Blog de Psicología

Subjetividad y praxis: la diversidad de los contextos culturales

por Marco Eduardo Murueta

Subjetividad objetiva y objetividad subjetiva

La obje­ti­vi­dad es lo ver­da­de­ra­men­te sub­je­ti­vo. La sub­je­ti­vi­dad es lo ver­da­de­ra­men­te obje­ti­vo. Lo más sub­je­ti­vo es lo obje­ti­vo. Lo más obje­ti­vo es lo sub­je­ti­vo.

Por una par­te, cuan­do se tie­ne un obje­to, hay múl­ti­ples ángu­los y momen­tos en que éste pue­de cir­cuns­cri­bir­se, des­de cada uno de los cua­les se va hacien­do dis­tin­to, es decir, se va hacien­do otro obje­to. El obje­to cam­bia al modi­fi­car­se el con­tex­to, la his­to­ria en la que se enmar­ca y que siem­pre va sien­do dis­tin­ta. El obje­to que en un momen­to lla­mó la aten­ción por su nove­dad al poco tiem­po se hace vie­jo e indi­fe­ren­te, es otro. Pero, aún más, gene­ral­men­te un obje­to nace ambi­guo y com­ple­jo por la simul­tá­nea diver­si­dad y movi­mien­to de los con­tex­tos en los que se inser­ta des­de el prin­ci­pio. Así, un obje­to es siem­pre muchos obje­tos, hay una infi­ni­tud de obje­tos impli­ca­da en cada obje­to, por­que son infi­ni­tos sus con­tex­tos.

Por la otra par­te, no hay nada más paten­te y vívi­do, es decir, no hay nada más obje­ti­vo, que las emo­cio­nes cuan­do éstas son inten­sas, aun­que a veces no se ten­ga pala­bras para des­cri­bir­las.

A dife­ren­cia de lo externo que pue­de ser obser­va­do des­de diver­sos ángu­los y tie­ne des­de su ori­gen múl­ti­ples face­tas, lo interno úni­ca­men­te es des­de el ángu­lo mis­mo en que fue cap­ta­do por la per­so­na que lo obser­va; no es otra cosa, sino eso mis­mo que fue per­ci­bi­do inter­na­men­te. Es dolor, es ale­gría, es nos­tal­gia, es un recuer­do, una ima­gen, una narra­ción que el obser­va­dor ha per­ci­bi­do des­de el úni­co plano en que exis­ten. En cuan­to esas emo­cio­nes y viven­cias inter­nas pue­den ana­li­zar­se se trans­for­man en exter­nas y dejan de ser lo que fue­ron ori­gi­nal­men­te al entrar en rela­ción con otros con­tex­tos.

Con entre­na­mien­to una per­so­na pue­de apren­der a des­cri­bir con alta fide­li­dad sus emo­cio­nes y la for­ma en que desa­rro­lló un pen­sa­mien­to, así como pue­de narrar sus sue­ños que sola­men­te tie­nen un úni­co ángu­lo des­de el que son soña­dos. Sin embar­go, debe que­dar cla­ro que al nom­brar o des­cri­bir un hecho éste se trans­for­ma. Por eso se dice que el sue­ño narra­do es siem­pre dis­tin­to del sue­ño soña­do, y lo mis­mo ocu­rre con cual­quier otro obje­to. Todo obje­to al ser repre­sen­ta­do se modi­fi­ca, se hace otro en cada oca­sión en que se recuer­da. Enten­dien­do esto, podría­mos tener cla­ro que “el pasa­do se pue­de cam­biar” y de hecho cam­bia con sólo men­cio­nar­lo, como cam­bia un libro o una pelí­cu­la a los que se entra por segun­da o enési­ma vez. Los seres huma­nos esta­mos con­de­na­dos a trans­for­mar todo lo que toca­mos, aún cuan­do no sea esa la inten­ción. Por eso la cul­tu­ra cre­ce y se modi­fi­ca con la reite­ra­ción, con los ritua­les, con las cos­tum­bres.

Las emo­cio­nes y los pen­sa­mien­tos tie­nen un sen­ti­do pri­mi­ge­nio úni­co, mien­tras que lo externo es des­de el pri­mer momen­to diver­so, poli­sé­mi­co. Pero lo interno sólo pue­de per­vi­vir exter­na­li­zán­do­se, es decir, hacién­do­se otro. La viven­cia pasa a ser recuer­do. Los recuer­dos, es decir, el pasa­do, va cam­bian­do con­for­me pasa la vida; lo que un día fue tris­te­za y debi­li­dad des­pués se trans­for­ma en orgu­llo y for­ta­le­za, tal como lo mues­tran las his­to­rias heroi­cas.

En psi­co­lo­gía, los obje­ti­vis­tas no con­fia­ban en la per­cep­ción direc­ta de los datos, sino en la medi­da en que dos o más suje­tos obser­va­do­res esta­ban de acuer­do, con lo cual sus datos resul­tan “inter­sub­je­ti­vos”. Del otro lado, muchos teó­ri­cos de la sub­je­ti­vi­dad, en cam­bio, no pare­cen preo­cu­par­se mucho por con­fir­mar sus obser­va­cio­nes, las con­si­de­ran ver­da­de­ras y váli­das des­de el pri­mer momen­to, como si fue­ran obje­ti­vas.

A prin­ci­pios del siglo XXI, toda­vía hay muchos obje­ti­vis­tas que no han enten­di­do que los ojos y los oídos han sido edu­ca­dos para per­ci­bir lo que per­ci­ben, tie­nen una his­to­ria y corres­pon­den a acti­tu­des y creen­cias ideo­ló­gi­cas, y que, por tan­to, lo mis­mo ocu­rre con todos los patro­nes de medi­da a los que han con­si­de­ra­do como si fue­ran imper­so­na­les o ahis­tó­ri­cos.

