ca­da por edu­can­dos y docen­te, para la rea­li­za­ción de pro­yec­tos en los que cada quien reali­ce acti­vi­da­des dife­ren­tes y com­ple­men­ta­rias y, por tan­to, cada edu­can­do apren­da dife­ren­tes cosas y tam­bién apren­dan más unos de otros en el pro­ce­so, lográn­do­se una for­ma­ción diver­si­fi­ca­da y ori­gi­nal en cada uno y en cada gru­po, con lo cual tam­bién pue­den narrar y com­par­tir esas expe­rien­cias úni­cas con otros gru­pos.

Adi­cio­nal­men­te, si edu­can­dos y docen­te, como esen­cia del pro­ce­so edu­ca­ti­vo, pla­nean y rea­li­zan pro­yec­tos diri­gi­dos hacia sus comu­ni­da­des, inme­dia­tas o media­tas, entra­rán tam­bién en un diá­lo­go cul­tu­ral con las mis­mas, apren­de­rán de ellas, y, los más impor­tan­te, desa­rro­lla­rán inten­sos sen­ti­mien­tos afec­ti­vos hacia aque­llas comu­ni­da­des en las que sus esfuer­zos pre­ten­die­ron dejar hue­lla. Este pro­ce­so revo­lu­cio­na­rá la diso­cia­ción que el capi­ta­lis­mo y la civi­li­za­ción occi­den­tal han gene­ra­do entre cada per­so­na y las comu­ni­da­des a las que per­te­ne­ce y en las que se des­en­vuel­ve. Una per­so­na con sen­ti­do de comu­ni­dad, con afec­to hacia sus comu­ni­da­des, con arrai­go y con sen­ti­do de per­te­nen­cia, es el ingre­dien­te esen­cial de la Socie­dad del Afec­to.

De esa mane­ra, la rela­ción inter­cul­tu­ral es algo que ocu­rre en todo momen­to, es par­te inclu­so del pen­sa­mien­to indi­vi­dual, cons­ti­tu­ye un nutri­men­to for­ma­ti­vo para los par­ti­ci­pan­tes que se aso­man, escu­chan, obser­van, atien­den y com­pren­den otras mane­ras de ver y de sen­tir las cosas, el entorno y a sí mis­mos.

Este libro des­glo­sa las vici­si­tu­des de las rela­cio­nes inter­cul­tu­ra­les en las escue­las, sus posi­bles con­flic­tos, sus retos y sus posi­bi­li­da­des. Cada capí­tu­lo es una mira­da, la narra­ti­va de una expe­rien­cia esco­lar inter­cul­tu­ral, com­bi­na­da con el cues­tio­na­mien­to de lo esta­ble­ci­do y la bús­que­da de posi­bi­li­da­des aca­dé­mi­cas basa­das en el res­pe­to y el enten­di­mien­to de las dife­ren­tes for­mas de ser de los edu­can­dos, con­si­de­ran­do sus his­to­rias per­so­na­les, sus cir­cuns­tan­cias fami­lia­res y socia­les, así como sus iden­ti­da­des étni­cas, más o menos cla­ras o difu­sas. A tra­vés de esos otros que son los alum­nos, el docen­te recrea su pro­pia iden­ti­dad, ana­li­za su pro­ce­der peda­gó­gi­co e inte­gra a su his­to­ria per­so­nal la mira­da de sus apren­di­ces.

Marco Eduardo Murueta
(julio 2020)

Código Ético del Psicólogo

Código Ético del Psicólogo

Redactado por:
Cecilia Quero Vásquez
Marco Eduardo Murueta

PREÁMBULO

El buen cum­pli­mien­to de las fun­cio­nes pro­fe­sio­na­les pre­vé altas exi­gen­cias a la efi­cien­cia de cada espe­cia­lis­ta. Sin embar­go, es nece­sa­rio con­ju­gar el pro­fe­sio­na­lis­mo con la capa­ci­dad de com­pren­der a fon­do la res­pon­sa­bi­li­dad adqui­ri­da y la obli­ga­ción de cum­plir irre­pro­cha­ble­men­te el deber pro­fe­sio­nal. La fal­ta a las nor­mas de la moral pro­fe­sio­nal o el menos­pre­cio de sus valo­res influ­yen nega­ti­va­men­te tan­to en la cali­dad del tra­ba­jo de los espe­cia­lis­tas como en el sta­tus de su gru­po pro­fe­sio­nal.

Sien­do una obli­ga­ción del psi­có­lo­go pres­tar sus ser­vi­cios a per­so­nas o gru­pos, el pro­fe­sio­nis­ta debe carac­te­ri­zar­se por un com­por­ta­mien­to digno, res­pon­sa­ble, hono­ra­ble y tras­cen­den­te. Ayu­dar repre­sen­ta por si sólo un acto de mora­li­dad, por lo tan­to, aque­llos hom­bres y muje­res que se dedi­can a pro­cu­rar la salud en los demás deben actuar con una éti­ca impe­ca­ble.

