Abr 4, 2016
por Marco Eduardo Murueta
Después de una serie de experiencias amorosas fracasadas, las mujeres suelen decir que “todos los hombres son iguales” y los hombres dicen lo recíproco, que “todas las mujeres son iguales”. Lo que no saben es que todas las personas con las que han entrado en relación tienden a ser parecidas porque las eligen parecidas debido a su perfil personal de acoplamiento.
Mediante una combinación única de aspectos genéticos-hormonales y culturales (crianza, educación, influencias sociales, tipo de actividades en las que se han visto involucradas) cada persona genera una personalidad integrada por un conjunto de actitudes, valores, creencias, costumbres, hábitos, habilidades, gustos, estilos. Una parte de esa personalidad tiene que ver con sus posibles afinidades y complementaciones con otras personas, rasgos de personalidad que tienden a ser estables y que le harán engranar más o menos adecuadamente con los rasgos complementarios de otras personas. Como si se tratara de una llave y la chapa correspondiente. Si la llave no es la correcta, la chapa no abre.
Cuando una relación se desgasta por diferentes motivos y se termina, lo más probable es que la siguiente relación sea con una persona muy parecida a la anterior, en la medida en que no se hayan modificado los rasgos de personalidad de su perfil de acoplamiento. Por lo tanto, la forma en que evolucionó la relación anterior puede ser muy parecida a la evolución de la nueva relación, hasta desesperarse por las reiteradas rupturas amorosas con todo el dolor y el desgaste que generalmente ocurre. Es posible que de manera espontánea las personas vayan aprendiendo y cambiando sin darse cuenta algunos de sus rasgos de personalidad y que después de muchos años el perfil de acoplamiento haya cambiado suficientemente y, con la mayor madurez, se logre una relación de pareja más exitosa y estable. Sin embargo, esto no está garantizado y puede no ocurrir en una gran cantidad de casos, lo que lleva a situaciones emocionales de depresión y desesperación entre quienes no logran esa intimidad necesaria.
La relación de pareja surge como atracción estética-narrativa: la imagen de la persona dentro de un contexto genera significados manifiestos, implícitos y fantasías en la otra parte, dependiendo de cómo esa imagen tiene integrados un conjunto de elementos significativos en la historia personal. Cierto color y forma del pelo, el color y textura de la piel, el tono de voz, la manera de mirar y hacer ademanes mientras habla, su sonrisa, su forma de vestir, lo que dice, la manera en que actúa, evocan en la otra persona sutiles evocaciones agradables y/o la sensación de compensar miedos, incertidumbres y rechazos.
El patrón estético (gustos y disgustos) surge de las experiencias agradables y desagradables vividas por cada persona, que además le han generado una manera de ser con la cual desarrolló una forma de acoplamiento en sus vínculos familiares durante la infancia. La hija de un padre alcohólico y despótico se habitúa a tolerar y ver como si fueran naturales algunos de sus desplantes; por ejemplo, ella se queda callada, espantada e inmóvil para protegerse de la furia del padre alcoholizado: ese rasgo de personalidad tolerante, sumisa, condescendiente y sobreprotector le acoplará con una persona con rasgos parecidos a los de su padre. Sin embargo, a veces es de tal grado el rechazo al padre alcohólico al que despreció esencialmente por ello, que uno de los criterios fundamentales para que alguien se le haga atractivo es que sea totalmente abstemio, rechazando inclusive a personas que consuman alcohol de manera moderada y que podrían tener otros elementos favorables para acoplarse más positivamente con ella.
Es lógico que la atracción hacia el padre del sexo opuesto en los heterosexuales se traduzca en la atracción hacia prospectos de pareja más o menos parecidos. Como sucede con la comida, en que el gusto por cierto tipo de sabores habituales desde la infancia determina las tendencias gastronómicas de los adultos, también los hábitos estético-amorosos infantiles influirán en su posterior elección de pareja. Es por ello que Freud consideró que en la elección de pareja había una especie de sublimación de las tendencias edípicas, que luego fueron ironizadas por Woody Allen (“Edipo Reprimido” en Historia de Nueva York).
En efecto la atracción para la formación de una pareja y su posterior duración y estabilidad dependerá de tres elementos que integran el perfil de acoplamiento de cada integrante:
- Afinidades
- Complementaciones
- Incompatibilidades
Entre más elementos afines y complementarios, y menos incompatibilidades, es obvio que la relación de pareja puede ser más duradera, profunda y estable; y viceversa: entre más débiles sean las afinidades y las complementaciones y más significativas sean las incompatibilidades la relación de pareja será más vulnerable, enfermarse y destruirse en un plazo más corto. Las afinidades identifican y propician la convivencia y el compartir puntos de vista; las complementaciones generan la necesidad y dependencia relativa de las características del otro; las incompatibilidades son los puntos de choque, en los que lo que una parte quiere la otra lo rechaza.
