La forclusión en la sexualidad

La forclusión en la sexualidad

Por: Dioner Francis Marín Puelles, Psicólogo

La for­clu­sión es un meca­nis­mo defen­si­vo que invo­lu­cra negar la sexua­li­dad del otro (enten­dien­do por sexua­li­dad todo com­por­ta­mien­to refle­ja­do en dere­chos y acce­sos). En un sen­ti­do de con­ser­va­ción, el meca­nis­mo en men­ción, per­mi­te esta­ble­cer lími­tes con los demás, por ejem­plo, el res­pe­to al dere­cho de una mujer a recha­zar la pre­ten­sión sexual, amo­ro­sa de un hom­bre.

Cuan­do se pro­du­ce un des­ajus­te, este meca­nis­mo pue­de resul­tar muy per­ver­so. Por ejem­plo, un hom­bre machis­ta que es muy exi­gen­te con su pare­ja, en el sen­ti­do que la obli­ga a coci­nar, a tener rela­cio­nes sexua­les, le impi­de tra­ba­jar, espe­ra que ella cui­de a los hijos prác­ti­ca­men­te todo el día, la vio­len­ta, la mal­tra­ta, la insul­ta. La for­clu­sión en des­ajus­te, nie­ga los dere­chos de sexua­li­dad de esta mujer, sus dere­chos a ser inde­pen­dien­te y a tener acce­sos a otros esce­na­rios de la socie­dad. Así tam­bién, un hom­bre que es muy celo­so y pose­si­vo con su pare­ja, sos­pe­chan­do fre­cuen­te­men­te de que ella es infiel con algún com­pa­ñe­ro de tra­ba­jo o ami­go, que la con­tro­la cons­tan­te­men­te, rea­li­za­da lla­ma­das reite­ra­ti­vas y ape­la a las video lla­ma­das no por el mero salu­do y afec­to, sino por el con­trol y la veri­fi­ca­ción de que no le esté enga­ñan­do. Es así que se hace impor­tan­te no ver sola­men­te el acto, sino el tras­fon­do del com­por­ta­mien­to: una lla­ma­da pue­de escon­der a un per­se­cu­tor empe­der­ni­do. La socie­dad a tra­vés de los diver­sos tra­ba­jos, en los cua­les muchas muje­res ejer­cien­do la mis­ma fun­ción, ganan menos que sus com­pa­ñe­ros. Labo­res en las que los geren­tes con­si­de­ran menos a las cola­bo­ra­do­ras, valo­ran­do mucho más a los hom­bres.

Si ingre­sa­mos a un mun­do más psi­co­pa­to­ló­gi­co: los aco­sa­do­res sexua­les, que per­si­guen a una mujer, inva­dien­do sus diver­sos espa­cios, labo­ral, fami­liar, per­so­nal. La for­clu­sión, va de la mano con la cosi­fi­ca­ción del otro. El aco­sa­dor al per­se­guir a su víc­ti­ma, nie­ga su dere­cho a la pri­va­ci­dad y la tran­qui­li­dad. Así tam­bién, los vio­la­do­res sexua­les, demues­tran una for­clu­sión muy per­ver­sa. El aten­ta­do que rea­li­zan, vul­ne­ra ata­can­do con una for­clu­sión muy degra­da­da y regre­si­va. La vio­la­ción sexual es un acto muy cri­mi­nal, dado que nie­ga en su tota­li­dad el dere­cho sexual del otro. Los secues­tra­do­res, sica­rios y muchos otros delin­cuen­tes, deno­tan for­clu­sión con des­ajus­te sig­ni­fi­ca­ti­vo. Es muy difí­cil, y pro­ba­ble­men­te impo­si­ble que com­pren­dan que la vul­ne­ra­bi­li­dad hacia el otro es un acto inmo­ral y cri­mi­nal.

La géne­sis de la for­clu­sión, obe­de­ce a ambien­tes de mucha vio­len­cia en la tem­pra­na edad; cui­da­do­res, pro­ge­ni­to­res vio­len­tos con sus hijos. La obser­va­ción cons­tan­te de peleas, mal­tra­tos entre los padres, tam­bién alte­ra el meca­nis­mo en men­ción. La pobre esti­mu­la­ción edu­ca­ti­va, crea un cal­do de cul­ti­vo para el des­con­trol y la inva­sión hacia el otro. Es raro que los afec­tos de for­clu­sión pato­ló­gi­ca ape­len a la volun­tad para su cam­bio y apla­ca­mien­to de su impul­so, con mayor razón cuan­do acom­pa­ñan a com­por­ta­mien­tos pro­pios de tras­tor­nos de la per­so­na­li­dad.

Lamen­ta­ble­men­te, la for­clu­sión se ve refor­za­da con­si­de­ra­ble­men­te por ten­den­cias socia­les como el machis­mo, así tam­bién como el femi­nis­mo. Ambos fenó­me­nos, bus­can negar y aten­tar con­tra el miem­bro del sexo opues­to, enta­blan­do una lucha por la supe­rio­ri­dad. Los mal­tra­tos, las pug­nas, menos­pre­cios, des­vir­túan el sen­ti­do del ser, negan­do que lo más rele­van­te es el dere­cho por ser per­so­na, y no por ser hom­bre o mujer.

Yo sicario

Yo sicario

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, docente EP Psicología UCV Trujillo)

Nues­tra socie­dad se ha vis­to inva­di­da terri­ble­men­te por el sica­ria­to. En com­pa­ra­ción a una déca­da, el incre­men­to de muer­tes por esta moda­li­dad ha ido en sobre­ma­ne­ra. Los meca­nis­mos que gobier­nan la men­te de un sica­rio pue­den ser com­ple­jos. Des­de el mis­mo apren­di­za­je por imi­ta­ción o vica­rio a tra­vés de series, pelí­cu­las que orien­tan y auto­ma­ti­zan el com­por­ta­mien­to has­ta la varie­dad diná­mi­ca y diver­sa de defen­sas psi­co­ana­lí­ti­cas. Indis­cu­ti­ble­men­te los fac­to­res psi­co­so­cia­les, polí­ti­cos y de otra índo­le tam­bién enmar­can esta con­duc­ta anti­so­cial, sin embar­go, en esta opor­tu­ni­dad abor­da­re­mos las defen­sas psi­co­ló­gi­cas inmer­sas.

La cosi­fi­ca­ción del otro, dina­mis­mo median­te el cual se tra­ta a los demás no como per­so­nas, sino como cosas. En la men­te de un sica­rio el pago por silen­ciar una vida, se “jus­ti­fi­ca” por el des­pre­cio de esta. Es el mer­can­ti­lis­mo puro, la com­pra y la ven­ta de un ser­vi­cio. No hay moral ni nor­ma que impor­te y lo impi­da. La cosi­fi­ca­ción coexis­te con un súper yo pobre­men­te desa­rro­lla­do. El súper yo es el con­te­ne­dor de los prin­ci­pios, nor­mas y para evo­lu­cio­nar, requie­re que sus dos ele­men­tos: el ideal del yo y la con­cien­cia moral, se com­ple­men­ten equi­li­bra­da­men­te. El ideal del yo, es el yo ilu­so­rio, el que se sus­ten­ta en la fan­ta­sía, muy nece­sa­rio para el desa­rro­llo del jue­go en la infan­cia y la niñez, prue­ba de ello la gran ima­gi­na­ción de los niños en sus inter­ac­cio­nes lúdi­cas. Poco a poco, con­for­me al desa­rro­llo humano, el ideal del yo tie­ne que apla­car­se y adap­tar­se a las exi­gen­cias del entorno social, por ello la adqui­si­ción de la con­cien­cia moral, el otro com­po­nen­te del súper yo. Esta per­mi­te el res­pe­to al pró­ji­mo, la eje­cu­ción de valo­res; entre otros. En la men­te de un sica­rio, el ideal del yo, fun­cio­na per­ver­sa­men­te y lucha cons­tan­te­men­te con­tra la reali­dad, care­cien­do de una con­cien­cia moral con­sis­ten­te. Ello expli­ca el con­ti­nuo arre­ba­to y frial­dad del vic­ti­ma­rio. Para él, reci­bir dine­ro para matar a alguien corres­pon­de a un jue­go, sim­ple­men­te es como eli­mi­nar o dese­char una cosa, algo míni­mo, ínfi­mo e irri­so­rio. El adul­to al fun­cio­nar con un ideal del yo per­tur­ba­do, hace y des­ha­ce en su entorno como si fue­ra su jugue­te.

