Rafael Mejía
Es difícil ignorar que los índices delictivos en México y el mundo presentan cifras ascendentes, que la depresión va ganando terreno en personas de todas las edades y que distintos tipos de adicción se vuelven más comunes en nuestro espacio vital. Las ciudades parecen más peligrosas y asfixiantes que nunca, despertando en muchos de sus habitantes un sentimiento trágico que por momentos parece incontrolable.
A decir de Marco Eduardo Murueta Reyes, presidente de la Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología (Amapsi), “el vacío existencial es la sensación de falta de sentido de la vida, de tedio, de no saber para qué se vive, y que lleva al aislamiento y enrarecimiento de la relación con la familia y la sociedad”. Un concepto similar fue creado por el filósofo alemán Martin Heidegger (1889–1976), quien habló del “anonadamiento” para describir que una persona ‘siente la nada’ y percibe la “inhospitabilidad del mundo”.
El vacío de la existencia, asegura el especialista en psicología y filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se relaciona con crisis emocionales desencadenadas por sufrir frustraciones de manera continua, incapacidad para concretar propósitos individuales y realización de actividades rutinarias que dejan poco espacio a la creatividad, pero se debe sobre todo a la falta de afecto y de relaciones sociales enriquecedoras.
Asimismo, llama la atención sobre el hecho de que el paciente con este problema experimenta habitualmente estados de angustia, es decir, “momentos de alteración, tensión o ansiedad sin que haya algo que los provoque; la persona siente que le preocupa todo, pero a la vez nada en específico. Ha perdido la motivación y el interés por lo que ocurre y ello hace que crea que vivir es lo peor que le puede pasar; es de suponer que cuando dicha situación se prolonga y es muy intensa, llega a desencadenar el suicidio”.
Problema individual, problema común
Aunque tradicionalmente se ha establecido que la sensación de vacío se presenta más a menudo durante la senectud, el también catedrático de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, perteneciente a la UNAM, indica que este problema se puede observar casi a cualquier edad, sobre todo a partir de la adolescencia, que es cuando el ser humano comienza a preguntarse cuál es el sentido de la existencia.
Más aun, el Dr. Murueta Reyes comenta que “es notable que en fechas recientes se ha elevado la sensación de agobio en personas con 25 años o menos y que las tasas de problemas psicológicos y suicidio en este sector poblacional se han incrementando en todos los países, al parecer porque la globalización genera la sensación de encontrarse ante una maquinaria social de la cual ni siquiera se siente parte y que ha sido impuesta. A diferencia de sus similares de los años 1950 a 1970, que eran emocionalmente más fuertes y creían que podían cambiar al mundo, los jóvenes de 1980 a la fecha dan la impresión de experimentar una sensación de depresión generalizada y de impotencia que se acentúa poco a poco”.
Existen varias razones que explican la agudización del desencanto hacia la vida, siendo sobresaliente “el fenómeno de despersonalización que genera la sociedad industrial. La técnica ha arrollado a las manifestaciones culturales, que son referentes importantes de identidad y pertenencia a un grupo, en tanto que las calles, los centros de trabajo y medios de transporte como el metro ofrecen un ambiente en el que las personas viven rodeadas de gente, aparentemente acompañadas, pero solitarias en lo emocional”.
En opinión del especialista, este fenómeno fue observado desde sus orígenes (siglo XIX) por el filósofo danés Sören Kirkegaard y ha sido descrito por numerosos escritores, como el ruso León Tolstoi, el francés Jean Paul Sartre, el colombiano Gabriel García Márquez o el mexicano Octavio Paz. Empero, la pérdida de esperanza se ha acelerado en las ultimas décadas por hechos como la caída del bloque socialista, que para muchos representaba una alternativa de cambio que ha desaparecido.
Otro tanto hay que decir de las relaciones familiares, en las que es común observar abandono afectivo y falta de comunicación. Describe el psicólogo que aunque en los hogares exista la presencia física de uno o ambos padres, éstos se encuentren emocionalmente ausentes “como sucede en la película El muro (The wall), de Pink Floyd, donde el personaje requiere a su madre y ella parece no responder”, o bien, las necesidades orillan a los tutores a pasar mucho tiempo fuera de casa y “a vivir ensimismados tratando de solventar su problemática económica, mientras los niños se encuentran en otra realidad, como ejemplifica la cinta Vidas perdidas (Kids)”.