Afinidades e incompatibilidades
Entre mayor sea el número e intensidad de los elementos afines mejores serán las posibilidades comunicativas y de integración amorosa, mientras la pareja no excluya la relación amistosa y filial con personas menos afines. En reciprocidad, entre mayor sea el número y la intensidad de las incompatibilidades la comunicación se hará más difícil y la relación menos profunda. Lo interesante es la enumeración y calificación de afinidades e incompatibilidades en una pareja como dato fundamental de su prospectiva amorosa. Ejemplos de afinidades o incompatibilidades: tipos de actividades, valores, temas, vocaciones, expectativas, tipos de amistades, gustos gastronómicos, música, películas, lugares agradables y desagradables, etc.
Complementaciones
Las complementaciones tienen un papel fundamental en el engranaje de una relación de pareja. Aquellos rasgos que tienen una expresión elevada en una parte mientras que en la otra parte existe una pronunciación en el rasgo contrario, generando un movimiento cíclico entre ellos.
- Una relación de pareja será más sana en la medida en que sea más grande la cantidad y sean diversificadas las complementaciones moderadas (no extremas ni superficiales), de tal manera que pequeñas debilidades o carencias en la personalidad de una persona se complementen con las relativas fortalezas de la otra persona en esos aspectos, y esto se compense con otras fortalezas del primero en los que el segundo tiene debilidades.
- Las complementaciones extremas generan una sensación de dependencia recíproca enfermiza, sobre todo si los puntos de afinidad son pocos y los de incompatibilidad muchos; la relación se mantiene por esa mutua dependencia pero con grandes conflictos y desgaste emocional para ambos.
- La poca cantidad de complementaciones y/o complementaciones muy superficiales no producen el afianzamiento de la relación, aun cuando haya muchas afinidades y pocas incompatibilidades.
Ejemplos de complementaciones:
- Protector-protegido
- Callado-parlanchín
- Introvertido-extrovertido
- Sobrerresponsable-irresponsable
- Muy ordenado-desordenado
- Temerario-temeroso
En efecto, es interesante e importante analizar científica y profesionalmente el perfil de acoplamiento de cada persona y la manera en que está conformado su engranaje en la relación de pareja para pronosticar su posible evolución, así como para hacer modificaciones terapéuticas de aquellos rasgos de acoplamiento que estén propiciando relaciones enfermizas con su consecuente sufrimiento.
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Dic 15, 2006
Manuel Calviño Valdés-Fauly
Facultad de Psicología. Universidad de La Habana. Cuba
Los conceptos y nociones tradicionales con los que operamos en nuestra geometría psíquica están claramente delimitados. Pero, de alguna manera, su inscripción distancia nuestro discurso del discurso de nuestro usuario y por ende del sentido cotidiano de nuestras prácticas. Junto a esto las prácticas de la psicología, así como sus practicantes, han estado barrocamente “multicotomizados” por paradigmas de ruptura y diferenciación. A pesar de esto, existe una unidad. Nos llamamos psicólogos no casualmente, hacemos psicología. Argumentos existen. Pero la unidad real de una profesión se realiza en su intencionalidad social. La intención es la meta, es la utopía posible desde el accionar profesional insertado en una realidad social, económica, política. Una profesión es “profesión en si”, acudiendo a una analogía de la teorización marxista de las clases, mientras existe como conjunto más o menos articulado o relacional de personas que realizan prácticas similares, tienen percepciones y autopercepciones comunes en su perfil profesional y guardan relaciones análogas con su entorno. Solo cuando el gremio toma consciencia de su misión profesional y la asume deviene “profesión para si”, que no significa que es profesión para ella misma, sino profesión para realizar su rol social, aquello por lo que ella existe. La identidad de una profesión, su consciencia real de existencia, se fragua en una misión que se constituye como tal en una suerte de destino asumido con carácter inexorable. La suma de las voluntades intencionalmente dirigidas a un propósito. Así, como existe (existió) un suprasentido en las praxis de los que hicieron emerger la psicología como ciencia, así mismo, hay un suprasentido que sustenta la unidad real, la misión aglutinante de la psicología como praxis profesionales, y más particularmente en las praxis profesionales de la psicología en el campo de la clínica, la salud. Podemos (y debemos) construir una hipótesis, que al menos nos refuerce la energía positiva (tan necesaria en estos tiempos difíciles). Entonces ¿cuál es la misión de los profesionales “psi”? ¿cuál es la unidad de los psicólogos que andamos esparcidos por el mundo sembrando bienestar? Dinosaurios… a volar!!! Nuestra misión desde y para siempre es la felicidad.
Jun 20, 2006
Dra. Anameli Monroy
(Grupo Angeles de México)
Es importante reconocer los estadios psicológicos por los que pasa una pareja infértil, para poder comprenderlos y apoyarlos durante su tratamiento médico.
Sorpresa y Negación
Cuando la persona o la pareja se da cuenta de que no pueden lograr un embarazo o lo logran y lo pierden su reacción es de sorpresa y de choque emocional. Se preguntan ¿por qué yo? o ¿por qué a mí?