Aun así, lo ante­rior requie­re de más meca­nis­mos: la iden­ti­fi­ca­ción pro­yec­ti­va, que se basa en la pro­yec­ción, la cual con­sis­te en atri­buir incons­cien­te­men­te a otros lo que uno es. Sin embar­go, este meca­nis­mo es más com­ple­jo, debi­do a que su pro­yec­ción es per­ver­sa y malig­na, pro­yec­tan­do con gran impul­so el ata­que y des­pre­cio (de viven­cias de vio­len­cia y trau­mas pro­pios) en los demás. Por ello es tan fácil eli­mi­nar a los otros por unos cuan­tos soles, en sí, se des­tru­ye a la víc­ti­ma, des­pla­zan­do toda la mal­dad y agre­si­vi­dad que el vic­ti­ma­rio acae­ció en su vida, eh ahí el fun­da­men­to de este meca­nis­mo tan des­bor­da­do. El cli­va­je obje­tal, tam­bién deno­mi­na­do des­do­bla­mien­to de los ima­gos es otro meca­nis­mo que se adhie­re a la per­ver­sión del sica­rio. Este pro­ce­so con­sis­te en el abor­da­je de la víc­ti­ma en un tra­to “bueno” y uno malo, de mane­ra espe­cial por los extor­sio­na­do­res. El pri­me­ro, fun­da­men­ta el ofre­ci­mien­to del “cha­le­queo” a la víc­ti­ma, de pro­te­ger­la de otras ame­na­zas, cla­ro está con el pago soli­ci­ta­do. El tra­to malo impli­ca la mera extor­sión con el pedi­do fre­cuen­te de cupos con el incre­men­to pau­la­tino y de ten­ta­ti­vas o rea­li­za­cio­nes de aten­ta­dos. El cli­va­je obje­tal bus­ca engan­char a la víc­ti­ma de por vida, vul­ne­rar­la al anto­jo psi­co­pá­ti­co.

Por otro lado, la dádi­va eco­nó­mi­ca no es lo úni­co que bus­ca el sica­rio, sino la sen­sa­ción de poder y aplas­ta­mien­to del otro. Cabe men­cio­nar que el dine­ro es tan solo un media­dor. La men­te de un sica­rio está pre­dis­pues­ta a matar por pla­cer. Las ver­sio­nes de que accio­nan solo a “nivel pro­fe­sio­nal” son meras racio­na­li­za­cio­nes (pre­tex­tos) de su carác­ter delin­cuen­cial.

Que­da en noso­tros refle­xio­nar seria­men­te que los sica­rios son el pro­duc­to de una degra­da­ción social en el desa­rro­llo moral, inte­lec­tual, de la pér­di­da del sen­ti­mien­to hacia el otro, en todas las esfe­ras: fami­liar, edu­ca­ti­va, his­tó­ri­ca, cul­tu­ral; entre otras. El sica­ria­to corres­pon­de al espe­jo de una socie­dad.

La formación reactiva en la educación

La formación reactiva en la educación

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, Docente EP Psicología UCV Trujillo)

La for­ma­ción reac­ti­va es un meca­nis­mo psi­co­ló­gi­co que con­sis­te en la expre­sión del impul­so con­tra­rio al ori­gi­nal, por ejem­plo, en vez de odio, se expre­sa incons­cien­te­men­te un amor exa­ge­ra­do. Es cono­ci­do que en las rela­cio­nes de pare­ja se pre­sen­ta de mane­ra cier­ta­men­te fre­cuen­te. Sin embar­go, el pre­sen­te, no con­du­ce a su desa­rro­llo en ese ámbi­to, sino en el rubro del mun­do edu­ca­ti­vo y de la ense­ñan­za apren­di­za­je.

La inter­ac­ción de la comu­ni­dad edu­ca­ti­va (estu­dian­tes, docen­tes, padres de fami­lia y auto­ri­da­des) en los jar­di­nes y diver­sos cole­gios es muy rele­van­te; pero el matiz y cali­dad de la mis­ma, con­lle­va a dina­mis­mos ya sea carac­te­rís­ti­cos de res­pe­to, tole­ran­cia, res­pon­sa­bi­li­dad o por su antí­te­sis: des­bor­de, impul­si­vi­dad, inva­sión del esce­na­rio edu­ca­ti­vo; entre otros.

Cada vez es más fre­cuen­te estu­dian­tes con ten­den­cia a una menor res­pon­sa­bi­li­dad, bús­que­da de lo fácil, una menor pacien­cia y tole­ran­cia, y tras de ellos, padres laxos, impul­si­vos, en fran­ca res­guar­da de la con­duc­ta inapro­pia­da de sus hijos. Estu­dian­tes con nota des­apro­ba­to­ria jus­ti­fi­ca­da, se resis­ten a la asun­ción de la mis­ma, demos­tran­do una nega­ción rotun­da de su res­pon­sa­bi­li­dad. Se adhie­re a lo ante­rior el res­pal­do de sus padres o pro­tec­to­res, quie­nes inva­den cole­gios de edu­ca­ción pri­ma­ria y secun­da­ria, recla­man­do a dies­tra y sinies­tra la “correc­ción” de la nota de su hijo, sin esca­ti­mar en cul­par de ello a los docen­tes, auto­ri­da­des e inclu­so a com­pa­ñe­ros de la mis­ma cla­se. Ape­lan­do a la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción del meca­nis­mo plan­tea­do, los padres, tuto­res, pro­tec­to­res que actúan con­for­me a lo men­cio­na­do, expre­san una feha­cien­te for­ma­ción reac­ti­va. Incons­cien­te­men­te, no acep­tan los erro­res y fallas de sus hijos, dado que ello sería de mucha ansie­dad y angus­tia, enton­ces la psi­que de una mane­ra incons­cien­te pre­fie­re demos­trar lo opues­to: sobre­pro­te­ger al hijo, res­pal­dan­do su actuar, ir con­tra todos, con tal de seguir negan­do la con­di­ción real de su hijo. Si com­pa­ra­mos el modus ope­ran­di de los cole­gios de la actua­li­dad con las ins­ti­tu­cio­nes de hace unos 20 o 30 años, halla­re­mos abis­ma­les dife­ren­cias: fun­cio­na­mien­tos psi­co­ló­gi­cos más vul­ne­ra­bles, sen­si­bles, depen­dien­tes, ado­les­cen­tes abo­ca­dos a la poca exi­gen­cia; pero con ten­den­cia a que­rer mucho para sí, en otras pala­bras, una meri­to­cra­cia veni­da a menos. Es así que padres e hijos viven de uno u otro modo fusio­na­dos, impi­dien­do la ade­cua­da asun­ción de la res­pon­sa­bi­li­dad por los actos.

Un padre joven, en su eta­pa de for­ta­le­za, al pro­te­ger en dema­sía a su hijo, pro­ba­ble­men­te logra con­se­guir que su des­cen­dien­te “se sal­ga con la suya”, al no asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad de sus actos en el mun­do edu­ca­ti­vo, sin embar­go el padre al enve­je­cer, yen­do su fuer­za a un natu­ral menos­ca­bo, ya no ten­drá la ener­gía sufi­cien­te para ello, y el hijo ya entra­do en años, al haber­se acos­tum­bra­do a la exa­ge­ra­da pro­tec­ción, sim­ple­men­te que­da­rá de uno u otro modo des­va­li­do y se frus­tra­rá al no con­se­guir los resul­ta­dos acos­tum­bra­dos por un cli­ma de for­ma­ción reac­ti­va en la fami­lia. Lamen­ta­ble­men­te esa frus­tra­ción con­lle­va a que muchos hijos ya adul­tos vio­len­ten a sus padres ancia­nos quie­nes en su momen­to los sobre­pro­te­gie­ron. A mayor des­bor­de de la for­ma­ción reac­ti­va, sobre­vie­ne un mayor efec­to con­tra­pro­du­cen­te en la rela­ción huma­na. Es así que los hijos (estu­dian­tes) sobre­pro­te­gi­dos son pasi­bles de una inu­ti­li­za­ción gra­dual y pro­gre­si­va, anu­lan­do la posi­bi­li­dad de un desem­pe­ño efi­cien­te en los diver­sos esce­na­rios pro­duc­ti­vos que requie­re la socie­dad. Mucha sobre­pro­tec­ción “mata” anu­la la con­duc­ta desea­ble, sien­do un cal­do de cul­ti­vo para otros com­por­ta­mien­tos como vio­len­cia, delin­cuen­cia o corrup­ción.

