Yo sicario

Yo sicario

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, docente EP Psicología UCV Trujillo)

Nues­tra socie­dad se ha vis­to inva­di­da terri­ble­men­te por el sica­ria­to. En com­pa­ra­ción a una déca­da, el incre­men­to de muer­tes por esta moda­li­dad ha ido en sobre­ma­ne­ra. Los meca­nis­mos que gobier­nan la men­te de un sica­rio pue­den ser com­ple­jos. Des­de el mis­mo apren­di­za­je por imi­ta­ción o vica­rio a tra­vés de series, pelí­cu­las que orien­tan y auto­ma­ti­zan el com­por­ta­mien­to has­ta la varie­dad diná­mi­ca y diver­sa de defen­sas psi­co­ana­lí­ti­cas. Indis­cu­ti­ble­men­te los fac­to­res psi­co­so­cia­les, polí­ti­cos y de otra índo­le tam­bién enmar­can esta con­duc­ta anti­so­cial, sin embar­go, en esta opor­tu­ni­dad abor­da­re­mos las defen­sas psi­co­ló­gi­cas inmer­sas.

La cosi­fi­ca­ción del otro, dina­mis­mo median­te el cual se tra­ta a los demás no como per­so­nas, sino como cosas. En la men­te de un sica­rio el pago por silen­ciar una vida, se “jus­ti­fi­ca” por el des­pre­cio de esta. Es el mer­can­ti­lis­mo puro, la com­pra y la ven­ta de un ser­vi­cio. No hay moral ni nor­ma que impor­te y lo impi­da. La cosi­fi­ca­ción coexis­te con un súper yo pobre­men­te desa­rro­lla­do. El súper yo es el con­te­ne­dor de los prin­ci­pios, nor­mas y para evo­lu­cio­nar, requie­re que sus dos ele­men­tos: el ideal del yo y la con­cien­cia moral, se com­ple­men­ten equi­li­bra­da­men­te. El ideal del yo, es el yo ilu­so­rio, el que se sus­ten­ta en la fan­ta­sía, muy nece­sa­rio para el desa­rro­llo del jue­go en la infan­cia y la niñez, prue­ba de ello la gran ima­gi­na­ción de los niños en sus inter­ac­cio­nes lúdi­cas. Poco a poco, con­for­me al desa­rro­llo humano, el ideal del yo tie­ne que apla­car­se y adap­tar­se a las exi­gen­cias del entorno social, por ello la adqui­si­ción de la con­cien­cia moral, el otro com­po­nen­te del súper yo. Esta per­mi­te el res­pe­to al pró­ji­mo, la eje­cu­ción de valo­res; entre otros. En la men­te de un sica­rio, el ideal del yo, fun­cio­na per­ver­sa­men­te y lucha cons­tan­te­men­te con­tra la reali­dad, care­cien­do de una con­cien­cia moral con­sis­ten­te. Ello expli­ca el con­ti­nuo arre­ba­to y frial­dad del vic­ti­ma­rio. Para él, reci­bir dine­ro para matar a alguien corres­pon­de a un jue­go, sim­ple­men­te es como eli­mi­nar o dese­char una cosa, algo míni­mo, ínfi­mo e irri­so­rio. El adul­to al fun­cio­nar con un ideal del yo per­tur­ba­do, hace y des­ha­ce en su entorno como si fue­ra su jugue­te.

Aun así, lo ante­rior requie­re de más meca­nis­mos: la iden­ti­fi­ca­ción pro­yec­ti­va, que se basa en la pro­yec­ción, la cual con­sis­te en atri­buir incons­cien­te­men­te a otros lo que uno es. Sin embar­go, este meca­nis­mo es más com­ple­jo, debi­do a que su pro­yec­ción es per­ver­sa y malig­na, pro­yec­tan­do con gran impul­so el ata­que y des­pre­cio (de viven­cias de vio­len­cia y trau­mas pro­pios) en los demás. Por ello es tan fácil eli­mi­nar a los otros por unos cuan­tos soles, en sí, se des­tru­ye a la víc­ti­ma, des­pla­zan­do toda la mal­dad y agre­si­vi­dad que el vic­ti­ma­rio acae­ció en su vida, eh ahí el fun­da­men­to de este meca­nis­mo tan des­bor­da­do. El cli­va­je obje­tal, tam­bién deno­mi­na­do des­do­bla­mien­to de los ima­gos es otro meca­nis­mo que se adhie­re a la per­ver­sión del sica­rio. Este pro­ce­so con­sis­te en el abor­da­je de la víc­ti­ma en un tra­to “bueno” y uno malo, de mane­ra espe­cial por los extor­sio­na­do­res. El pri­me­ro, fun­da­men­ta el ofre­ci­mien­to del “cha­le­queo” a la víc­ti­ma, de pro­te­ger­la de otras ame­na­zas, cla­ro está con el pago soli­ci­ta­do. El tra­to malo impli­ca la mera extor­sión con el pedi­do fre­cuen­te de cupos con el incre­men­to pau­la­tino y de ten­ta­ti­vas o rea­li­za­cio­nes de aten­ta­dos. El cli­va­je obje­tal bus­ca engan­char a la víc­ti­ma de por vida, vul­ne­rar­la al anto­jo psi­co­pá­ti­co.

Por otro lado, la dádi­va eco­nó­mi­ca no es lo úni­co que bus­ca el sica­rio, sino la sen­sa­ción de poder y aplas­ta­mien­to del otro. Cabe men­cio­nar que el dine­ro es tan solo un media­dor. La men­te de un sica­rio está pre­dis­pues­ta a matar por pla­cer. Las ver­sio­nes de que accio­nan solo a “nivel pro­fe­sio­nal” son meras racio­na­li­za­cio­nes (pre­tex­tos) de su carác­ter delin­cuen­cial.

Que­da en noso­tros refle­xio­nar seria­men­te que los sica­rios son el pro­duc­to de una degra­da­ción social en el desa­rro­llo moral, inte­lec­tual, de la pér­di­da del sen­ti­mien­to hacia el otro, en todas las esfe­ras: fami­liar, edu­ca­ti­va, his­tó­ri­ca, cul­tu­ral; entre otras. El sica­ria­to corres­pon­de al espe­jo de una socie­dad.

La formación reactiva en la educación

La formación reactiva en la educación

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, Docente EP Psicología UCV Trujillo)

La for­ma­ción reac­ti­va es un meca­nis­mo psi­co­ló­gi­co que con­sis­te en la expre­sión del impul­so con­tra­rio al ori­gi­nal, por ejem­plo, en vez de odio, se expre­sa incons­cien­te­men­te un amor exa­ge­ra­do. Es cono­ci­do que en las rela­cio­nes de pare­ja se pre­sen­ta de mane­ra cier­ta­men­te fre­cuen­te. Sin embar­go, el pre­sen­te, no con­du­ce a su desa­rro­llo en ese ámbi­to, sino en el rubro del mun­do edu­ca­ti­vo y de la ense­ñan­za apren­di­za­je.

La inter­ac­ción de la comu­ni­dad edu­ca­ti­va (estu­dian­tes, docen­tes, padres de fami­lia y auto­ri­da­des) en los jar­di­nes y diver­sos cole­gios es muy rele­van­te; pero el matiz y cali­dad de la mis­ma, con­lle­va a dina­mis­mos ya sea carac­te­rís­ti­cos de res­pe­to, tole­ran­cia, res­pon­sa­bi­li­dad o por su antí­te­sis: des­bor­de, impul­si­vi­dad, inva­sión del esce­na­rio edu­ca­ti­vo; entre otros.

Cada vez es más fre­cuen­te estu­dian­tes con ten­den­cia a una menor res­pon­sa­bi­li­dad, bús­que­da de lo fácil, una menor pacien­cia y tole­ran­cia, y tras de ellos, padres laxos, impul­si­vos, en fran­ca res­guar­da de la con­duc­ta inapro­pia­da de sus hijos. Estu­dian­tes con nota des­apro­ba­to­ria jus­ti­fi­ca­da, se resis­ten a la asun­ción de la mis­ma, demos­tran­do una nega­ción rotun­da de su res­pon­sa­bi­li­dad. Se adhie­re a lo ante­rior el res­pal­do de sus padres o pro­tec­to­res, quie­nes inva­den cole­gios de edu­ca­ción pri­ma­ria y secun­da­ria, recla­man­do a dies­tra y sinies­tra la “correc­ción” de la nota de su hijo, sin esca­ti­mar en cul­par de ello a los docen­tes, auto­ri­da­des e inclu­so a com­pa­ñe­ros de la mis­ma cla­se. Ape­lan­do a la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción del meca­nis­mo plan­tea­do, los padres, tuto­res, pro­tec­to­res que actúan con­for­me a lo men­cio­na­do, expre­san una feha­cien­te for­ma­ción reac­ti­va. Incons­cien­te­men­te, no acep­tan los erro­res y fallas de sus hijos, dado que ello sería de mucha ansie­dad y angus­tia, enton­ces la psi­que de una mane­ra incons­cien­te pre­fie­re demos­trar lo opues­to: sobre­pro­te­ger al hijo, res­pal­dan­do su actuar, ir con­tra todos, con tal de seguir negan­do la con­di­ción real de su hijo. Si com­pa­ra­mos el modus ope­ran­di de los cole­gios de la actua­li­dad con las ins­ti­tu­cio­nes de hace unos 20 o 30 años, halla­re­mos abis­ma­les dife­ren­cias: fun­cio­na­mien­tos psi­co­ló­gi­cos más vul­ne­ra­bles, sen­si­bles, depen­dien­tes, ado­les­cen­tes abo­ca­dos a la poca exi­gen­cia; pero con ten­den­cia a que­rer mucho para sí, en otras pala­bras, una meri­to­cra­cia veni­da a menos. Es así que padres e hijos viven de uno u otro modo fusio­na­dos, impi­dien­do la ade­cua­da asun­ción de la res­pon­sa­bi­li­dad por los actos.

Un padre joven, en su eta­pa de for­ta­le­za, al pro­te­ger en dema­sía a su hijo, pro­ba­ble­men­te logra con­se­guir que su des­cen­dien­te “se sal­ga con la suya”, al no asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad de sus actos en el mun­do edu­ca­ti­vo, sin embar­go el padre al enve­je­cer, yen­do su fuer­za a un natu­ral menos­ca­bo, ya no ten­drá la ener­gía sufi­cien­te para ello, y el hijo ya entra­do en años, al haber­se acos­tum­bra­do a la exa­ge­ra­da pro­tec­ción, sim­ple­men­te que­da­rá de uno u otro modo des­va­li­do y se frus­tra­rá al no con­se­guir los resul­ta­dos acos­tum­bra­dos por un cli­ma de for­ma­ción reac­ti­va en la fami­lia. Lamen­ta­ble­men­te esa frus­tra­ción con­lle­va a que muchos hijos ya adul­tos vio­len­ten a sus padres ancia­nos quie­nes en su momen­to los sobre­pro­te­gie­ron. A mayor des­bor­de de la for­ma­ción reac­ti­va, sobre­vie­ne un mayor efec­to con­tra­pro­du­cen­te en la rela­ción huma­na. Es así que los hijos (estu­dian­tes) sobre­pro­te­gi­dos son pasi­bles de una inu­ti­li­za­ción gra­dual y pro­gre­si­va, anu­lan­do la posi­bi­li­dad de un desem­pe­ño efi­cien­te en los diver­sos esce­na­rios pro­duc­ti­vos que requie­re la socie­dad. Mucha sobre­pro­tec­ción “mata” anu­la la con­duc­ta desea­ble, sien­do un cal­do de cul­ti­vo para otros com­por­ta­mien­tos como vio­len­cia, delin­cuen­cia o corrup­ción.

La for­ma­ción reac­ti­va des­bor­da­da aten­ta con­tra la fami­lia, las ins­ti­tu­cio­nes edu­ca­ti­vas y por ende a la socie­dad. Apun­tar a la asun­ción de la res­pon­sa­bi­li­dad de los indi­vi­duos es el mejor camino a un orden social.

Autoagresión: la vuelta contra sí mismo

Autoagresión: la vuelta contra sí mismo

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, Docente EP Psicología UCV Trujillo)

La agre­sión huma­na corres­pon­de a un impul­so mera­men­te natu­ral; el odio, la defen­sa fren­te a un ata­que, la fun­da­men­tan. Sin embar­go, cuan­do el desa­rro­llo psi­co­ló­gi­co se ve enmar­ca­do por con­flic­tos, el meca­nis­mo orien­ta­do a la expre­sión de los impul­sos (no sola­men­te los agre­si­vos, sino tam­bién los sexua­les) hacia los demás, se defor­ma y desem­bo­ca en el des­ajus­te del pro­ce­so deno­mi­na­do: la vuel­ta con­tra sí mis­mo.

La vuel­ta con­tra sí mis­mo es un meca­nis­mo de defen­sa en el ser humano. En con­di­cio­nes favo­ra­bles y salu­da­bles, nos per­mi­te el replie­gue hacia la refle­xión, un encuen­tro con noso­tros mis­mos, el dis­fru­tar de estar a solas y de una sole­dad cons­truc­ti­va. Al alte­rar­se este meca­nis­mo, ya sea por inade­cua­dos apren­di­za­jes, por un entorno auto­ri­ta­rio o défi­cit en la madu­rez de la recep­ción y expre­sión del afec­to, sobre­vie­ne una degra­da­ción del mis­mo, refle­ja­da en auto ata­ques, auto lesio­nes y otros.