De ahí se pasa a la negación al pensar la posibilidad de que se trate de una etapa que pronto se superará. La pareja elude la realidad y no acepta que se les clasifique como infértil. Si va al médico y éste les habla de que es una pareja infértil, es probable que cambie de médico pues desea oír otra respuesta más grata.
La presión social se hace patente a través de preguntas de familiares y amigos, pues en nuestra sociedad se espera que las parejas recién casadas, más o menos empiecen pronto a procrear pues es una parte común en los temas femeninos. La sociedad no prepara ni está preparada psicológicamente para sobrellevar la infertilidad.
El considerar que la situación es transitoria ayuda a la pareja por lo pronto, a aferrarse a la esperanza de un embarazo cercano.
Agresión
Se puede decir que el paso del tiempo modifica el choque emocional y la dificultad de aceptar la realidad. Sin embargo estas situaciones se convierten en agresión hacia la pareja, sus familiares, el médico y hasta a la sociedad en general. Surgen sentimientos de recelo, de ser rechazados por las parejas que sí lograron tener hijos. La frustración, la agresión, la desesperación y la impotencia, aumentan cada día pues nada ni nadie parece poder ayudarles.
La agresión hacia otras parejas con hijos se hace visible al igual que la envidia hacia los hijos de ellas. Estos sentimientos se unen a otros de injusticia e inconformidad. Las relaciones sociales se convierten en problemáticas, las relaciones sexuales se vuelven obligatorias y pierden su encanto. Ello provoca aun mayor agresión entre la pareja.
Conductas autodestructivas
La pareja sufre profundamente, se siente infravalorada y receptora de algún castigo lo cual les crea culpa. Esto los lleva a conductas de autodestrucción al cuerpo que no puede engendrar o al cónyuge porque es un inútil. La agresión hacia sí mismos se convierte en un estado depresivo. La estima personal se desmorona y aparece un sentimiento de poca valía pues no cumplen con lo que la sociedad espera de ellos. Las interacciones sociales son desagradables, los amigos no proporcionan ningún placer entre la pareja hay un menor grado de unión y por tanto su comunicación se dificulta.
Aislamiento
Todos los sentimientos y conductas anteriores los van llevando al aislamiento, pues así evitan el sentirse cuestionados, rechazados, el confrontar a los que sí han podido tener hijos, así como ver a estos últimos o inclusive enterarse de un nuevo embarazo. En otras palabras evitan el sentirse miserables, de calidad diferente e inclusive inferior. La pareja sufre profundamente, se siente incomprendida y surge una polémica entre ellos al sentir que al otro no le importa o no comprende los sentimientos y la crisis emocional por la que atraviesa el cónyuge infértil. La pareja sufre en soledad, en silencio.
Culpa
Cuando la pareja se esfuerza en intentar el embarazo y no lo consigue, crece paulatinamente un sentimiento de culpa por no poder dar vida a otro ser humano (aproximadamente el 10% de las parejas sufren de infertilidad en Argentina, 1 de cada 7 en el Reino Unido) y esto le hace pensar en darle la oportunidad de que se una a alguien quien sí pueda hacerlo. La frágil situación de la pareja infértil se convierte en una situación intolerable.
Duelo
Finalmente, después de periodos de intensa esperanza y optimismo que se alternan con angustia, culpa y frustración, poco a poco van aceptando su incapacidad para concebir, al igual que cuando se pierde a un ser querido, la pareja pasa por un periodo de duelo y abandona la posibilidad de la concepción, aceptando la esterilidad como una limitación personal.
Aceptación y resolución
La aceptación de la esterilidad es el final de un largo sufrimiento que llega con profunda depresión ya que implica abandonar la lucha y resignarse. La relación sexual, al no ligarse a la reproducción toma otra dimensión nuevamente placentera, pues ya no es obligatoria.
En esta etapa se reestructura la vida emocional de la pareja, para aceptarse nuevamente como una pareja infértil, lo cual representa un fracaso personal y deberán enfrentarse ante la sociedad como tal, establecer la nueva autoestima y valía y encontrar nuevas metas u optar por otras opciones como la de permanecer sin hijos, la adopción, etc.. Asimismo, implica poner fin a un largo y doloroso conflicto y terminar con un estado de angustia y tensión constantes, reestructurar la vida marital y buscar la tranquilidad emocional. Cada pareja tiene sin duda variantes específicas y cada una encontrará una solución óptima si lo discuten abiertamente. Como en toda crisis las personas maduran emocionalmente para enfrentar la presión social y para resolver su conflictiva emocional. Lo que ha pasado matizará las percepciones y emociones futuras.
Referencias Bibliográficas
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Baron L. La mujer oculta la Infertilidad del Varón. Diario La Nación. Argentina 2001.
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Southern Medical Association. Lectures on Line: “Evaluation and Treatment of the Infertil Couple” Raleigh, N.C. USA. 2004