Sien­do la misión del psi­có­lo­go el cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co de los pro­ce­sos psi­co­ló­gi­cos de los seres huma­nos y el empleo de tal cono­ci­mien­to en bene­fi­cio de cada per­so­na, éste debe tener pre­sen­te en todo momen­to que tra­ta con el aspec­to más com­ple­jo y deter­mi­nan­te en la vida de los seres huma­nos: la esfe­ra psi­co­ló­gi­ca y que ha de empe­zar su tra­ba­jo res­pe­tan­do el valor y la dig­ni­dad que cada indi­vi­duo posee. Cada acto que lle­ve a cabo el pro­fe­sio­nis­ta, deter­mi­na­rá la salud psi­co­ló­gi­ca y/o físi­ca de quie­nes soli­ci­ten sus ser­vi­cios, cual­quier error o equi­vo­ca­ción que se lle­ga­ra a come­ter ten­dría reper­cu­sio­nes incal­cu­la­bles en la vida de quie­nes acu­den a él.

El pre­sen­te Códi­go de Éti­ca Pro­fe­sio­nal del Psi­có­lo­go pone de mani­fies­to el alto valor que posee cada per­so­na, así como la afir­ma­ción de los prin­ci­pios huma­ni­ta­rios que han de pre­va­le­cer en las rela­cio­nes inter­per­so­na­les, está cons­ti­tui­do por prin­ci­pios diri­gi­dos a man­te­ner un alto nivel éti­co que la Aso­cia­ción asu­me y que pro­po­ne a los pro­fe­sio­nis­tas de la psi­co­lo­gía, sien­do apli­ca­ble al ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal y para orien­tar la con­duc­ta del pro­fe­sio­nis­ta en sus rela­cio­nes con la ciu­da­da­nía, las ins­ti­tu­cio­nes, sus socios, clien­tes, supe­rio­res, subor­di­na­dos y sus cole­gas.

 

CAPITULO PRIMERO. DISPOSICIONES GENERALES

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 1. Asu­mir la obli­ga­ción de regir siem­pre su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal de acuer­do a prin­ci­pios éti­cos y cien­tí­fi­cos de la Psi­co­lo­gía.

Artícu­lo 2. Garan­ti­zar inva­ria­ble­men­te la cali­dad cien­tí­fi­ca, pro­fe­sio­nal y éti­ca de todas las accio­nes empren­di­das en su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 3. Pro­cu­rar en todas las oca­sio­nes la inte­gri­dad y bue­na ima­gen de su pro­fe­sión.

Artícu­lo 4. Ejer­cer la pro­fe­sión con pleno res­pe­to y obser­van­cia a las dis­po­si­cio­nes lega­les vigen­tes.

Artícu­lo 5. Para aten­der cir­cuns­tan­cias de emer­gen­cia nacio­nal, poner sus ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les a dis­po­si­ción de gobier­nos o ins­ti­tu­cio­nes acre­di­ta­das.

Artícu­lo 6. Res­pe­tar, sin dis­cri­mi­na­ción, las ideas polí­ti­cas, reli­gio­sas y la vida pri­va­da, con inde­pen­den­cia de la nacio­na­li­dad, sexo, edad, posi­ción social o cual­quier otra carac­te­rís­ti­ca per­so­nal de quie­nes le con­sul­ten.

Artícu­lo 7. Res­pe­tar los hora­rios des­ti­na­dos a todos los asun­tos rela­ti­vos al ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 8. Man­te­ner un genuino inte­rés en su pro­pio desa­rro­llo per­so­nal, así como en el cre­ci­mien­to armó­ni­co de los seres huma­nos y gru­pos socia­les.

Artícu­lo 9. Res­pe­tar la inte­gri­dad de los seres huma­nos en todos los ámbi­tos don­de actúe pro­fe­sio­nal­men­te.

Artícu­lo 10. Man­te­ner­se en for­ma­ción pro­fe­sio­nal cons­tan­te y pro­cu­rar invo­lu­crar­se y cola­bo­rar en el desa­rro­llo de la psi­co­lo­gía como cien­cia y pro­fe­sión, a nivel nacio­nal e inter­na­cio­nal.

Artícu­lo 11. Dedi­car sus esfuer­zos a la pre­ven­ción de los pro­ble­mas que ata­ñen a la pro­fe­sión.

Artícu­lo 12. Valo­rar la con­fi­den­cia­li­dad y el res­pe­to por la infor­ma­ción reci­bi­da de los con­sul­tan­tes, guar­dan­do el secre­to pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 13. Evi­tar que su vida per­so­nal inter­fie­ra en su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal, abs­te­nién­do­se de inter­ve­nir pro­fe­sio­nal­men­te en aque­llos casos en los que ten­ga algún tipo de invo­lu­cra­mien­to o inte­rés emo­cio­nal.

Artícu­lo 14. Esta­ble­cer con cla­ri­dad y limi­tar sus hono­ra­rios a la pre­pa­ra­ción pro­fe­sio­nal y a las acti­vi­da­des pres­ta­das al clien­te, rea­li­zan­do el cobro en la for­ma y can­ti­dad acor­da­da pre­via­men­te.

Artícu­lo 15. Fomen­tar el pen­sa­mien­to cien­tí­fi­co, espe­cial­men­te en el ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal. Evi­tar esta­ble­cer nexos de cola­bo­ra­ción pro­fe­sio­nal con per­so­nas que no empleen como base el cono­ci­mien­to y los méto­dos cien­tí­fi­cos.