Los teó­ri­cos de la sub­je­ti­vi­dad no se per­ca­tan de que los fenó­me­nos que con­si­de­ran “sub­je­ti­vos” se pro­du­cen “obje­ti­va­men­te” y se rela­cio­nan de mane­ra obje­ti­va con las con­di­cio­nes de vida mate­rial en que se des­en­vuel­ven per­so­nas y gru­pos. Los teó­ri­cos de la sub­je­ti­vi­dad no com­pren­den lo que bien dice Pablo Fer­nán­dez Christlieb (2004) acer­ca de que el pen­sa­mien­to ocu­rre no sólo en la cabe­za de las per­so­nas sino que pen­sa­mos con movi­mien­tos cor­po­ra­les y con las cosas que nos rodean. Por ejem­plo, un lápiz o una compu­tado­ra, así como la orde­na­ción que hay en un super­mer­ca­do son ele­men­tos del pen­sar de indi­vi­duos y colec­ti­vos. Al dia­lo­gar se pien­sa tam­bién a tra­vés de las pala­bras del otro.

En efec­to, todo es sub­je­ti­vo debi­do a su obje­ti­vi­dad y es obje­ti­vo por su sub­je­ti­vi­dad. Esa es la reali­dad, decía Hegel. No es que el obje­to sea otro más allá de su apa­rien­cia, sino que la apa­rien­cia es ya una par­te del obje­to real que se for­ma de múl­ti­ples, suce­si­vas e infi­ni­tas for­mas de su apa­re­cer. Así, obje­ti­vi­dad y sub­je­ti­vi­dad, tan­to en el sen­ti­do onto­ló­gi­co y epis­te­mo­ló­gi­co como en su dimen­sión pro­pia­men­te psi­co­ló­gi­ca, inclu­so indi­vi­dual, son dimen­sio­nes mutua­men­te cons­ti­tu­ti­vas. Por eso pue­de decir­se que tam­bién el psi­có­ti­co tie­ne razón, como ya nos lo habían hecho ver, por una par­te Cer­van­tes y, por otra, Eras­mo de Rot­ter­dam. Y, sien­do con­se­cuen­tes, tam­bién habría que decir que el saber abso­lu­to pre­ten­di­do por Hegel no deja de cons­ti­tuir un deli­rio de gran­de­za que, por cier­to, muy pocos han podi­do com­pren­der.

Praxis y semiótica

Los seres huma­nos –como dice Hei­deg­ger (1927/1983; pp. 97–103)– esta­mos “arro­ja­dos” en la sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad. Vivi­mos en la sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad como los peces en el agua; o más aún, por­que no pode­mos siquie­ra ima­gi­nar o pen­sar un mun­do sin sig­ni­fi­ca­dos. La fal­ta de sig­ni­fi­ca­dos, la nada, equi­va­le al olvi­do o a la muer­te que, sin embar­go, no pue­de com­pren­der­se sino como otra for­ma de vida: el muer­to vive: es un con­jun­to semióti­co vivo. Todo mun­do posi­ble es un con­jun­to semióti­co en movi­mien­to. Todo tie­ne el carác­ter de signo o de sím­bo­lo, todo es semióti­co. Cada cosa es un sig­ni­fi­can­te y un sig­ni­fi­ca­do. Más exac­ta­men­te todo es poli­sé­mi­co, es decir, es muchos sig­ni­fi­can­tes y muchos sig­ni­fi­ca­dos, de mane­ra sin­cró­ni­ca y dia­cró­ni­ca. Los sig­ni­fi­ca­dos se vuel­ven sig­ni­fi­can­tes de otros sig­ni­fi­ca­dos, en una made­ja infi­ni­ta que la filo­so­fía y las cien­cias inten­tan des­en­re­dar y, para­dó­ji­ca­men­te, muchas veces enre­dan más.

En esta pers­pec­ti­va, tie­nen el mis­mo esta­tu­to onto­ló­gi­co las repre­sen­ta­cio­nes men­ta­les, los sue­ños y las emo­cio­nes, las accio­nes cor­po­ra­les, el pen­sa­mien­to, las pala­bras y las corres­pon­dien­tes accio­nes de otros; las cosas mate­ria­les y las cosas inma­te­ria­les con las que inter­ac­tua­mos. Todo es obje­­ti­­vo-sub­­je­­ti­­vo por­que todo es semióti­co.

Es con esta visión que por fin pue­de unir­se en un solo pro­ce­so inte­gral el alma y el cuer­po, la men­te y la con­duc­ta, lo incons­cien­te y lo cons­cien­te, la teo­ría y la prác­ti­ca. A esta diná­mi­ca inte­gral de los seres huma­nos le lla­ma­mos “pra­xis”, es decir, acción huma­na.

La pra­xis se carac­te­ri­za por la pre-visión. Pero esa pre-visión sólo es posi­ble por la incor­po­ra­ción del pasa­do, del pasa­do pro­pio y del pasa­do de otros. No es posi­ble ima­gi­nar nada que no sea una recom­bi­na­ción de lo vivi­do indi­vi­dual y colec­ti­va­men­te. La pra­xis se mues­tra así como tem­po­ra­li­dad, como un pre­sen­tar­se con­ti­nuo advi­nien­do lo que ha sido (al revés de cómo lo vió Hei­deg­ger, Op. Cit.). El sig­ni­fi­ca­do es un pro­duc­to his­tó­ri­co que abre siem­pre otras posi­bi­li­da­des, inme­dia­ta­men­te es un sig­ni­fi­can­te poli­sé­mi­co. Cada pala­bra abre varios dis­cur­sos posi­bles y el hablan­te va eli­gien­do. Al mis­mo tiem­po que quien lo escu­cha hace un esfuer­zo para seguir­lo y no per­der­se en los dis­cur­sos pro­pios que se le van gene­ran­do. Por eso, muchas veces tene­mos que leer otra vez la fra­se o el párra­fo al regre­sar de una de las tan­tas dis­trac­cio­nes pro­vo­ca­das por algu­nas pala­bras o fra­ses que van tocan­do pun­tos diver­sos de la his­to­ria per­so­nal.

