La vida en familia es la primera escuela para el aprendizaje emocional; en ella, el niño empieza a aceptar o negar sus sentimientos a partir de lo que observa de sus padres
Dr. Marco Eduardo Murueta Reyes
La emoción es lo que mueve al individuo. Los seres vivos tenemos la característica de reaccionar ante diferentes eventos que ocurren en nuestro entorno, a esta respuesta se le conoce como emoción. Por lo tanto, se trata de una reacción repentina del organismo que lleva consigo componentes fisiológicos (sensaciones que experimenta el cuerpo), y cognitivos o mentales (modifica la forma de pensar, turba la razón, o por el contrario, la anima), es decir, las emociones se generan en el cerebro, y dan lugar a la secreción de ciertas sustancias químicas, desencadenando una serie de manifestaciones en el cuerpo, a nivel fisiológico y cognitivo.
Existen cuatro emociones básicas: la alegría, la tristeza, y la contraparte, el miedo y el enojo; éstas se pueden combinar para formar emociones complejas como la nostalgia (alegría y tristeza) o la picardía (alegría y enojo).

¿Emoción o sentimiento?
Las emociones se pueden convertir en diferentes sentimientos. Un sentimiento es un patrón de emoción ante un acontecimiento específico, por ejemplo el amor o la depresión. En otras palabras, un sentimiento es la forma única y personal de las emociones. La intensidad de un sentimiento es personal, depende de cómo cada quien lo siente y lo vive.
En cada instante experimentamos algún tipo de emoción. Nuestro estado emocional varía a lo largo del día en función de lo que nos ocurre y de los estímulos que percibimos, esto significa que varia de manera repentina y luego vuelve a su estado prevaleciente. Una cosa es tener siempre conciencia de ello, es decir, saber y poder expresar con claridad que emoción experimentamos en un momento dado; lo cierto es que todos los seres vivos tenemos un estado emocional, es decir, una forma de reacción, ya sea al estar contentos, tristes, motivados, desmotivados, tranquilos, con miedo, etcétera, depende de la historia o circunstancia de cada individuo. Existen personas que son más alegres, tranquilas, irritables o tristes y ese es su estado de ánimo, lo cual tiene que ver con un hábito, es decir, depende de cómo se haya acostumbrado desde que nació, por lo tanto, los cambios y estados emocionales tienen que ver con aprender desde niños a conocerlos, expresarlos y controlarlos. Esto es lo que determinará la forma de reaccionar y actuar.
Neurofisiología de las emociones
El cerebro está dividido en dos hemisferios. El derecho es el que se encarga de generar las emociones y del desarrollo intuitivo y abstracto. Es aquí donde se desarrolla la parte afectiva, emocional y artística de la persona. El izquierdo, por su parte, se encarga del pensamiento lógico y racional. Ambos hemisferios están conectados entre sí.
Por otro lado, es en la corteza cerebral donde se encuentran un conjunto de estructuras que se conoce como sistema límbico, el cual tiene gran importancia en el origen y control de las emociones y los impulsos. La corteza es una lámina plegada de tejido que envuelve los hemisferios cerebrales –que controlan la gran mayoría de las funciones básicas del cuerpo, como el movimiento muscular, la percepción– y posee cuatro lóbulos. El daño en alguno de ellos puede ocasionar diferentes tipos de enfermedades.
De aquí que un niño que se siente bien, se comporta bien, pues la salud física está muy ligada con la salud emocional, si el individuo está contento su organismo genera más serotonina, esto repercute en su sistema inmunológico y lo hace menos vulnerable a la enfermedad.
Expresión emocional
La forma más básica de expresión emocional son las reacciones fisiológicas corporales como la tensión muscular; la palpitación del corazón; el temblor de las manos; la respiración se altera y acelera cuando hay más emoción, lo cual provoca también que el cerebro se altere, por ello, entre más elevada sea la emoción menos capacidad de razonamiento se tiene, por eso las personas que se enamoran o se enojan pierden la capacidad de analizar las cosas.
Existen también las reacciones reflejas. En cuanto ocurren ciertos eventos hay reflejos que generan sustancias como la adrenalina, por ejemplo ante un golpe o ruido el cuerpo inmediatamente segrega adrenalina, lo cual permite una reacción de alerta, atención y acción, esto permite que la emoción se eduque, por ejemplo, cuando el pequeño escucha un rayo se asusta, pero cuando está acción es continua, sabe de que se trata y el miedo desaparece. De esta manera, la emoción se basa en los reflejos, se educa y combina para producir emociones complejas, asimismo, se generan hábitos emocionales que se traducen en sentimientos, por lo tanto, el niño se va tornando como triste, ansioso, inquieto, tranquilo. Desde luego hay patrones etnológicos o hereditarios; las mujeres tienden a ser más estables, tranquilas y menos agresivas, por eso soportan niveles de presión impresionantes ante una situación de conflicto; en cambio, el hombre tiende a ser más agresivo, y es que también tienen que ver aspectos biológicos. La testosterona genera más tendencia a la agresividad y la progesterona produce más ansiedad y sobre salto ante circunstancias imprevistas, a esto se debe que por lo general las mujeres se alteren frente a un ratón.