La for­ma­ción reac­ti­va des­bor­da­da aten­ta con­tra la fami­lia, las ins­ti­tu­cio­nes edu­ca­ti­vas y por ende a la socie­dad. Apun­tar a la asun­ción de la res­pon­sa­bi­li­dad de los indi­vi­duos es el mejor camino a un orden social.

Autoagresión: la vuelta contra sí mismo

Autoagresión: la vuelta contra sí mismo

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, Docente EP Psicología UCV Trujillo)

La agre­sión huma­na corres­pon­de a un impul­so mera­men­te natu­ral; el odio, la defen­sa fren­te a un ata­que, la fun­da­men­tan. Sin embar­go, cuan­do el desa­rro­llo psi­co­ló­gi­co se ve enmar­ca­do por con­flic­tos, el meca­nis­mo orien­ta­do a la expre­sión de los impul­sos (no sola­men­te los agre­si­vos, sino tam­bién los sexua­les) hacia los demás, se defor­ma y desem­bo­ca en el des­ajus­te del pro­ce­so deno­mi­na­do: la vuel­ta con­tra sí mis­mo.

La vuel­ta con­tra sí mis­mo es un meca­nis­mo de defen­sa en el ser humano. En con­di­cio­nes favo­ra­bles y salu­da­bles, nos per­mi­te el replie­gue hacia la refle­xión, un encuen­tro con noso­tros mis­mos, el dis­fru­tar de estar a solas y de una sole­dad cons­truc­ti­va. Al alte­rar­se este meca­nis­mo, ya sea por inade­cua­dos apren­di­za­jes, por un entorno auto­ri­ta­rio o défi­cit en la madu­rez de la recep­ción y expre­sión del afec­to, sobre­vie­ne una degra­da­ción del mis­mo, refle­ja­da en auto ata­ques, auto lesio­nes y otros.

Ado­les­cen­tes y adul­tos que pade­cen de un dete­rio­ro de este meca­nis­mo, evi­den­cian una alte­ra­ción exa­cer­ba­da de los impul­sos, mani­fes­ta­dos por la rea­li­za­ción de cor­tes, lesio­nes en sus pro­pios cuer­pos. La agre­sión y ener­gía que debe­ría ser diri­gi­da a otros, ya sea a padres, fami­lia­res, pare­ja u otras per­so­nas de dis­tin­tos entor­nos, no encuen­tra la cana­li­za­ción debi­da y se replie­ga de mane­ra exa­ge­ra­da en el cuer­po. La lesión a uno mis­mo es la rea­li­za­ción de la hos­ti­li­dad e inclu­so odio hacia otros en el pro­pio cuer­po. El meca­nis­mo la vuel­ta con­tra sí mis­mo entra en regre­sión y pue­de vol­ver­se muy noci­vo, mani­fes­tan­do auto­agre­sión de mane­ra muy inten­sa y fre­cuen­te. Los casos más gra­ves demues­tran ante­ce­den­tes de años de auto­le­sio­nes lle­gan­do a inten­tos de sui­ci­dio. Lamen­ta­ble­men­te hay casos que con­su­man ese pro­pó­si­to.

Hay una for­ma de la vuel­ta con­tra sí mis­mo, en la cual se expre­sa un maso­quis­mo. El dolor auto­in­fli­gi­do, gene­ra entre­te­ni­mien­to y pla­cer. Ten­ga­mos en cuen­ta que el maso­quis­mo coexis­te con el sadis­mo. Dado que en los casos de la vuel­ta con­tra sí mis­mo, es la pro­pia per­so­na que se hace daño, asu­me el papel tam­bién de un sádi­co (auto­ri­ta­rio, agre­sor). En otras pala­bras, se iden­ti­fi­ca con los com­por­ta­mien­tos de miem­bros de su entorno, ya sea padres u otros que ejer­cen con­duc­tas vio­len­tas o de algún tipo de mal­tra­to; pero por una impo­si­bi­li­dad de expre­sión direc­ta, tam­bién fun­da­men­ta­da por una baja auto­es­ti­ma y pro­ble­mas de aser­ti­vi­dad, las frus­tra­cio­nes pre­fie­ren des­pla­zar­se hacia el pro­pio cuer­po.

Es rele­van­te tener en cuen­ta que la piel es un órgano pasi­ble del afec­to, las cari­cias, los cui­da­dos de nues­tros pro­tec­to­res, espe­cial­men­te en eta­pas deter­mi­na­das de nues­tra exis­ten­cia. Las inter­ac­cio­nes afec­ti­vas defi­ci­ta­rias o dete­rio­ra­das, con­lle­van a una psi­que que pre­fie­re reple­gar­se en el sí mis­mo a afron­tar las diver­sas pro­ble­má­ti­cas en su entorno. Incons­cien­te­men­te, la sen­sa­ción de impo­ten­cia pue­de ser tan gran­de que optar por la furia con­tra sí mis­mo es pre­fe­ri­ble a la expre­sión hacia otros. Aun así, y de mane­ra espe­cial los ado­les­cen­tes, con­si­guen gene­rar un gran males­tar y preo­cu­pa­ción en los padres o tuto­res. Ver a un hijo las­ti­mar­se, daña al pro­ge­ni­tor o pro­tec­tor. Se agre­de así a los seres que­ri­dos, vio­len­tan­do el pro­pio cuer­po. Por ello, es muy impor­tan­te la madu­rez en el con­trol del impul­so, dado que con­lle­va a su expre­sión futu­ra hacia los demás. La per­tur­ba­ción de su for­ma, sobre­lle­va a un estan­ca­mien­to, con­cen­trán­do­lo feha­cien­te­men­te en la piel, dañán­do­la de diver­sas for­mas, “resol­vien­do” así con­flic­tos y emo­cio­nes.

Es nece­sa­rio refle­xio­nar que la reduc­ción de la vio­len­cia y de un cli­ma auto­ri­ta­rio en los hoga­res y otros con­tex­tos, faci­li­ta­rá una ade­cua­da cana­li­za­ción de las emo­cio­nes, y, por lo tan­to, el camino a la rea­li­za­ción en los seres huma­nos.

