Foto: Oleg Zay­tsev

por Marco Eduardo Murueta

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Des­pués de una serie de expe­rien­cias amo­ro­sas fra­ca­sa­das, las muje­res sue­len decir que “todos los hom­bres son igua­les” y los hom­bres dicen lo recí­pro­co, que “todas las muje­res son igua­les”. Lo que no saben es que todas las per­so­nas con las que han entra­do en rela­ción tien­den a ser pare­ci­das por­que las eli­gen pare­ci­das debi­do a su per­fil per­so­nal de aco­pla­mien­to.

Median­te una com­bi­na­ción úni­ca de aspec­tos gené­ti­cos-hor­mo­na­les y cul­tu­ra­les (crian­za, edu­ca­ción, influen­cias socia­les, tipo de acti­vi­da­des en las que se han vis­to invo­lu­cra­das) cada per­so­na gene­ra una per­so­na­li­dad inte­gra­da por un con­jun­to de acti­tu­des, valo­res, creen­cias, cos­tum­bres, hábi­tos, habi­li­da­des, gus­tos, esti­los. Una par­te de esa per­so­na­li­dad tie­ne que ver con sus posi­bles afi­ni­da­des y com­ple­men­ta­cio­nes con otras per­so­nas, ras­gos de per­so­na­li­dad que tien­den a ser esta­bles y que le harán engra­nar más o menos ade­cua­da­men­te con los ras­gos com­ple­men­ta­rios de otras per­so­nas. Como si se tra­ta­ra de una lla­ve y la cha­pa corres­pon­dien­te. Si la lla­ve no es la correc­ta, la cha­pa no abre.

Cuan­do una rela­ción se des­gas­ta por dife­ren­tes moti­vos y se ter­mi­na, lo más pro­ba­ble es que la siguien­te rela­ción sea con una per­so­na muy pare­ci­da a la ante­rior, en la medi­da en que no se hayan modi­fi­ca­do los ras­gos de per­so­na­li­dad de su per­fil de aco­pla­mien­to. Por lo tan­to, la for­ma en que evo­lu­cio­nó la rela­ción ante­rior pue­de ser muy pare­ci­da a la evo­lu­ción de la nue­va rela­ción, has­ta deses­pe­rar­se por las reite­ra­das rup­tu­ras amo­ro­sas con todo el dolor y el des­gas­te que gene­ral­men­te ocu­rre. Es posi­ble que de mane­ra espon­tá­nea las per­so­nas vayan apren­dien­do y cam­bian­do sin dar­se cuen­ta algu­nos de sus ras­gos de per­so­na­li­dad y que des­pués de muchos años el per­fil de aco­pla­mien­to haya cam­bia­do sufi­cien­te­men­te y, con la mayor madu­rez, se logre una rela­ción de pare­ja más exi­to­sa y esta­ble. Sin embar­go, esto no está garan­ti­za­do y pue­de no ocu­rrir en una gran can­ti­dad de casos, lo que lle­va a situa­cio­nes emo­cio­na­les de depre­sión y deses­pe­ra­ción entre quie­nes no logran esa inti­mi­dad nece­sa­ria.

La rela­ción de pare­ja sur­ge como atrac­ción esté­ti­ca-narra­ti­va: la ima­gen de la per­so­na den­tro de un con­tex­to gene­ra sig­ni­fi­ca­dos mani­fies­tos, implí­ci­tos y fan­ta­sías en la otra par­te, depen­dien­do de cómo esa ima­gen tie­ne inte­gra­dos un con­jun­to de ele­men­tos sig­ni­fi­ca­ti­vos en la his­to­ria per­so­nal. Cier­to color y for­ma del pelo, el color y tex­tu­ra de la piel, el tono de voz, la mane­ra de mirar y hacer ade­ma­nes mien­tras habla, su son­ri­sa, su for­ma de ves­tir, lo que dice, la mane­ra en que actúa, evo­can en la otra per­so­na suti­les evo­ca­cio­nes agra­da­bles y/o la sen­sa­ción de com­pen­sar mie­dos, incer­ti­dum­bres y recha­zos.