Artícu­lo 16. Deli­mi­tar su cam­po de inter­ven­ción y reco­no­cer el alcan­ce y limi­tes de sus téc­ni­cas, y, cuan­do así suce­da, tam­bién su fal­ta de pre­pa­ra­ción para resol­ver deter­mi­na­dos pro­ble­mas que se le pre­sen­ten en el ejer­ci­cio de su pro­fe­sión.

Artícu­lo 17. Evi­tar atri­buir­se o suge­rir que tie­ne cali­fi­ca­cio­nes pro­fe­sio­na­les, méri­tos cien­tí­fi­cos o títu­los aca­dé­mi­cos que no posee.

Artícu­lo 18. Negar­se a expe­dir cer­ti­fi­ca­dos e infor­mes que no se basen en la meto­do­lo­gía que debe seguir­se en los diver­sos cam­pos de la psi­co­lo­gía.

Artícu­lo 19. Evi­tar ejer­cer su pro­fe­sión cuan­do su capa­ci­dad pro­fe­sio­nal se encuen­tre limi­ta­da por el alcohol, las dro­gas, las enfer­me­da­des o inca­pa­ci­da­des físi­cas y/o psi­co­ló­gi­cas.

Artícu­lo 20. Reco­no­cer sus nece­si­da­des per­so­na­les y evi­tar mez­clar­las con !a influen­cia que tie­ne fren­te a sus clien­tes, alum­nos y subor­di­na­dos, por lo que evi­ta­rá mani­pu­lar u obte­ner bene­fi­cios de la con­fian­za y depen­den­cia de éstos que no sean los inhe­ren­tes a su tra­ba­jo pro­fe­sio­nal.

CAPITULO SEGUNDO. DE LOS DEBERES PARA CON LA PROFESIÓN

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 21. Trans­mi­tir sus cono­ci­mien­tos y expe­rien­cia a estu­dian­tes y egre­sa­dos de su pro­fe­sión, con obje­ti­vi­dad y en el más alto ape­go a la ver­dad cien­tí­fi­ca del cam­po de cono­ci­mien­to que se tra­te.

Artícu­lo 22. Ejer­cer la pro­fe­sión de for­ma dig­na, median­te el buen desem­pe­ño y el reco­no­ci­mien­to que haga de los pro­fe­so­res que le trans­mi­tie­ron los cono­ci­mien­tos y expe­rien­cia en la escue­la don­de egre­só.

Artícu­lo 23. Adop­tar y fomen­tar las medi­das nece­sa­rias que garan­ti­cen que un núme­ro cada vez mayor de per­so­nas ten­gan acce­so a ser­vi­cios psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 24. Negar­se a acep­tar con­di­cio­nes de tra­ba­jo que le impi­dan apli­car los prin­ci­pios éti­cos y cien­tí­fi­cos des­cri­tos en este Códi­go.

Artícu­lo 25. Com­ba­tir la char­la­ta­ne­ría y fal­ta de pro­fe­sio­na­lis­mo en el cam­po pro­fe­sio­nal y denun­ciar los inten­tos o la explo­ta­ción de la cre­di­bi­li­dad de las per­so­nas, así como los abu­sos que se come­tan al apro­ve­char­se de la igno­ran­cia de las per­so­nas.

Artícu­lo 26. Sal­va­guar­dar la pro­fe­sión expo­nien­do públi­ca­men­te la con­duc­ta corrup­ta o incom­pe­ten­te de cole­gas sin escrú­pu­los.

Artícu­lo 27. Evi­tar accio­nes que vio­len los dere­chos lega­les y civi­les de sus clien­tes y pug­nar por modi­fi­car las nor­mas o leyes que lesio­nen los intere­ses de la per­so­na.

Artícu­lo 28. Res­pe­tar la nor­ma­ti­vi­dad de las ins­ti­tu­cio­nes u orga­ni­za­cio­nes con las que se tra­ba­je o cola­bo­re.

Artícu­lo 29. Reco­no­cer su res­pon­sa­bi­li­dad social y la influen­cia de su posi­ción, evi­tan­do que su actua­ción pro­fe­sio­nal res­pon­da a pre­sio­nes ejer­ci­das por per­so­nas, gru­pos o ins­ti­tu­cio­nes.

Artícu­lo 30. Pre­ci­sar con obje­ti­vi­dad su pre­pa­ra­ción, fun­cio­nes que efec­túa, afi­lia­ción pro­fe­sio­nal así como las de la Aso­cia­ción cuan­do sea nece­sa­rio pro­mo­cio­nar o difun­dir el ser­vi­cio psi­co­ló­gi­co.

Artícu­lo 31. Anun­ciar de for­ma cien­tí­fi­ca y pro­fe­sio­nal el mate­rial, libros u otros ins­tru­men­tos que desa­rro­lle.

Artícu­lo 32. Difun­dir las apor­ta­cio­nes de la psi­co­lo­gía y ofre­cer sus ser­vi­cios sin sen­sa­cio­na­lis­mos.