Una práctica de redes: El culto al Yo

Una práctica de redes: El culto al Yo

Por: Dioner Francis Marín Puelles, docente EP Psicología UCV Trujillo

Es inne­ga­ble que el uso de las redes es indis­pen­sa­ble y ha con­tri­bui­do de sobre­ma­ne­ra a los diver­sos ámbi­tos de la socie­dad, sin embar­go, es meri­to­rio embar­car­nos en el aná­li­sis de la natu­ra­le­za de cier­ta pra­xis. El uso indis­cri­mi­na­do de pla­ta­for­mas como face­book, ins­ta­gram, tik tok; entre otros, con la carac­te­rís­ti­ca de publi­ca­cio­nes des­me­di­das de sel­fies, fotos, gra­ba­cio­nes de la pro­pia ima­gen con el deco­ro pro­pio de los fil­tros, pos­teo de pla­tos de comi­da pro­ba­ble­men­te cos­to­sos, via­jes, lujos, maqui­lla­je y una vida osten­to­sa, apun­tan a una obten­ción del reco­no­ci­mien­to plas­ma­do a tra­vés de los likes en sus varias for­mas; pero, por otro lado, de una mane­ra silen­cio­sa, pau­la­ti­na, con­lle­va al refor­za­mien­to del cul­to del yo o tam­bién lla­ma­do ego. Nues­tro yo, es el eje­cu­tor de la per­so­na­li­dad, espe­cí­fi­ca­men­te del carác­ter, el cual se refuer­za por la expre­sión de los diver­sos hábi­tos, entre­na­mien­tos y apren­di­za­jes. La con­duc­ta orien­ta­da a cap­tar la aten­ción des­me­di­da en las redes, con­lle­va a un refor­za­mien­to ego­cén­tri­co con la con­se­cuen­cia pro­ba­ble de afec­ción del sen­ti­mien­to de otre­dad, es decir de ser empá­ti­co, de poner­se en el lugar del otro, con insen­si­bi­li­dad a los pro­ble­mas psi­co­so­cia­les, desin­te­rés a lo que real­men­te suce­de a nues­tro alre­de­dor. Impor­ta más lo pro­pio que lo fra­terno. Pro­cu­ran­do una rela­ción de lo tra­ta­do por el psi­có­lo­go Leo­pol­do Chiap­po, sobre sus argu­men­tos del para­va­lor (fal­so valor) y el valor, corres­pon­dien­te el pri­me­ro a la super­fi­cia­li­dad, frial­dad, el aspec­to cal­cu­la­dor, la exce­si­va com­pe­ten­cia, la poca o nula empa­tía, y el segun­do a la fra­ter­ni­dad, la preo­cu­pa­ción por el pró­ji­mo, la eje­cu­ción de la hones­ti­dad, la soli­da­ri­dad; entre otros, pode­mos ubi­car a la pra­xis des­bor­da­da de redes en el para­va­lor, el desa­rro­llo y refuer­zo de lo nar­ci­sis­ta, don­de ganar por ser más bello o exi­to­so es lo más rele­van­te, pudien­do nues­tro entorno estar en “lla­mas” y no alar­mar­nos por ello. Con este tipo de prác­ti­ca, el ego pue­de ser tan pode­ro­so y des­truc­ti­vo que impi­de dar­nos cuen­ta que la fal­ta del sen­ti­mien­to y res­pe­to por el otro, nos está lle­van­do al caos. Así tam­bién, el uso reite­ra­ti­vo de lo visual, ha con­lle­va­do a un faci­lis­mo con el des­me­dro por el ejer­ci­cio de la letra, del escri­to. Leer y escri­bir cada vez cues­ta más, des­pués de todo una foto ven­de mucho más que un tex­to. La prác­ti­ca des­me­di­da de mane­ra yoi­ca en las redes, refuer­za el para­va­lor en el indi­vi­duo, refle­jan­do en su desem­pe­ño una deno­da­da preo­cu­pa­ción por sí mis­mo. Por otro lado, con­si­de­ra­mos que una foto refle­ja una vida, sin embar­go, es tan solo la cap­tu­ra de un momen­to. La vida es un con­ti­nuo, la acu­mu­la­ción de una diver­si­dad de situa­cio­nes, viven­cias, expe­rien­cias, el dina­mis­mo en sí.

La prác­ti­ca exa­ge­ra­da de las redes nos hace creer en una exis­ten­cia pro­ba­ble­men­te falaz. Com­pen­sa­mos caren­cias y males­ta­res, acom­pa­ña­dos de un cul­to des­me­di­do a nues­tro yo.

Código Ético del Psicólogo

Código Ético del Psicólogo

Redactado por:
Cecilia Quero Vásquez
Marco Eduardo Murueta

PREÁMBULO

El buen cum­pli­mien­to de las fun­cio­nes pro­fe­sio­na­les pre­vé altas exi­gen­cias a la efi­cien­cia de cada espe­cia­lis­ta. Sin embar­go, es nece­sa­rio con­ju­gar el pro­fe­sio­na­lis­mo con la capa­ci­dad de com­pren­der a fon­do la res­pon­sa­bi­li­dad adqui­ri­da y la obli­ga­ción de cum­plir irre­pro­cha­ble­men­te el deber pro­fe­sio­nal. La fal­ta a las nor­mas de la moral pro­fe­sio­nal o el menos­pre­cio de sus valo­res influ­yen nega­ti­va­men­te tan­to en la cali­dad del tra­ba­jo de los espe­cia­lis­tas como en el sta­tus de su gru­po pro­fe­sio­nal.

Sien­do una obli­ga­ción del psi­có­lo­go pres­tar sus ser­vi­cios a per­so­nas o gru­pos, el pro­fe­sio­nis­ta debe carac­te­ri­zar­se por un com­por­ta­mien­to digno, res­pon­sa­ble, hono­ra­ble y tras­cen­den­te. Ayu­dar repre­sen­ta por si sólo un acto de mora­li­dad, por lo tan­to, aque­llos hom­bres y muje­res que se dedi­can a pro­cu­rar la salud en los demás deben actuar con una éti­ca impe­ca­ble.

Sien­do la misión del psi­có­lo­go el cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co de los pro­ce­sos psi­co­ló­gi­cos de los seres huma­nos y el empleo de tal cono­ci­mien­to en bene­fi­cio de cada per­so­na, éste debe tener pre­sen­te en todo momen­to que tra­ta con el aspec­to más com­ple­jo y deter­mi­nan­te en la vida de los seres huma­nos: la esfe­ra psi­co­ló­gi­ca y que ha de empe­zar su tra­ba­jo res­pe­tan­do el valor y la dig­ni­dad que cada indi­vi­duo posee. Cada acto que lle­ve a cabo el pro­fe­sio­nis­ta, deter­mi­na­rá la salud psi­co­ló­gi­ca y/o físi­ca de quie­nes soli­ci­ten sus ser­vi­cios, cual­quier error o equi­vo­ca­ción que se lle­ga­ra a come­ter ten­dría reper­cu­sio­nes incal­cu­la­bles en la vida de quie­nes acu­den a él.

El pre­sen­te Códi­go de Éti­ca Pro­fe­sio­nal del Psi­có­lo­go pone de mani­fies­to el alto valor que posee cada per­so­na, así como la afir­ma­ción de los prin­ci­pios huma­ni­ta­rios que han de pre­va­le­cer en las rela­cio­nes inter­per­so­na­les, está cons­ti­tui­do por prin­ci­pios diri­gi­dos a man­te­ner un alto nivel éti­co que la Aso­cia­ción asu­me y que pro­po­ne a los pro­fe­sio­nis­tas de la psi­co­lo­gía, sien­do apli­ca­ble al ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal y para orien­tar la con­duc­ta del pro­fe­sio­nis­ta en sus rela­cio­nes con la ciu­da­da­nía, las ins­ti­tu­cio­nes, sus socios, clien­tes, supe­rio­res, subor­di­na­dos y sus cole­gas.

 

CAPITULO PRIMERO. DISPOSICIONES GENERALES

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 1. Asu­mir la obli­ga­ción de regir siem­pre su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal de acuer­do a prin­ci­pios éti­cos y cien­tí­fi­cos de la Psi­co­lo­gía.

Artícu­lo 2. Garan­ti­zar inva­ria­ble­men­te la cali­dad cien­tí­fi­ca, pro­fe­sio­nal y éti­ca de todas las accio­nes empren­di­das en su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 3. Pro­cu­rar en todas las oca­sio­nes la inte­gri­dad y bue­na ima­gen de su pro­fe­sión.

Artícu­lo 4. Ejer­cer la pro­fe­sión con pleno res­pe­to y obser­van­cia a las dis­po­si­cio­nes lega­les vigen­tes.

Artícu­lo 5. Para aten­der cir­cuns­tan­cias de emer­gen­cia nacio­nal, poner sus ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les a dis­po­si­ción de gobier­nos o ins­ti­tu­cio­nes acre­di­ta­das.

Artícu­lo 6. Res­pe­tar, sin dis­cri­mi­na­ción, las ideas polí­ti­cas, reli­gio­sas y la vida pri­va­da, con inde­pen­den­cia de la nacio­na­li­dad, sexo, edad, posi­ción social o cual­quier otra carac­te­rís­ti­ca per­so­nal de quie­nes le con­sul­ten.

Artícu­lo 7. Res­pe­tar los hora­rios des­ti­na­dos a todos los asun­tos rela­ti­vos al ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 8. Man­te­ner un genuino inte­rés en su pro­pio desa­rro­llo per­so­nal, así como en el cre­ci­mien­to armó­ni­co de los seres huma­nos y gru­pos socia­les.

Artícu­lo 9. Res­pe­tar la inte­gri­dad de los seres huma­nos en todos los ámbi­tos don­de actúe pro­fe­sio­nal­men­te.

Artícu­lo 10. Man­te­ner­se en for­ma­ción pro­fe­sio­nal cons­tan­te y pro­cu­rar invo­lu­crar­se y cola­bo­rar en el desa­rro­llo de la psi­co­lo­gía como cien­cia y pro­fe­sión, a nivel nacio­nal e inter­na­cio­nal.

