Primeros auxilios psicológicos

Primeros auxilios psicológicos

Por­que el cui­da­do emo­cio­nal tam­bién es urgen­te.

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La forclusión en la sexualidad

La forclusión en la sexualidad

Por: Dioner Francis Marín Puelles, Psicólogo

La for­clu­sión es un meca­nis­mo defen­si­vo que invo­lu­cra negar la sexua­li­dad del otro (enten­dien­do por sexua­li­dad todo com­por­ta­mien­to refle­ja­do en dere­chos y acce­sos). En un sen­ti­do de con­ser­va­ción, el meca­nis­mo en men­ción, per­mi­te esta­ble­cer lími­tes con los demás, por ejem­plo, el res­pe­to al dere­cho de una mujer a recha­zar la pre­ten­sión sexual, amo­ro­sa de un hom­bre.

Cuan­do se pro­du­ce un des­ajus­te, este meca­nis­mo pue­de resul­tar muy per­ver­so. Por ejem­plo, un hom­bre machis­ta que es muy exi­gen­te con su pare­ja, en el sen­ti­do que la obli­ga a coci­nar, a tener rela­cio­nes sexua­les, le impi­de tra­ba­jar, espe­ra que ella cui­de a los hijos prác­ti­ca­men­te todo el día, la vio­len­ta, la mal­tra­ta, la insul­ta. La for­clu­sión en des­ajus­te, nie­ga los dere­chos de sexua­li­dad de esta mujer, sus dere­chos a ser inde­pen­dien­te y a tener acce­sos a otros esce­na­rios de la socie­dad. Así tam­bién, un hom­bre que es muy celo­so y pose­si­vo con su pare­ja, sos­pe­chan­do fre­cuen­te­men­te de que ella es infiel con algún com­pa­ñe­ro de tra­ba­jo o ami­go, que la con­tro­la cons­tan­te­men­te, rea­li­za­da lla­ma­das reite­ra­ti­vas y ape­la a las video lla­ma­das no por el mero salu­do y afec­to, sino por el con­trol y la veri­fi­ca­ción de que no le esté enga­ñan­do. Es así que se hace impor­tan­te no ver sola­men­te el acto, sino el tras­fon­do del com­por­ta­mien­to: una lla­ma­da pue­de escon­der a un per­se­cu­tor empe­der­ni­do. La socie­dad a tra­vés de los diver­sos tra­ba­jos, en los cua­les muchas muje­res ejer­cien­do la mis­ma fun­ción, ganan menos que sus com­pa­ñe­ros. Labo­res en las que los geren­tes con­si­de­ran menos a las cola­bo­ra­do­ras, valo­ran­do mucho más a los hom­bres.

Si ingre­sa­mos a un mun­do más psi­co­pa­to­ló­gi­co: los aco­sa­do­res sexua­les, que per­si­guen a una mujer, inva­dien­do sus diver­sos espa­cios, labo­ral, fami­liar, per­so­nal. La for­clu­sión, va de la mano con la cosi­fi­ca­ción del otro. El aco­sa­dor al per­se­guir a su víc­ti­ma, nie­ga su dere­cho a la pri­va­ci­dad y la tran­qui­li­dad. Así tam­bién, los vio­la­do­res sexua­les, demues­tran una for­clu­sión muy per­ver­sa. El aten­ta­do que rea­li­zan, vul­ne­ra ata­can­do con una for­clu­sión muy degra­da­da y regre­si­va. La vio­la­ción sexual es un acto muy cri­mi­nal, dado que nie­ga en su tota­li­dad el dere­cho sexual del otro. Los secues­tra­do­res, sica­rios y muchos otros delin­cuen­tes, deno­tan for­clu­sión con des­ajus­te sig­ni­fi­ca­ti­vo. Es muy difí­cil, y pro­ba­ble­men­te impo­si­ble que com­pren­dan que la vul­ne­ra­bi­li­dad hacia el otro es un acto inmo­ral y cri­mi­nal.