Todo este panorama ha favorecido el distanciamiento de las relaciones humanas y afectivas, a la vez que ha generado incredulidad respecto a la idea de que las personas pueden actuar de manera honesta o auténtica. “La pérdida de confianza en los demás por sufrir abandono, decepciones, traiciones y actos de violencia —sostiene el psicólogo— se convierte en una pérdida de identidad y de confianza en sí mismo, pues un individuo sin relaciones satisfactorias con sus semejantes no tiene referentes claros con los cuales comprenderse, produciendo de esta forma una sensación de vacío”.
Consecuencias notables
En medio de avenidas y del ir y venir de automóviles resulta difícil establecer cuándo una persona experimenta falta de interés por la vida, sobre todo porque así es imposible conocer los sentimientos de la gente y el estado de sus relaciones afectivas y familiares. Sin embargo, basta con analizar un poco las escenas que se presentan a diario para entender que la sensación de agobio es mucho más notable y común de lo que parece a simple vista.
En primer lugar, describe el Dr. Marco Eduardo Murueta, es evidente que una de las principales consecuencias directas de este problema es la depresión, pero se debe considerar que “las personas con este padecimiento tienden a ser bipolares o maniacodepresivos, es decir, que luego de pasar por un período de crisis entran en una fase eufórica o maniaca en la que intentarán experimentar sensaciones que les hagan olvidar el vacío existencial, por lo menos durante un momento”.
Así, la historia personal de cada persona determinará la manera en que se trata de superar o evadir la angustia. “Por ejemplo, un joven que siente vacío existencial de manera significativa puede aceptar la invitación que le hacen para consumir enervantes, convirtiéndose en un drogadicto. Pero así como ocurre esto podemos hablar de una mujer con cierta capacidad económica que adquiere satisfactores materiales para sentirse mejor y que se transforma en una compradora compulsiva, o bien, de aquellas personas que integran pandillas para cometer asaltos o una violación, de modo que su patología puede ser la violencia social”.
Sobre este último punto el Dr. Murueta explica que “los secuestradores y asesinos pasan necesariamente por una serie de crisis emocionales, y entre más violentos sean sus actos demuestran que son más insensibles hacia los demás y hacia ellos mismos. Basta con recordar el caso del secuestrador Daniel Arizmendi: cuando lo capturaron y le preguntaron qué castigo le daría a quien haga lo mismo que él, contestó con la mayor frialdad que merecería la pena de muerte. Era consciente, pero no le importaba nada, ni él mismo; a través del crimen trataba de llenar su vacío existencial y sentir que pasaba algo en su vida, como lo hace mucha gente a través del dinero, agresividad, exceso de trabajo y consumo de estimulantes”.
Otra forma de enfrentar el malestar interior, comenta el especialista, se presenta cuando la persona afectada literalmente se bloquea. Dicho problema se llama ansiedad disminuida, y en ella el paciente deja de sentir; “no experimenta la angustia ni la vida, y aunque cae en alguna crisis cuenta con una especie de mecanismo mental que le permite evadirlo un rato, Por lo general son aquellos individuos que se muestran siempre indiferentes y apáticos”.
Una manifestación más consiste en mantener relaciones sexuales ocasionales. Al principio, entrar en contacto íntimo con distintas parejas puede despertar muchas emociones en la persona, dar la impresión de que algo ocurre y de que se recupera la vitalidad, pero conforme pasa el tiempo y se mantiene la misma situación es casi inevitable que se manifieste la depresión con mayor severidad, pues el paciente comienza a comprender que “no es importante para nadie y nadie es importante para él”, dando origen a un fuerte sentimiento de soledad.
Así, queda claro que el desencanto por la vida está presente en muchas personas, aunque no lo manifiesten directamente, pero a pesar de ello muchas campañas publicitarias tratan de aprovechar su existencia. “La sociedad de consumo se vale de este problema comercialmente, y si la gente siente vacío tratará de llenarlo, o al menos intentará dar la impresión de hacerlo. De ahí la moda o slogans como el que dice: ‘un psicólogo nunca entenderá el valor de un vestido nuevo’; la verdad es que sí lo entendemos, pero sabemos que la felicidad que genera sólo dura dos o tres días”.