A esa con­ti­nua poli­se­mia le hemos lla­ma­do “haz semióti­co”. Todo sím­bo­lo irra­dia sig­ni­fi­ca­dos con dife­ren­te fuer­za evo­ca­do­ra, algu­nos más cla­ros y dis­tin­tos y otros suti­les, ambi­guos, tras­la­pa­dos, mez­cla­dos o inte­gra­dos. Es lo que expli­ca el fenó­meno de la “con­den­sa­ción” que Freud encon­tró en la inter­pre­ta­ción de los sue­ños. Es la mul­ti­pli­ci­dad simul­tá­nea y con­ti­nua de la “aso­cia­ción libre”.

El paso de unos sig­ni­fi­ca­dos a otros es un pro­duc­to indi­so­lu­ble­men­te emo­cio­nal y cog­ni­ti­vo que en todos los casos cons­ti­tu­ye una acción, una acción cere­bral o motriz o ambas. No debe olvi­dar­se que la acción motriz es siem­pre una acción semióti­ca, tal como lo ha plan­tea­do Bru­ner (1991).

Los pro­ce­sos de sig­ni­fi­ca­do o pro­ce­sos semióti­cos tie­nen otra muy impor­tan­te pecu­lia­ri­dad: para gene­rar­se y man­te­ner­se requie­ren ser com­par­ti­dos. El ais­la­mien­to pro­lon­ga­do va borran­do los sig­ni­fi­ca­dos has­ta que lle­ga el momen­to en que no pue­de man­te­ner­se la cohe­ren­cia. Pero des­de un prin­ci­pio, la sen­sa­ción de fal­ta de sen­ti­do, de ambi­güe­dad o con­fu­sión de los sig­ni­fi­can­tes y los sig­ni­fi­ca­dos gene­ra ten­sión emo­cio­nal (neu­ro­sis). La curio­si­dad y la “avi­dez de nove­da­des” bus­can reto­mar el camino del com­par­tir la sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad. Pero si el “ano­na­da­mien­to” (la sen­sa­ción de la nada) se pro­lon­ga o se inten­si­fi­ca, la ansie­dad se ele­va y sólo pue­de dis­mi­nuir­se tran­si­to­ria­men­te a tra­vés de tres cami­nos:

  1. Pro­vo­car­se arti­fi­cio­sa y com­pul­si­va­men­te sen­sa­cio­nes pla­cen­te­ras (comer, beber, fumar, dro­gar­se, ir de com­pras, sexua­li­dad, jue­gos para pasar el tiem­po, tele­vi­sión, músi­ca, etc.).
  2. Cau­sar males­ta­res a otros (a tra­vés de cul­pas, bur­las, menos­pre­cio, some­ti­mien­to, agre­sión).
  3. Exi­gir a otros que actúen a par­tir de cri­te­rios rígi­dos o este­reo­ti­pa­dos y, por tan­to, absur­dos. Des­de el fana­tis­mo reli­gio­so has­ta la dis­cri­mi­na­ción y las modas.

Como es obvio, en los tres casos se tra­ta de sig­ni­fi­ca­cio­nes for­za­das que se man­tie­nen fun­cio­nan­do como círcu­los vicio­sos: ansie­­dad-com­­pe­n­­sa­­ción tra­n­­si­­to­­ria-ansie­­dad. La vida se hace super­fi­cial y, no obs­tan­te esas fór­mu­las palia­ti­vas cada vez más sofis­ti­ca­das y pato­ló­gi­cas, gra­dual­men­te va hun­dién­do­se en la angu­s­­tia-deses­­pe­­ra­­ción pro­vo­ca­da por el cre­cien­te sen­ti­do de sole­dad y frus­tra­ción.

Esas son las tres carac­te­rís­ti­cas que, des­gra­cia­da­men­te, van pre­do­mi­nan­do en la huma­ni­dad con­for­me se avan­za en el ais­la­mien­to indi­vi­dua­lis­ta que acom­pa­ña al supues­to pro­gre­so. No es casual que algu­nos de los paí­ses con mayor poder tec­no­ló­gi­co ten­gan altos índi­ces en dro­ga­dic­ción, obe­si­dad, infar­tos, vio­len­cia calle­je­ra, fami­liar y mili­tar, depre­sión pro­lon­ga­da, sui­ci­dios, etc. De lo cual, tien­den a cul­par a los paí­ses que tie­nen some­ti­dos. Según ellos, sus jóve­nes se dro­gan por­que los nar­co­tra­fi­can­tes lati­no­ame­ri­ca­nos lle­van las dro­gas has­ta la puer­ta de las escue­las. No advier­ten que son esos jóve­nes y no-tan-jóve­­nes, ansio­sos de la dro­ga por el indi­vi­dua­lis­mo en que viven, los que gene­ran el fenó­meno del nar­co­trá­fi­co. Que aun­que encie­rren en las cár­ce­les a todos los nar­co­tra­fi­can­tes actua­les sur­gi­rán otros que cubran esa nece­si­dad obje­­ti­­vo-sub­­je­­ti­­va de sus habi­tan­tes. Esos paí­ses pode­ro­sos, vigi­lan y con­tro­lan la mane­ra de ser de todos los paí­ses para que sean a ejem­plo y seme­jan­za de ellos.