Ado­les­cen­tes y adul­tos que pade­cen de un dete­rio­ro de este meca­nis­mo, evi­den­cian una alte­ra­ción exa­cer­ba­da de los impul­sos, mani­fes­ta­dos por la rea­li­za­ción de cor­tes, lesio­nes en sus pro­pios cuer­pos. La agre­sión y ener­gía que debe­ría ser diri­gi­da a otros, ya sea a padres, fami­lia­res, pare­ja u otras per­so­nas de dis­tin­tos entor­nos, no encuen­tra la cana­li­za­ción debi­da y se replie­ga de mane­ra exa­ge­ra­da en el cuer­po. La lesión a uno mis­mo es la rea­li­za­ción de la hos­ti­li­dad e inclu­so odio hacia otros en el pro­pio cuer­po. El meca­nis­mo la vuel­ta con­tra sí mis­mo entra en regre­sión y pue­de vol­ver­se muy noci­vo, mani­fes­tan­do auto­agre­sión de mane­ra muy inten­sa y fre­cuen­te. Los casos más gra­ves demues­tran ante­ce­den­tes de años de auto­le­sio­nes lle­gan­do a inten­tos de sui­ci­dio. Lamen­ta­ble­men­te hay casos que con­su­man ese pro­pó­si­to.

Hay una for­ma de la vuel­ta con­tra sí mis­mo, en la cual se expre­sa un maso­quis­mo. El dolor auto­in­fli­gi­do, gene­ra entre­te­ni­mien­to y pla­cer. Ten­ga­mos en cuen­ta que el maso­quis­mo coexis­te con el sadis­mo. Dado que en los casos de la vuel­ta con­tra sí mis­mo, es la pro­pia per­so­na que se hace daño, asu­me el papel tam­bién de un sádi­co (auto­ri­ta­rio, agre­sor). En otras pala­bras, se iden­ti­fi­ca con los com­por­ta­mien­tos de miem­bros de su entorno, ya sea padres u otros que ejer­cen con­duc­tas vio­len­tas o de algún tipo de mal­tra­to; pero por una impo­si­bi­li­dad de expre­sión direc­ta, tam­bién fun­da­men­ta­da por una baja auto­es­ti­ma y pro­ble­mas de aser­ti­vi­dad, las frus­tra­cio­nes pre­fie­ren des­pla­zar­se hacia el pro­pio cuer­po.

Es rele­van­te tener en cuen­ta que la piel es un órgano pasi­ble del afec­to, las cari­cias, los cui­da­dos de nues­tros pro­tec­to­res, espe­cial­men­te en eta­pas deter­mi­na­das de nues­tra exis­ten­cia. Las inter­ac­cio­nes afec­ti­vas defi­ci­ta­rias o dete­rio­ra­das, con­lle­van a una psi­que que pre­fie­re reple­gar­se en el sí mis­mo a afron­tar las diver­sas pro­ble­má­ti­cas en su entorno. Incons­cien­te­men­te, la sen­sa­ción de impo­ten­cia pue­de ser tan gran­de que optar por la furia con­tra sí mis­mo es pre­fe­ri­ble a la expre­sión hacia otros. Aun así, y de mane­ra espe­cial los ado­les­cen­tes, con­si­guen gene­rar un gran males­tar y preo­cu­pa­ción en los padres o tuto­res. Ver a un hijo las­ti­mar­se, daña al pro­ge­ni­tor o pro­tec­tor. Se agre­de así a los seres que­ri­dos, vio­len­tan­do el pro­pio cuer­po. Por ello, es muy impor­tan­te la madu­rez en el con­trol del impul­so, dado que con­lle­va a su expre­sión futu­ra hacia los demás. La per­tur­ba­ción de su for­ma, sobre­lle­va a un estan­ca­mien­to, con­cen­trán­do­lo feha­cien­te­men­te en la piel, dañán­do­la de diver­sas for­mas, “resol­vien­do” así con­flic­tos y emo­cio­nes.

Es nece­sa­rio refle­xio­nar que la reduc­ción de la vio­len­cia y de un cli­ma auto­ri­ta­rio en los hoga­res y otros con­tex­tos, faci­li­ta­rá una ade­cua­da cana­li­za­ción de las emo­cio­nes, y, por lo tan­to, el camino a la rea­li­za­ción en los seres huma­nos.

Una práctica de redes: El culto al Yo

Una práctica de redes: El culto al Yo

Por: Dioner Francis Marín Puelles, docente EP Psicología UCV Trujillo

Es inne­ga­ble que el uso de las redes es indis­pen­sa­ble y ha con­tri­bui­do de sobre­ma­ne­ra a los diver­sos ámbi­tos de la socie­dad, sin embar­go, es meri­to­rio embar­car­nos en el aná­li­sis de la natu­ra­le­za de cier­ta pra­xis. El uso indis­cri­mi­na­do de pla­ta­for­mas como face­book, ins­ta­gram, tik tok; entre otros, con la carac­te­rís­ti­ca de publi­ca­cio­nes des­me­di­das de sel­fies, fotos, gra­ba­cio­nes de la pro­pia ima­gen con el deco­ro pro­pio de los fil­tros, pos­teo de pla­tos de comi­da pro­ba­ble­men­te cos­to­sos, via­jes, lujos, maqui­lla­je y una vida osten­to­sa, apun­tan a una obten­ción del reco­no­ci­mien­to plas­ma­do a tra­vés de los likes en sus varias for­mas; pero, por otro lado, de una mane­ra silen­cio­sa, pau­la­ti­na, con­lle­va al refor­za­mien­to del cul­to del yo o tam­bién lla­ma­do ego. Nues­tro yo, es el eje­cu­tor de la per­so­na­li­dad, espe­cí­fi­ca­men­te del carác­ter, el cual se refuer­za por la expre­sión de los diver­sos hábi­tos, entre­na­mien­tos y apren­di­za­jes. La con­duc­ta orien­ta­da a cap­tar la aten­ción des­me­di­da en las redes, con­lle­va a un refor­za­mien­to ego­cén­tri­co con la con­se­cuen­cia pro­ba­ble de afec­ción del sen­ti­mien­to de otre­dad, es decir de ser empá­ti­co, de poner­se en el lugar del otro, con insen­si­bi­li­dad a los pro­ble­mas psi­co­so­cia­les, desin­te­rés a lo que real­men­te suce­de a nues­tro alre­de­dor. Impor­ta más lo pro­pio que lo fra­terno. Pro­cu­ran­do una rela­ción de lo tra­ta­do por el psi­có­lo­go Leo­pol­do Chiap­po, sobre sus argu­men­tos del para­va­lor (fal­so valor) y el valor, corres­pon­dien­te el pri­me­ro a la super­fi­cia­li­dad, frial­dad, el aspec­to cal­cu­la­dor, la exce­si­va com­pe­ten­cia, la poca o nula empa­tía, y el segun­do a la fra­ter­ni­dad, la preo­cu­pa­ción por el pró­ji­mo, la eje­cu­ción de la hones­ti­dad, la soli­da­ri­dad; entre otros, pode­mos ubi­car a la pra­xis des­bor­da­da de redes en el para­va­lor, el desa­rro­llo y refuer­zo de lo nar­ci­sis­ta, don­de ganar por ser más bello o exi­to­so es lo más rele­van­te, pudien­do nues­tro entorno estar en “lla­mas” y no alar­mar­nos por ello. Con este tipo de prác­ti­ca, el ego pue­de ser tan pode­ro­so y des­truc­ti­vo que impi­de dar­nos cuen­ta que la fal­ta del sen­ti­mien­to y res­pe­to por el otro, nos está lle­van­do al caos. Así tam­bién, el uso reite­ra­ti­vo de lo visual, ha con­lle­va­do a un faci­lis­mo con el des­me­dro por el ejer­ci­cio de la letra, del escri­to. Leer y escri­bir cada vez cues­ta más, des­pués de todo una foto ven­de mucho más que un tex­to. La prác­ti­ca des­me­di­da de mane­ra yoi­ca en las redes, refuer­za el para­va­lor en el indi­vi­duo, refle­jan­do en su desem­pe­ño una deno­da­da preo­cu­pa­ción por sí mis­mo. Por otro lado, con­si­de­ra­mos que una foto refle­ja una vida, sin embar­go, es tan solo la cap­tu­ra de un momen­to. La vida es un con­ti­nuo, la acu­mu­la­ción de una diver­si­dad de situa­cio­nes, viven­cias, expe­rien­cias, el dina­mis­mo en sí.

La prác­ti­ca exa­ge­ra­da de las redes nos hace creer en una exis­ten­cia pro­ba­ble­men­te falaz. Com­pen­sa­mos caren­cias y males­ta­res, acom­pa­ña­dos de un cul­to des­me­di­do a nues­tro yo.

Código Ético del Psicólogo

Código Ético del Psicólogo

Redactado por:
Cecilia Quero Vásquez
Marco Eduardo Murueta

PREÁMBULO

El buen cum­pli­mien­to de las fun­cio­nes pro­fe­sio­na­les pre­vé altas exi­gen­cias a la efi­cien­cia de cada espe­cia­lis­ta. Sin embar­go, es nece­sa­rio con­ju­gar el pro­fe­sio­na­lis­mo con la capa­ci­dad de com­pren­der a fon­do la res­pon­sa­bi­li­dad adqui­ri­da y la obli­ga­ción de cum­plir irre­pro­cha­ble­men­te el deber pro­fe­sio­nal. La fal­ta a las nor­mas de la moral pro­fe­sio­nal o el menos­pre­cio de sus valo­res influ­yen nega­ti­va­men­te tan­to en la cali­dad del tra­ba­jo de los espe­cia­lis­tas como en el sta­tus de su gru­po pro­fe­sio­nal.

Sien­do una obli­ga­ción del psi­có­lo­go pres­tar sus ser­vi­cios a per­so­nas o gru­pos, el pro­fe­sio­nis­ta debe carac­te­ri­zar­se por un com­por­ta­mien­to digno, res­pon­sa­ble, hono­ra­ble y tras­cen­den­te. Ayu­dar repre­sen­ta por si sólo un acto de mora­li­dad, por lo tan­to, aque­llos hom­bres y muje­res que se dedi­can a pro­cu­rar la salud en los demás deben actuar con una éti­ca impe­ca­ble.

Sien­do la misión del psi­có­lo­go el cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co de los pro­ce­sos psi­co­ló­gi­cos de los seres huma­nos y el empleo de tal cono­ci­mien­to en bene­fi­cio de cada per­so­na, éste debe tener pre­sen­te en todo momen­to que tra­ta con el aspec­to más com­ple­jo y deter­mi­nan­te en la vida de los seres huma­nos: la esfe­ra psi­co­ló­gi­ca y que ha de empe­zar su tra­ba­jo res­pe­tan­do el valor y la dig­ni­dad que cada indi­vi­duo posee. Cada acto que lle­ve a cabo el pro­fe­sio­nis­ta, deter­mi­na­rá la salud psi­co­ló­gi­ca y/o físi­ca de quie­nes soli­ci­ten sus ser­vi­cios, cual­quier error o equi­vo­ca­ción que se lle­ga­ra a come­ter ten­dría reper­cu­sio­nes incal­cu­la­bles en la vida de quie­nes acu­den a él.

El pre­sen­te Códi­go de Éti­ca Pro­fe­sio­nal del Psi­có­lo­go pone de mani­fies­to el alto valor que posee cada per­so­na, así como la afir­ma­ción de los prin­ci­pios huma­ni­ta­rios que han de pre­va­le­cer en las rela­cio­nes inter­per­so­na­les, está cons­ti­tui­do por prin­ci­pios diri­gi­dos a man­te­ner un alto nivel éti­co que la Aso­cia­ción asu­me y que pro­po­ne a los pro­fe­sio­nis­tas de la psi­co­lo­gía, sien­do apli­ca­ble al ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal y para orien­tar la con­duc­ta del pro­fe­sio­nis­ta en sus rela­cio­nes con la ciu­da­da­nía, las ins­ti­tu­cio­nes, sus socios, clien­tes, supe­rio­res, subor­di­na­dos y sus cole­gas.

 

CAPITULO PRIMERO. DISPOSICIONES GENERALES

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 1. Asu­mir la obli­ga­ción de regir siem­pre su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal de acuer­do a prin­ci­pios éti­cos y cien­tí­fi­cos de la Psi­co­lo­gía.

Artícu­lo 2. Garan­ti­zar inva­ria­ble­men­te la cali­dad cien­tí­fi­ca, pro­fe­sio­nal y éti­ca de todas las accio­nes empren­di­das en su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 3. Pro­cu­rar en todas las oca­sio­nes la inte­gri­dad y bue­na ima­gen de su pro­fe­sión.

Artícu­lo 4. Ejer­cer la pro­fe­sión con pleno res­pe­to y obser­van­cia a las dis­po­si­cio­nes lega­les vigen­tes.

Artícu­lo 5. Para aten­der cir­cuns­tan­cias de emer­gen­cia nacio­nal, poner sus ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les a dis­po­si­ción de gobier­nos o ins­ti­tu­cio­nes acre­di­ta­das.