El patrón esté­ti­co (gus­tos y dis­gus­tos) sur­ge de las expe­rien­cias agra­da­bles y des­agra­da­bles vivi­das por cada per­so­na, que ade­más le han gene­ra­do una mane­ra de ser con la cual desa­rro­lló una for­ma de aco­pla­mien­to en sus víncu­los fami­lia­res duran­te la infan­cia. La hija de un padre alcohó­li­co y des­pó­ti­co se habi­túa a tole­rar y ver como si fue­ran natu­ra­les algu­nos de sus des­plan­tes; por ejem­plo, ella se que­da calla­da, espan­ta­da e inmó­vil para pro­te­ger­se de la furia del padre alcoho­li­za­do: ese ras­go de per­so­na­li­dad tole­ran­te, sumi­sa, con­des­cen­dien­te y sobre­pro­tec­tor le aco­pla­rá con una per­so­na con ras­gos pare­ci­dos a los de su padre. Sin embar­go, a veces es de tal gra­do el recha­zo al padre alcohó­li­co al que des­pre­ció esen­cial­men­te por ello, que uno de los cri­te­rios fun­da­men­ta­les para que alguien se le haga atrac­ti­vo es que sea total­men­te abs­te­mio, recha­zan­do inclu­si­ve a per­so­nas que con­su­man alcohol de mane­ra mode­ra­da y que podrían tener otros ele­men­tos favo­ra­bles para aco­plar­se más posi­ti­va­men­te con ella.

Es lógi­co que la atrac­ción hacia el padre del sexo opues­to en los hete­ro­se­xua­les se tra­duz­ca en la atrac­ción hacia pros­pec­tos de pare­ja más o menos pare­ci­dos. Como suce­de con la comi­da, en que el gus­to por cier­to tipo de sabo­res habi­tua­les des­de la infan­cia deter­mi­na las ten­den­cias gas­tro­nó­mi­cas de los adul­tos, tam­bién los hábi­tos esté­ti­co-amo­ro­sos infan­ti­les influi­rán en su pos­te­rior elec­ción de pare­ja. Es por ello que Freud con­si­de­ró que en la elec­ción de pare­ja había una espe­cie de subli­ma­ción de las ten­den­cias edí­pi­cas, que lue­go fue­ron iro­ni­za­das por Woody Allen (“Edi­po Repri­mi­do” en His­to­ria de Nue­va York).

En efec­to la atrac­ción para la for­ma­ción de una pare­ja y su pos­te­rior dura­ción y esta­bi­li­dad depen­de­rá de tres ele­men­tos que inte­gran el per­fil de aco­pla­mien­to de cada inte­gran­te:

  1. Afi­ni­da­des
  2. Com­ple­men­ta­cio­nes
  3. Incom­pa­ti­bi­li­da­des

Entre más ele­men­tos afi­nes y com­ple­men­ta­rios, y menos incom­pa­ti­bi­li­da­des, es obvio que la rela­ción de pare­ja pue­de ser más dura­de­ra, pro­fun­da y esta­ble; y vice­ver­sa: entre más débi­les sean las afi­ni­da­des y las com­ple­men­ta­cio­nes y más sig­ni­fi­ca­ti­vas sean las incom­pa­ti­bi­li­da­des la rela­ción de pare­ja será más vul­ne­ra­ble, enfer­mar­se y des­truir­se en un pla­zo más cor­to. Las afi­ni­da­des iden­ti­fi­can y pro­pi­cian la con­vi­ven­cia y el com­par­tir pun­tos de vis­ta; las com­ple­men­ta­cio­nes gene­ran la nece­si­dad y depen­den­cia rela­ti­va de las carac­te­rís­ti­cas del otro; las incom­pa­ti­bi­li­da­des son los pun­tos de cho­que, en los que lo que una par­te quie­re la otra lo recha­za.