Artícu­lo 33. Limi­tar el diag­nós­ti­co indi­vi­dual y la psi­co­te­ra­pia a una rela­ción psi­co­ló­gi­ca pro­fe­sio­nal. Al dar opi­nio­nes o con­se­jos a tra­vés de los medios de comu­ni­ca­ción masi­va, o simi­la­res, el psi­có­lo­go ejer­ce­rá el más alto jui­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 34. Cola­bo­rar en el con­trol pro­fe­sio­nal y comer­cial de mate­rial psi­co­ló­gi­co, evi­tar su difu­sión gene­ra­li­za­da y limi­tar su dis­tri­bu­ción a quie­nes estén debi­da­men­te acre­di­ta­dos.

CAPITULO TERCERO. DE LOS DEBERES PARA CON LOS CLIENTES

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 35. Limi­tar­se a man­te­ner una rela­ción pro­fe­sio­nal con sus clien­tes.

Artícu­lo 36. Man­te­ner la más alta cali­dad en la pres­ta­ción de sus ser­vi­cios, inde­pen­dien­te­men­te de la remu­ne­ra­ción acor­da­da con el clien­te.

Artícu­lo 37. Pres­tar sus ser­vi­cios sólo cuan­do la pro­ble­má­ti­ca plan­tea­da por el clien­te que­de den­tro del ámbi­to de su com­pe­ten­cia.

Artícu­lo 38. Esta­ble­cer un con­ve­nio cla­ro en aque­llos casos en los cua­les el clien­te es envia­do por una Ins­ti­tu­ción o un ter­ce­ro. Espe­ci­fi­car en estos casos a la Ins­ti­tu­ción o a los ter­ce­ros que los infor­mes se les pre­sen­ta­rán de for­ma gene­ral y jamás con infor­ma­ción con­fi­den­cial o que des­acre­di­te a la per­so­na. Se inclu­ye como infor­ma­ción con­fi­den­cial los resul­ta­dos de la apli­ca­ción de ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 39. Negar­se a pres­tar sus ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les con fines de entre­te­ni­mien­to.

Artícu­lo 40. Ser espe­cial­men­te cui­da­do­so al tra­ba­jar con meno­res de edad o dis­ca­pa­ci­ta­dos para garan­ti­zar­les la pro­tec­ción de sus dere­chos e intere­ses.

Artícu­lo 41. Admi­nis­trar las inter­ven­cio­nes que juz­gue más segu­ras y menos one­ro­sas tan­to en tiem­po como en eco­no­mía.

Artícu­lo 42. Infor­mar a su clien­te sobre el plan de tra­ba­jo y hono­ra­rios, así como de las con­di­cio­nes de posi­bles cam­bios a lo lar­go de la rela­ción pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 43. Ter­mi­nar sus ser­vi­cios cuan­do el clien­te no está per­ci­bien­do bene­fi­cios del mis­mo y ofre­cer otras alter­na­ti­vas de asis­ten­cia.

Artícu­lo 44. Evi­tar per­jui­cios al clien­te cuan­do sea nece­sa­rio sus­pen­der o des­con­ti­nuar la pres­ta­ción de los ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les. En estos casos se debe­rá infor­mar al clien­te con la debi­da anti­ci­pa­ción y se le pro­por­cio­na­rá la infor­ma­ción nece­sa­ria para que otro psi­có­lo­go o pro­fe­sio­nis­ta pro­si­ga la asis­ten­cia.

Artícu­lo 45. Renun­ciar al cobro de sus hono­ra­rios cuan­do el tra­ba­jo que reali­zó no se efec­tuó en con­cor­dan­cia con lo reque­ri­do o cuan­do se haya incu­rri­do en negli­gen­cia pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 46. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos que lo pue­dan con­du­cir a reve­lar el secre­to pro­fe­sio­nal o a uti­li­zar la infor­ma­ción reci­bi­da de su clien­te, sal­vo que obten­ga la auto­ri­za­ción pre­via y for­mal del mis­mo.

Artícu­lo 47. Ase­gu­rar­se de que cual­quier asis­ten­te o estu­dian­te que pro­por­cio­ne ser­vi­cios bajo su auto­ri­dad esté capa­ci­ta­do para pro­por­cio­nar dichos ser­vi­cios, asu­mien­do la obli­ga­ción de super­vi­sar per­ma­nen­te­men­te la acti­vi­dad.

CAPITULO CUARTO. DE LOS DEBERES PARA CON LOS COLEGAS

El psicólogo deberá:

Artícu­lo 48. Pro­mo­ver y man­te­ner en la comu­ni­dad de pro­fe­sio­nis­tas un espí­ri­tu de cola­bo­ra­ción y res­pe­to mutuo, aún cuan­do exis­tan dife­ren­cias teó­ri­cas y/o meto­do­ló­gi­cas.

Artícu­lo 49. Reco­no­cer y res­pe­tar las nece­si­da­des, espe­cia­li­za­cio­nes, dere­chos y carac­te­rís­ti­cas per­so­na­les de sus cole­gas y otros pro­fe­sio­nis­tas.

Artícu­lo 50. Reco­no­cer la capa­ci­dad y méri­to de sus cole­gas en el ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal y evi­tar sub­es­ti­mar a sus cole­gas emplean­do el posi­ble cono­ci­mien­to de ante­ce­den­tes per­so­na­les que pue­dan oca­sio­nar algún per­jui­cio o des­pres­ti­gio pro­fe­sio­nal y/o per­so­nal, a menos que una ins­tan­cia legal lo requie­ra.