Artícu­lo 6. Res­pe­tar, sin dis­cri­mi­na­ción, las ideas polí­ti­cas, reli­gio­sas y la vida pri­va­da, con inde­pen­den­cia de la nacio­na­li­dad, sexo, edad, posi­ción social o cual­quier otra carac­te­rís­ti­ca per­so­nal de quie­nes le con­sul­ten.

Artícu­lo 7. Res­pe­tar los hora­rios des­ti­na­dos a todos los asun­tos rela­ti­vos al ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 8. Man­te­ner un genuino inte­rés en su pro­pio desa­rro­llo per­so­nal, así como en el cre­ci­mien­to armó­ni­co de los seres huma­nos y gru­pos socia­les.

Artícu­lo 9. Res­pe­tar la inte­gri­dad de los seres huma­nos en todos los ámbi­tos don­de actúe pro­fe­sio­nal­men­te.

Artícu­lo 10. Man­te­ner­se en for­ma­ción pro­fe­sio­nal cons­tan­te y pro­cu­rar invo­lu­crar­se y cola­bo­rar en el desa­rro­llo de la psi­co­lo­gía como cien­cia y pro­fe­sión, a nivel nacio­nal e inter­na­cio­nal.

Artícu­lo 11. Dedi­car sus esfuer­zos a la pre­ven­ción de los pro­ble­mas que ata­ñen a la pro­fe­sión.

Artícu­lo 12. Valo­rar la con­fi­den­cia­li­dad y el res­pe­to por la infor­ma­ción reci­bi­da de los con­sul­tan­tes, guar­dan­do el secre­to pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 13. Evi­tar que su vida per­so­nal inter­fie­ra en su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal, abs­te­nién­do­se de inter­ve­nir pro­fe­sio­nal­men­te en aque­llos casos en los que ten­ga algún tipo de invo­lu­cra­mien­to o inte­rés emo­cio­nal.

Artícu­lo 14. Esta­ble­cer con cla­ri­dad y limi­tar sus hono­ra­rios a la pre­pa­ra­ción pro­fe­sio­nal y a las acti­vi­da­des pres­ta­das al clien­te, rea­li­zan­do el cobro en la for­ma y can­ti­dad acor­da­da pre­via­men­te.

Artícu­lo 15. Fomen­tar el pen­sa­mien­to cien­tí­fi­co, espe­cial­men­te en el ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal. Evi­tar esta­ble­cer nexos de cola­bo­ra­ción pro­fe­sio­nal con per­so­nas que no empleen como base el cono­ci­mien­to y los méto­dos cien­tí­fi­cos.

Artícu­lo 16. Deli­mi­tar su cam­po de inter­ven­ción y reco­no­cer el alcan­ce y limi­tes de sus téc­ni­cas, y, cuan­do así suce­da, tam­bién su fal­ta de pre­pa­ra­ción para resol­ver deter­mi­na­dos pro­ble­mas que se le pre­sen­ten en el ejer­ci­cio de su pro­fe­sión.

Artícu­lo 17. Evi­tar atri­buir­se o suge­rir que tie­ne cali­fi­ca­cio­nes pro­fe­sio­na­les, méri­tos cien­tí­fi­cos o títu­los aca­dé­mi­cos que no posee.

Artícu­lo 18. Negar­se a expe­dir cer­ti­fi­ca­dos e infor­mes que no se basen en la meto­do­lo­gía que debe seguir­se en los diver­sos cam­pos de la psi­co­lo­gía.

Artícu­lo 19. Evi­tar ejer­cer su pro­fe­sión cuan­do su capa­ci­dad pro­fe­sio­nal se encuen­tre limi­ta­da por el alcohol, las dro­gas, las enfer­me­da­des o inca­pa­ci­da­des físi­cas y/o psi­co­ló­gi­cas.

Artícu­lo 20. Reco­no­cer sus nece­si­da­des per­so­na­les y evi­tar mez­clar­las con !a influen­cia que tie­ne fren­te a sus clien­tes, alum­nos y subor­di­na­dos, por lo que evi­ta­rá mani­pu­lar u obte­ner bene­fi­cios de la con­fian­za y depen­den­cia de éstos que no sean los inhe­ren­tes a su tra­ba­jo pro­fe­sio­nal.

CAPITULO SEGUNDO. DE LOS DEBERES PARA CON LA PROFESIÓN

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 21. Trans­mi­tir sus cono­ci­mien­tos y expe­rien­cia a estu­dian­tes y egre­sa­dos de su pro­fe­sión, con obje­ti­vi­dad y en el más alto ape­go a la ver­dad cien­tí­fi­ca del cam­po de cono­ci­mien­to que se tra­te.

Artícu­lo 22. Ejer­cer la pro­fe­sión de for­ma dig­na, median­te el buen desem­pe­ño y el reco­no­ci­mien­to que haga de los pro­fe­so­res que le trans­mi­tie­ron los cono­ci­mien­tos y expe­rien­cia en la escue­la don­de egre­só.

Artícu­lo 23. Adop­tar y fomen­tar las medi­das nece­sa­rias que garan­ti­cen que un núme­ro cada vez mayor de per­so­nas ten­gan acce­so a ser­vi­cios psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 24. Negar­se a acep­tar con­di­cio­nes de tra­ba­jo que le impi­dan apli­car los prin­ci­pios éti­cos y cien­tí­fi­cos des­cri­tos en este Códi­go.

Artícu­lo 25. Com­ba­tir la char­la­ta­ne­ría y fal­ta de pro­fe­sio­na­lis­mo en el cam­po pro­fe­sio­nal y denun­ciar los inten­tos o la explo­ta­ción de la cre­di­bi­li­dad de las per­so­nas, así como los abu­sos que se come­tan al apro­ve­char­se de la igno­ran­cia de las per­so­nas.

Artícu­lo 26. Sal­va­guar­dar la pro­fe­sión expo­nien­do públi­ca­men­te la con­duc­ta corrup­ta o incom­pe­ten­te de cole­gas sin escrú­pu­los.

Artícu­lo 27. Evi­tar accio­nes que vio­len los dere­chos lega­les y civi­les de sus clien­tes y pug­nar por modi­fi­car las nor­mas o leyes que lesio­nen los intere­ses de la per­so­na.

Artícu­lo 28. Res­pe­tar la nor­ma­ti­vi­dad de las ins­ti­tu­cio­nes u orga­ni­za­cio­nes con las que se tra­ba­je o cola­bo­re.

Artícu­lo 29. Reco­no­cer su res­pon­sa­bi­li­dad social y la influen­cia de su posi­ción, evi­tan­do que su actua­ción pro­fe­sio­nal res­pon­da a pre­sio­nes ejer­ci­das por per­so­nas, gru­pos o ins­ti­tu­cio­nes.

Artícu­lo 30. Pre­ci­sar con obje­ti­vi­dad su pre­pa­ra­ción, fun­cio­nes que efec­túa, afi­lia­ción pro­fe­sio­nal así como las de la Aso­cia­ción cuan­do sea nece­sa­rio pro­mo­cio­nar o difun­dir el ser­vi­cio psi­co­ló­gi­co.

Artícu­lo 31. Anun­ciar de for­ma cien­tí­fi­ca y pro­fe­sio­nal el mate­rial, libros u otros ins­tru­men­tos que desa­rro­lle.

Artícu­lo 32. Difun­dir las apor­ta­cio­nes de la psi­co­lo­gía y ofre­cer sus ser­vi­cios sin sen­sa­cio­na­lis­mos.

Artícu­lo 33. Limi­tar el diag­nós­ti­co indi­vi­dual y la psi­co­te­ra­pia a una rela­ción psi­co­ló­gi­ca pro­fe­sio­nal. Al dar opi­nio­nes o con­se­jos a tra­vés de los medios de comu­ni­ca­ción masi­va, o simi­la­res, el psi­có­lo­go ejer­ce­rá el más alto jui­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 34. Cola­bo­rar en el con­trol pro­fe­sio­nal y comer­cial de mate­rial psi­co­ló­gi­co, evi­tar su difu­sión gene­ra­li­za­da y limi­tar su dis­tri­bu­ción a quie­nes estén debi­da­men­te acre­di­ta­dos.

CAPITULO TERCERO. DE LOS DEBERES PARA CON LOS CLIENTES

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 35. Limi­tar­se a man­te­ner una rela­ción pro­fe­sio­nal con sus clien­tes.

Artícu­lo 36. Man­te­ner la más alta cali­dad en la pres­ta­ción de sus ser­vi­cios, inde­pen­dien­te­men­te de la remu­ne­ra­ción acor­da­da con el clien­te.

Artícu­lo 37. Pres­tar sus ser­vi­cios sólo cuan­do la pro­ble­má­ti­ca plan­tea­da por el clien­te que­de den­tro del ámbi­to de su com­pe­ten­cia.

Artícu­lo 38. Esta­ble­cer un con­ve­nio cla­ro en aque­llos casos en los cua­les el clien­te es envia­do por una Ins­ti­tu­ción o un ter­ce­ro. Espe­ci­fi­car en estos casos a la Ins­ti­tu­ción o a los ter­ce­ros que los infor­mes se les pre­sen­ta­rán de for­ma gene­ral y jamás con infor­ma­ción con­fi­den­cial o que des­acre­di­te a la per­so­na. Se inclu­ye como infor­ma­ción con­fi­den­cial los resul­ta­dos de la apli­ca­ción de ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 39. Negar­se a pres­tar sus ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les con fines de entre­te­ni­mien­to.

Artícu­lo 40. Ser espe­cial­men­te cui­da­do­so al tra­ba­jar con meno­res de edad o dis­ca­pa­ci­ta­dos para garan­ti­zar­les la pro­tec­ción de sus dere­chos e intere­ses.

Artícu­lo 41. Admi­nis­trar las inter­ven­cio­nes que juz­gue más segu­ras y menos one­ro­sas tan­to en tiem­po como en eco­no­mía.

Artícu­lo 42. Infor­mar a su clien­te sobre el plan de tra­ba­jo y hono­ra­rios, así como de las con­di­cio­nes de posi­bles cam­bios a lo lar­go de la rela­ción pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 43. Ter­mi­nar sus ser­vi­cios cuan­do el clien­te no está per­ci­bien­do bene­fi­cios del mis­mo y ofre­cer otras alter­na­ti­vas de asis­ten­cia.

Artícu­lo 44. Evi­tar per­jui­cios al clien­te cuan­do sea nece­sa­rio sus­pen­der o des­con­ti­nuar la pres­ta­ción de los ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les. En estos casos se debe­rá infor­mar al clien­te con la debi­da anti­ci­pa­ción y se le pro­por­cio­na­rá la infor­ma­ción nece­sa­ria para que otro psi­có­lo­go o pro­fe­sio­nis­ta pro­si­ga la asis­ten­cia.

Artícu­lo 45. Renun­ciar al cobro de sus hono­ra­rios cuan­do el tra­ba­jo que reali­zó no se efec­tuó en con­cor­dan­cia con lo reque­ri­do o cuan­do se haya incu­rri­do en negli­gen­cia pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 46. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos que lo pue­dan con­du­cir a reve­lar el secre­to pro­fe­sio­nal o a uti­li­zar la infor­ma­ción reci­bi­da de su clien­te, sal­vo que obten­ga la auto­ri­za­ción pre­via y for­mal del mis­mo.

Artícu­lo 47. Ase­gu­rar­se de que cual­quier asis­ten­te o estu­dian­te que pro­por­cio­ne ser­vi­cios bajo su auto­ri­dad esté capa­ci­ta­do para pro­por­cio­nar dichos ser­vi­cios, asu­mien­do la obli­ga­ción de super­vi­sar per­ma­nen­te­men­te la acti­vi­dad.

CAPITULO CUARTO. DE LOS DEBERES PARA CON LOS COLEGAS

El psicólogo deberá:

Artícu­lo 48. Pro­mo­ver y man­te­ner en la comu­ni­dad de pro­fe­sio­nis­tas un espí­ri­tu de cola­bo­ra­ción y res­pe­to mutuo, aún cuan­do exis­tan dife­ren­cias teó­ri­cas y/o meto­do­ló­gi­cas.

Artícu­lo 49. Reco­no­cer y res­pe­tar las nece­si­da­des, espe­cia­li­za­cio­nes, dere­chos y carac­te­rís­ti­cas per­so­na­les de sus cole­gas y otros pro­fe­sio­nis­tas.

Artícu­lo 50. Reco­no­cer la capa­ci­dad y méri­to de sus cole­gas en el ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal y evi­tar sub­es­ti­mar a sus cole­gas emplean­do el posi­ble cono­ci­mien­to de ante­ce­den­tes per­so­na­les que pue­dan oca­sio­nar algún per­jui­cio o des­pres­ti­gio pro­fe­sio­nal y/o per­so­nal, a menos que una ins­tan­cia legal lo requie­ra.

Artícu­lo 51. Pro­ce­der de mane­ra tal que sal­va­guar­de el buen nom­bre del cole­ga a quien reem­pla­ce cuan­do sea nece­sa­rio encar­gar­se de sus asun­tos pro­fe­sio­na­les. Los hono­ra­rios per­ci­bi­dos se des­ti­na­rán según lo acor­da­do pre­via­men­te.