Hábitos y lenguaje

La sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad se orga­ni­za como con­jun­to de hábi­tos y como len­gua­je. Como con­jun­to que inte­gra pro­gre­si­va­men­te hábi­tos sen­so­rio­mo­tri­ces o pra­xias, hábi­tos esté­ti­cos o gus­tos, hábi­tos emo­cio­na­les o sen­ti­mien­tos y hábi­tos cog­ni­ti­vos o creen­cias (Cfr. el con­cep­to de habi­tus en Bor­dieu, 1988). Los sig­ni­fi­ca­dos no-ver­­ba­­les y los ver­ba­les –como lo vió Vygots­ki (pen­sa­mien­to y len­gua­je)– se com­bi­nan, se entre­cru­zan, para hacer posi­ble la pra­xis, es decir, la acción huma­na y su evo­lu­ción his­tó­ri­ca.

La memo­ria se gene­ra median­te los hábi­tos no-ver­­ba­­les y la estruc­tu­ra­ción lin­güís­ti­ca (que tam­bién es una estruc­tu­ra­ción de hábi­tos lin­güís­ti­cos). El len­gua­je orga­ni­za y con­so­li­da los gus­tos, los sen­ti­mien­tos, las creen­cias, las pra­xias y así per­mi­te la memo­ria ver­bal y la re-crea­­ción pre­sen­te de los acon­te­ci­mien­tos emo­cio­nal­men­te sig­ni­fi­ca­ti­vos. Por eso pue­de hablar­se de una pre­his­to­ria para refe­rir­se a la eta­pa en que la huma­ni­dad aún no había logra­do la gra­fía, que per­mi­te la memo­ria a lar­go pla­zo y que evo­lu­cio­na a tra­vés de las gene­ra­cio­nes. De la mis­ma mane­ra, por razo­nes aná­lo­gas, una per­so­na no pue­de recor­dar sus viven­cia ante­rio­res a lo que Vygots­ki con­ci­bió como “len­gua­je inter­na­li­za­do”.

Las pala­bras estruc­tu­ran el mun­do. Las pala­bras, sin embar­go, son cul­mi­na­ción de la estruc­tu­ra­ción pira­mi­da­da o meta­cog­ni­ti­va de los hábi­tos. Los hábi­tos se “mola­ri­zan”, es decir, se inte­gran en paque­tes y se vin­cu­lan con otros hábi­tos y paque­tes de hábi­tos. Las pala­bras avan­zan hacia su for­ma con­cep­tual más alta en la medi­da en que inte­gran o empa­que­tan con­jun­tos de hábi­tos sen­so­rio­mo­tri­ces, emo­cio­na­les, esté­ti­cos y cog­ni­ti­vos. Las pala­bras repre­sen­tan con­jun­tos sig­ni­fi­ca­ti­vos de dife­ren­te nivel y se rela­cio­nan con otras pala­bras para inte­grar­se en cla­ses, orde­na­cio­nes, ope­ra­cio­nes lógi­cas, ope­ra­cio­nes mate­má­ti­cas.

En ese sen­ti­do, la orga­ni­za­ción y for­ma­ción de los con­­ce­p­­tos-pala­­bras tien­de a una pará­bo­la: como lo des­cu­brió Pia­get (Pia­get e Inhel­der, 1978; Pia­get, 1979), las pala­bras nacen como nom­bres pega­dos al obje­to o acción que desig­nan; lue­go van hacien­do abs­trac­ción para inte­grar cla­ses de obje­tos y varia­bles abs­trac­tas, lle­gan a la repre­sen­ta­ción alge­brai­ca y ciber­né­ti­ca y, con una pers­pec­ti­va dia­léc­ti­ca (a la que no lle­gó Pia­get), pue­den vol­ver a inte­grar lo abs­trac­to y lo con­cre­to. El pen­sa­mien­to dia­léc­ti­co inte­gra en un solo pro­ce­so el razo­na­mien­to lógi­co y la intui­ción no-ver­­bal, la téc­ni­ca y el arte, el tra­ba­jo y el jue­go.

Las pala­bras son esque­le­to del con­jun­to semióti­co en el que nacen y se desa­rro­llan. Nom­brar es abrir un nue­vo orden, diri­gir la aten­ción, intro­du­cir un refe­ren­te com­par­ti­do, coor­di­nar y diri­gir las accio­nes (Luria, 1979). Lo que no se pone en len­gua­je flo­ta en el ambien­te psi­co­ló­gi­co de la vida indi­vi­dual o de un gru­po; anda como rebo­tan­do entre posi­bi­li­da­des lími­te que impo­nen las cos­tum­bres, los ritua­les, los hábi­tos colec­ti­vos; en los que tam­bién se ve “arro­ja­da” cada per­so­na, for­za­da a repe­tir­los.

Pero los nom­bres, ape­nas se crean, se vuel­ven poli­sé­mi­cos, es decir, nom­bran obje­tos que se van hacien­do dis­tin­tos. Cada nom­bre se inser­ta den­tro de las múl­ti­ples his­to­rias que se sin­te­ti­zan tan­to en una deter­mi­na­da colec­ti­vi­dad como en un indi­vi­duo con­cre­to. A pesar de los dic­cio­na­rios, todos las pala­bras son ambi­guas. Lo que dice el hablan­te es siem­pre dife­ren­te de lo que oye el que lo escu­cha. Es dife­ren­te por­que sus con­tex­tos his­tó­ri­cos son dis­tin­tos.