La géne­sis de la for­clu­sión, obe­de­ce a ambien­tes de mucha vio­len­cia en la tem­pra­na edad; cui­da­do­res, pro­ge­ni­to­res vio­len­tos con sus hijos. La obser­va­ción cons­tan­te de peleas, mal­tra­tos entre los padres, tam­bién alte­ra el meca­nis­mo en men­ción. La pobre esti­mu­la­ción edu­ca­ti­va, crea un cal­do de cul­ti­vo para el des­con­trol y la inva­sión hacia el otro. Es raro que los afec­tos de for­clu­sión pato­ló­gi­ca ape­len a la volun­tad para su cam­bio y apla­ca­mien­to de su impul­so, con mayor razón cuan­do acom­pa­ñan a com­por­ta­mien­tos pro­pios de tras­tor­nos de la per­so­na­li­dad.

Lamen­ta­ble­men­te, la for­clu­sión se ve refor­za­da con­si­de­ra­ble­men­te por ten­den­cias socia­les como el machis­mo, así tam­bién como el femi­nis­mo. Ambos fenó­me­nos, bus­can negar y aten­tar con­tra el miem­bro del sexo opues­to, enta­blan­do una lucha por la supe­rio­ri­dad. Los mal­tra­tos, las pug­nas, menos­pre­cios, des­vir­túan el sen­ti­do del ser, negan­do que lo más rele­van­te es el dere­cho por ser per­so­na, y no por ser hom­bre o mujer.

Yo sicario

Yo sicario

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, docente EP Psicología UCV Trujillo)

Nues­tra socie­dad se ha vis­to inva­di­da terri­ble­men­te por el sica­ria­to. En com­pa­ra­ción a una déca­da, el incre­men­to de muer­tes por esta moda­li­dad ha ido en sobre­ma­ne­ra. Los meca­nis­mos que gobier­nan la men­te de un sica­rio pue­den ser com­ple­jos. Des­de el mis­mo apren­di­za­je por imi­ta­ción o vica­rio a tra­vés de series, pelí­cu­las que orien­tan y auto­ma­ti­zan el com­por­ta­mien­to has­ta la varie­dad diná­mi­ca y diver­sa de defen­sas psi­co­ana­lí­ti­cas. Indis­cu­ti­ble­men­te los fac­to­res psi­co­so­cia­les, polí­ti­cos y de otra índo­le tam­bién enmar­can esta con­duc­ta anti­so­cial, sin embar­go, en esta opor­tu­ni­dad abor­da­re­mos las defen­sas psi­co­ló­gi­cas inmer­sas.

La cosi­fi­ca­ción del otro, dina­mis­mo median­te el cual se tra­ta a los demás no como per­so­nas, sino como cosas. En la men­te de un sica­rio el pago por silen­ciar una vida, se “jus­ti­fi­ca” por el des­pre­cio de esta. Es el mer­can­ti­lis­mo puro, la com­pra y la ven­ta de un ser­vi­cio. No hay moral ni nor­ma que impor­te y lo impi­da. La cosi­fi­ca­ción coexis­te con un súper yo pobre­men­te desa­rro­lla­do. El súper yo es el con­te­ne­dor de los prin­ci­pios, nor­mas y para evo­lu­cio­nar, requie­re que sus dos ele­men­tos: el ideal del yo y la con­cien­cia moral, se com­ple­men­ten equi­li­bra­da­men­te. El ideal del yo, es el yo ilu­so­rio, el que se sus­ten­ta en la fan­ta­sía, muy nece­sa­rio para el desa­rro­llo del jue­go en la infan­cia y la niñez, prue­ba de ello la gran ima­gi­na­ción de los niños en sus inter­ac­cio­nes lúdi­cas. Poco a poco, con­for­me al desa­rro­llo humano, el ideal del yo tie­ne que apla­car­se y adap­tar­se a las exi­gen­cias del entorno social, por ello la adqui­si­ción de la con­cien­cia moral, el otro com­po­nen­te del súper yo. Esta per­mi­te el res­pe­to al pró­ji­mo, la eje­cu­ción de valo­res; entre otros. En la men­te de un sica­rio, el ideal del yo, fun­cio­na per­ver­sa­men­te y lucha cons­tan­te­men­te con­tra la reali­dad, care­cien­do de una con­cien­cia moral con­sis­ten­te. Ello expli­ca el con­ti­nuo arre­ba­to y frial­dad del vic­ti­ma­rio. Para él, reci­bir dine­ro para matar a alguien corres­pon­de a un jue­go, sim­ple­men­te es como eli­mi­nar o dese­char una cosa, algo míni­mo, ínfi­mo e irri­so­rio. El adul­to al fun­cio­nar con un ideal del yo per­tur­ba­do, hace y des­ha­ce en su entorno como si fue­ra su jugue­te.