Artícu­lo 52. Exi­gir el cum­pli­mien­to del Códi­go Éti­co cuan­do un cole­ga vio­le algún prin­ci­pio, siem­pre y cuan­do la fal­ta no exi­ja de la san­ción de un cuer­po cole­gia­do, en cuyo caso pre­sen­ta­rá ante dicho orga­nis­mo la denun­cia res­pec­ti­va.

Artícu­lo 53. Pro­veer con­di­cio­nes favo­ra­bles de tra­ba­jo y posi­bi­li­da­des de desa­rro­llo pro­fe­sio­nal a sus cola­bo­ra­do­res.

Artícu­lo 54. Dar cré­di­to a sus cole­gas, ase­so­res y tra­ba­ja­do­res por la inter­ven­ción que ten­gan en los asun­tos, inves­ti­ga­cio­nes y tra­ba­jos ela­bo­ra­dos en con­jun­to.

Artícu­lo 55. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos don­de otro pro­fe­sio­nis­ta esté pres­tan­do sus ser­vi­cios, sal­vo que el clien­te y el otro pro­fe­sio­nis­ta le auto­ri­cen para ello, o bien en aque­llos casos de urgen­cia en los que sea nece­sa­rio ofre­cer aten­ción pri­ma­ria en situa­cio­nes de cri­sis.

CAPITULO QUINTO. DE LOS DEBERES EN LA INVESTIGACIÓN

El psi­có­lo­go rea­li­za­rá acti­vi­da­des de inves­ti­ga­ción obser­van­do los siguien­tes cri­te­rios:

Artícu­lo 56. La inves­ti­ga­ción debe pre­ver su impac­to sobre el desa­rro­llo de la psi­co­lo­gía, así como los bene­fi­cios socia­les que de ella se des­pren­dan.

Artícu­lo 57. Las per­so­nas con las que cola­bo­re en la inves­ti­ga­ción deben ser per­so­nas cali­fi­ca­das en el cam­po de la psi­co­lo­gía y de la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca y, cuan­do sea nece­sa­rio, bajo la super­vi­sión ade­cua­da.

Artícu­lo 58. Res­pe­tar la inte­gri­dad de los seres huma­nos, la cual pre­va­le­ce­rá por enci­ma de cual­quier logro que pue­da con­si­de­rar­se cien­tí­fi­ca­men­te valio­so

Artícu­lo 59. Cuan­do el pro­yec­to de inves­ti­ga­ción se fun­da­men­te exclu­si­va­men­te en lite­ra­tu­ra y ante­ce­den­tes cien­tí­fi­cos.

Artícu­lo 60. Soli­ci­tar la auto­ri­za­ción per­ti­nen­te cuan­do la inves­ti­ga­ción se lle­ve a cabo en una Ins­ti­tu­ción, res­pe­tan­do los pro­ce­di­mien­tos de la mis­ma. En el infor­me final, debe­rá dar cré­di­to a las ins­ti­tu­cio­nes y per­so­nas que cola­bo­ra­ron para su rea­li­za­ción.

Artícu­lo 61. Evi­tar con­flic­tos de intere­ses y dis­mi­nuir al máxi­mo las posi­bles inter­fe­ren­cias en el medio en el que se obtie­nen los datos.

Artícu­lo 62. Expre­sar las con­clu­sio­nes en su exac­ta mag­ni­tud y en estric­to ape­go a las nor­mas meto­do­ló­gi­cas acor­des con el tipo de estu­dio. Pro­cu­ran­do ade­más la difu­sión de los resul­ta­dos.

Artícu­lo 63. Cono­cer amplia­men­te los bene­fi­cios y ries­gos que impli­ca la inves­ti­ga­ción sobre cada par­ti­ci­pan­te.

Artícu­lo 64. Con­si­de­rar­se res­pon­sa­ble de los par­ti­ci­pan­tes, aun cuan­do cada uno de ellos haya dado su con­sen­ti­mien­to, por lo tan­to, debe­rá exis­tir un con­tra­to cla­ro y for­mal que esta­blez­ca las res­pon­sa­bi­li­da­des tan­to del inves­ti­ga­dor como del par­ti­ci­pan­te.

Artícu­lo 65. Garan­ti­zar que la inves­ti­ga­ción se lle­va­rá a cabo en las ins­ta­la­cio­nes y con los recur­sos que ofrez­can con­di­cio­nes ade­cua­das para el éxi­to de la inves­ti­ga­ción y la inte­gri­dad de los par­ti­ci­pan­tes.

Artícu­lo 66. Gene­rar el cli­ma ade­cua­do para que la per­so­na expre­se con abso­lu­ta liber­tad su acep­ta­ción o recha­zo a su con­di­ción de suje­to de expe­ri­men­ta­ción.

Artícu­lo 67. Dar a cono­cer a pre­via­men­te a cada par­ti­ci­pan­te la natu­ra­le­za, alcan­ces, fines y con­se­cuen­cias de la expe­ri­men­ta­ción. Cuan­do el méto­do requie­ra ocul­tar infor­ma­ción o hacer uso de infor­ma­ción fal­sa, en cuan­to sea posi­ble, expli­car y jus­ti­fi­car a los par­ti­ci­pan­tes lo ocu­rri­do.

Artícu­lo 68. Per­mi­tir al par­ti­ci­pan­te ejer­cer su dere­cho a reti­rar su con­sen­ti­mien­to o sus­pen­der su par­ti­ci­pa­ción en cual­quier eta­pa de la inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 69. Soli­ci­tar el per­mi­so del res­pon­sa­ble jurí­di­co cuan­do el par­ti­ci­pan­te pre­sen­te algu­na inca­pa­ci­dad legal, físi­ca o men­tal. Res­pe­tan­do indis­cu­ti­ble­men­te el recha­zo del par­ti­ci­pan­te a cola­bo­rar en la inves­ti­ga­ción aún cuan­do pre­sen­te algu­na inca­pa­ci­dad legal, físi­ca o men­tal.

Artícu­lo 70. Pro­te­ger al par­ti­ci­pan­te de toda inco­mo­di­dad, daño o peli­gro que pue­da pre­sen­tar­se; y, de exis­tir, se le infor­ma­rá en todos los casos para obte­ner su con­sen­ti­mien­to.

Artícu­lo 71. Res­pe­tar la inti­mi­dad de los par­ti­ci­pan­tes y por tan­to garan­ti­zar el ano­ni­ma­to y con­fi­den­cia­li­dad de la infor­ma­ción obte­ni­da de ellos, a menos que pre­via­men­te se acor­da­ra algo dife­ren­te.

Artícu­lo 72. Al rea­li­zar inves­ti­ga­ción con ani­ma­les, adqui­rir, man­te­ner y eli­mi­nar a los suje­tos ajus­tán­do­se a las dis­po­si­cio­nes lega­les.

Artícu­lo 73. Docu­men­tar­se y pro­cu­rar los cui­da­dos y nece­si­da­des de un ani­mal que par­ti­ci­pe en una inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 74. Super­vi­sar y garan­ti­zar que los pro­ce­di­mien­tos se reali­cen con el debi­do cui­da­do, pro­cu­ran­do el bien­es­tar de los ani­ma­les que par­ti­ci­pen en una inves­ti­ga­ción

Artícu­lo 75. Evi­tar o dis­mi­nuir al míni­mo indis­pen­sa­ble cual­quier males­tar, inco­mo­di­dad, dolor o enfer­me­dad de los ani­ma­les par­ti­ci­pan­tes en una inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 76. Cuan­do sea indis­pen­sa­ble, rea­li­zar los pro­ce­di­mien­tos para ter­mi­nar con la vida del ani­mal de for­ma rápi­da e indo­lo­ra.

CAPÍTULO SEXTO. DE LOS BEBERES EN LA DOCENCIA

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 77. Fun­da­men­tar su acti­vi­dad en una pre­pa­ra­ción peda­gó­gi­ca y cien­tí­fi­ca y actua­li­za­da.

Artícu­lo 78. Reco­no­cer la impor­tan­cia y tras­cen­den­cia de la edu­ca­ción en la for­ma­ción del indi­vi­duo, así como las con­se­cuen­cias socia­les de ésta.

Artícu­lo 79. Ser sen­si­ble a los valo­res de sus alum­nos, res­pe­tar sus acti­tu­des y estar cons­cien­te que sus pro­pios valo­res influ­yen en el mate­rial y la selec­ción de los temas que ense­ña.

Artícu­lo 80. Pre­sen­tar en sus pro­gra­mas los temas de sus cur­sos en tér­mi­nos cla­ros y con­cre­tos, mar­can­do obje­ti­vos, meto­do­lo­gía y sis­te­ma de eva­lua­ción.

Artícu­lo 81. Evi­tar dele­gar sus obli­ga­cio­nes y debe­res en otras per­so­nas. Cuan­do le sea impo­si­ble cum­plir con su tra­ba­jo por razo­nes de fuer­za mayor, debe­rá pedir la cola­bo­ra­ción de sus cole­gas capa­ci­ta­dos en el área.

Artícu­lo 82. Esti­mu­lar y apo­yar en sus alum­nos el inte­rés por el cono­ci­mien­to, así como la bús­que­da y crea­ción del mis­mo. Pro­mo­ver en todos los cur­sos el cono­ci­mien­to y valor de la éti­ca pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 83. Adop­tar una acti­tud de res­pe­to y aten­ción a los pun­tos de vis­ta expre­sa­dos por sus alum­nos aún cuan­do no esté de acuer­do con ellos.

Artícu­lo 84. Tra­tar siem­pre de for­ma obje­ti­va y res­pe­tuo­sa todos los temas, ya que algu­nos pue­den ser poten­cial­men­te ofen­si­vos para algu­nas per­so­nas.

CAPÍTULO SÉPTIMO. DE LOS DEBERES EN LA PSICOTERAPIA

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 85. Prac­ti­car la psi­co­te­ra­pia siem­pre y cuan­do se encuen­tre amplia­men­te capa­ci­ta­do en esta acti­vi­dad pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 86. Pro­por­cio­nar tra­ta­mien­to psi­co­te­ra­péu­ti­co cuan­do se le soli­ci­te, par­ti­cu­lar­men­te en situa­cio­nes de urgen­cia.

Artícu­lo 87. Adop­tar y fomen­tar las medi­das nece­sa­rias que garan­ti­cen que un núme­ro cada vez mayor de per­so­nas ten­gan acce­so a ser­vi­cios psi­co­te­ra­péu­ti­cos.

Artícu­lo 88. Pro­por­cio­nar al clien­te al final de la pri­me­ra sesión, la infor­ma­ción exac­ta sobre el cos­to de la psi­co­te­ra­pia, dura­ción, hora­rios, así como de la pro­gra­ma­ción de los pagos.

Artícu­lo 89. Ase­gu­rar­se de no pro­lon­gar inne­ce­sa­ria­men­te el tra­ta­mien­to psi­co­te­ra­péu­ti­co o tra­tar de con­ven­cer al clien­te de que se some­ta a tra­ta­mien­tos de diag­nós­ti­co inne­ce­sa­rios.

Artícu­lo 90. Apo­yar al clien­te, den­tro del ámbi­to de su exclu­si­va com­pe­ten­cia, para rea­li­zar el cobro de hono­ra­rios cuan­do sea una ter­ce­ra per­so­na quien pague el cos­to del tra­ta­mien­to.

Artícu­lo 91. Pro­por­cio­nar al clien­te des­de la pri­me­ra sesión la infor­ma­ción sobre obje­ti­vos, pro­ce­di­mien­tos y orien­ta­ción teó­ri­ca en rela­ción con el pro­ce­so tera­péu­ti­co.

Artícu­lo 92. Evi­tar satis­fa­cer las nece­si­da­des que que­den fue­ra del ámbi­to pro­fe­sio­nal a expen­sas del clien­te.

Artícu­lo 93. Pre­pa­rar al clien­te para ter­mi­nar el pro­ce­so psi­co­te­ra­péu­ti­co y tomar las medi­das apro­pia­das para con­ti­nuar el tra­ta­mien­to si está jus­ti­fi­ca­do.

Artícu­lo 94. Res­pe­tar la peti­ción del clien­te de con­sul­tar con otro pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 95. Man­te­ner un regis­tro exac­to del pro­ce­so tera­péu­ti­co y siem­pre actua­li­za­do. Se han de con­si­de­rar los pro­ble­mas de la con­fi­den­cia­li­dad al deci­dir qué infor­ma­ción sobre el clien­te debe o no regis­trar­se en su expe­dien­te

Artícu­lo 96. Evi­tar obte­ner infor­ma­ción con enga­ño o vio­len­cia y abs­te­ner­se de bus­car más infor­ma­ción de la que sea nece­sa­ria para el pro­ce­so psi­co­te­ra­péu­ti­co.

Artícu­lo 97. Implan­tar un sis­te­ma para pro­te­ger la con­fi­den­cia­li­dad de todos los regis­tros e infor­mar a los clien­tes sobre los lími­tes lega­les de la mis­ma.

Artícu­lo 98. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos que lo pue­dan con­du­cir a reve­lar secre­tos pro­fe­sio­na­les o a uti­li­zar la infor­ma­ción reci­bi­da de su clien­te, sal­vo que obten­ga la auto­ri­za­ción pre­via y for­mal del mis­mo.