Los sig­nos o sím­bo­los son al mis­mo tiem­po com­par­ti­dos y no-com­­pa­r­­ti­­dos. Los sig­nos se com­par­ten más cuan­do se inser­tan en his­to­rias y prác­ti­cas simi­la­res o com­ple­men­ta­rias. Los sig­nos, a su vez, diri­gen las his­to­rias y las prác­ti­cas colec­ti­vas. Eso es lo que plan­tea Grams­ci con su con­cep­to de hege­mo­nía. La socie­dad se orga­ni­za a tra­vés de rela­cio­nes prá­c­­ti­­co-intui­­ti­­vas y prá­c­­ti­­co-lin­­güí­s­­ti­­cas sur­gi­das his­tó­ri­ca­men­te. Grams­ci (1975) con­si­de­ra esen­cial modi­fi­car inten­cio­nal­men­te la sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad con­cre­ta que cohe­sio­na y le da iden­ti­dad a una deter­mi­na­da colec­ti­vi­dad. Para ello, es nece­sa­rio dise­ñar nue­vos con­cep­tos, apren­der a nom­brar, crear nue­vas pala­bras para dar otra for­ma estruc­tu­ral a las accio­­nes-no ver­ba­les; pero, tam­bién lo recí­pro­co: pro­du­cir nue­vos tipos de accio­­nes-no ver­ba­les como cal­do de cul­ti­vo de los nue­vos con­cep­tos. Lo uno sin lo otro es tri­vial. Hay que hacer pala­bras para nom­brar las prác­ti­cas no-ver­­ba­­les social­men­te emer­gen­tes, y al mis­mo tiem­po, es nece­sa­rio abrir nue­vas posi­bi­li­da­des prác­ti­cas a tra­vés de seña­lar absur­dos lógi­cos y deri­var pro­pues­tas téc­ni­cas.

Identidad y diversidad cultural

Lo que los psi­có­lo­gos lla­man “auto­iden­ti­dad” o “Yo”, tam­bién debe com­pren­der­se como un deter­mi­na­do con­jun­to semióti­co, con una his­to­ria y un por­ve­nir. El “yo” tie­ne su sig­ni­fi­ca­do arti­cu­la­do con el sig­ni­fi­ca­do del mun­do del que for­ma par­te y que, bien vis­tas las cosas, en reali­dad el mun­do es tam­bién par­te del “yo” mis­mo. El “yo” tam­bién es plu­ri­sé­mi­co y por tan­to pue­de com­pren­der­se como un “haz semióti­co”, como todos los haces semióti­cos y los haces lumi­no­sos, con­ti­nua­men­te titi­lan­do, y así pue­de ima­gi­nar­se como un espec­tro en movi­mien­to que cam­bia su con­fi­gu­ra­ción a cada paso.

Si el mun­do se des­di­bu­ja por el ais­la­mien­to social, tam­bién se hace borro­sa la sen­sa­ción de sí mis­mo y la auto­per­cep­ción. Esto redun­da en la bús­que­da de esas sen­sa­cio­nes que tam­bién redu­cen la angus­tia por­que –mien­tras dura su efec­to– ayu­dan a reafir­mar la iden­ti­dad per­so­nal.

No bas­ta con seña­lar la influen­cia de cul­tu­ras deter­mi­na­das sobre los sen­ti­dos con­cre­ta­dos en una per­so­na, es nece­sa­rio com­pren­der de qué mane­ra la diver­si­dad cul­tu­ral impac­ta, se arrai­ga y se desa­rro­lla en cada caso. Pro­fun­di­zar en temas como for­ma­ción esté­ti­ca (edu­ca­ción de los sen­ti­dos), incor­po­ra­ción y pro­duc­ción inten­cio­nal de men­sa­jes, tra­di­cio­nes y valo­res. Los seres huma­nos somos capa­ces de tomar como pro­pias expe­rien­cias de otros a tra­vés de la comu­ni­ca­ción, para gene­rar accio­nes social­men­te per­ti­nen­tes. La pra­xis indi­vi­dual y colec­ti­va es pro­duc­to de la his­­to­­ria-cul­­tu­­ra, tan­to como lo inver­so. La reali­dad sur­ge his­tó­ri­ca­men­te con­for­me los seres huma­nos pro­du­cen y repro­ce­san sig­ni­fi­ca­dos de su acti­­vi­­dad-mun­­do, es decir, de su pra­xis. La diver­si­dad de pra­xis es cla­ve para enten­der la diver­si­dad cul­tu­ral que, a su vez, se sin­te­ti­za en cada pra­xis indi­vi­dual o colec­ti­va.

Freud intro­du­jo el con­cep­to de “super­yo” para refe­rir la intro­yec­ción o incor­po­ra­ción de valo­res cul­tu­ra­les a la per­so­na­li­dad de los indi­vi­duos. Según Freud, el “super­yo” inte­gra tan­to al “ideal del yo” como a “la cen­su­ra moral” que deli­mi­ta lo que el indi­vi­duo debe hacer y aque­llo que le está per­mi­ti­do. Sin embar­go, para Freud toda la ener­gía moti­va­cio­nal pro­vie­ne del “ello”, de las “pul­sio­nes” inna­tas de vida y de muer­te. Freud con­ci­bió al “super­yo” como algo esen­cial­men­te mono­lí­ti­co pues no tomó en cuen­ta la diver­si­dad cul­tu­ral en que se des­en­vuel­ve cada per­so­na. Ese con­cep­to freu­diano de “super­yo” pue­de vol­ver­se más intere­san­te si se le con­ci­be des­de la diver­si­dad cul­tu­ral, y, por tan­to, pue­de esta­ble­cer­se una fuer­za moti­va­cio­nal per­so­nal ori­gi­na­da por las con­tra­dic­cio­nes cul­tu­ra­les que incor­po­ra de sus padres, de la escue­la, de los medios de comu­ni­ca­ción y de otras influen­cias semióti­cas. La fuen­te prin­ci­pal de la moti­va­ción per­so­nal, así, no sería de carác­ter bio­ló­gi­co sino semi­óti­­co-cul­­tu­­ral, o sea his­tó­ri­ca, y esto impli­ca una pro­pues­ta muy rele­van­te en la psi­co­lo­gía con­tem­po­rá­nea, par­ti­cu­lar­men­te en Amé­ri­ca Lati­na, cri­sol de todas las cul­tu­ras.