Aun así, lo ante­rior requie­re de más meca­nis­mos: la iden­ti­fi­ca­ción pro­yec­ti­va, que se basa en la pro­yec­ción, la cual con­sis­te en atri­buir incons­cien­te­men­te a otros lo que uno es. Sin embar­go, este meca­nis­mo es más com­ple­jo, debi­do a que su pro­yec­ción es per­ver­sa y malig­na, pro­yec­tan­do con gran impul­so el ata­que y des­pre­cio (de viven­cias de vio­len­cia y trau­mas pro­pios) en los demás. Por ello es tan fácil eli­mi­nar a los otros por unos cuan­tos soles, en sí, se des­tru­ye a la víc­ti­ma, des­pla­zan­do toda la mal­dad y agre­si­vi­dad que el vic­ti­ma­rio acae­ció en su vida, eh ahí el fun­da­men­to de este meca­nis­mo tan des­bor­da­do. El cli­va­je obje­tal, tam­bién deno­mi­na­do des­do­bla­mien­to de los ima­gos es otro meca­nis­mo que se adhie­re a la per­ver­sión del sica­rio. Este pro­ce­so con­sis­te en el abor­da­je de la víc­ti­ma en un tra­to “bueno” y uno malo, de mane­ra espe­cial por los extor­sio­na­do­res. El pri­me­ro, fun­da­men­ta el ofre­ci­mien­to del “cha­le­queo” a la víc­ti­ma, de pro­te­ger­la de otras ame­na­zas, cla­ro está con el pago soli­ci­ta­do. El tra­to malo impli­ca la mera extor­sión con el pedi­do fre­cuen­te de cupos con el incre­men­to pau­la­tino y de ten­ta­ti­vas o rea­li­za­cio­nes de aten­ta­dos. El cli­va­je obje­tal bus­ca engan­char a la víc­ti­ma de por vida, vul­ne­rar­la al anto­jo psi­co­pá­ti­co.

Por otro lado, la dádi­va eco­nó­mi­ca no es lo úni­co que bus­ca el sica­rio, sino la sen­sa­ción de poder y aplas­ta­mien­to del otro. Cabe men­cio­nar que el dine­ro es tan solo un media­dor. La men­te de un sica­rio está pre­dis­pues­ta a matar por pla­cer. Las ver­sio­nes de que accio­nan solo a “nivel pro­fe­sio­nal” son meras racio­na­li­za­cio­nes (pre­tex­tos) de su carác­ter delin­cuen­cial.

Que­da en noso­tros refle­xio­nar seria­men­te que los sica­rios son el pro­duc­to de una degra­da­ción social en el desa­rro­llo moral, inte­lec­tual, de la pér­di­da del sen­ti­mien­to hacia el otro, en todas las esfe­ras: fami­liar, edu­ca­ti­va, his­tó­ri­ca, cul­tu­ral; entre otras. El sica­ria­to corres­pon­de al espe­jo de una socie­dad.