Artícu­lo 99. Man­te­ner el expe­dien­te de cada clien­te duran­te un lap­so de 5 años des­pués de ter­mi­nar el tra­ta­mien­to, pasa­do este perio­do des­ha­cer­se final­men­te del expe­dien­te de tal for­ma que no se com­pro­me­ta la con­fi­den­cia­li­dad.

Artícu­lo 100. Guar­dar el secre­to pro­fe­sio­nal en: a) la infor­ma­ción obte­ni­da por cau­sa de la pro­fe­sión; b) Las con­fi­den­cias hechas por ter­ce­ros al psi­có­lo­go, en razón de su pro­fe­sión y c) las con­fi­den­cias deri­va­das de rela­cio­nes con cole­gas u otros pro­fe­sio­nis­tas. Se Excep­túan los siguien­tes casos: a) aque­llos en que se actúe con­for­me a cir­cuns­tan­cias pre­vis­tas por la ley, debe­rá infor­mar­se inme­dia­ta­men­te al clien­te de esta situa­ción; b) aque­llos en que se tra­te de meno­res de edad, y sus res­pon­sa­bles jurí­di­cos, escue­la o tri­bu­nal requie­ran un infor­me cuyo fin com­pro­ba­ble sea brin­dar­les ayu­da; c) en caso de que el psi­có­lo­go fue­ra acu­sa­do legal­men­te, podrá reve­lar el secre­to pro­fe­sio­nal sólo den­tro de los lími­tes indis­pen­sa­bles para su pro­pia defen­sa; d) aque­llos en que se actúe para evi­tar la comi­sión de un deli­to y pre­ve­nir daños mora­les o mate­ria­les que de él se deri­ven; e) aque­llos en que el que con­sul­ta dé su con­sen­ti­mien­to por escri­to, para que los resul­ta­dos sean cono­ci­dos por quien él auto­ri­ce.

Artícu­lo 101. El deber de guar­dar el secre­to pro­fe­sio­nal es de jus­ti­cia con­mu­ta­ti­va y se extien­de a todo el per­so­nal que tra­ba­ja en la Aso­cia­ción. Esta obli­ga­ción debe­rá ser recor­da­da cons­tan­te­men­te por los psi­có­lo­gos a todos los miem­bros de la Aso­cia­ción. Debe tener­se en cuen­ta que el secre­to pro­fe­sio­nal se pue­de vio­lar no sola­men­te por pala­bras sino tam­bién por ges­tos, son­ri­sas, pos­tu­ras cor­po­ra­les, etc.

Artícu­lo 102. Cuan­do el clien­te pida y/o auto­ri­ce que el psi­có­lo­go reve­le par­te o toda la infor­ma­ción de su caso, el psi­có­lo­go le orien­ta­rá acer­ca de qué infor­ma­ción es apro­pia­do reve­lar y a quién debe reve­lar­se, hacién­do­le notar posi­bles con­se­cuen­cias.

Artícu­lo 103. Fijar con el clien­te una fecha ten­ta­ti­va para la ter­mi­na­ción del tra­ta­mien­to, revi­sán­do­la perió­di­ca­men­te o cuan­do sea nece­sa­rio.

Artícu­lo 104. Revi­sar los casos de tra­ta­mien­to pro­lon­ga­do con otros cole­gas, a fin de eva­luar la nece­si­dad de con­cluir­los así como las estra­te­gias para lograr­lo.

Artícu­lo 105. Dis­cu­tir sólo con pro­pó­si­tos pro­fe­sio­na­les la infor­ma­ción obte­ni­da de una rela­ción clí­ni­ca o de con­sul­ta y comu­ni­car­la sólo a quie­nes estén cla­ra­men­te rela­cio­na­dos con el caso.

CAPÍTULO OCTAVO. DE LOS DEBERES EN LA EVALUACIÓN Y USO DE INSTRUMENTOS

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 106. Vigi­lar que la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción de las prue­bas e ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos sean exclu­si­vas de quie­nes posean la pre­pa­ra­ción pro­fe­sio­nal ade­cua­da y hayan acep­ta­do las obli­ga­cio­nes y con­se­cuen­cias de esta prác­ti­ca.

Artícu­lo 107. Seguir los pro­ce­di­mien­tos cien­tí­fi­cos para el desa­rro­llo, vali­dez y estan­da­ri­za­ción de ins­tru­men­tos de eva­lua­ción.

Artícu­lo 108. Evi­tar la comer­cia­li­za­ción y dis­tri­bu­ción indis­cri­mi­na­da de prue­bas dis­po­ni­bles para uso pro­fe­sio­nal, inclu­yen­do manua­les o infor­ma­ción que expre­sen sus moti­vos o fines, su desa­rro­llo, su vali­dez, y el nivel de entre­na­mien­to nece­sa­rio para apli­car­las e inter­pre­tar­las.

Artícu­lo 109. Emplear los ins­tru­men­tos como se indi­ca en los manua­les res­pec­ti­vos, sien­do rigu­ro­so en la meto­do­lo­gía para la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción de los ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 110. Usar las prue­bas e ins­tru­men­tos en pro­ce­so de vali­da­ción sólo con fines de inves­ti­ga­ción o docen­cia, pre­via acla­ra­ción al res­pec­to y con las debi­das reser­vas.

Artícu­lo 111. Con­si­de­rar a las prue­bas psi­co­ló­gi­cas como ins­tru­men­tos auxi­lia­res que de nin­gu­na mane­ra son sufi­cien­tes para ela­bo­rar un diag­nós­ti­co.

Artícu­lo 112. Expli­car al con­sul­tan­te sobre la natu­ra­le­za, pro­pó­si­tos y resul­ta­dos de la prue­ba en len­gua­je com­pren­si­ble y cons­truc­ti­vo, sal­va­guar­dán­do­lo de cual­quier situa­ción que pon­ga en peli­gro su esta­bi­li­dad emo­cio­nal.

Artícu­lo 113. Dar a cono­cer a los con­sul­tan­tes los resul­ta­dos e inter­pre­ta­cio­nes de los ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos emplea­dos, evi­tan­do apor­tar infor­ma­ción que pue­da com­pro­me­ter el fun­cio­na­mien­to de la prue­ba, pero expli­can­do las bases de las deci­sio­nes que pue­dan afec­tar al con­sul­tan­te o a quien depen­da de él.

Artícu­lo 114. Evi­tar apli­car cual­quier ins­tru­men­to de eva­lua­ción psi­co­ló­gi­ca a fami­lia­res o ami­gos.

Artícu­lo 115. Ase­gu­rar­se de que la apli­ca­ción y resul­ta­dos de ins­tru­men­tos de eva­lua­ción psi­co­ló­gi­ca sean estric­ta­men­te con­fi­den­cia­les

Artícu­lo tran­si­to­rio

En caso de duda o con­flic­to en la inter­pre­ta­ción o cum­pli­mien­to del pre­sen­te Códi­go de Éti­ca, éstas se resol­ve­rán de con­for­mi­dad con lo que dis­pon­ga la Jun­ta de Honor y Jus­ti­cia de la AMAPSI.

BIBLIOGRAFÍA

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Subjetividad y praxis: la diversidad de los contextos culturales

Subjetividad y praxis: la diversidad de los contextos culturales

por Marco Eduardo Murueta

Subjetividad objetiva y objetividad subjetiva

La obje­ti­vi­dad es lo ver­da­de­ra­men­te sub­je­ti­vo. La sub­je­ti­vi­dad es lo ver­da­de­ra­men­te obje­ti­vo. Lo más sub­je­ti­vo es lo obje­ti­vo. Lo más obje­ti­vo es lo sub­je­ti­vo.

Por una par­te, cuan­do se tie­ne un obje­to, hay múl­ti­ples ángu­los y momen­tos en que éste pue­de cir­cuns­cri­bir­se, des­de cada uno de los cua­les se va hacien­do dis­tin­to, es decir, se va hacien­do otro obje­to. El obje­to cam­bia al modi­fi­car­se el con­tex­to, la his­to­ria en la que se enmar­ca y que siem­pre va sien­do dis­tin­ta. El obje­to que en un momen­to lla­mó la aten­ción por su nove­dad al poco tiem­po se hace vie­jo e indi­fe­ren­te, es otro. Pero, aún más, gene­ral­men­te un obje­to nace ambi­guo y com­ple­jo por la simul­tá­nea diver­si­dad y movi­mien­to de los con­tex­tos en los que se inser­ta des­de el prin­ci­pio. Así, un obje­to es siem­pre muchos obje­tos, hay una infi­ni­tud de obje­tos impli­ca­da en cada obje­to, por­que son infi­ni­tos sus con­tex­tos.

Por la otra par­te, no hay nada más paten­te y vívi­do, es decir, no hay nada más obje­ti­vo, que las emo­cio­nes cuan­do éstas son inten­sas, aun­que a veces no se ten­ga pala­bras para des­cri­bir­las.

A dife­ren­cia de lo externo que pue­de ser obser­va­do des­de diver­sos ángu­los y tie­ne des­de su ori­gen múl­ti­ples face­tas, lo interno úni­ca­men­te es des­de el ángu­lo mis­mo en que fue cap­ta­do por la per­so­na que lo obser­va; no es otra cosa, sino eso mis­mo que fue per­ci­bi­do inter­na­men­te. Es dolor, es ale­gría, es nos­tal­gia, es un recuer­do, una ima­gen, una narra­ción que el obser­va­dor ha per­ci­bi­do des­de el úni­co plano en que exis­ten. En cuan­to esas emo­cio­nes y viven­cias inter­nas pue­den ana­li­zar­se se trans­for­man en exter­nas y dejan de ser lo que fue­ron ori­gi­nal­men­te al entrar en rela­ción con otros con­tex­tos.

Con entre­na­mien­to una per­so­na pue­de apren­der a des­cri­bir con alta fide­li­dad sus emo­cio­nes y la for­ma en que desa­rro­lló un pen­sa­mien­to, así como pue­de narrar sus sue­ños que sola­men­te tie­nen un úni­co ángu­lo des­de el que son soña­dos. Sin embar­go, debe que­dar cla­ro que al nom­brar o des­cri­bir un hecho éste se trans­for­ma. Por eso se dice que el sue­ño narra­do es siem­pre dis­tin­to del sue­ño soña­do, y lo mis­mo ocu­rre con cual­quier otro obje­to. Todo obje­to al ser repre­sen­ta­do se modi­fi­ca, se hace otro en cada oca­sión en que se recuer­da. Enten­dien­do esto, podría­mos tener cla­ro que “el pasa­do se pue­de cam­biar” y de hecho cam­bia con sólo men­cio­nar­lo, como cam­bia un libro o una pelí­cu­la a los que se entra por segun­da o enési­ma vez. Los seres huma­nos esta­mos con­de­na­dos a trans­for­mar todo lo que toca­mos, aún cuan­do no sea esa la inten­ción. Por eso la cul­tu­ra cre­ce y se modi­fi­ca con la reite­ra­ción, con los ritua­les, con las cos­tum­bres.

Las emo­cio­nes y los pen­sa­mien­tos tie­nen un sen­ti­do pri­mi­ge­nio úni­co, mien­tras que lo externo es des­de el pri­mer momen­to diver­so, poli­sé­mi­co. Pero lo interno sólo pue­de per­vi­vir exter­na­li­zán­do­se, es decir, hacién­do­se otro. La viven­cia pasa a ser recuer­do. Los recuer­dos, es decir, el pasa­do, va cam­bian­do con­for­me pasa la vida; lo que un día fue tris­te­za y debi­li­dad des­pués se trans­for­ma en orgu­llo y for­ta­le­za, tal como lo mues­tran las his­to­rias heroi­cas.

En psi­co­lo­gía, los obje­ti­vis­tas no con­fia­ban en la per­cep­ción direc­ta de los datos, sino en la medi­da en que dos o más suje­tos obser­va­do­res esta­ban de acuer­do, con lo cual sus datos resul­tan “inter­sub­je­ti­vos”. Del otro lado, muchos teó­ri­cos de la sub­je­ti­vi­dad, en cam­bio, no pare­cen preo­cu­par­se mucho por con­fir­mar sus obser­va­cio­nes, las con­si­de­ran ver­da­de­ras y váli­das des­de el pri­mer momen­to, como si fue­ran obje­ti­vas.

A prin­ci­pios del siglo XXI, toda­vía hay muchos obje­ti­vis­tas que no han enten­di­do que los ojos y los oídos han sido edu­ca­dos para per­ci­bir lo que per­ci­ben, tie­nen una his­to­ria y corres­pon­den a acti­tu­des y creen­cias ideo­ló­gi­cas, y que, por tan­to, lo mis­mo ocu­rre con todos los patro­nes de medi­da a los que han con­si­de­ra­do como si fue­ran imper­so­na­les o ahis­tó­ri­cos.

Los teó­ri­cos de la sub­je­ti­vi­dad no se per­ca­tan de que los fenó­me­nos que con­si­de­ran “sub­je­ti­vos” se pro­du­cen “obje­ti­va­men­te” y se rela­cio­nan de mane­ra obje­ti­va con las con­di­cio­nes de vida mate­rial en que se des­en­vuel­ven per­so­nas y gru­pos. Los teó­ri­cos de la sub­je­ti­vi­dad no com­pren­den lo que bien dice Pablo Fer­nán­dez Christlieb (2004) acer­ca de que el pen­sa­mien­to ocu­rre no sólo en la cabe­za de las per­so­nas sino que pen­sa­mos con movi­mien­tos cor­po­ra­les y con las cosas que nos rodean. Por ejem­plo, un lápiz o una compu­tado­ra, así como la orde­na­ción que hay en un super­mer­ca­do son ele­men­tos del pen­sar de indi­vi­duos y colec­ti­vos. Al dia­lo­gar se pien­sa tam­bién a tra­vés de las pala­bras del otro.