En ese sen­ti­do, resul­ta intere­san­te la rela­ción entre el con­cep­to de pra­xis y la intro­yec­ción com­ple­ja de diver­sos valo­res cul­tu­ra­les. Las rela­cio­nes prác­ti­cas (sen­so­ria­les, esté­ti­cas) de una per­so­na con el medio cul­tu­ral que le rodea, al mis­mo tiem­po son pro­duc­to de una his­to­ria semióti­ca y, por tan­to, cul­tu­ral, como gene­ran nue­vas dimen­sio­nes semióti­cas y pro­du­cen cul­tu­ra.

Es nece­sa­rio revo­lu­cio­nar el con­cep­to de cul­tu­ra. Toda cul­tu­ra impli­ca una diver­si­dad cul­tu­ral en su inte­rior, todas las cul­tu­ras son cul­tu­ras híbri­das –como diría Gar­cía Can­cli­ni (1990). Un niño tie­ne la influen­cia esen­cial de las cul­tu­ras fami­lia­res dife­ren­tes de las que pro­vie­nen sus padres o tuto­res; la diná­mi­ca cul­tu­ral de las fami­lias se enfren­ta con las cul­tu­ras esco­la­res, inclu­si­ve cada maes­tro y cada com­pa­ñe­ro de la escue­la son expre­sión sin­té­ti­ca de otras com­bi­na­cio­nes cul­tu­ra­les. Los medios de comu­ni­ca­ción masi­va, los comer­cios, los jugue­tes y los jue­gos intro­du­cen otros tan­tos ele­men­tos cul­tu­ra­les en la auto­sen­sa­ción y com­pren­sión de sí mis­mo y del mun­do que le rodea. Las cul­tu­ras loca­les se ven alte­ra­das por la glo­ba­li­dad que, a pesar de todo su impac­to, no ter­mi­na de borrar­las.

Por eso Grams­ci (1987) con­ci­be al indi­vi­duo como “la sín­te­sis de las rela­cio­nes exis­ten­tes” y tam­bién “la his­to­ria de esas rela­cio­nes”. “Es el resul­ta­do de todo el pasa­do” –dice–. Lo mis­mo sería apli­ca­ble a un gru­po deter­mi­na­do, a una cla­se social, a una comu­ni­dad y a la huma­ni­dad toda. En ese sen­ti­do, la cul­tu­ra sig­ni­fi­ca la inco­r­­po­­ra­­ción-tran­s­­fo­r­­ma­­ción de las viven­cias de unos en otros, a tra­vés de la re-ite­­ra­­ción, como le lla­ma Hei­deg­ger (Op. Cit.) al apro­piar­se de lo que ha sido; al vol­ver a hacer pre­sen­te lo que ha sido, de una nue­va mane­ra, en un nue­vo con­tex­to y, por tan­to, como algo nue­vo.

Se usan las mis­mas pala­bras que siem­pre dicen algo dis­tin­to, y por tan­to son otras; se apli­can las mis­mas téc­ni­cas para pro­du­cir efec­tos espe­ra­dos en situa­cio­nes dife­ren­tes por lo que la téc­ni­ca siem­pre inte­gra la intui­ción de la posi­bi­li­dad que nun­ca es cer­te­za abso­lu­ta; se re-pro­­du­­cen las cos­tum­bres y los ritua­les como con­ti­nui­dad e iden­ti­dad his­tó­ri­ca de indi­vi­duos y comu­ni­da­des que van dejan­do de ser lo que eran, las iden­ti­da­des se trans­for­man. A tra­vés de ello se con­cre­tan y con­so­li­dan valo­res per­so­na­les y com­par­ti­dos por colec­ti­vi­da­des deter­mi­na­das, sin dejar de tener la ten­sión y el movi­mien­to que antes refe­ri­mos; lo mis­mo ocu­rre con las creen­cias y códi­gos de comu­ni­ca­ción, como base para la “socie­dad”, es decir, como base de la acción coor­di­na­da, de la coope­ra­ción y de la memo­ria indi­vi­dual y colec­ti­va. Sin la re-ite­­ra­­ción es impo­si­ble recor­dar, y por tan­to no sería posi­ble tener his­to­ria e iden­ti­dad; no es posi­ble el ser humano.

Así, la cul­tu­ra es –como decía Grams­ci– orga­ni­za­ción pro­gre­si­va, indi­vi­dual y colec­ti­va. Una cul­tu­ra com­ple­ja per­mi­te una orga­ni­za­ción com­ple­ja, pero tam­bién vice­ver­sa. La apro­pia­ción o re-ite­­ra­­ción de las expe­rien­cias y viven­cias de otros es lo que per­mi­te enten­der su pun­to de vis­ta, sus pro­pues­tas y el sen­ti­do de sus accio­nes; ele­men­tos indis­pen­sa­bles para coor­di­nar accio­nes colec­ti­vas.

Cultura y pseudocultura

Quie­nes ten­gan acce­so a expe­rien­cias diver­sas y ricas en su con­te­ni­do ten­drán más cul­tu­ra (al poder re-ite­­rar dichas expe­rien­cias) y, por tan­to, podrán cap­tar en mayor medi­da los mati­ces de per­so­na­li­da­des y situa­cio­nes logran­do ima­gi­nar com­bi­na­cio­nes y posi­bi­li­da­des com­ple­jas de mayor alcan­ce prác­ti­co. Podrán con­vo­car a opcio­nes enten­di­bles para muchos sin nece­si­dad de impo­ner­les un deter­mi­na­do pun­to de vis­ta. La impo­si­ción, la vio­len­cia, en el fon­do sig­ni­fi­ca impo­ten­cia, inca­pa­ci­dad para com­pren­der las moti­va­cio­nes de los otros, su pun­to de vis­ta, su valor social e his­tó­ri­co, es decir, fal­ta de cul­tu­ra o anqui­lo­sa­mien­to de la cul­tu­ra (pseu­do­cul­tu­ra). La per­so­na poco cul­ta o anqui­lo­sa­da requie­re del poder del dine­ro y del poder tener un car­go for­mal o un medio de difu­sión para ampli­fi­car e impo­ner su lógi­ca, que a esa mis­ma per­so­na se le ha impues­to des­de fue­ra; pue­de “man­dar obe­de­cien­do” a un sis­te­ma imper­so­nal que no com­pren­de, pero en el que cree cie­ga­men­te. Como dice Pink Floyd, se tor­na en “otro ladri­llo en la pared”, el muro que inhi­be la cul­tu­ra real, el apro­pia­mien­to por cada quien de las viven­cias más diver­sas e intere­san­tes de los seres huma­nos y la posi­bi­li­dad de crear, hacien­do reali­dad lo que pare­cían uto­pías.