Artícu­lo 11. Dedi­car sus esfuer­zos a la pre­ven­ción de los pro­ble­mas que ata­ñen a la pro­fe­sión.

Artícu­lo 12. Valo­rar la con­fi­den­cia­li­dad y el res­pe­to por la infor­ma­ción reci­bi­da de los con­sul­tan­tes, guar­dan­do el secre­to pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 13. Evi­tar que su vida per­so­nal inter­fie­ra en su ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal, abs­te­nién­do­se de inter­ve­nir pro­fe­sio­nal­men­te en aque­llos casos en los que ten­ga algún tipo de invo­lu­cra­mien­to o inte­rés emo­cio­nal.

Artícu­lo 14. Esta­ble­cer con cla­ri­dad y limi­tar sus hono­ra­rios a la pre­pa­ra­ción pro­fe­sio­nal y a las acti­vi­da­des pres­ta­das al clien­te, rea­li­zan­do el cobro en la for­ma y can­ti­dad acor­da­da pre­via­men­te.

Artícu­lo 15. Fomen­tar el pen­sa­mien­to cien­tí­fi­co, espe­cial­men­te en el ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal. Evi­tar esta­ble­cer nexos de cola­bo­ra­ción pro­fe­sio­nal con per­so­nas que no empleen como base el cono­ci­mien­to y los méto­dos cien­tí­fi­cos.

Artícu­lo 16. Deli­mi­tar su cam­po de inter­ven­ción y reco­no­cer el alcan­ce y limi­tes de sus téc­ni­cas, y, cuan­do así suce­da, tam­bién su fal­ta de pre­pa­ra­ción para resol­ver deter­mi­na­dos pro­ble­mas que se le pre­sen­ten en el ejer­ci­cio de su pro­fe­sión.

Artícu­lo 17. Evi­tar atri­buir­se o suge­rir que tie­ne cali­fi­ca­cio­nes pro­fe­sio­na­les, méri­tos cien­tí­fi­cos o títu­los aca­dé­mi­cos que no posee.

Artícu­lo 18. Negar­se a expe­dir cer­ti­fi­ca­dos e infor­mes que no se basen en la meto­do­lo­gía que debe seguir­se en los diver­sos cam­pos de la psi­co­lo­gía.

Artícu­lo 19. Evi­tar ejer­cer su pro­fe­sión cuan­do su capa­ci­dad pro­fe­sio­nal se encuen­tre limi­ta­da por el alcohol, las dro­gas, las enfer­me­da­des o inca­pa­ci­da­des físi­cas y/o psi­co­ló­gi­cas.

Artícu­lo 20. Reco­no­cer sus nece­si­da­des per­so­na­les y evi­tar mez­clar­las con !a influen­cia que tie­ne fren­te a sus clien­tes, alum­nos y subor­di­na­dos, por lo que evi­ta­rá mani­pu­lar u obte­ner bene­fi­cios de la con­fian­za y depen­den­cia de éstos que no sean los inhe­ren­tes a su tra­ba­jo pro­fe­sio­nal.

CAPITULO SEGUNDO. DE LOS DEBERES PARA CON LA PROFESIÓN

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 21. Trans­mi­tir sus cono­ci­mien­tos y expe­rien­cia a estu­dian­tes y egre­sa­dos de su pro­fe­sión, con obje­ti­vi­dad y en el más alto ape­go a la ver­dad cien­tí­fi­ca del cam­po de cono­ci­mien­to que se tra­te.

Artícu­lo 22. Ejer­cer la pro­fe­sión de for­ma dig­na, median­te el buen desem­pe­ño y el reco­no­ci­mien­to que haga de los pro­fe­so­res que le trans­mi­tie­ron los cono­ci­mien­tos y expe­rien­cia en la escue­la don­de egre­só.

Artícu­lo 23. Adop­tar y fomen­tar las medi­das nece­sa­rias que garan­ti­cen que un núme­ro cada vez mayor de per­so­nas ten­gan acce­so a ser­vi­cios psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 24. Negar­se a acep­tar con­di­cio­nes de tra­ba­jo que le impi­dan apli­car los prin­ci­pios éti­cos y cien­tí­fi­cos des­cri­tos en este Códi­go.

Artícu­lo 25. Com­ba­tir la char­la­ta­ne­ría y fal­ta de pro­fe­sio­na­lis­mo en el cam­po pro­fe­sio­nal y denun­ciar los inten­tos o la explo­ta­ción de la cre­di­bi­li­dad de las per­so­nas, así como los abu­sos que se come­tan al apro­ve­char­se de la igno­ran­cia de las per­so­nas.

Artícu­lo 26. Sal­va­guar­dar la pro­fe­sión expo­nien­do públi­ca­men­te la con­duc­ta corrup­ta o incom­pe­ten­te de cole­gas sin escrú­pu­los.

Artícu­lo 27. Evi­tar accio­nes que vio­len los dere­chos lega­les y civi­les de sus clien­tes y pug­nar por modi­fi­car las nor­mas o leyes que lesio­nen los intere­ses de la per­so­na.

Artícu­lo 28. Res­pe­tar la nor­ma­ti­vi­dad de las ins­ti­tu­cio­nes u orga­ni­za­cio­nes con las que se tra­ba­je o cola­bo­re.

Artícu­lo 29. Reco­no­cer su res­pon­sa­bi­li­dad social y la influen­cia de su posi­ción, evi­tan­do que su actua­ción pro­fe­sio­nal res­pon­da a pre­sio­nes ejer­ci­das por per­so­nas, gru­pos o ins­ti­tu­cio­nes.

Artícu­lo 30. Pre­ci­sar con obje­ti­vi­dad su pre­pa­ra­ción, fun­cio­nes que efec­túa, afi­lia­ción pro­fe­sio­nal así como las de la Aso­cia­ción cuan­do sea nece­sa­rio pro­mo­cio­nar o difun­dir el ser­vi­cio psi­co­ló­gi­co.

Artícu­lo 31. Anun­ciar de for­ma cien­tí­fi­ca y pro­fe­sio­nal el mate­rial, libros u otros ins­tru­men­tos que desa­rro­lle.

Artícu­lo 32. Difun­dir las apor­ta­cio­nes de la psi­co­lo­gía y ofre­cer sus ser­vi­cios sin sen­sa­cio­na­lis­mos.

Artícu­lo 33. Limi­tar el diag­nós­ti­co indi­vi­dual y la psi­co­te­ra­pia a una rela­ción psi­co­ló­gi­ca pro­fe­sio­nal. Al dar opi­nio­nes o con­se­jos a tra­vés de los medios de comu­ni­ca­ción masi­va, o simi­la­res, el psi­có­lo­go ejer­ce­rá el más alto jui­cio pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 34. Cola­bo­rar en el con­trol pro­fe­sio­nal y comer­cial de mate­rial psi­co­ló­gi­co, evi­tar su difu­sión gene­ra­li­za­da y limi­tar su dis­tri­bu­ción a quie­nes estén debi­da­men­te acre­di­ta­dos.

CAPITULO TERCERO. DE LOS DEBERES PARA CON LOS CLIENTES

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 35. Limi­tar­se a man­te­ner una rela­ción pro­fe­sio­nal con sus clien­tes.

Artícu­lo 36. Man­te­ner la más alta cali­dad en la pres­ta­ción de sus ser­vi­cios, inde­pen­dien­te­men­te de la remu­ne­ra­ción acor­da­da con el clien­te.

Artícu­lo 37. Pres­tar sus ser­vi­cios sólo cuan­do la pro­ble­má­ti­ca plan­tea­da por el clien­te que­de den­tro del ámbi­to de su com­pe­ten­cia.

Artícu­lo 38. Esta­ble­cer un con­ve­nio cla­ro en aque­llos casos en los cua­les el clien­te es envia­do por una Ins­ti­tu­ción o un ter­ce­ro. Espe­ci­fi­car en estos casos a la Ins­ti­tu­ción o a los ter­ce­ros que los infor­mes se les pre­sen­ta­rán de for­ma gene­ral y jamás con infor­ma­ción con­fi­den­cial o que des­acre­di­te a la per­so­na. Se inclu­ye como infor­ma­ción con­fi­den­cial los resul­ta­dos de la apli­ca­ción de ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 39. Negar­se a pres­tar sus ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les con fines de entre­te­ni­mien­to.