En efec­to, todo es sub­je­ti­vo debi­do a su obje­ti­vi­dad y es obje­ti­vo por su sub­je­ti­vi­dad. Esa es la reali­dad, decía Hegel. No es que el obje­to sea otro más allá de su apa­rien­cia, sino que la apa­rien­cia es ya una par­te del obje­to real que se for­ma de múl­ti­ples, suce­si­vas e infi­ni­tas for­mas de su apa­re­cer. Así, obje­ti­vi­dad y sub­je­ti­vi­dad, tan­to en el sen­ti­do onto­ló­gi­co y epis­te­mo­ló­gi­co como en su dimen­sión pro­pia­men­te psi­co­ló­gi­ca, inclu­so indi­vi­dual, son dimen­sio­nes mutua­men­te cons­ti­tu­ti­vas. Por eso pue­de decir­se que tam­bién el psi­có­ti­co tie­ne razón, como ya nos lo habían hecho ver, por una par­te Cer­van­tes y, por otra, Eras­mo de Rot­ter­dam. Y, sien­do con­se­cuen­tes, tam­bién habría que decir que el saber abso­lu­to pre­ten­di­do por Hegel no deja de cons­ti­tuir un deli­rio de gran­de­za que, por cier­to, muy pocos han podi­do com­pren­der.

Praxis y semiótica

Los seres huma­nos –como dice Hei­deg­ger (1927/1983; pp. 97–103)– esta­mos “arro­ja­dos” en la sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad. Vivi­mos en la sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad como los peces en el agua; o más aún, por­que no pode­mos siquie­ra ima­gi­nar o pen­sar un mun­do sin sig­ni­fi­ca­dos. La fal­ta de sig­ni­fi­ca­dos, la nada, equi­va­le al olvi­do o a la muer­te que, sin embar­go, no pue­de com­pren­der­se sino como otra for­ma de vida: el muer­to vive: es un con­jun­to semióti­co vivo. Todo mun­do posi­ble es un con­jun­to semióti­co en movi­mien­to. Todo tie­ne el carác­ter de signo o de sím­bo­lo, todo es semióti­co. Cada cosa es un sig­ni­fi­can­te y un sig­ni­fi­ca­do. Más exac­ta­men­te todo es poli­sé­mi­co, es decir, es muchos sig­ni­fi­can­tes y muchos sig­ni­fi­ca­dos, de mane­ra sin­cró­ni­ca y dia­cró­ni­ca. Los sig­ni­fi­ca­dos se vuel­ven sig­ni­fi­can­tes de otros sig­ni­fi­ca­dos, en una made­ja infi­ni­ta que la filo­so­fía y las cien­cias inten­tan des­en­re­dar y, para­dó­ji­ca­men­te, muchas veces enre­dan más.

En esta pers­pec­ti­va, tie­nen el mis­mo esta­tu­to onto­ló­gi­co las repre­sen­ta­cio­nes men­ta­les, los sue­ños y las emo­cio­nes, las accio­nes cor­po­ra­les, el pen­sa­mien­to, las pala­bras y las corres­pon­dien­tes accio­nes de otros; las cosas mate­ria­les y las cosas inma­te­ria­les con las que inter­ac­tua­mos. Todo es obje­­ti­­vo-sub­­je­­ti­­vo por­que todo es semióti­co.

Es con esta visión que por fin pue­de unir­se en un solo pro­ce­so inte­gral el alma y el cuer­po, la men­te y la con­duc­ta, lo incons­cien­te y lo cons­cien­te, la teo­ría y la prác­ti­ca. A esta diná­mi­ca inte­gral de los seres huma­nos le lla­ma­mos “pra­xis”, es decir, acción huma­na.

La pra­xis se carac­te­ri­za por la pre-visión. Pero esa pre-visión sólo es posi­ble por la incor­po­ra­ción del pasa­do, del pasa­do pro­pio y del pasa­do de otros. No es posi­ble ima­gi­nar nada que no sea una recom­bi­na­ción de lo vivi­do indi­vi­dual y colec­ti­va­men­te. La pra­xis se mues­tra así como tem­po­ra­li­dad, como un pre­sen­tar­se con­ti­nuo advi­nien­do lo que ha sido (al revés de cómo lo vió Hei­deg­ger, Op. Cit.). El sig­ni­fi­ca­do es un pro­duc­to his­tó­ri­co que abre siem­pre otras posi­bi­li­da­des, inme­dia­ta­men­te es un sig­ni­fi­can­te poli­sé­mi­co. Cada pala­bra abre varios dis­cur­sos posi­bles y el hablan­te va eli­gien­do. Al mis­mo tiem­po que quien lo escu­cha hace un esfuer­zo para seguir­lo y no per­der­se en los dis­cur­sos pro­pios que se le van gene­ran­do. Por eso, muchas veces tene­mos que leer otra vez la fra­se o el párra­fo al regre­sar de una de las tan­tas dis­trac­cio­nes pro­vo­ca­das por algu­nas pala­bras o fra­ses que van tocan­do pun­tos diver­sos de la his­to­ria per­so­nal.

A esa con­ti­nua poli­se­mia le hemos lla­ma­do “haz semióti­co”. Todo sím­bo­lo irra­dia sig­ni­fi­ca­dos con dife­ren­te fuer­za evo­ca­do­ra, algu­nos más cla­ros y dis­tin­tos y otros suti­les, ambi­guos, tras­la­pa­dos, mez­cla­dos o inte­gra­dos. Es lo que expli­ca el fenó­meno de la “con­den­sa­ción” que Freud encon­tró en la inter­pre­ta­ción de los sue­ños. Es la mul­ti­pli­ci­dad simul­tá­nea y con­ti­nua de la “aso­cia­ción libre”.

El paso de unos sig­ni­fi­ca­dos a otros es un pro­duc­to indi­so­lu­ble­men­te emo­cio­nal y cog­ni­ti­vo que en todos los casos cons­ti­tu­ye una acción, una acción cere­bral o motriz o ambas. No debe olvi­dar­se que la acción motriz es siem­pre una acción semióti­ca, tal como lo ha plan­tea­do Bru­ner (1991).

Los pro­ce­sos de sig­ni­fi­ca­do o pro­ce­sos semióti­cos tie­nen otra muy impor­tan­te pecu­lia­ri­dad: para gene­rar­se y man­te­ner­se requie­ren ser com­par­ti­dos. El ais­la­mien­to pro­lon­ga­do va borran­do los sig­ni­fi­ca­dos has­ta que lle­ga el momen­to en que no pue­de man­te­ner­se la cohe­ren­cia. Pero des­de un prin­ci­pio, la sen­sa­ción de fal­ta de sen­ti­do, de ambi­güe­dad o con­fu­sión de los sig­ni­fi­can­tes y los sig­ni­fi­ca­dos gene­ra ten­sión emo­cio­nal (neu­ro­sis). La curio­si­dad y la “avi­dez de nove­da­des” bus­can reto­mar el camino del com­par­tir la sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad. Pero si el “ano­na­da­mien­to” (la sen­sa­ción de la nada) se pro­lon­ga o se inten­si­fi­ca, la ansie­dad se ele­va y sólo pue­de dis­mi­nuir­se tran­si­to­ria­men­te a tra­vés de tres cami­nos:

  1. Pro­vo­car­se arti­fi­cio­sa y com­pul­si­va­men­te sen­sa­cio­nes pla­cen­te­ras (comer, beber, fumar, dro­gar­se, ir de com­pras, sexua­li­dad, jue­gos para pasar el tiem­po, tele­vi­sión, músi­ca, etc.).
  2. Cau­sar males­ta­res a otros (a tra­vés de cul­pas, bur­las, menos­pre­cio, some­ti­mien­to, agre­sión).
  3. Exi­gir a otros que actúen a par­tir de cri­te­rios rígi­dos o este­reo­ti­pa­dos y, por tan­to, absur­dos. Des­de el fana­tis­mo reli­gio­so has­ta la dis­cri­mi­na­ción y las modas.

Como es obvio, en los tres casos se tra­ta de sig­ni­fi­ca­cio­nes for­za­das que se man­tie­nen fun­cio­nan­do como círcu­los vicio­sos: ansie­­dad-com­­pe­n­­sa­­ción tra­n­­si­­to­­ria-ansie­­dad. La vida se hace super­fi­cial y, no obs­tan­te esas fór­mu­las palia­ti­vas cada vez más sofis­ti­ca­das y pato­ló­gi­cas, gra­dual­men­te va hun­dién­do­se en la angu­s­­tia-deses­­pe­­ra­­ción pro­vo­ca­da por el cre­cien­te sen­ti­do de sole­dad y frus­tra­ción.

Esas son las tres carac­te­rís­ti­cas que, des­gra­cia­da­men­te, van pre­do­mi­nan­do en la huma­ni­dad con­for­me se avan­za en el ais­la­mien­to indi­vi­dua­lis­ta que acom­pa­ña al supues­to pro­gre­so. No es casual que algu­nos de los paí­ses con mayor poder tec­no­ló­gi­co ten­gan altos índi­ces en dro­ga­dic­ción, obe­si­dad, infar­tos, vio­len­cia calle­je­ra, fami­liar y mili­tar, depre­sión pro­lon­ga­da, sui­ci­dios, etc. De lo cual, tien­den a cul­par a los paí­ses que tie­nen some­ti­dos. Según ellos, sus jóve­nes se dro­gan por­que los nar­co­tra­fi­can­tes lati­no­ame­ri­ca­nos lle­van las dro­gas has­ta la puer­ta de las escue­las. No advier­ten que son esos jóve­nes y no-tan-jóve­­nes, ansio­sos de la dro­ga por el indi­vi­dua­lis­mo en que viven, los que gene­ran el fenó­meno del nar­co­trá­fi­co. Que aun­que encie­rren en las cár­ce­les a todos los nar­co­tra­fi­can­tes actua­les sur­gi­rán otros que cubran esa nece­si­dad obje­­ti­­vo-sub­­je­­ti­­va de sus habi­tan­tes. Esos paí­ses pode­ro­sos, vigi­lan y con­tro­lan la mane­ra de ser de todos los paí­ses para que sean a ejem­plo y seme­jan­za de ellos.

Hábitos y lenguaje

La sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad se orga­ni­za como con­jun­to de hábi­tos y como len­gua­je. Como con­jun­to que inte­gra pro­gre­si­va­men­te hábi­tos sen­so­rio­mo­tri­ces o pra­xias, hábi­tos esté­ti­cos o gus­tos, hábi­tos emo­cio­na­les o sen­ti­mien­tos y hábi­tos cog­ni­ti­vos o creen­cias (Cfr. el con­cep­to de habi­tus en Bor­dieu, 1988). Los sig­ni­fi­ca­dos no-ver­­ba­­les y los ver­ba­les –como lo vió Vygots­ki (pen­sa­mien­to y len­gua­je)– se com­bi­nan, se entre­cru­zan, para hacer posi­ble la pra­xis, es decir, la acción huma­na y su evo­lu­ción his­tó­ri­ca.

La memo­ria se gene­ra median­te los hábi­tos no-ver­­ba­­les y la estruc­tu­ra­ción lin­güís­ti­ca (que tam­bién es una estruc­tu­ra­ción de hábi­tos lin­güís­ti­cos). El len­gua­je orga­ni­za y con­so­li­da los gus­tos, los sen­ti­mien­tos, las creen­cias, las pra­xias y así per­mi­te la memo­ria ver­bal y la re-crea­­ción pre­sen­te de los acon­te­ci­mien­tos emo­cio­nal­men­te sig­ni­fi­ca­ti­vos. Por eso pue­de hablar­se de una pre­his­to­ria para refe­rir­se a la eta­pa en que la huma­ni­dad aún no había logra­do la gra­fía, que per­mi­te la memo­ria a lar­go pla­zo y que evo­lu­cio­na a tra­vés de las gene­ra­cio­nes. De la mis­ma mane­ra, por razo­nes aná­lo­gas, una per­so­na no pue­de recor­dar sus viven­cia ante­rio­res a lo que Vygots­ki con­ci­bió como “len­gua­je inter­na­li­za­do”.

Las pala­bras estruc­tu­ran el mun­do. Las pala­bras, sin embar­go, son cul­mi­na­ción de la estruc­tu­ra­ción pira­mi­da­da o meta­cog­ni­ti­va de los hábi­tos. Los hábi­tos se “mola­ri­zan”, es decir, se inte­gran en paque­tes y se vin­cu­lan con otros hábi­tos y paque­tes de hábi­tos. Las pala­bras avan­zan hacia su for­ma con­cep­tual más alta en la medi­da en que inte­gran o empa­que­tan con­jun­tos de hábi­tos sen­so­rio­mo­tri­ces, emo­cio­na­les, esté­ti­cos y cog­ni­ti­vos. Las pala­bras repre­sen­tan con­jun­tos sig­ni­fi­ca­ti­vos de dife­ren­te nivel y se rela­cio­nan con otras pala­bras para inte­grar­se en cla­ses, orde­na­cio­nes, ope­ra­cio­nes lógi­cas, ope­ra­cio­nes mate­má­ti­cas.