Afinidades e incompatibilidades

Entre mayor sea el núme­ro e inten­si­dad de los ele­men­tos afi­nes mejo­res serán las posi­bi­li­da­des comu­ni­ca­ti­vas y de inte­gra­ción amo­ro­sa, mien­tras la pare­ja no exclu­ya la rela­ción amis­to­sa y filial con per­so­nas menos afi­nes. En reci­pro­ci­dad, entre mayor sea el núme­ro y la inten­si­dad de las incom­pa­ti­bi­li­da­des la comu­ni­ca­ción se hará más difí­cil y la rela­ción menos pro­fun­da. Lo intere­san­te es la enu­me­ra­ción y cali­fi­ca­ción de afi­ni­da­des e incom­pa­ti­bi­li­da­des en una pare­ja como dato fun­da­men­tal de su pros­pec­ti­va amo­ro­sa. Ejem­plos de afi­ni­da­des o incom­pa­ti­bi­li­da­des: tipos de acti­vi­da­des, valo­res, temas, voca­cio­nes, expec­ta­ti­vas, tipos de amis­ta­des, gus­tos gas­tro­nó­mi­cos, músi­ca, pelí­cu­las, luga­res agra­da­bles y des­agra­da­bles, etc.

Complementaciones

Las com­ple­men­ta­cio­nes tie­nen un papel fun­da­men­tal en el engra­na­je de una rela­ción de pare­ja. Aque­llos ras­gos que tie­nen una expre­sión ele­va­da en una par­te mien­tras que en la otra par­te exis­te una pro­nun­cia­ción en el ras­go con­tra­rio, gene­ran­do un movi­mien­to cícli­co entre ellos.

  1. Una rela­ción de pare­ja será más sana en la medi­da en que sea más gran­de la can­ti­dad y sean diver­si­fi­ca­das las com­ple­men­ta­cio­nes mode­ra­das (no extre­mas ni super­fi­cia­les), de tal mane­ra que peque­ñas debi­li­da­des o caren­cias en la per­so­na­li­dad de una per­so­na se com­ple­men­ten con las rela­ti­vas for­ta­le­zas de la otra per­so­na en esos aspec­tos, y esto se com­pen­se con otras for­ta­le­zas del pri­me­ro en los que el segun­do tie­ne debi­li­da­des.
  2. Las com­ple­men­ta­cio­nes extre­mas gene­ran una sen­sa­ción de depen­den­cia recí­pro­ca enfer­mi­za, sobre todo si los pun­tos de afi­ni­dad son pocos y los de incom­pa­ti­bi­li­dad muchos; la rela­ción se man­tie­ne por esa mutua depen­den­cia pero con gran­des con­flic­tos y des­gas­te emo­cio­nal para ambos.
  3. La poca can­ti­dad de com­ple­men­ta­cio­nes y/o com­ple­men­ta­cio­nes muy super­fi­cia­les no pro­du­cen el afian­za­mien­to de la rela­ción, aun cuan­do haya muchas afi­ni­da­des y pocas incom­pa­ti­bi­li­da­des.

Ejem­plos de com­ple­men­ta­cio­nes:

  1. Pro­tec­tor-pro­te­gi­do
  2. Calla­do-par­lan­chín
  3. Intro­ver­ti­do-extro­ver­ti­do
  4. Sobre­rres­pon­sa­ble-irres­pon­sa­ble
  5. Muy orde­na­do-des­or­de­na­do
  6. Teme­ra­rio-teme­ro­so

En efec­to, es intere­san­te e impor­tan­te ana­li­zar cien­tí­fi­ca y pro­fe­sio­nal­men­te el per­fil de aco­pla­mien­to de cada per­so­na y la mane­ra en que está con­for­ma­do su engra­na­je en la rela­ción de pare­ja para pro­nos­ti­car su posi­ble evo­lu­ción, así como para hacer modi­fi­ca­cio­nes tera­péu­ti­cas de aque­llos ras­gos de aco­pla­mien­to que estén pro­pi­cian­do rela­cio­nes enfer­mi­zas con su con­se­cuen­te sufri­mien­to.

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