(Por: Dioner Francis Marín Puelles, Docente EP Psicología UCV Trujillo)
La agresión humana corresponde a un impulso meramente natural; el odio, la defensa frente a un ataque, la fundamentan. Sin embargo, cuando el desarrollo psicológico se ve enmarcado por conflictos, el mecanismo orientado a la expresión de los impulsos (no solamente los agresivos, sino también los sexuales) hacia los demás, se deforma y desemboca en el desajuste del proceso denominado: la vuelta contra sí mismo.
La vuelta contra sí mismo es un mecanismo de defensa en el ser humano. En condiciones favorables y saludables, nos permite el repliegue hacia la reflexión, un encuentro con nosotros mismos, el disfrutar de estar a solas y de una soledad constructiva. Al alterarse este mecanismo, ya sea por inadecuados aprendizajes, por un entorno autoritario o déficit en la madurez de la recepción y expresión del afecto, sobreviene una degradación del mismo, reflejada en auto ataques, auto lesiones y otros.
Adolescentes y adultos que padecen de un deterioro de este mecanismo, evidencian una alteración exacerbada de los impulsos, manifestados por la realización de cortes, lesiones en sus propios cuerpos. La agresión y energía que debería ser dirigida a otros, ya sea a padres, familiares, pareja u otras personas de distintos entornos, no encuentra la canalización debida y se repliega de manera exagerada en el cuerpo. La lesión a uno mismo es la realización de la hostilidad e incluso odio hacia otros en el propio cuerpo. El mecanismo la vuelta contra sí mismo entra en regresión y puede volverse muy nocivo, manifestando autoagresión de manera muy intensa y frecuente. Los casos más graves demuestran antecedentes de años de autolesiones llegando a intentos de suicidio. Lamentablemente hay casos que consuman ese propósito.
Hay una forma de la vuelta contra sí mismo, en la cual se expresa un masoquismo. El dolor autoinfligido, genera entretenimiento y placer. Tengamos en cuenta que el masoquismo coexiste con el sadismo. Dado que en los casos de la vuelta contra sí mismo, es la propia persona que se hace daño, asume el papel también de un sádico (autoritario, agresor). En otras palabras, se identifica con los comportamientos de miembros de su entorno, ya sea padres u otros que ejercen conductas violentas o de algún tipo de maltrato; pero por una imposibilidad de expresión directa, también fundamentada por una baja autoestima y problemas de asertividad, las frustraciones prefieren desplazarse hacia el propio cuerpo.
Es relevante tener en cuenta que la piel es un órgano pasible del afecto, las caricias, los cuidados de nuestros protectores, especialmente en etapas determinadas de nuestra existencia. Las interacciones afectivas deficitarias o deterioradas, conllevan a una psique que prefiere replegarse en el sí mismo a afrontar las diversas problemáticas en su entorno. Inconscientemente, la sensación de impotencia puede ser tan grande que optar por la furia contra sí mismo es preferible a la expresión hacia otros. Aun así, y de manera especial los adolescentes, consiguen generar un gran malestar y preocupación en los padres o tutores. Ver a un hijo lastimarse, daña al progenitor o protector. Se agrede así a los seres queridos, violentando el propio cuerpo. Por ello, es muy importante la madurez en el control del impulso, dado que conlleva a su expresión futura hacia los demás. La perturbación de su forma, sobrelleva a un estancamiento, concentrándolo fehacientemente en la piel, dañándola de diversas formas, “resolviendo” así conflictos y emociones.
Es necesario reflexionar que la reducción de la violencia y de un clima autoritario en los hogares y otros contextos, facilitará una adecuada canalización de las emociones, y, por lo tanto, el camino a la realización en los seres humanos.
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