En ese sen­ti­do, la orga­ni­za­ción y for­ma­ción de los con­­ce­p­­tos-pala­­bras tien­de a una pará­bo­la: como lo des­cu­brió Pia­get (Pia­get e Inhel­der, 1978; Pia­get, 1979), las pala­bras nacen como nom­bres pega­dos al obje­to o acción que desig­nan; lue­go van hacien­do abs­trac­ción para inte­grar cla­ses de obje­tos y varia­bles abs­trac­tas, lle­gan a la repre­sen­ta­ción alge­brai­ca y ciber­né­ti­ca y, con una pers­pec­ti­va dia­léc­ti­ca (a la que no lle­gó Pia­get), pue­den vol­ver a inte­grar lo abs­trac­to y lo con­cre­to. El pen­sa­mien­to dia­léc­ti­co inte­gra en un solo pro­ce­so el razo­na­mien­to lógi­co y la intui­ción no-ver­­bal, la téc­ni­ca y el arte, el tra­ba­jo y el jue­go.

Las pala­bras son esque­le­to del con­jun­to semióti­co en el que nacen y se desa­rro­llan. Nom­brar es abrir un nue­vo orden, diri­gir la aten­ción, intro­du­cir un refe­ren­te com­par­ti­do, coor­di­nar y diri­gir las accio­nes (Luria, 1979). Lo que no se pone en len­gua­je flo­ta en el ambien­te psi­co­ló­gi­co de la vida indi­vi­dual o de un gru­po; anda como rebo­tan­do entre posi­bi­li­da­des lími­te que impo­nen las cos­tum­bres, los ritua­les, los hábi­tos colec­ti­vos; en los que tam­bién se ve “arro­ja­da” cada per­so­na, for­za­da a repe­tir­los.

Pero los nom­bres, ape­nas se crean, se vuel­ven poli­sé­mi­cos, es decir, nom­bran obje­tos que se van hacien­do dis­tin­tos. Cada nom­bre se inser­ta den­tro de las múl­ti­ples his­to­rias que se sin­te­ti­zan tan­to en una deter­mi­na­da colec­ti­vi­dad como en un indi­vi­duo con­cre­to. A pesar de los dic­cio­na­rios, todos las pala­bras son ambi­guas. Lo que dice el hablan­te es siem­pre dife­ren­te de lo que oye el que lo escu­cha. Es dife­ren­te por­que sus con­tex­tos his­tó­ri­cos son dis­tin­tos.

Los sig­nos o sím­bo­los son al mis­mo tiem­po com­par­ti­dos y no-com­­pa­r­­ti­­dos. Los sig­nos se com­par­ten más cuan­do se inser­tan en his­to­rias y prác­ti­cas simi­la­res o com­ple­men­ta­rias. Los sig­nos, a su vez, diri­gen las his­to­rias y las prác­ti­cas colec­ti­vas. Eso es lo que plan­tea Grams­ci con su con­cep­to de hege­mo­nía. La socie­dad se orga­ni­za a tra­vés de rela­cio­nes prá­c­­ti­­co-intui­­ti­­vas y prá­c­­ti­­co-lin­­güí­s­­ti­­cas sur­gi­das his­tó­ri­ca­men­te. Grams­ci (1975) con­si­de­ra esen­cial modi­fi­car inten­cio­nal­men­te la sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad con­cre­ta que cohe­sio­na y le da iden­ti­dad a una deter­mi­na­da colec­ti­vi­dad. Para ello, es nece­sa­rio dise­ñar nue­vos con­cep­tos, apren­der a nom­brar, crear nue­vas pala­bras para dar otra for­ma estruc­tu­ral a las accio­­nes-no ver­ba­les; pero, tam­bién lo recí­pro­co: pro­du­cir nue­vos tipos de accio­­nes-no ver­ba­les como cal­do de cul­ti­vo de los nue­vos con­cep­tos. Lo uno sin lo otro es tri­vial. Hay que hacer pala­bras para nom­brar las prác­ti­cas no-ver­­ba­­les social­men­te emer­gen­tes, y al mis­mo tiem­po, es nece­sa­rio abrir nue­vas posi­bi­li­da­des prác­ti­cas a tra­vés de seña­lar absur­dos lógi­cos y deri­var pro­pues­tas téc­ni­cas.

Identidad y diversidad cultural

Lo que los psi­có­lo­gos lla­man “auto­iden­ti­dad” o “Yo”, tam­bién debe com­pren­der­se como un deter­mi­na­do con­jun­to semióti­co, con una his­to­ria y un por­ve­nir. El “yo” tie­ne su sig­ni­fi­ca­do arti­cu­la­do con el sig­ni­fi­ca­do del mun­do del que for­ma par­te y que, bien vis­tas las cosas, en reali­dad el mun­do es tam­bién par­te del “yo” mis­mo. El “yo” tam­bién es plu­ri­sé­mi­co y por tan­to pue­de com­pren­der­se como un “haz semióti­co”, como todos los haces semióti­cos y los haces lumi­no­sos, con­ti­nua­men­te titi­lan­do, y así pue­de ima­gi­nar­se como un espec­tro en movi­mien­to que cam­bia su con­fi­gu­ra­ción a cada paso.

Si el mun­do se des­di­bu­ja por el ais­la­mien­to social, tam­bién se hace borro­sa la sen­sa­ción de sí mis­mo y la auto­per­cep­ción. Esto redun­da en la bús­que­da de esas sen­sa­cio­nes que tam­bién redu­cen la angus­tia por­que –mien­tras dura su efec­to– ayu­dan a reafir­mar la iden­ti­dad per­so­nal.

No bas­ta con seña­lar la influen­cia de cul­tu­ras deter­mi­na­das sobre los sen­ti­dos con­cre­ta­dos en una per­so­na, es nece­sa­rio com­pren­der de qué mane­ra la diver­si­dad cul­tu­ral impac­ta, se arrai­ga y se desa­rro­lla en cada caso. Pro­fun­di­zar en temas como for­ma­ción esté­ti­ca (edu­ca­ción de los sen­ti­dos), incor­po­ra­ción y pro­duc­ción inten­cio­nal de men­sa­jes, tra­di­cio­nes y valo­res. Los seres huma­nos somos capa­ces de tomar como pro­pias expe­rien­cias de otros a tra­vés de la comu­ni­ca­ción, para gene­rar accio­nes social­men­te per­ti­nen­tes. La pra­xis indi­vi­dual y colec­ti­va es pro­duc­to de la his­­to­­ria-cul­­tu­­ra, tan­to como lo inver­so. La reali­dad sur­ge his­tó­ri­ca­men­te con­for­me los seres huma­nos pro­du­cen y repro­ce­san sig­ni­fi­ca­dos de su acti­­vi­­dad-mun­­do, es decir, de su pra­xis. La diver­si­dad de pra­xis es cla­ve para enten­der la diver­si­dad cul­tu­ral que, a su vez, se sin­te­ti­za en cada pra­xis indi­vi­dual o colec­ti­va.

Freud intro­du­jo el con­cep­to de “super­yo” para refe­rir la intro­yec­ción o incor­po­ra­ción de valo­res cul­tu­ra­les a la per­so­na­li­dad de los indi­vi­duos. Según Freud, el “super­yo” inte­gra tan­to al “ideal del yo” como a “la cen­su­ra moral” que deli­mi­ta lo que el indi­vi­duo debe hacer y aque­llo que le está per­mi­ti­do. Sin embar­go, para Freud toda la ener­gía moti­va­cio­nal pro­vie­ne del “ello”, de las “pul­sio­nes” inna­tas de vida y de muer­te. Freud con­ci­bió al “super­yo” como algo esen­cial­men­te mono­lí­ti­co pues no tomó en cuen­ta la diver­si­dad cul­tu­ral en que se des­en­vuel­ve cada per­so­na. Ese con­cep­to freu­diano de “super­yo” pue­de vol­ver­se más intere­san­te si se le con­ci­be des­de la diver­si­dad cul­tu­ral, y, por tan­to, pue­de esta­ble­cer­se una fuer­za moti­va­cio­nal per­so­nal ori­gi­na­da por las con­tra­dic­cio­nes cul­tu­ra­les que incor­po­ra de sus padres, de la escue­la, de los medios de comu­ni­ca­ción y de otras influen­cias semióti­cas. La fuen­te prin­ci­pal de la moti­va­ción per­so­nal, así, no sería de carác­ter bio­ló­gi­co sino semi­óti­­co-cul­­tu­­ral, o sea his­tó­ri­ca, y esto impli­ca una pro­pues­ta muy rele­van­te en la psi­co­lo­gía con­tem­po­rá­nea, par­ti­cu­lar­men­te en Amé­ri­ca Lati­na, cri­sol de todas las cul­tu­ras.

En ese sen­ti­do, resul­ta intere­san­te la rela­ción entre el con­cep­to de pra­xis y la intro­yec­ción com­ple­ja de diver­sos valo­res cul­tu­ra­les. Las rela­cio­nes prác­ti­cas (sen­so­ria­les, esté­ti­cas) de una per­so­na con el medio cul­tu­ral que le rodea, al mis­mo tiem­po son pro­duc­to de una his­to­ria semióti­ca y, por tan­to, cul­tu­ral, como gene­ran nue­vas dimen­sio­nes semióti­cas y pro­du­cen cul­tu­ra.

Es nece­sa­rio revo­lu­cio­nar el con­cep­to de cul­tu­ra. Toda cul­tu­ra impli­ca una diver­si­dad cul­tu­ral en su inte­rior, todas las cul­tu­ras son cul­tu­ras híbri­das –como diría Gar­cía Can­cli­ni (1990). Un niño tie­ne la influen­cia esen­cial de las cul­tu­ras fami­lia­res dife­ren­tes de las que pro­vie­nen sus padres o tuto­res; la diná­mi­ca cul­tu­ral de las fami­lias se enfren­ta con las cul­tu­ras esco­la­res, inclu­si­ve cada maes­tro y cada com­pa­ñe­ro de la escue­la son expre­sión sin­té­ti­ca de otras com­bi­na­cio­nes cul­tu­ra­les. Los medios de comu­ni­ca­ción masi­va, los comer­cios, los jugue­tes y los jue­gos intro­du­cen otros tan­tos ele­men­tos cul­tu­ra­les en la auto­sen­sa­ción y com­pren­sión de sí mis­mo y del mun­do que le rodea. Las cul­tu­ras loca­les se ven alte­ra­das por la glo­ba­li­dad que, a pesar de todo su impac­to, no ter­mi­na de borrar­las.

Por eso Grams­ci (1987) con­ci­be al indi­vi­duo como “la sín­te­sis de las rela­cio­nes exis­ten­tes” y tam­bién “la his­to­ria de esas rela­cio­nes”. “Es el resul­ta­do de todo el pasa­do” –dice–. Lo mis­mo sería apli­ca­ble a un gru­po deter­mi­na­do, a una cla­se social, a una comu­ni­dad y a la huma­ni­dad toda. En ese sen­ti­do, la cul­tu­ra sig­ni­fi­ca la inco­r­­po­­ra­­ción-tran­s­­fo­r­­ma­­ción de las viven­cias de unos en otros, a tra­vés de la re-ite­­ra­­ción, como le lla­ma Hei­deg­ger (Op. Cit.) al apro­piar­se de lo que ha sido; al vol­ver a hacer pre­sen­te lo que ha sido, de una nue­va mane­ra, en un nue­vo con­tex­to y, por tan­to, como algo nue­vo.

Se usan las mis­mas pala­bras que siem­pre dicen algo dis­tin­to, y por tan­to son otras; se apli­can las mis­mas téc­ni­cas para pro­du­cir efec­tos espe­ra­dos en situa­cio­nes dife­ren­tes por lo que la téc­ni­ca siem­pre inte­gra la intui­ción de la posi­bi­li­dad que nun­ca es cer­te­za abso­lu­ta; se re-pro­­du­­cen las cos­tum­bres y los ritua­les como con­ti­nui­dad e iden­ti­dad his­tó­ri­ca de indi­vi­duos y comu­ni­da­des que van dejan­do de ser lo que eran, las iden­ti­da­des se trans­for­man. A tra­vés de ello se con­cre­tan y con­so­li­dan valo­res per­so­na­les y com­par­ti­dos por colec­ti­vi­da­des deter­mi­na­das, sin dejar de tener la ten­sión y el movi­mien­to que antes refe­ri­mos; lo mis­mo ocu­rre con las creen­cias y códi­gos de comu­ni­ca­ción, como base para la “socie­dad”, es decir, como base de la acción coor­di­na­da, de la coope­ra­ción y de la memo­ria indi­vi­dual y colec­ti­va. Sin la re-ite­­ra­­ción es impo­si­ble recor­dar, y por tan­to no sería posi­ble tener his­to­ria e iden­ti­dad; no es posi­ble el ser humano.