Artícu­lo 51. Pro­ce­der de mane­ra tal que sal­va­guar­de el buen nom­bre del cole­ga a quien reem­pla­ce cuan­do sea nece­sa­rio encar­gar­se de sus asun­tos pro­fe­sio­na­les. Los hono­ra­rios per­ci­bi­dos se des­ti­na­rán según lo acor­da­do pre­via­men­te.

Artícu­lo 52. Exi­gir el cum­pli­mien­to del Códi­go Éti­co cuan­do un cole­ga vio­le algún prin­ci­pio, siem­pre y cuan­do la fal­ta no exi­ja de la san­ción de un cuer­po cole­gia­do, en cuyo caso pre­sen­ta­rá ante dicho orga­nis­mo la denun­cia res­pec­ti­va.

Artícu­lo 53. Pro­veer con­di­cio­nes favo­ra­bles de tra­ba­jo y posi­bi­li­da­des de desa­rro­llo pro­fe­sio­nal a sus cola­bo­ra­do­res.

Artícu­lo 54. Dar cré­di­to a sus cole­gas, ase­so­res y tra­ba­ja­do­res por la inter­ven­ción que ten­gan en los asun­tos, inves­ti­ga­cio­nes y tra­ba­jos ela­bo­ra­dos en con­jun­to.

Artícu­lo 55. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos don­de otro pro­fe­sio­nis­ta esté pres­tan­do sus ser­vi­cios, sal­vo que el clien­te y el otro pro­fe­sio­nis­ta le auto­ri­cen para ello, o bien en aque­llos casos de urgen­cia en los que sea nece­sa­rio ofre­cer aten­ción pri­ma­ria en situa­cio­nes de cri­sis.

CAPITULO QUINTO. DE LOS DEBERES EN LA INVESTIGACIÓN

El psi­có­lo­go rea­li­za­rá acti­vi­da­des de inves­ti­ga­ción obser­van­do los siguien­tes cri­te­rios:

Artícu­lo 56. La inves­ti­ga­ción debe pre­ver su impac­to sobre el desa­rro­llo de la psi­co­lo­gía, así como los bene­fi­cios socia­les que de ella se des­pren­dan.

Artícu­lo 57. Las per­so­nas con las que cola­bo­re en la inves­ti­ga­ción deben ser per­so­nas cali­fi­ca­das en el cam­po de la psi­co­lo­gía y de la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca y, cuan­do sea nece­sa­rio, bajo la super­vi­sión ade­cua­da.

Artícu­lo 58. Res­pe­tar la inte­gri­dad de los seres huma­nos, la cual pre­va­le­ce­rá por enci­ma de cual­quier logro que pue­da con­si­de­rar­se cien­tí­fi­ca­men­te valio­so

Artícu­lo 59. Cuan­do el pro­yec­to de inves­ti­ga­ción se fun­da­men­te exclu­si­va­men­te en lite­ra­tu­ra y ante­ce­den­tes cien­tí­fi­cos.

Artícu­lo 60. Soli­ci­tar la auto­ri­za­ción per­ti­nen­te cuan­do la inves­ti­ga­ción se lle­ve a cabo en una Ins­ti­tu­ción, res­pe­tan­do los pro­ce­di­mien­tos de la mis­ma. En el infor­me final, debe­rá dar cré­di­to a las ins­ti­tu­cio­nes y per­so­nas que cola­bo­ra­ron para su rea­li­za­ción.

Artícu­lo 61. Evi­tar con­flic­tos de intere­ses y dis­mi­nuir al máxi­mo las posi­bles inter­fe­ren­cias en el medio en el que se obtie­nen los datos.

Artícu­lo 62. Expre­sar las con­clu­sio­nes en su exac­ta mag­ni­tud y en estric­to ape­go a las nor­mas meto­do­ló­gi­cas acor­des con el tipo de estu­dio. Pro­cu­ran­do ade­más la difu­sión de los resul­ta­dos.

Artícu­lo 63. Cono­cer amplia­men­te los bene­fi­cios y ries­gos que impli­ca la inves­ti­ga­ción sobre cada par­ti­ci­pan­te.

Artícu­lo 64. Con­si­de­rar­se res­pon­sa­ble de los par­ti­ci­pan­tes, aun cuan­do cada uno de ellos haya dado su con­sen­ti­mien­to, por lo tan­to, debe­rá exis­tir un con­tra­to cla­ro y for­mal que esta­blez­ca las res­pon­sa­bi­li­da­des tan­to del inves­ti­ga­dor como del par­ti­ci­pan­te.

Artícu­lo 65. Garan­ti­zar que la inves­ti­ga­ción se lle­va­rá a cabo en las ins­ta­la­cio­nes y con los recur­sos que ofrez­can con­di­cio­nes ade­cua­das para el éxi­to de la inves­ti­ga­ción y la inte­gri­dad de los par­ti­ci­pan­tes.

Artícu­lo 66. Gene­rar el cli­ma ade­cua­do para que la per­so­na expre­se con abso­lu­ta liber­tad su acep­ta­ción o recha­zo a su con­di­ción de suje­to de expe­ri­men­ta­ción.