John Lennon tenía razón
A decir del Dr. Murueta Reyes, la persona que experimenta vacío existencial puede recurrir a la psicoterapia para comprender el origen de su angustia, expresar sus problemas emocionales y aprender nuevas estrategias para relacionarse satisfactoriamente con sus seres cercanos y familiares, de modo que logre cambiar la percepción que tiene de sí mismo y de los demás, comprendiendo que no todo es color negro y que siempre hay gente honesta, leal y de buenas intenciones.
Asimismo, refiere que en la agrupación que preside, la Amapsi, “hemos generando algunas alternativas en las que se da atención a las necesidades de las personas, por lo que si comprendemos que el vacío existencial se origina por los problemas emocionales que hemos descrito, sabemos que lo que el paciente necesita es aprender a producir afecto”. Al menos sobre este punto, los Beatles estaban en lo cierto cuando decían que “todo lo que necesitas es amor”.
El psicólogo comenta que su grupo de trabajo ha desarrollado una propuesta llamada “tecnología del amor”, que consta de nueve factores que ayudan a que las personas tomen el poder de su vida, establezcan relaciones sólidas y sean capaces de generar cambios reales. En resumen, dichos puntos son:
- Conocer y saber expresar los aspectos que agradan de sí mismo y de otras personas.
- Compartir momentos de esparcimiento con familiares y personas cercanas mediante actividades como el juego, fiestas o asistir al cine, teatro u otros espectáculos recreativos.
- Generar experiencias agradables y únicas con las personas cercanas; ello se logra dando mayor atención a los detalles, sorpresas, regalos, fantasías y buen humor.
- Mejorar el contacto físico para profundizar las relaciones de amistad y de amor. Este aspecto incluye la manera en que se saluda de mano a los semejantes y los abrazos, besos y palmadas en el hombro que se intercambian con amigos y familiares, sin olvidar la importancia de las relaciones sexuales con la pareja.
- Cooperar voluntariamente en la realización de actividades con un fin común, contemplando para ello desde mover un mueble entre dos o más personas hasta organizar juegos o trabajos en equipo.
- Compartir una actividad creativa con los seres cercanos; por ejemplo, el decorado de la casa, escribir un poema, planear unas vacaciones o la creación de una pequeña empresa.
- Disfrutar del éxito obtenido a través del trabajo en grupo, dando su justa dimensión a la realización de metas importantes mediante el esfuerzo combinado con otras personas.
- Conversar sobre las vivencias cotidianas, anécdotas o recuerdos, así como aprender a escuchar con atención los relatos sobre lo que le ha ocurrido a otros.
- Dar lugar a la sana competencia, entendida como el deseo constructivo de tratar de ser un poco mejor cada día.
“Lo que buscamos con esto —sugiere el especialista— es ayudar a generar chispas motivacionales, es decir, que los pacientes logren crear proyectos de vida interesantes por cuenta propia y que los compartan con sus semejantes. No debemos olvidar que muchas veces la gente con vacío emocional prefieren dejar de reír y no enterarse de lo que pasa en su comunidad para evitar ser víctimas de chismes o que los asalten, y se aíslan en una burbuja cuando lo que deben hacer es reforzar sus relaciones humanas”.
A pesar de los buenos resultados obtenidos, el Dr. Marco Eduardo Murueta opina que un cambio duradero necesita de la realización de otras medidas que involucren a la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, habla de crear una nueva cultura laboral en la que se contemple al trabajador como un ser humano con emociones que necesita convivir más con su familia, sin olvidar el valor que tendría ayudar a que las personas aprendan a establecer relaciones enriquecedoras y respetuosas, así como a hacer uso inteligente de sus emociones.
Por último, el filósofo y psicólogo concluye que sería de gran utilidad para toda la sociedad crear “alternativas viables y edificantes que alcancen también a la esfera política, en donde los debates se reducen a buscar ‘quién es el peor’. Pienso que en vez de esto es posible empezar a generar propuestas como la creación de ‘escuelas para padres’, en donde se enseñe a los progenitores cómo enfrentar sus problemas, así como de nuevos modelos educativos que hagan que los chicos sean más participativos en su comunidad, o gracias a los cuales aprendamos a ser mejor pareja y a trabajar en equipo en nuestros trabajos. Sí hay posibilidad de lograr un cambio, y aunque no es fácil, al menos podemos intentarlo”.
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