Así, la cul­tu­ra es –como decía Grams­ci– orga­ni­za­ción pro­gre­si­va, indi­vi­dual y colec­ti­va. Una cul­tu­ra com­ple­ja per­mi­te una orga­ni­za­ción com­ple­ja, pero tam­bién vice­ver­sa. La apro­pia­ción o re-ite­­ra­­ción de las expe­rien­cias y viven­cias de otros es lo que per­mi­te enten­der su pun­to de vis­ta, sus pro­pues­tas y el sen­ti­do de sus accio­nes; ele­men­tos indis­pen­sa­bles para coor­di­nar accio­nes colec­ti­vas.

Cultura y pseudocultura

Quie­nes ten­gan acce­so a expe­rien­cias diver­sas y ricas en su con­te­ni­do ten­drán más cul­tu­ra (al poder re-ite­­rar dichas expe­rien­cias) y, por tan­to, podrán cap­tar en mayor medi­da los mati­ces de per­so­na­li­da­des y situa­cio­nes logran­do ima­gi­nar com­bi­na­cio­nes y posi­bi­li­da­des com­ple­jas de mayor alcan­ce prác­ti­co. Podrán con­vo­car a opcio­nes enten­di­bles para muchos sin nece­si­dad de impo­ner­les un deter­mi­na­do pun­to de vis­ta. La impo­si­ción, la vio­len­cia, en el fon­do sig­ni­fi­ca impo­ten­cia, inca­pa­ci­dad para com­pren­der las moti­va­cio­nes de los otros, su pun­to de vis­ta, su valor social e his­tó­ri­co, es decir, fal­ta de cul­tu­ra o anqui­lo­sa­mien­to de la cul­tu­ra (pseu­do­cul­tu­ra). La per­so­na poco cul­ta o anqui­lo­sa­da requie­re del poder del dine­ro y del poder tener un car­go for­mal o un medio de difu­sión para ampli­fi­car e impo­ner su lógi­ca, que a esa mis­ma per­so­na se le ha impues­to des­de fue­ra; pue­de “man­dar obe­de­cien­do” a un sis­te­ma imper­so­nal que no com­pren­de, pero en el que cree cie­ga­men­te. Como dice Pink Floyd, se tor­na en “otro ladri­llo en la pared”, el muro que inhi­be la cul­tu­ra real, el apro­pia­mien­to por cada quien de las viven­cias más diver­sas e intere­san­tes de los seres huma­nos y la posi­bi­li­dad de crear, hacien­do reali­dad lo que pare­cían uto­pías.

A la cul­tu­ra le es inhe­ren­te la auto­ma­ti­za­ción de expe­rien­cias his­tó­ri­ca­men­te asi­mi­la­das, a tra­vés de ritua­les, cos­tum­bres y hábi­tos (prác­ti­cos, creen­cias, sen­ti­mien­tos y gus­tos). Pero dicha auto­ma­ti­za­ción enve­je­ce y poco a poco pier­de fres­cu­ra para aco­plar­se a situa­cio­nes nove­do­sas; de ser una téc­ni­ca o un hábi­to nece­sa­rio y efi­caz en deter­mi­na­da épo­ca o cir­cuns­tan­cia se hace rígi­da y se vuel­ve un obs­tácu­lo para el cul­ti­vo de nue­vas creen­cias, valo­res y cons­tum­bres emer­gen­tes en cir­cuns­tan­cias dis­tin­tas; en lugar de ser “cul­ti­vo de algo” se trans­for­ma en iner­cia que sólo sir­ve para cul­ti­var pre­sio­nes absur­das e irri­ta­ción per­so­nal y colec­ti­va. Esto ha deri­va­do his­tó­ri­ca­men­te en que los colec­ti­vos y las per­so­nas con­si­de­ren como uni­ver­sa­les lo que sólo sería váli­do en deter­mi­na­dos con­tex­tos, lo cual tie­ne como efec­to lógi­co el enfren­ta­mien­to de los uni­ver­sa­les de unos con los de otros que pro­vie­nen de expe­rien­cias dis­tin­tas; los auto­ma­tis­mos o iner­cias de unos con­tra los de otros. Así la gue­rra se ha hecho pre­sen­te en la his­to­ria huma­na, en las fami­lias e inclu­so en el inte­rior de los indi­vi­duos. A eso, pre­ci­sa­men­te, se le pue­de deno­mi­nar “psi­co­pa­to­lo­gía”: afe­rrar­se a deter­mi­na­dos esque­mas, supues­tos o ilu­sio­nes. Las expe­rien­cias cul­tu­ra­les se trans­for­man a veces en una espe­cie de con­­tra-cul­­tu­­ra o pseu­do­cul­tu­ra.

Con toda la gran­dio­si­dad de la cul­tu­ra huma­na, has­ta aho­ra y des­de hace unos 3000 años la pseu­do­cul­tu­ra pre­va­le­ce, inclu­so ésta se tra­ga y deglu­te pro­gre­si­va­men­te a la cul­tu­ra, defor­mán­do­la. A eso se refie­re Nietz­sche (1885/1997) cuan­do seña­la cómo lo que ori­gi­nal­men­te pudo haber sido con­si­de­ra­do como “bueno” por su con­tri­bu­ción a la vida, a la for­ta­le­za de los invi­di­duos y de las colec­ti­vi­da­des, al sedi­men­tar­se se auto­ma­ti­za y tie­ne una fun­ción con­tra­ria. “Pseu­do­cul­tu­ra” por­que en lugar de “cul­ti­var” lo que favo­re­ce el bien­es­tar y el desa­rro­llo de los huma­nos y de la vida en gene­ral, para­dó­ji­ca­men­te cul­ti­va valo­res, creen­cias y cos­tum­bres que, fue­ra de su con­tex­to ori­gi­nal, resul­tan con­tra­rios a dicho bien­es­tar y desa­rro­llo.

Des­afor­tu­na­da­men­te, el poder polí­ti­co y eco­nó­mi­co, así como las posi­bi­li­da­des de difu­sión masi­va, sue­len estar en manos de men­tes cerra­das, rígi­das, a veces inclu­so obnu­bi­la­das, que se han hecho de ese poder a toda cos­ta, pasan­do sobre quien sea, min­tien­do, sobor­nan­do, apa­ren­tan­do, etc. Es difí­cil que una per­so­na real­men­te cul­ta acep­te el cos­to éti­co que los actua­les sis­te­mas eco­nó­mi­cos y polí­ti­cos requie­ren de sus fun­cio­na­rios. A mayor cul­tu­ra real mayor resis­ten­cia a la inmo­ra­li­dad (la men­ti­ra, la corrup­ción, etc.), al fana­tis­mo y a la mora­li­na. Esto no sig­ni­fi­ca que no haya polí­ti­cos con sen­si­bi­li­dad cul­tu­ral que real­men­te bus­quen con­tri­buir al bene­fi­cio colec­ti­vo, pero des­afor­tu­na­da­men­te has­ta aho­ra han sido mino­ría. Tam­po­co impli­ca un mani­queís­mo, pues entre los dos polos es posi­ble encon­trar una gama en la que qui­zá nadie toque los extre­mos, lo que impli­ca que en cada indi­vi­duo y en cada colec­ti­vo la cul­tu­ra y la pseu­do­cul­tu­ra coexis­ten en deter­mi­na­das pro­por­cio­nes, cam­bian­tes según sus nue­vas expe­rien­cias

La pseu­do­cul­tu­ra en el poder sue­le per­se­guir y ata­car a la cul­tu­ra y a otras ver­sio­nes de pseu­do­cul­tu­ra que le son aver­si­vas, para eso están las leyes, las san­cio­nes y las armas. Vigi­lar y cas­ti­gar –dirá Fou­cault (1996). La pseu­do­cul­tu­ra, real­men­te no deja de ser una cul­tu­ra que tie­ne una acti­tud cerra­da. Como si dije­ra: “sola­men­te será lo que ya ha sido”. Pero no hay una re-ite­­ra­­ción de lo sido ubi­cán­do­lo en los nue­vos con­tex­tos, sino con­ci­bien­do a lo sido como inmó­vil, es decir “fue­ra de con­tex­to”. Padres y maes­tros que repri­men las modas juve­ni­les olvi­dan­do que ellos tam­bién fue­ron jóve­nes repri­mi­dos. Adul­tos que no son capa­ces de cap­tar los men­sa­jes de las nue­vas gene­ra­cio­nes y las cir­cuns­tan­cias en que viven.

La pseu­do­cul­tu­ra se basa en y pro­mue­ve la des­con­fian­za gene­ra­li­za­da, como en el enfo­que de Hob­bes y Freud. La colec­ti­vi­dad con­ti­nua­men­te sin­tién­do­se ame­na­za­da por los intere­ses indi­vi­dua­les. Para todo hay que crear nor­mas, vigi­lan­tes y san­cio­nes res­pec­ti­vas. Por ejem­plo, eso sus­ten­ta la mal lla­ma­da “cul­tu­ra demo­crá­ti­ca” que pre­va­le­ce en el mun­do y que muchos dan por sen­ta­do como un con­jun­to de valo­res uni­ver­sa­les: la lega­li­dad, la obje­ti­vi­dad, la impar­cia­li­dad, la tole­ran­cia, el voto influi­do por el mejor mane­jo publi­ci­ta­rio que con fre­cuen­cia pro­mo­cio­na a la medio­cri­dad y el ego­cen­tris­mo; los tru­cos lega­loi­des, la gue­rra ver­bal para demos­trar que el otro es peor, etc.

Por el con­tra­rio, la cul­tu­ra impli­ca orga­ni­za­ción y con-vive­n­­cia, o qui­zá más bien al revés: la con-vive­n­­cia (viven­cia com­par­ti­da) como base de la orga­ni­za­ción. La cul­tu­ra pro­mue­ve la con­fian­za recí­pro­ca y el afec­to. Al con-vivir se cap­tan y se com­par­ten pun­tos de vis­ta que pue­den coor­di­nar­se para rea­li­zar un pro­yec­to. La co-ope­­ra­­ción nace de la inte­gra­ción afec­ti­va y la pro­du­ce. Tener intere­ses com­par­ti­dos o cap­tar como pro­pio el inte­rés del otro, de los otros, es el fun­da­men­to de la “socie­dad” (ser socios).

La pseu­do­cul­tu­ra invier­te el sen­ti­do de esa “socie­dad”. El incul­to o pseu­do­cul­to usa a los otros como medios para intere­ses inme­dia­tos. Cuan­do cola­bo­ra en un pro­yec­to lo hace pen­san­do en el bene­fi­cio per­so­nal que obten­drá de esa “socie­dad”, sin impor­tar­le el sen­ti­do colec­ti­vo del pro­yec­to. El incul­to está diso­cia­do de la comu­ni­dad a la que “des­afor­tu­na­da­men­te” per­te­ne­ce y des­pre­cia.

La cul­tu­ra como inco­r­­po­­ra­­ción-repro­­du­c­­ción y apro­pia­mien­to de las expe­rien­cias de otros –en el gra­do en que eso ocu­rra– invo­lu­cra a cada per­so­na y a cada gru­po con la colec­ti­vi­dad, pro­mue­ve el sen­ti­do de comu­ni­dad, de iden­ti­dad colec­ti­va inte­gra­da en la iden­ti­dad indi­vi­dual, lo cual es la base ver­da­de­ra de la res­pon­sa­bi­li­dad social y de la acción éti­ca. Pero el sen­ti­do de comu­ni­dad no pue­de sur­gir como pseu­do­cul­tu­ra median­te el adoc­tri­na­mien­to o la coer­ción, su posi­bi­li­dad se basa en la expan­sión y pro­fun­di­za­ción de los afec­tos (com­pa­ñe­ris­mo, esti­ma­ción, amis­tad, amor) median­te la rea­li­za­ción de acti­vi­da­des que per­mi­tan que unos incor­po­ren lo más direc­ta­men­te posi­ble las expe­rien­cias de otros: dia­lo­gar escu­chan­do las his­to­rias, jugar y con­vi­vir, com­par­tir pro­yec­tos exi­to­sos. En el gra­do en que estos tres ele­men­tos for­man par­te de la vida indi­vi­dual y, por tan­to, colec­ti­va, la sen­sa­ción de liber­tad cobra reali­dad. Es el sen­ti­do esen­cial de la fra­se céle­bre de José Mar­tí: Ser cul­tos para ser libres.

La liber­tad de un indi­vi­duo, de un gru­po, de una orga­ni­za­ción, de un país, de la huma­ni­dad toda, se acre­cien­ta con­for­me en cada caso se inte­gran como pro­pios las pers­pec­ti­vas y los sen­ti­mien­tos de los demás; con­for­me éstos se hacen una pers­pec­ti­va y un sen­ti­mien­to pro­pio. Para ello resul­ta esen­cial la fami­lia­ri­za­ción con las diver­sas his­to­rias, los diver­sos con­tex­tos. De esa mane­ra, el libre deseo de un indi­vi­duo tien­de a iden­ti­fi­car­se con los anhe­los y valo­res pro­fun­dos de los colec­ti­vos en que se des­en­vuel­ve, es decir, en los que par­ti­ci­pa. Con esto se dis­mi­nu­ye la fun­cio­na­li­dad de vigi­lan­tes y san­cio­nes, al cre­cer la con­fian­za entre los indi­vi­duos y hacia las ins­ti­tu­cio­nes. Los indi­vi­duos toman el poder (poder hacer).

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