Artícu­lo 67. Dar a cono­cer a pre­via­men­te a cada par­ti­ci­pan­te la natu­ra­le­za, alcan­ces, fines y con­se­cuen­cias de la expe­ri­men­ta­ción. Cuan­do el méto­do requie­ra ocul­tar infor­ma­ción o hacer uso de infor­ma­ción fal­sa, en cuan­to sea posi­ble, expli­car y jus­ti­fi­car a los par­ti­ci­pan­tes lo ocu­rri­do.

Artícu­lo 68. Per­mi­tir al par­ti­ci­pan­te ejer­cer su dere­cho a reti­rar su con­sen­ti­mien­to o sus­pen­der su par­ti­ci­pa­ción en cual­quier eta­pa de la inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 69. Soli­ci­tar el per­mi­so del res­pon­sa­ble jurí­di­co cuan­do el par­ti­ci­pan­te pre­sen­te algu­na inca­pa­ci­dad legal, físi­ca o men­tal. Res­pe­tan­do indis­cu­ti­ble­men­te el recha­zo del par­ti­ci­pan­te a cola­bo­rar en la inves­ti­ga­ción aún cuan­do pre­sen­te algu­na inca­pa­ci­dad legal, físi­ca o men­tal.

Artícu­lo 70. Pro­te­ger al par­ti­ci­pan­te de toda inco­mo­di­dad, daño o peli­gro que pue­da pre­sen­tar­se; y, de exis­tir, se le infor­ma­rá en todos los casos para obte­ner su con­sen­ti­mien­to.

Artícu­lo 71. Res­pe­tar la inti­mi­dad de los par­ti­ci­pan­tes y por tan­to garan­ti­zar el ano­ni­ma­to y con­fi­den­cia­li­dad de la infor­ma­ción obte­ni­da de ellos, a menos que pre­via­men­te se acor­da­ra algo dife­ren­te.

Artícu­lo 72. Al rea­li­zar inves­ti­ga­ción con ani­ma­les, adqui­rir, man­te­ner y eli­mi­nar a los suje­tos ajus­tán­do­se a las dis­po­si­cio­nes lega­les.

Artícu­lo 73. Docu­men­tar­se y pro­cu­rar los cui­da­dos y nece­si­da­des de un ani­mal que par­ti­ci­pe en una inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 74. Super­vi­sar y garan­ti­zar que los pro­ce­di­mien­tos se reali­cen con el debi­do cui­da­do, pro­cu­ran­do el bien­es­tar de los ani­ma­les que par­ti­ci­pen en una inves­ti­ga­ción

Artícu­lo 75. Evi­tar o dis­mi­nuir al míni­mo indis­pen­sa­ble cual­quier males­tar, inco­mo­di­dad, dolor o enfer­me­dad de los ani­ma­les par­ti­ci­pan­tes en una inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 76. Cuan­do sea indis­pen­sa­ble, rea­li­zar los pro­ce­di­mien­tos para ter­mi­nar con la vida del ani­mal de for­ma rápi­da e indo­lo­ra.

CAPÍTULO SEXTO. DE LOS BEBERES EN LA DOCENCIA

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 77. Fun­da­men­tar su acti­vi­dad en una pre­pa­ra­ción peda­gó­gi­ca y cien­tí­fi­ca y actua­li­za­da.

Artícu­lo 78. Reco­no­cer la impor­tan­cia y tras­cen­den­cia de la edu­ca­ción en la for­ma­ción del indi­vi­duo, así como las con­se­cuen­cias socia­les de ésta.

Artícu­lo 79. Ser sen­si­ble a los valo­res de sus alum­nos, res­pe­tar sus acti­tu­des y estar cons­cien­te que sus pro­pios valo­res influ­yen en el mate­rial y la selec­ción de los temas que ense­ña.

Artícu­lo 80. Pre­sen­tar en sus pro­gra­mas los temas de sus cur­sos en tér­mi­nos cla­ros y con­cre­tos, mar­can­do obje­ti­vos, meto­do­lo­gía y sis­te­ma de eva­lua­ción.

Artícu­lo 81. Evi­tar dele­gar sus obli­ga­cio­nes y debe­res en otras per­so­nas. Cuan­do le sea impo­si­ble cum­plir con su tra­ba­jo por razo­nes de fuer­za mayor, debe­rá pedir la cola­bo­ra­ción de sus cole­gas capa­ci­ta­dos en el área.

Artícu­lo 82. Esti­mu­lar y apo­yar en sus alum­nos el inte­rés por el cono­ci­mien­to, así como la bús­que­da y crea­ción del mis­mo. Pro­mo­ver en todos los cur­sos el cono­ci­mien­to y valor de la éti­ca pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 83. Adop­tar una acti­tud de res­pe­to y aten­ción a los pun­tos de vis­ta expre­sa­dos por sus alum­nos aún cuan­do no esté de acuer­do con ellos.

Artícu­lo 84. Tra­tar siem­pre de for­ma obje­ti­va y res­pe­tuo­sa todos los temas, ya que algu­nos pue­den ser poten­cial­men­te ofen­si­vos para algu­nas per­so­nas.

CAPÍTULO SÉPTIMO. DE LOS DEBERES EN LA PSICOTERAPIA

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 85. Prac­ti­car la psi­co­te­ra­pia siem­pre y cuan­do se encuen­tre amplia­men­te capa­ci­ta­do en esta acti­vi­dad pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 86. Pro­por­cio­nar tra­ta­mien­to psi­co­te­ra­péu­ti­co cuan­do se le soli­ci­te, par­ti­cu­lar­men­te en situa­cio­nes de urgen­cia.