A la cul­tu­ra le es inhe­ren­te la auto­ma­ti­za­ción de expe­rien­cias his­tó­ri­ca­men­te asi­mi­la­das, a tra­vés de ritua­les, cos­tum­bres y hábi­tos (prác­ti­cos, creen­cias, sen­ti­mien­tos y gus­tos). Pero dicha auto­ma­ti­za­ción enve­je­ce y poco a poco pier­de fres­cu­ra para aco­plar­se a situa­cio­nes nove­do­sas; de ser una téc­ni­ca o un hábi­to nece­sa­rio y efi­caz en deter­mi­na­da épo­ca o cir­cuns­tan­cia se hace rígi­da y se vuel­ve un obs­tácu­lo para el cul­ti­vo de nue­vas creen­cias, valo­res y cons­tum­bres emer­gen­tes en cir­cuns­tan­cias dis­tin­tas; en lugar de ser “cul­ti­vo de algo” se trans­for­ma en iner­cia que sólo sir­ve para cul­ti­var pre­sio­nes absur­das e irri­ta­ción per­so­nal y colec­ti­va. Esto ha deri­va­do his­tó­ri­ca­men­te en que los colec­ti­vos y las per­so­nas con­si­de­ren como uni­ver­sa­les lo que sólo sería váli­do en deter­mi­na­dos con­tex­tos, lo cual tie­ne como efec­to lógi­co el enfren­ta­mien­to de los uni­ver­sa­les de unos con los de otros que pro­vie­nen de expe­rien­cias dis­tin­tas; los auto­ma­tis­mos o iner­cias de unos con­tra los de otros. Así la gue­rra se ha hecho pre­sen­te en la his­to­ria huma­na, en las fami­lias e inclu­so en el inte­rior de los indi­vi­duos. A eso, pre­ci­sa­men­te, se le pue­de deno­mi­nar “psi­co­pa­to­lo­gía”: afe­rrar­se a deter­mi­na­dos esque­mas, supues­tos o ilu­sio­nes. Las expe­rien­cias cul­tu­ra­les se trans­for­man a veces en una espe­cie de con­­tra-cul­­tu­­ra o pseu­do­cul­tu­ra.

Con toda la gran­dio­si­dad de la cul­tu­ra huma­na, has­ta aho­ra y des­de hace unos 3000 años la pseu­do­cul­tu­ra pre­va­le­ce, inclu­so ésta se tra­ga y deglu­te pro­gre­si­va­men­te a la cul­tu­ra, defor­mán­do­la. A eso se refie­re Nietz­sche (1885/1997) cuan­do seña­la cómo lo que ori­gi­nal­men­te pudo haber sido con­si­de­ra­do como “bueno” por su con­tri­bu­ción a la vida, a la for­ta­le­za de los invi­di­duos y de las colec­ti­vi­da­des, al sedi­men­tar­se se auto­ma­ti­za y tie­ne una fun­ción con­tra­ria. “Pseu­do­cul­tu­ra” por­que en lugar de “cul­ti­var” lo que favo­re­ce el bien­es­tar y el desa­rro­llo de los huma­nos y de la vida en gene­ral, para­dó­ji­ca­men­te cul­ti­va valo­res, creen­cias y cos­tum­bres que, fue­ra de su con­tex­to ori­gi­nal, resul­tan con­tra­rios a dicho bien­es­tar y desa­rro­llo.

Des­afor­tu­na­da­men­te, el poder polí­ti­co y eco­nó­mi­co, así como las posi­bi­li­da­des de difu­sión masi­va, sue­len estar en manos de men­tes cerra­das, rígi­das, a veces inclu­so obnu­bi­la­das, que se han hecho de ese poder a toda cos­ta, pasan­do sobre quien sea, min­tien­do, sobor­nan­do, apa­ren­tan­do, etc. Es difí­cil que una per­so­na real­men­te cul­ta acep­te el cos­to éti­co que los actua­les sis­te­mas eco­nó­mi­cos y polí­ti­cos requie­ren de sus fun­cio­na­rios. A mayor cul­tu­ra real mayor resis­ten­cia a la inmo­ra­li­dad (la men­ti­ra, la corrup­ción, etc.), al fana­tis­mo y a la mora­li­na. Esto no sig­ni­fi­ca que no haya polí­ti­cos con sen­si­bi­li­dad cul­tu­ral que real­men­te bus­quen con­tri­buir al bene­fi­cio colec­ti­vo, pero des­afor­tu­na­da­men­te has­ta aho­ra han sido mino­ría. Tam­po­co impli­ca un mani­queís­mo, pues entre los dos polos es posi­ble encon­trar una gama en la que qui­zá nadie toque los extre­mos, lo que impli­ca que en cada indi­vi­duo y en cada colec­ti­vo la cul­tu­ra y la pseu­do­cul­tu­ra coexis­ten en deter­mi­na­das pro­por­cio­nes, cam­bian­tes según sus nue­vas expe­rien­cias

La pseu­do­cul­tu­ra en el poder sue­le per­se­guir y ata­car a la cul­tu­ra y a otras ver­sio­nes de pseu­do­cul­tu­ra que le son aver­si­vas, para eso están las leyes, las san­cio­nes y las armas. Vigi­lar y cas­ti­gar –dirá Fou­cault (1996). La pseu­do­cul­tu­ra, real­men­te no deja de ser una cul­tu­ra que tie­ne una acti­tud cerra­da. Como si dije­ra: “sola­men­te será lo que ya ha sido”. Pero no hay una re-ite­­ra­­ción de lo sido ubi­cán­do­lo en los nue­vos con­tex­tos, sino con­ci­bien­do a lo sido como inmó­vil, es decir “fue­ra de con­tex­to”. Padres y maes­tros que repri­men las modas juve­ni­les olvi­dan­do que ellos tam­bién fue­ron jóve­nes repri­mi­dos. Adul­tos que no son capa­ces de cap­tar los men­sa­jes de las nue­vas gene­ra­cio­nes y las cir­cuns­tan­cias en que viven.