La formación reactiva en la educación

La formación reactiva en la educación

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, Docente EP Psicología UCV Trujillo)

La for­ma­ción reac­ti­va es un meca­nis­mo psi­co­ló­gi­co que con­sis­te en la expre­sión del impul­so con­tra­rio al ori­gi­nal, por ejem­plo, en vez de odio, se expre­sa incons­cien­te­men­te un amor exa­ge­ra­do. Es cono­ci­do que en las rela­cio­nes de pare­ja se pre­sen­ta de mane­ra cier­ta­men­te fre­cuen­te. Sin embar­go, el pre­sen­te, no con­du­ce a su desa­rro­llo en ese ámbi­to, sino en el rubro del mun­do edu­ca­ti­vo y de la ense­ñan­za apren­di­za­je.

La inter­ac­ción de la comu­ni­dad edu­ca­ti­va (estu­dian­tes, docen­tes, padres de fami­lia y auto­ri­da­des) en los jar­di­nes y diver­sos cole­gios es muy rele­van­te; pero el matiz y cali­dad de la mis­ma, con­lle­va a dina­mis­mos ya sea carac­te­rís­ti­cos de res­pe­to, tole­ran­cia, res­pon­sa­bi­li­dad o por su antí­te­sis: des­bor­de, impul­si­vi­dad, inva­sión del esce­na­rio edu­ca­ti­vo; entre otros.

Cada vez es más fre­cuen­te estu­dian­tes con ten­den­cia a una menor res­pon­sa­bi­li­dad, bús­que­da de lo fácil, una menor pacien­cia y tole­ran­cia, y tras de ellos, padres laxos, impul­si­vos, en fran­ca res­guar­da de la con­duc­ta inapro­pia­da de sus hijos. Estu­dian­tes con nota des­apro­ba­to­ria jus­ti­fi­ca­da, se resis­ten a la asun­ción de la mis­ma, demos­tran­do una nega­ción rotun­da de su res­pon­sa­bi­li­dad. Se adhie­re a lo ante­rior el res­pal­do de sus padres o pro­tec­to­res, quie­nes inva­den cole­gios de edu­ca­ción pri­ma­ria y secun­da­ria, recla­man­do a dies­tra y sinies­tra la “correc­ción” de la nota de su hijo, sin esca­ti­mar en cul­par de ello a los docen­tes, auto­ri­da­des e inclu­so a com­pa­ñe­ros de la mis­ma cla­se. Ape­lan­do a la apli­ca­ción e inter­pre­ta­ción del meca­nis­mo plan­tea­do, los padres, tuto­res, pro­tec­to­res que actúan con­for­me a lo men­cio­na­do, expre­san una feha­cien­te for­ma­ción reac­ti­va. Incons­cien­te­men­te, no acep­tan los erro­res y fallas de sus hijos, dado que ello sería de mucha ansie­dad y angus­tia, enton­ces la psi­que de una mane­ra incons­cien­te pre­fie­re demos­trar lo opues­to: sobre­pro­te­ger al hijo, res­pal­dan­do su actuar, ir con­tra todos, con tal de seguir negan­do la con­di­ción real de su hijo. Si com­pa­ra­mos el modus ope­ran­di de los cole­gios de la actua­li­dad con las ins­ti­tu­cio­nes de hace unos 20 o 30 años, halla­re­mos abis­ma­les dife­ren­cias: fun­cio­na­mien­tos psi­co­ló­gi­cos más vul­ne­ra­bles, sen­si­bles, depen­dien­tes, ado­les­cen­tes abo­ca­dos a la poca exi­gen­cia; pero con ten­den­cia a que­rer mucho para sí, en otras pala­bras, una meri­to­cra­cia veni­da a menos. Es así que padres e hijos viven de uno u otro modo fusio­na­dos, impi­dien­do la ade­cua­da asun­ción de la res­pon­sa­bi­li­dad por los actos.