Artícu­lo 40. Ser espe­cial­men­te cui­da­do­so al tra­ba­jar con meno­res de edad o dis­ca­pa­ci­ta­dos para garan­ti­zar­les la pro­tec­ción de sus dere­chos e intere­ses.

Artícu­lo 41. Admi­nis­trar las inter­ven­cio­nes que juz­gue más segu­ras y menos one­ro­sas tan­to en tiem­po como en eco­no­mía.

Artícu­lo 42. Infor­mar a su clien­te sobre el plan de tra­ba­jo y hono­ra­rios, así como de las con­di­cio­nes de posi­bles cam­bios a lo lar­go de la rela­ción pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 43. Ter­mi­nar sus ser­vi­cios cuan­do el clien­te no está per­ci­bien­do bene­fi­cios del mis­mo y ofre­cer otras alter­na­ti­vas de asis­ten­cia.

Artícu­lo 44. Evi­tar per­jui­cios al clien­te cuan­do sea nece­sa­rio sus­pen­der o des­con­ti­nuar la pres­ta­ción de los ser­vi­cios pro­fe­sio­na­les. En estos casos se debe­rá infor­mar al clien­te con la debi­da anti­ci­pa­ción y se le pro­por­cio­na­rá la infor­ma­ción nece­sa­ria para que otro psi­có­lo­go o pro­fe­sio­nis­ta pro­si­ga la asis­ten­cia.

Artícu­lo 45. Renun­ciar al cobro de sus hono­ra­rios cuan­do el tra­ba­jo que reali­zó no se efec­tuó en con­cor­dan­cia con lo reque­ri­do o cuan­do se haya incu­rri­do en negli­gen­cia pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 46. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos que lo pue­dan con­du­cir a reve­lar el secre­to pro­fe­sio­nal o a uti­li­zar la infor­ma­ción reci­bi­da de su clien­te, sal­vo que obten­ga la auto­ri­za­ción pre­via y for­mal del mis­mo.

Artícu­lo 47. Ase­gu­rar­se de que cual­quier asis­ten­te o estu­dian­te que pro­por­cio­ne ser­vi­cios bajo su auto­ri­dad esté capa­ci­ta­do para pro­por­cio­nar dichos ser­vi­cios, asu­mien­do la obli­ga­ción de super­vi­sar per­ma­nen­te­men­te la acti­vi­dad.

CAPITULO CUARTO. DE LOS DEBERES PARA CON LOS COLEGAS

El psicólogo deberá:

Artícu­lo 48. Pro­mo­ver y man­te­ner en la comu­ni­dad de pro­fe­sio­nis­tas un espí­ri­tu de cola­bo­ra­ción y res­pe­to mutuo, aún cuan­do exis­tan dife­ren­cias teó­ri­cas y/o meto­do­ló­gi­cas.

Artícu­lo 49. Reco­no­cer y res­pe­tar las nece­si­da­des, espe­cia­li­za­cio­nes, dere­chos y carac­te­rís­ti­cas per­so­na­les de sus cole­gas y otros pro­fe­sio­nis­tas.

Artícu­lo 50. Reco­no­cer la capa­ci­dad y méri­to de sus cole­gas en el ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal y evi­tar sub­es­ti­mar a sus cole­gas emplean­do el posi­ble cono­ci­mien­to de ante­ce­den­tes per­so­na­les que pue­dan oca­sio­nar algún per­jui­cio o des­pres­ti­gio pro­fe­sio­nal y/o per­so­nal, a menos que una ins­tan­cia legal lo requie­ra.

Artícu­lo 51. Pro­ce­der de mane­ra tal que sal­va­guar­de el buen nom­bre del cole­ga a quien reem­pla­ce cuan­do sea nece­sa­rio encar­gar­se de sus asun­tos pro­fe­sio­na­les. Los hono­ra­rios per­ci­bi­dos se des­ti­na­rán según lo acor­da­do pre­via­men­te.

Artícu­lo 52. Exi­gir el cum­pli­mien­to del Códi­go Éti­co cuan­do un cole­ga vio­le algún prin­ci­pio, siem­pre y cuan­do la fal­ta no exi­ja de la san­ción de un cuer­po cole­gia­do, en cuyo caso pre­sen­ta­rá ante dicho orga­nis­mo la denun­cia res­pec­ti­va.

Artícu­lo 53. Pro­veer con­di­cio­nes favo­ra­bles de tra­ba­jo y posi­bi­li­da­des de desa­rro­llo pro­fe­sio­nal a sus cola­bo­ra­do­res.

Artícu­lo 54. Dar cré­di­to a sus cole­gas, ase­so­res y tra­ba­ja­do­res por la inter­ven­ción que ten­gan en los asun­tos, inves­ti­ga­cio­nes y tra­ba­jos ela­bo­ra­dos en con­jun­to.

Artícu­lo 55. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos don­de otro pro­fe­sio­nis­ta esté pres­tan­do sus ser­vi­cios, sal­vo que el clien­te y el otro pro­fe­sio­nis­ta le auto­ri­cen para ello, o bien en aque­llos casos de urgen­cia en los que sea nece­sa­rio ofre­cer aten­ción pri­ma­ria en situa­cio­nes de cri­sis.

CAPITULO QUINTO. DE LOS DEBERES EN LA INVESTIGACIÓN

El psi­có­lo­go rea­li­za­rá acti­vi­da­des de inves­ti­ga­ción obser­van­do los siguien­tes cri­te­rios:

Artícu­lo 56. La inves­ti­ga­ción debe pre­ver su impac­to sobre el desa­rro­llo de la psi­co­lo­gía, así como los bene­fi­cios socia­les que de ella se des­pren­dan.

Artícu­lo 57. Las per­so­nas con las que cola­bo­re en la inves­ti­ga­ción deben ser per­so­nas cali­fi­ca­das en el cam­po de la psi­co­lo­gía y de la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca y, cuan­do sea nece­sa­rio, bajo la super­vi­sión ade­cua­da.

Artícu­lo 58. Res­pe­tar la inte­gri­dad de los seres huma­nos, la cual pre­va­le­ce­rá por enci­ma de cual­quier logro que pue­da con­si­de­rar­se cien­tí­fi­ca­men­te valio­so

Artícu­lo 59. Cuan­do el pro­yec­to de inves­ti­ga­ción se fun­da­men­te exclu­si­va­men­te en lite­ra­tu­ra y ante­ce­den­tes cien­tí­fi­cos.

Artícu­lo 60. Soli­ci­tar la auto­ri­za­ción per­ti­nen­te cuan­do la inves­ti­ga­ción se lle­ve a cabo en una Ins­ti­tu­ción, res­pe­tan­do los pro­ce­di­mien­tos de la mis­ma. En el infor­me final, debe­rá dar cré­di­to a las ins­ti­tu­cio­nes y per­so­nas que cola­bo­ra­ron para su rea­li­za­ción.

Artícu­lo 61. Evi­tar con­flic­tos de intere­ses y dis­mi­nuir al máxi­mo las posi­bles inter­fe­ren­cias en el medio en el que se obtie­nen los datos.

Artícu­lo 62. Expre­sar las con­clu­sio­nes en su exac­ta mag­ni­tud y en estric­to ape­go a las nor­mas meto­do­ló­gi­cas acor­des con el tipo de estu­dio. Pro­cu­ran­do ade­más la difu­sión de los resul­ta­dos.

Artícu­lo 63. Cono­cer amplia­men­te los bene­fi­cios y ries­gos que impli­ca la inves­ti­ga­ción sobre cada par­ti­ci­pan­te.

Artícu­lo 64. Con­si­de­rar­se res­pon­sa­ble de los par­ti­ci­pan­tes, aun cuan­do cada uno de ellos haya dado su con­sen­ti­mien­to, por lo tan­to, debe­rá exis­tir un con­tra­to cla­ro y for­mal que esta­blez­ca las res­pon­sa­bi­li­da­des tan­to del inves­ti­ga­dor como del par­ti­ci­pan­te.