La pseu­do­cul­tu­ra se basa en y pro­mue­ve la des­con­fian­za gene­ra­li­za­da, como en el enfo­que de Hob­bes y Freud. La colec­ti­vi­dad con­ti­nua­men­te sin­tién­do­se ame­na­za­da por los intere­ses indi­vi­dua­les. Para todo hay que crear nor­mas, vigi­lan­tes y san­cio­nes res­pec­ti­vas. Por ejem­plo, eso sus­ten­ta la mal lla­ma­da “cul­tu­ra demo­crá­ti­ca” que pre­va­le­ce en el mun­do y que muchos dan por sen­ta­do como un con­jun­to de valo­res uni­ver­sa­les: la lega­li­dad, la obje­ti­vi­dad, la impar­cia­li­dad, la tole­ran­cia, el voto influi­do por el mejor mane­jo publi­ci­ta­rio que con fre­cuen­cia pro­mo­cio­na a la medio­cri­dad y el ego­cen­tris­mo; los tru­cos lega­loi­des, la gue­rra ver­bal para demos­trar que el otro es peor, etc.

Por el con­tra­rio, la cul­tu­ra impli­ca orga­ni­za­ción y con-vive­n­­cia, o qui­zá más bien al revés: la con-vive­n­­cia (viven­cia com­par­ti­da) como base de la orga­ni­za­ción. La cul­tu­ra pro­mue­ve la con­fian­za recí­pro­ca y el afec­to. Al con-vivir se cap­tan y se com­par­ten pun­tos de vis­ta que pue­den coor­di­nar­se para rea­li­zar un pro­yec­to. La co-ope­­ra­­ción nace de la inte­gra­ción afec­ti­va y la pro­du­ce. Tener intere­ses com­par­ti­dos o cap­tar como pro­pio el inte­rés del otro, de los otros, es el fun­da­men­to de la “socie­dad” (ser socios).

La pseu­do­cul­tu­ra invier­te el sen­ti­do de esa “socie­dad”. El incul­to o pseu­do­cul­to usa a los otros como medios para intere­ses inme­dia­tos. Cuan­do cola­bo­ra en un pro­yec­to lo hace pen­san­do en el bene­fi­cio per­so­nal que obten­drá de esa “socie­dad”, sin impor­tar­le el sen­ti­do colec­ti­vo del pro­yec­to. El incul­to está diso­cia­do de la comu­ni­dad a la que “des­afor­tu­na­da­men­te” per­te­ne­ce y des­pre­cia.

La cul­tu­ra como inco­r­­po­­ra­­ción-repro­­du­c­­ción y apro­pia­mien­to de las expe­rien­cias de otros –en el gra­do en que eso ocu­rra– invo­lu­cra a cada per­so­na y a cada gru­po con la colec­ti­vi­dad, pro­mue­ve el sen­ti­do de comu­ni­dad, de iden­ti­dad colec­ti­va inte­gra­da en la iden­ti­dad indi­vi­dual, lo cual es la base ver­da­de­ra de la res­pon­sa­bi­li­dad social y de la acción éti­ca. Pero el sen­ti­do de comu­ni­dad no pue­de sur­gir como pseu­do­cul­tu­ra median­te el adoc­tri­na­mien­to o la coer­ción, su posi­bi­li­dad se basa en la expan­sión y pro­fun­di­za­ción de los afec­tos (com­pa­ñe­ris­mo, esti­ma­ción, amis­tad, amor) median­te la rea­li­za­ción de acti­vi­da­des que per­mi­tan que unos incor­po­ren lo más direc­ta­men­te posi­ble las expe­rien­cias de otros: dia­lo­gar escu­chan­do las his­to­rias, jugar y con­vi­vir, com­par­tir pro­yec­tos exi­to­sos. En el gra­do en que estos tres ele­men­tos for­man par­te de la vida indi­vi­dual y, por tan­to, colec­ti­va, la sen­sa­ción de liber­tad cobra reali­dad. Es el sen­ti­do esen­cial de la fra­se céle­bre de José Mar­tí: Ser cul­tos para ser libres.

La liber­tad de un indi­vi­duo, de un gru­po, de una orga­ni­za­ción, de un país, de la huma­ni­dad toda, se acre­cien­ta con­for­me en cada caso se inte­gran como pro­pios las pers­pec­ti­vas y los sen­ti­mien­tos de los demás; con­for­me éstos se hacen una pers­pec­ti­va y un sen­ti­mien­to pro­pio. Para ello resul­ta esen­cial la fami­lia­ri­za­ción con las diver­sas his­to­rias, los diver­sos con­tex­tos. De esa mane­ra, el libre deseo de un indi­vi­duo tien­de a iden­ti­fi­car­se con los anhe­los y valo­res pro­fun­dos de los colec­ti­vos en que se des­en­vuel­ve, es decir, en los que par­ti­ci­pa. Con esto se dis­mi­nu­ye la fun­cio­na­li­dad de vigi­lan­tes y san­cio­nes, al cre­cer la con­fian­za entre los indi­vi­duos y hacia las ins­ti­tu­cio­nes. Los indi­vi­duos toman el poder (poder hacer).

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