Un padre joven, en su eta­pa de for­ta­le­za, al pro­te­ger en dema­sía a su hijo, pro­ba­ble­men­te logra con­se­guir que su des­cen­dien­te “se sal­ga con la suya”, al no asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad de sus actos en el mun­do edu­ca­ti­vo, sin embar­go el padre al enve­je­cer, yen­do su fuer­za a un natu­ral menos­ca­bo, ya no ten­drá la ener­gía sufi­cien­te para ello, y el hijo ya entra­do en años, al haber­se acos­tum­bra­do a la exa­ge­ra­da pro­tec­ción, sim­ple­men­te que­da­rá de uno u otro modo des­va­li­do y se frus­tra­rá al no con­se­guir los resul­ta­dos acos­tum­bra­dos por un cli­ma de for­ma­ción reac­ti­va en la fami­lia. Lamen­ta­ble­men­te esa frus­tra­ción con­lle­va a que muchos hijos ya adul­tos vio­len­ten a sus padres ancia­nos quie­nes en su momen­to los sobre­pro­te­gie­ron. A mayor des­bor­de de la for­ma­ción reac­ti­va, sobre­vie­ne un mayor efec­to con­tra­pro­du­cen­te en la rela­ción huma­na. Es así que los hijos (estu­dian­tes) sobre­pro­te­gi­dos son pasi­bles de una inu­ti­li­za­ción gra­dual y pro­gre­si­va, anu­lan­do la posi­bi­li­dad de un desem­pe­ño efi­cien­te en los diver­sos esce­na­rios pro­duc­ti­vos que requie­re la socie­dad. Mucha sobre­pro­tec­ción “mata” anu­la la con­duc­ta desea­ble, sien­do un cal­do de cul­ti­vo para otros com­por­ta­mien­tos como vio­len­cia, delin­cuen­cia o corrup­ción.

La for­ma­ción reac­ti­va des­bor­da­da aten­ta con­tra la fami­lia, las ins­ti­tu­cio­nes edu­ca­ti­vas y por ende a la socie­dad. Apun­tar a la asun­ción de la res­pon­sa­bi­li­dad de los indi­vi­duos es el mejor camino a un orden social.

Autoagresión: la vuelta contra sí mismo

Autoagresión: la vuelta contra sí mismo

(Por: Dioner Francis Marín Puelles, Docente EP Psicología UCV Trujillo)

La agre­sión huma­na corres­pon­de a un impul­so mera­men­te natu­ral; el odio, la defen­sa fren­te a un ata­que, la fun­da­men­tan. Sin embar­go, cuan­do el desa­rro­llo psi­co­ló­gi­co se ve enmar­ca­do por con­flic­tos, el meca­nis­mo orien­ta­do a la expre­sión de los impul­sos (no sola­men­te los agre­si­vos, sino tam­bién los sexua­les) hacia los demás, se defor­ma y desem­bo­ca en el des­ajus­te del pro­ce­so deno­mi­na­do: la vuel­ta con­tra sí mis­mo.

La vuel­ta con­tra sí mis­mo es un meca­nis­mo de defen­sa en el ser humano. En con­di­cio­nes favo­ra­bles y salu­da­bles, nos per­mi­te el replie­gue hacia la refle­xión, un encuen­tro con noso­tros mis­mos, el dis­fru­tar de estar a solas y de una sole­dad cons­truc­ti­va. Al alte­rar­se este meca­nis­mo, ya sea por inade­cua­dos apren­di­za­jes, por un entorno auto­ri­ta­rio o défi­cit en la madu­rez de la recep­ción y expre­sión del afec­to, sobre­vie­ne una degra­da­ción del mis­mo, refle­ja­da en auto ata­ques, auto lesio­nes y otros.

Ado­les­cen­tes y adul­tos que pade­cen de un dete­rio­ro de este meca­nis­mo, evi­den­cian una alte­ra­ción exa­cer­ba­da de los impul­sos, mani­fes­ta­dos por la rea­li­za­ción de cor­tes, lesio­nes en sus pro­pios cuer­pos. La agre­sión y ener­gía que debe­ría ser diri­gi­da a otros, ya sea a padres, fami­lia­res, pare­ja u otras per­so­nas de dis­tin­tos entor­nos, no encuen­tra la cana­li­za­ción debi­da y se replie­ga de mane­ra exa­ge­ra­da en el cuer­po. La lesión a uno mis­mo es la rea­li­za­ción de la hos­ti­li­dad e inclu­so odio hacia otros en el pro­pio cuer­po. El meca­nis­mo la vuel­ta con­tra sí mis­mo entra en regre­sión y pue­de vol­ver­se muy noci­vo, mani­fes­tan­do auto­agre­sión de mane­ra muy inten­sa y fre­cuen­te. Los casos más gra­ves demues­tran ante­ce­den­tes de años de auto­le­sio­nes lle­gan­do a inten­tos de sui­ci­dio. Lamen­ta­ble­men­te hay casos que con­su­man ese pro­pó­si­to.