Los niños se forman con esas tendencias hereditarias y desarrollan su temperamento; a la parte hereditaria del proceso emocional se le llama temperamento, y sobre éste se empiezan a generar hábitos emocionales más específicos en función de la cultura, de la vida personal, de la familia, lo que lleva a definir su personalidad y a establecer los patrones emocionales.
Otros niveles de expresión son los sueños, el juego y los chistes; también está el arte, en su forma receptiva como escuchar una canción, y en su forma activa como pintar o escribir; luego vienen las expresiones conceptuales mitológicas como la religión, los mitos, las leyendas; la ciencia y la técnica, como el uso de la computadora, que se puede traducir como una pasión para quien la elaboró y para quien la usa. Todas estas expresiones permiten experimentar sensaciones que provocan la voluntad de poder realizar y someterse. La voluntad de poder realizar es una de las situaciones principales en todos los seres humanos, pues equivale al deseo de ser.
Positivo y negativo
Generalmente a los niños se les dice que si algo les molesta o están enojados le peguen a una almohada, pero con esta “terapia” se acostumbran a estar pegando; lo más recomendable es inhibir las tendencias agresivas y promover las de cordialidad, crecimiento y entusiasmo, es decir, fortalecer las emociones positivas e inhibir las negativas.
En los primeros dos años el dilema fundamental de un bebé está entre la confianza y desconfianza, de tal manera que todo lo que le de confianza y seguridad le fortalecerá sus emociones positivas; por el contrario, todo lo que le genere desconfianza o inseguridad le va a generar emociones negativas. Esta es la razón por la cual se le recomienda a los padres ponerle música, hablarle y cantarle desde que el bebé se encuentra en el útero. Es muy importante para la estructuración emocional; mientras más pequeño es el bebé los hábitos cobran mayor importancia. El bebé antes de nacer ya tiene una historia sensorial. Desde que está en el vientre materno percibe su entorno y reacciona a los estímulos, pues diversos estudios comprueban que la vida de la madre, sus pensamientos y emociones afectan el desarrollo del feto. El niño es capaz de percibir tanto el estrés, la ansiedad o la angustia, como la calma o la sensación de bienestar de su madre. Y no sólo eso, sino también reaccionar a estos estímulos a través de movimientos repentinos o chupándose el dedo. El bebé, al verse arrancado del vientre materno donde siente seguridad y confort, y al dejar de escuchar el sonido armónico y tranquilizador del latido del corazón de la madre, emite la primera señal de vida: el llanto. Después, a través de este llanto expresará sus diferentes necesidades desde el hambre, el sueño, la necesidad de atención, de caricias, de palabras bonitas. Es así que desde los primeros meses de vida el niño percibe el afecto, el rechazo, el enojo, la indiferencia.
Así, experimentamos emociones positivas y negativas en grados variables y de intensidad diversa. Según sea la situación que provoca la emoción, se escogen palabras como amor, amistad, temor, incertidumbre, respeto, etcétera, que, además, señala su signo (positivo o negativo). Y según sea la intensidad de la emoción se escogen palabras como nada, poco, algo, mucho, muy, bastante, etcétera. Decimos, por ejemplo: “me siento muy comprendido” (positiva) o “me siento poco defraudado” (negativa). En consecuencia, se pueden reconocer en toda emoción dos componentes bien diferenciados, el cualitativo y cuantitativo.
Es preferible marcar las emociones positivas y negativas, pues no se pueden inhibir sentimientos como tristeza, preocupación o angustia. Por lo tanto, es preciso aprender a equilibrar tanto las emociones positivas como las negativas; lo ideal es expresar las emociones negativas a una escala de 10 por ciento, contra 60 y 90 por ciento de las positivas.
Desarrollo emocional del niño
Las primeras manifestaciones de tipo emocional en el bebé son el miedo, la cólera y el afecto. Desde los dos o tres meses de edad, si no se le hace caso cuando tiene sueño, hambre o le molesta el pañal, es capaz de expresar su mal humor a través de muecas, lágrimas, gritos largos y monótonos.
A los seis meses es capaz de sentir alegría, reirá cuando se le hacen cosquillas y reaccionará según los estímulos. A los ocho meses aparece la angustia, el temor, la cólera y la arrogancia, pues es cuando generalmente se da el destete, el bebé percibe la separación y vínculo con su madre.
Entre los dos y tres años, el niño experimenta seguridad a través de las caricias, los besos, las palabras dulces. Si el niño se siente amado, verá el mundo de manera positiva y confiará en los demás. Sin embargo, la falta de cariño dará lugar a un ser desconfiado e insatisfecho en estado de abandono y duelo permanentes. En esta etapa aparecen la agresividad, la envidia y los celos.