Artícu­lo 65. Garan­ti­zar que la inves­ti­ga­ción se lle­va­rá a cabo en las ins­ta­la­cio­nes y con los recur­sos que ofrez­can con­di­cio­nes ade­cua­das para el éxi­to de la inves­ti­ga­ción y la inte­gri­dad de los par­ti­ci­pan­tes.

Artícu­lo 66. Gene­rar el cli­ma ade­cua­do para que la per­so­na expre­se con abso­lu­ta liber­tad su acep­ta­ción o recha­zo a su con­di­ción de suje­to de expe­ri­men­ta­ción.

Artícu­lo 67. Dar a cono­cer a pre­via­men­te a cada par­ti­ci­pan­te la natu­ra­le­za, alcan­ces, fines y con­se­cuen­cias de la expe­ri­men­ta­ción. Cuan­do el méto­do requie­ra ocul­tar infor­ma­ción o hacer uso de infor­ma­ción fal­sa, en cuan­to sea posi­ble, expli­car y jus­ti­fi­car a los par­ti­ci­pan­tes lo ocu­rri­do.

Artícu­lo 68. Per­mi­tir al par­ti­ci­pan­te ejer­cer su dere­cho a reti­rar su con­sen­ti­mien­to o sus­pen­der su par­ti­ci­pa­ción en cual­quier eta­pa de la inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 69. Soli­ci­tar el per­mi­so del res­pon­sa­ble jurí­di­co cuan­do el par­ti­ci­pan­te pre­sen­te algu­na inca­pa­ci­dad legal, físi­ca o men­tal. Res­pe­tan­do indis­cu­ti­ble­men­te el recha­zo del par­ti­ci­pan­te a cola­bo­rar en la inves­ti­ga­ción aún cuan­do pre­sen­te algu­na inca­pa­ci­dad legal, físi­ca o men­tal.

Artícu­lo 70. Pro­te­ger al par­ti­ci­pan­te de toda inco­mo­di­dad, daño o peli­gro que pue­da pre­sen­tar­se; y, de exis­tir, se le infor­ma­rá en todos los casos para obte­ner su con­sen­ti­mien­to.

Artícu­lo 71. Res­pe­tar la inti­mi­dad de los par­ti­ci­pan­tes y por tan­to garan­ti­zar el ano­ni­ma­to y con­fi­den­cia­li­dad de la infor­ma­ción obte­ni­da de ellos, a menos que pre­via­men­te se acor­da­ra algo dife­ren­te.

Artícu­lo 72. Al rea­li­zar inves­ti­ga­ción con ani­ma­les, adqui­rir, man­te­ner y eli­mi­nar a los suje­tos ajus­tán­do­se a las dis­po­si­cio­nes lega­les.

Artícu­lo 73. Docu­men­tar­se y pro­cu­rar los cui­da­dos y nece­si­da­des de un ani­mal que par­ti­ci­pe en una inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 74. Super­vi­sar y garan­ti­zar que los pro­ce­di­mien­tos se reali­cen con el debi­do cui­da­do, pro­cu­ran­do el bien­es­tar de los ani­ma­les que par­ti­ci­pen en una inves­ti­ga­ción

Artícu­lo 75. Evi­tar o dis­mi­nuir al míni­mo indis­pen­sa­ble cual­quier males­tar, inco­mo­di­dad, dolor o enfer­me­dad de los ani­ma­les par­ti­ci­pan­tes en una inves­ti­ga­ción.

Artícu­lo 76. Cuan­do sea indis­pen­sa­ble, rea­li­zar los pro­ce­di­mien­tos para ter­mi­nar con la vida del ani­mal de for­ma rápi­da e indo­lo­ra.

CAPÍTULO SEXTO. DE LOS BEBERES EN LA DOCENCIA

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 77. Fun­da­men­tar su acti­vi­dad en una pre­pa­ra­ción peda­gó­gi­ca y cien­tí­fi­ca y actua­li­za­da.

Artícu­lo 78. Reco­no­cer la impor­tan­cia y tras­cen­den­cia de la edu­ca­ción en la for­ma­ción del indi­vi­duo, así como las con­se­cuen­cias socia­les de ésta.

Artícu­lo 79. Ser sen­si­ble a los valo­res de sus alum­nos, res­pe­tar sus acti­tu­des y estar cons­cien­te que sus pro­pios valo­res influ­yen en el mate­rial y la selec­ción de los temas que ense­ña.

Artícu­lo 80. Pre­sen­tar en sus pro­gra­mas los temas de sus cur­sos en tér­mi­nos cla­ros y con­cre­tos, mar­can­do obje­ti­vos, meto­do­lo­gía y sis­te­ma de eva­lua­ción.

Artícu­lo 81. Evi­tar dele­gar sus obli­ga­cio­nes y debe­res en otras per­so­nas. Cuan­do le sea impo­si­ble cum­plir con su tra­ba­jo por razo­nes de fuer­za mayor, debe­rá pedir la cola­bo­ra­ción de sus cole­gas capa­ci­ta­dos en el área.

Artícu­lo 82. Esti­mu­lar y apo­yar en sus alum­nos el inte­rés por el cono­ci­mien­to, así como la bús­que­da y crea­ción del mis­mo. Pro­mo­ver en todos los cur­sos el cono­ci­mien­to y valor de la éti­ca pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 83. Adop­tar una acti­tud de res­pe­to y aten­ción a los pun­tos de vis­ta expre­sa­dos por sus alum­nos aún cuan­do no esté de acuer­do con ellos.

Artícu­lo 84. Tra­tar siem­pre de for­ma obje­ti­va y res­pe­tuo­sa todos los temas, ya que algu­nos pue­den ser poten­cial­men­te ofen­si­vos para algu­nas per­so­nas.

CAPÍTULO SÉPTIMO. DE LOS DEBERES EN LA PSICOTERAPIA

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 85. Prac­ti­car la psi­co­te­ra­pia siem­pre y cuan­do se encuen­tre amplia­men­te capa­ci­ta­do en esta acti­vi­dad pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 86. Pro­por­cio­nar tra­ta­mien­to psi­co­te­ra­péu­ti­co cuan­do se le soli­ci­te, par­ti­cu­lar­men­te en situa­cio­nes de urgen­cia.

Artícu­lo 87. Adop­tar y fomen­tar las medi­das nece­sa­rias que garan­ti­cen que un núme­ro cada vez mayor de per­so­nas ten­gan acce­so a ser­vi­cios psi­co­te­ra­péu­ti­cos.

Artícu­lo 88. Pro­por­cio­nar al clien­te al final de la pri­me­ra sesión, la infor­ma­ción exac­ta sobre el cos­to de la psi­co­te­ra­pia, dura­ción, hora­rios, así como de la pro­gra­ma­ción de los pagos.

Artícu­lo 89. Ase­gu­rar­se de no pro­lon­gar inne­ce­sa­ria­men­te el tra­ta­mien­to psi­co­te­ra­péu­ti­co o tra­tar de con­ven­cer al clien­te de que se some­ta a tra­ta­mien­tos de diag­nós­ti­co inne­ce­sa­rios.

Artícu­lo 90. Apo­yar al clien­te, den­tro del ámbi­to de su exclu­si­va com­pe­ten­cia, para rea­li­zar el cobro de hono­ra­rios cuan­do sea una ter­ce­ra per­so­na quien pague el cos­to del tra­ta­mien­to.

Artícu­lo 91. Pro­por­cio­nar al clien­te des­de la pri­me­ra sesión la infor­ma­ción sobre obje­ti­vos, pro­ce­di­mien­tos y orien­ta­ción teó­ri­ca en rela­ción con el pro­ce­so tera­péu­ti­co.

Artícu­lo 92. Evi­tar satis­fa­cer las nece­si­da­des que que­den fue­ra del ámbi­to pro­fe­sio­nal a expen­sas del clien­te.

Artícu­lo 93. Pre­pa­rar al clien­te para ter­mi­nar el pro­ce­so psi­co­te­ra­péu­ti­co y tomar las medi­das apro­pia­das para con­ti­nuar el tra­ta­mien­to si está jus­ti­fi­ca­do.

Artícu­lo 94. Res­pe­tar la peti­ción del clien­te de con­sul­tar con otro pro­fe­sio­nal.