Hay una for­ma de la vuel­ta con­tra sí mis­mo, en la cual se expre­sa un maso­quis­mo. El dolor auto­in­fli­gi­do, gene­ra entre­te­ni­mien­to y pla­cer. Ten­ga­mos en cuen­ta que el maso­quis­mo coexis­te con el sadis­mo. Dado que en los casos de la vuel­ta con­tra sí mis­mo, es la pro­pia per­so­na que se hace daño, asu­me el papel tam­bién de un sádi­co (auto­ri­ta­rio, agre­sor). En otras pala­bras, se iden­ti­fi­ca con los com­por­ta­mien­tos de miem­bros de su entorno, ya sea padres u otros que ejer­cen con­duc­tas vio­len­tas o de algún tipo de mal­tra­to; pero por una impo­si­bi­li­dad de expre­sión direc­ta, tam­bién fun­da­men­ta­da por una baja auto­es­ti­ma y pro­ble­mas de aser­ti­vi­dad, las frus­tra­cio­nes pre­fie­ren des­pla­zar­se hacia el pro­pio cuer­po.

Es rele­van­te tener en cuen­ta que la piel es un órgano pasi­ble del afec­to, las cari­cias, los cui­da­dos de nues­tros pro­tec­to­res, espe­cial­men­te en eta­pas deter­mi­na­das de nues­tra exis­ten­cia. Las inter­ac­cio­nes afec­ti­vas defi­ci­ta­rias o dete­rio­ra­das, con­lle­van a una psi­que que pre­fie­re reple­gar­se en el sí mis­mo a afron­tar las diver­sas pro­ble­má­ti­cas en su entorno. Incons­cien­te­men­te, la sen­sa­ción de impo­ten­cia pue­de ser tan gran­de que optar por la furia con­tra sí mis­mo es pre­fe­ri­ble a la expre­sión hacia otros. Aun así, y de mane­ra espe­cial los ado­les­cen­tes, con­si­guen gene­rar un gran males­tar y preo­cu­pa­ción en los padres o tuto­res. Ver a un hijo las­ti­mar­se, daña al pro­ge­ni­tor o pro­tec­tor. Se agre­de así a los seres que­ri­dos, vio­len­tan­do el pro­pio cuer­po. Por ello, es muy impor­tan­te la madu­rez en el con­trol del impul­so, dado que con­lle­va a su expre­sión futu­ra hacia los demás. La per­tur­ba­ción de su for­ma, sobre­lle­va a un estan­ca­mien­to, con­cen­trán­do­lo feha­cien­te­men­te en la piel, dañán­do­la de diver­sas for­mas, “resol­vien­do” así con­flic­tos y emo­cio­nes.

Es nece­sa­rio refle­xio­nar que la reduc­ción de la vio­len­cia y de un cli­ma auto­ri­ta­rio en los hoga­res y otros con­tex­tos, faci­li­ta­rá una ade­cua­da cana­li­za­ción de las emo­cio­nes, y, por lo tan­to, el camino a la rea­li­za­ción en los seres huma­nos.