El desarrollo de cierta independencia se da aproximadamente a partir de los tres años. En esta etapa es muy importante que sepan expresar sus emociones. Entre los cuatro y los cinco años alcanza cierta madurez emocional, pero conserva algunos de sus miedos. A los seis años las reacciones emotivas del niño son las simpatía, la ternura, el deseo de agradar. Los impulsos agresivos, como los celos, la cólera y la venganza empiezan a disminuir. A esta edad el niño es capaz de razonar para no reaccionar impulsivamente, es decir, maneja mejor sus emociones. Si no lo hace, es necesario entonces apoyarlo para que entienda que se vale sentirse enojado, triste, alegre o con miedo.
A partir de los siete, la vida social del niño está más marcada, pues tiene mayor disposición para compartir, de manera que a los 10 años es feliz y el juego es su actividad favorita. En esta etapa todavía requiere de orientación para controlar y canalizar sus emociones.
Relación positiva entre padres e hijos
Algunos principios fundamentales para lograr una positiva relación entre padres e hijos, y por ende, un manejo adecuado de sus emociones son:
1. Jugar con los niños. La mayoría de los padres no juega o juega muy poco con sus hijos. Se considera que los adultos no deben intervenir en juegos infantiles o se sienten impropios. En realidad, la interacción entre los padres y los hijos a través del juego es una de las formas de acercamiento afectivo más importantes. El juego entre padres e hijos favorece la confianza, la comprensión y el afecto mutuo. También ayuda mucho hacerlos reír; el humor es una de las claves de la inteligencia, aunque no es la única, pero si una de las más importantes; la sonrisa significa una especie de complicidad entre dos personas, y en este caso, el niño se siente comprendido.
2. Evitar el castigo. Se ha demostrado que el castigo, sea físico o verbal, únicamente produce consecuencias negativas y realmente no es efectivo para lograr algún cambio positivo. Es mejor evitar pegar o regañar a los hijos, de esta manera se estará logrando lo opuesto de lo que se pretende. Lo ideal es orientarlos y decirles los desacuerdos. Si se castiga a los niños, éstos perderán la confianza, sentirán rencor, se volverán rebeldes, tímidos, inseguros, mentirosos, etcétera.
3. Diálogo sí, imposición no. Muchos adultos piensan que sus hijos deben obedecerles por principio de autoridad aunque no comprendan por qué se les dan determinadas indicaciones. Si no obedecen se les castiga, incluso con golpes y otras torturas. Estos padres no consideran importante atender y comprender los puntos de vista de sus hijos, piensan que no tienen capacidad. Algunos efectos de esto son: resentimiento contra los padres, temor, inseguridad, nerviosismo, apatía, irracionalidad, entre otros. En lugar de una actitud impositiva es conveniente intentar que los hijos comprendan las razones que existen para hacer lago o dejar de hacerlo. Establecer el diálogo con ellos significa fundamentalmente escuchar con atención sus puntos de vista y tomarlos en cuenta para llegar a una conclusión aceptable. Un niño que es educado a través del diálogo desarrolla confianza en sí mismo y en los demás, aprende a razonar y a ser responsable.
4. ¿Ofrecer premios? No es conveniente ofrecer premios a los hijos a cambio de que éstos ayuden en alguna actividad o logren una calificación en la escuela. Es mucho más conveniente dar caricias, palabras positivas, detalles y regalos de manera “espontánea”, pero cercana en el tiempo, a las acciones positivas de los menores. Eso sí, es conveniente estar atento y valorar expresamente cada pequeño avance positivo de los hijos, en lugar de atender principalmente a sus acciones negativas, como generalmente se acostumbra.
5. Decir “sí”, cuando no hay razones para decir “no”. Debido a la dinámica común, los padres muchas veces están predispuestos a negar la aprobación de las peticiones que les hacen sus hijos. Sólo cuando éstos insisten mucho o hacen berrinche, los padres ceden de mala gana, pero favoreciendo que los menores aprendan a molestarlos como una manera de lograr lo que quieren. En lugar de esto, es conveniente procurar estar predispuestos a decir que sí a las peticiones de los hijos, salvo que haya razones claras y suficientes para decir que no, y en este caso no es conveniente ceder por la simple presión de los menores.
EN RECUADRO
Importancia del afecto
El desarrollo de las emociones es crucial, es lo que mueve al mundo, a través de dos sentimientos muy fuertes: el odio y el amor. La educación de las emociones debe ser prioridad para crear una sociedad de afecto más que de conocimiento. El afecto y la convivencia no son un accesorio sino la oportunidad de sentirse bien con los demás, por eso, es importante que los padres conozcan las emociones que experimentan sus hijos; si éstos se chupan el dedo, si se mueven repetitivamente, son agresivos, casi no juegan, rompen cosas, son muy pasivos, casi no hablan o tienen miedo de interactuar con otras personas, son algunas señales que pueden indicar inestabilidad emocional y falta de afecto en el niño.