Artícu­lo 95. Man­te­ner un regis­tro exac­to del pro­ce­so tera­péu­ti­co y siem­pre actua­li­za­do. Se han de con­si­de­rar los pro­ble­mas de la con­fi­den­cia­li­dad al deci­dir qué infor­ma­ción sobre el clien­te debe o no regis­trar­se en su expe­dien­te

Artícu­lo 96. Evi­tar obte­ner infor­ma­ción con enga­ño o vio­len­cia y abs­te­ner­se de bus­car más infor­ma­ción de la que sea nece­sa­ria para el pro­ce­so psi­co­te­ra­péu­ti­co.

Artícu­lo 97. Implan­tar un sis­te­ma para pro­te­ger la con­fi­den­cia­li­dad de todos los regis­tros e infor­mar a los clien­tes sobre los lími­tes lega­les de la mis­ma.

Artícu­lo 98. Abs­te­ner­se de inter­ve­nir en asun­tos que lo pue­dan con­du­cir a reve­lar secre­tos pro­fe­sio­na­les o a uti­li­zar la infor­ma­ción reci­bi­da de su clien­te, sal­vo que obten­ga la auto­ri­za­ción pre­via y for­mal del mis­mo.

Artícu­lo 99. Man­te­ner el expe­dien­te de cada clien­te duran­te un lap­so de 5 años des­pués de ter­mi­nar el tra­ta­mien­to, pasa­do este perio­do des­ha­cer­se final­men­te del expe­dien­te de tal for­ma que no se com­pro­me­ta la con­fi­den­cia­li­dad.

Artícu­lo 100. Guar­dar el secre­to pro­fe­sio­nal en: a) la infor­ma­ción obte­ni­da por cau­sa de la pro­fe­sión; b) Las con­fi­den­cias hechas por ter­ce­ros al psi­có­lo­go, en razón de su pro­fe­sión y c) las con­fi­den­cias deri­va­das de rela­cio­nes con cole­gas u otros pro­fe­sio­nis­tas. Se Excep­túan los siguien­tes casos: a) aque­llos en que se actúe con­for­me a cir­cuns­tan­cias pre­vis­tas por la ley, debe­rá infor­mar­se inme­dia­ta­men­te al clien­te de esta situa­ción; b) aque­llos en que se tra­te de meno­res de edad, y sus res­pon­sa­bles jurí­di­cos, escue­la o tri­bu­nal requie­ran un infor­me cuyo fin com­pro­ba­ble sea brin­dar­les ayu­da; c) en caso de que el psi­có­lo­go fue­ra acu­sa­do legal­men­te, podrá reve­lar el secre­to pro­fe­sio­nal sólo den­tro de los lími­tes indis­pen­sa­bles para su pro­pia defen­sa; d) aque­llos en que se actúe para evi­tar la comi­sión de un deli­to y pre­ve­nir daños mora­les o mate­ria­les que de él se deri­ven; e) aque­llos en que el que con­sul­ta dé su con­sen­ti­mien­to por escri­to, para que los resul­ta­dos sean cono­ci­dos por quien él auto­ri­ce.

Artícu­lo 101. El deber de guar­dar el secre­to pro­fe­sio­nal es de jus­ti­cia con­mu­ta­ti­va y se extien­de a todo el per­so­nal que tra­ba­ja en la Aso­cia­ción. Esta obli­ga­ción debe­rá ser recor­da­da cons­tan­te­men­te por los psi­có­lo­gos a todos los miem­bros de la Aso­cia­ción. Debe tener­se en cuen­ta que el secre­to pro­fe­sio­nal se pue­de vio­lar no sola­men­te por pala­bras sino tam­bién por ges­tos, son­ri­sas, pos­tu­ras cor­po­ra­les, etc.

Artícu­lo 102. Cuan­do el clien­te pida y/o auto­ri­ce que el psi­có­lo­go reve­le par­te o toda la infor­ma­ción de su caso, el psi­có­lo­go le orien­ta­rá acer­ca de qué infor­ma­ción es apro­pia­do reve­lar y a quién debe reve­lar­se, hacién­do­le notar posi­bles con­se­cuen­cias.

Artícu­lo 103. Fijar con el clien­te una fecha ten­ta­ti­va para la ter­mi­na­ción del tra­ta­mien­to, revi­sán­do­la perió­di­ca­men­te o cuan­do sea nece­sa­rio.

Artícu­lo 104. Revi­sar los casos de tra­ta­mien­to pro­lon­ga­do con otros cole­gas, a fin de eva­luar la nece­si­dad de con­cluir­los así como las estra­te­gias para lograr­lo.

Artícu­lo 105. Dis­cu­tir sólo con pro­pó­si­tos pro­fe­sio­na­les la infor­ma­ción obte­ni­da de una rela­ción clí­ni­ca o de con­sul­ta y comu­ni­car­la sólo a quie­nes estén cla­ra­men­te rela­cio­na­dos con el caso.

CAPÍTULO OCTAVO. DE LOS DEBERES EN LA EVALUACIÓN Y USO DE INSTRUMENTOS

El psi­có­lo­go debe­rá:

Artícu­lo 106. Vigi­lar que la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción de las prue­bas e ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos sean exclu­si­vas de quie­nes posean la pre­pa­ra­ción pro­fe­sio­nal ade­cua­da y hayan acep­ta­do las obli­ga­cio­nes y con­se­cuen­cias de esta prác­ti­ca.

Artícu­lo 107. Seguir los pro­ce­di­mien­tos cien­tí­fi­cos para el desa­rro­llo, vali­dez y estan­da­ri­za­ción de ins­tru­men­tos de eva­lua­ción.

Artícu­lo 108. Evi­tar la comer­cia­li­za­ción y dis­tri­bu­ción indis­cri­mi­na­da de prue­bas dis­po­ni­bles para uso pro­fe­sio­nal, inclu­yen­do manua­les o infor­ma­ción que expre­sen sus moti­vos o fines, su desa­rro­llo, su vali­dez, y el nivel de entre­na­mien­to nece­sa­rio para apli­car­las e inter­pre­tar­las.

Artícu­lo 109. Emplear los ins­tru­men­tos como se indi­ca en los manua­les res­pec­ti­vos, sien­do rigu­ro­so en la meto­do­lo­gía para la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción de los ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos.

Artícu­lo 110. Usar las prue­bas e ins­tru­men­tos en pro­ce­so de vali­da­ción sólo con fines de inves­ti­ga­ción o docen­cia, pre­via acla­ra­ción al res­pec­to y con las debi­das reser­vas.

Artícu­lo 111. Con­si­de­rar a las prue­bas psi­co­ló­gi­cas como ins­tru­men­tos auxi­lia­res que de nin­gu­na mane­ra son sufi­cien­tes para ela­bo­rar un diag­nós­ti­co.

Artícu­lo 112. Expli­car al con­sul­tan­te sobre la natu­ra­le­za, pro­pó­si­tos y resul­ta­dos de la prue­ba en len­gua­je com­pren­si­ble y cons­truc­ti­vo, sal­va­guar­dán­do­lo de cual­quier situa­ción que pon­ga en peli­gro su esta­bi­li­dad emo­cio­nal.

Artícu­lo 113. Dar a cono­cer a los con­sul­tan­tes los resul­ta­dos e inter­pre­ta­cio­nes de los ins­tru­men­tos psi­co­ló­gi­cos emplea­dos, evi­tan­do apor­tar infor­ma­ción que pue­da com­pro­me­ter el fun­cio­na­mien­to de la prue­ba, pero expli­can­do las bases de las deci­sio­nes que pue­dan afec­tar al con­sul­tan­te o a quien depen­da de él.

Artícu­lo 114. Evi­tar apli­car cual­quier ins­tru­men­to de eva­lua­ción psi­co­ló­gi­ca a fami­lia­res o ami­gos.

Artícu­lo 115. Ase­gu­rar­se de que la apli­ca­ción y resul­ta­dos de ins­tru­men­tos de eva­lua­ción psi­co­ló­gi­ca sean estric­ta­men­te con­fi­den­cia­les

Artícu­lo tran­si­to­rio

En caso de duda o con­flic­to en la inter­pre­ta­ción o cum­pli­mien­to del pre­sen­te Códi­go de Éti­ca, éstas se resol­ve­rán de con­for­mi­dad con lo que dis­pon­ga la Jun­ta de Honor y Jus­ti­cia de la AMAPSI.

BIBLIOGRAFÍA

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