Artícu­lo 87. Adop­tar y fomen­tar las medi­das nece­sa­rias que garan­ti­cen que un núme­ro cada vez mayor de per­so­nas ten­gan acce­so a ser­vi­cios psi­co­te­ra­péu­ti­cos.

Artícu­lo 88. Pro­por­cio­nar al clien­te al final de la pri­me­ra sesión, la infor­ma­ción exac­ta sobre el cos­to de la psi­co­te­ra­pia, dura­ción, hora­rios, así como de la pro­gra­ma­ción de los pagos.

Artícu­lo 89. Ase­gu­rar­se de no pro­lon­gar inne­ce­sa­ria­men­te el tra­ta­mien­to psi­co­te­ra­péu­ti­co o tra­tar de con­ven­cer al clien­te de que se some­ta a tra­ta­mien­tos de diag­nós­ti­co inne­ce­sa­rios.

Artícu­lo 90. Apo­yar al clien­te, den­tro del ámbi­to de su exclu­si­va com­pe­ten­cia, para rea­li­zar el cobro de hono­ra­rios cuan­do sea una ter­ce­ra per­so­na quien pague el cos­to del tra­ta­mien­to.

Artícu­lo 91. Pro­por­cio­nar al clien­te des­de la pri­me­ra sesión la infor­ma­ción sobre obje­ti­vos, pro­ce­di­mien­tos y orien­ta­ción teó­ri­ca en rela­ción con el pro­ce­so tera­péu­ti­co.

Artícu­lo 92. Evi­tar satis­fa­cer las nece­si­da­des que que­den fue­ra del ámbi­to pro­fe­sio­nal a expen­sas del clien­te.

Artícu­lo 93. Pre­pa­rar al clien­te para ter­mi­nar el pro­ce­so psi­co­te­ra­péu­ti­co y tomar las medi­das apro­pia­das para con­ti­nuar el tra­ta­mien­to si está jus­ti­fi­ca­do.

Artícu­lo 94. Res­pe­tar la peti­ción del clien­te de con­sul­tar con otro pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 95. Man­te­ner un regis­tro exac­to del pro­ce­so tera­péu­ti­co y siem­pre actua­li­za­do. Se han de con­si­de­rar los pro­ble­mas de la con­fi­den­cia­li­dad al deci­dir qué infor­ma­ción sobre el clien­te debe o no regis­trar­se en su expe­dien­te

Artícu­lo 96. Evi­tar obte­ner infor­ma­ción con enga­ño o vio­len­cia y abs­te­ner­se de bus­car más infor­ma­ción de la que sea nece­sa­ria para el pro­ce­so psi­co­te­ra­péu­ti­co.

Artícu­lo 97. Implan­tar un sis­te­ma para pro­te­ger la con­fi­den­cia­li­dad de todos los regis­tros e infor­mar a los clien­tes sobre los lími­tes lega­les de la mis­ma.

Artícu­lo 98. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos que lo pue­dan con­du­cir a reve­lar secre­tos pro­fe­sio­na­les o a uti­li­zar la infor­ma­ción reci­bi­da de su clien­te, sal­vo que obten­ga la auto­ri­za­ción pre­via y for­mal del mis­mo.

Artícu­lo 99. Man­te­ner el expe­dien­te de cada clien­te duran­te un lap­so de 5 años des­pués de ter­mi­nar el tra­ta­mien­to, pasa­do este perio­do des­ha­cer­se final­men­te del expe­dien­te de tal for­ma que no se com­pro­me­ta la con­fi­den­cia­li­dad.

Artícu­lo 100. Guar­dar el secre­to pro­fe­sio­nal en: a) la infor­ma­ción obte­ni­da por cau­sa de la pro­fe­sión; b) Las con­fi­den­cias hechas por ter­ce­ros al psi­có­lo­go, en razón de su pro­fe­sión y c) las con­fi­den­cias deri­va­das de rela­cio­nes con cole­gas u otros pro­fe­sio­nis­tas. Se Excep­túan los siguien­tes casos: a) aque­llos en que se actúe con­for­me a cir­cuns­tan­cias pre­vis­tas por la ley, debe­rá infor­mar­se inme­dia­ta­men­te al clien­te de esta situa­ción; b) aque­llos en que se tra­te de meno­res de edad, y sus res­pon­sa­bles jurí­di­cos, escue­la o tri­bu­nal requie­ran un infor­me cuyo fin com­pro­ba­ble sea brin­dar­les ayu­da; c) en caso de que el psi­có­lo­go fue­ra acu­sa­do legal­men­te, podrá reve­lar el secre­to pro­fe­sio­nal sólo den­tro de los lími­tes indis­pen­sa­bles para su pro­pia defen­sa; d) aque­llos en que se actúe para evi­tar la comi­sión de un deli­to y pre­ve­nir daños mora­les o mate­ria­les que de él se deri­ven; e) aque­llos en que el que con­sul­ta dé su con­sen­ti­mien­to por escri­to, para que los resul­ta­dos sean cono­ci­dos por quien él auto­ri­ce.