Una práctica de redes: El culto al Yo

Una práctica de redes: El culto al Yo

Por: Dioner Francis Marín Puelles, docente EP Psicología UCV Trujillo

Es inne­ga­ble que el uso de las redes es indis­pen­sa­ble y ha con­tri­bui­do de sobre­ma­ne­ra a los diver­sos ámbi­tos de la socie­dad, sin embar­go, es meri­to­rio embar­car­nos en el aná­li­sis de la natu­ra­le­za de cier­ta pra­xis. El uso indis­cri­mi­na­do de pla­ta­for­mas como face­book, ins­ta­gram, tik tok; entre otros, con la carac­te­rís­ti­ca de publi­ca­cio­nes des­me­di­das de sel­fies, fotos, gra­ba­cio­nes de la pro­pia ima­gen con el deco­ro pro­pio de los fil­tros, pos­teo de pla­tos de comi­da pro­ba­ble­men­te cos­to­sos, via­jes, lujos, maqui­lla­je y una vida osten­to­sa, apun­tan a una obten­ción del reco­no­ci­mien­to plas­ma­do a tra­vés de los likes en sus varias for­mas; pero, por otro lado, de una mane­ra silen­cio­sa, pau­la­ti­na, con­lle­va al refor­za­mien­to del cul­to del yo o tam­bién lla­ma­do ego. Nues­tro yo, es el eje­cu­tor de la per­so­na­li­dad, espe­cí­fi­ca­men­te del carác­ter, el cual se refuer­za por la expre­sión de los diver­sos hábi­tos, entre­na­mien­tos y apren­di­za­jes. La con­duc­ta orien­ta­da a cap­tar la aten­ción des­me­di­da en las redes, con­lle­va a un refor­za­mien­to ego­cén­tri­co con la con­se­cuen­cia pro­ba­ble de afec­ción del sen­ti­mien­to de otre­dad, es decir de ser empá­ti­co, de poner­se en el lugar del otro, con insen­si­bi­li­dad a los pro­ble­mas psi­co­so­cia­les, desin­te­rés a lo que real­men­te suce­de a nues­tro alre­de­dor. Impor­ta más lo pro­pio que lo fra­terno. Pro­cu­ran­do una rela­ción de lo tra­ta­do por el psi­có­lo­go Leo­pol­do Chiap­po, sobre sus argu­men­tos del para­va­lor (fal­so valor) y el valor, corres­pon­dien­te el pri­me­ro a la super­fi­cia­li­dad, frial­dad, el aspec­to cal­cu­la­dor, la exce­si­va com­pe­ten­cia, la poca o nula empa­tía, y el segun­do a la fra­ter­ni­dad, la preo­cu­pa­ción por el pró­ji­mo, la eje­cu­ción de la hones­ti­dad, la soli­da­ri­dad; entre otros, pode­mos ubi­car a la pra­xis des­bor­da­da de redes en el para­va­lor, el desa­rro­llo y refuer­zo de lo nar­ci­sis­ta, don­de ganar por ser más bello o exi­to­so es lo más rele­van­te, pudien­do nues­tro entorno estar en “lla­mas” y no alar­mar­nos por ello. Con este tipo de prác­ti­ca, el ego pue­de ser tan pode­ro­so y des­truc­ti­vo que impi­de dar­nos cuen­ta que la fal­ta del sen­ti­mien­to y res­pe­to por el otro, nos está lle­van­do al caos. Así tam­bién, el uso reite­ra­ti­vo de lo visual, ha con­lle­va­do a un faci­lis­mo con el des­me­dro por el ejer­ci­cio de la letra, del escri­to. Leer y escri­bir cada vez cues­ta más, des­pués de todo una foto ven­de mucho más que un tex­to. La prác­ti­ca des­me­di­da de mane­ra yoi­ca en las redes, refuer­za el para­va­lor en el indi­vi­duo, refle­jan­do en su desem­pe­ño una deno­da­da preo­cu­pa­ción por sí mis­mo. Por otro lado, con­si­de­ra­mos que una foto refle­ja una vida, sin embar­go, es tan solo la cap­tu­ra de un momen­to. La vida es un con­ti­nuo, la acu­mu­la­ción de una diver­si­dad de situa­cio­nes, viven­cias, expe­rien­cias, el dina­mis­mo en sí.

La prác­ti­ca exa­ge­ra­da de las redes nos hace creer en una exis­ten­cia pro­ba­ble­men­te falaz. Com­pen­sa­mos caren­cias y males­ta­res, acom­pa­ña­dos de un cul­to des­me­di­do a nues­tro yo.