Artícu­lo 101. El deber de guar­dar el secre­to pro­fe­sio­nal es de jus­ti­cia con­mu­ta­ti­va y se extien­de a todo el per­so­nal que tra­ba­ja en la Aso­cia­ción. Esta obli­ga­ción debe­rá ser recor­da­da cons­tan­te­men­te por los psi­có­lo­gos a todos los miem­bros de la Aso­cia­ción. Debe tener­se en cuen­ta que el secre­to pro­fe­sio­nal se pue­de vio­lar no sola­men­te por pala­bras sino tam­bién por ges­tos, son­ri­sas, pos­tu­ras cor­po­ra­les, etc.

Artícu­lo 102. Cuan­do el clien­te pida y/o auto­ri­ce que el psi­có­lo­go reve­le par­te o toda la infor­ma­ción de su caso, el psi­có­lo­go le orien­ta­rá acer­ca de qué infor­ma­ción es apro­pia­do reve­lar y a quién debe reve­lar­se, hacién­do­le notar posi­bles con­se­cuen­cias.

Artícu­lo 103. Fijar con el clien­te una fecha ten­ta­ti­va para la ter­mi­na­ción del tra­ta­mien­to, revi­sán­do­la perió­di­ca­men­te o cuan­do sea nece­sa­rio.

Artícu­lo 104. Revi­sar los casos de tra­ta­mien­to pro­lon­ga­do con otros cole­gas, a fin de eva­luar la nece­si­dad de con­cluir­los así como las estra­te­gias para lograr­lo.

Artícu­lo 105. Dis­cu­tir sólo con pro­pó­si­tos pro­fe­sio­na­les la infor­ma­ción obte­ni­da de una rela­ción clí­ni­ca o de con­sul­ta y comu­ni­car­la sólo a quie­nes estén cla­ra­men­te rela­cio­na­dos con el caso.

CAPÍTULO OCTAVO. DE LOS DEBERES EN LA EVALUACIÓN Y USO DE INSTRUMENTOS

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 106. Vigi­lar que la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción de las prue­bas e ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos sean exclu­si­vas de quie­nes posean la pre­pa­ra­ción pro­fe­sio­nal ade­cua­da y hayan acep­ta­do las obli­ga­cio­nes y con­se­cuen­cias de esta prác­ti­ca.

Artícu­lo 107. Seguir los pro­ce­di­mien­tos cien­tí­fi­cos para el desa­rro­llo, vali­dez y estan­da­ri­za­ción de ins­tru­men­tos de eva­lua­ción.

Artícu­lo 108. Evi­tar la comer­cia­li­za­ción y dis­tri­bu­ción indis­cri­mi­na­da de prue­bas dis­po­ni­bles para uso pro­fe­sio­nal, inclu­yen­do manua­les o infor­ma­ción que expre­sen sus moti­vos o fines, su desa­rro­llo, su vali­dez, y el nivel de entre­na­mien­to nece­sa­rio para apli­car­las e inter­pre­tar­las.

Artícu­lo 109. Emplear los ins­tru­men­tos como se indi­ca en los manua­les res­pec­ti­vos, sien­do rigu­ro­so en la meto­do­lo­gía para la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción de los ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 110. Usar las prue­bas e ins­tru­men­tos en pro­ce­so de vali­da­ción sólo con fines de inves­ti­ga­ción o docen­cia, pre­via acla­ra­ción al res­pec­to y con las debi­das reser­vas.

Artícu­lo 111. Con­si­de­rar a las prue­bas psi­co­ló­gi­cas como ins­tru­men­tos auxi­lia­res que de nin­gu­na mane­ra son sufi­cien­tes para ela­bo­rar un diag­nós­ti­co.

Artícu­lo 112. Expli­car al con­sul­tan­te sobre la natu­ra­le­za, pro­pó­si­tos y resul­ta­dos de la prue­ba en len­gua­je com­pren­si­ble y cons­truc­ti­vo, sal­va­guar­dán­do­lo de cual­quier situa­ción que pon­ga en peli­gro su esta­bi­li­dad emo­cio­nal.

Artícu­lo 113. Dar a cono­cer a los con­sul­tan­tes los resul­ta­dos e inter­pre­ta­cio­nes de los ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos emplea­dos, evi­tan­do apor­tar infor­ma­ción que pue­da com­pro­me­ter el fun­cio­na­mien­to de la prue­ba, pero expli­can­do las bases de las deci­sio­nes que pue­dan afec­tar al con­sul­tan­te o a quien depen­da de él.

Artícu­lo 114. Evi­tar apli­car cual­quier ins­tru­men­to de eva­lua­ción psi­co­ló­gi­ca a fami­lia­res o ami­gos.

Artícu­lo 115. Ase­gu­rar­se de que la apli­ca­ción y resul­ta­dos de ins­tru­men­tos de eva­lua­ción psi­co­ló­gi­ca sean estric­ta­men­te con­fi­den­cia­les

Artícu­lo tran­si­to­rio

En caso de duda o con­flic­to en la inter­pre­ta­ción o cum­pli­mien­to del pre­sen­te Códi­go de Éti­ca, éstas se resol­ve­rán de con­for­mi­dad con lo que dis­pon­ga la Jun­ta de Honor y Jus­ti­cia de la AMAPSI.

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