La violencia social no tiene madre… (ni padre)
Por Marco Eduardo Murueta
Es frecuente que al referirse a una persona que abusa de otra(s) la gente diga que “tiene poca madre”, que tiene “muy poca madre” o que definitivamente “no tiene madre”, según sea el grado del abuso, la frialdad con que se comete y el cinismo del personaje que lo hace. Efectivamente, los peores explotadores, corruptos, asaltantes, violadores y secuestradores provienen de familias muy destruidas emocionalmente, sobre todo en lo referente al vínculo afectivo con la madre.
Históricamente las madres, más que los padres, han sido el elemento fundamental en la formación de la personalidad de las nuevas generaciones. Santiago Ramírez a finales de los 50’s decía que en México teníamos incluso “demasiada madre” y “muy poco padre”. Los psicólogos están de acuerdo en que la personalidad de un individuo se define esencialmente entre el embarazo y los seis o siete años de vida.
Con la incorporación de las mujeres a la educación escolarizada y la vida laboral, sobre todo en el siglo XX, se avanzó mucho en su emancipación, independencia, autoestima y relativa libertad respecto al sexo masculino. Proceso que aún no termina a principios del Siglo XXI.
Sin embargo, la doble o triple jornada femenina, sus presiones cotidianas, así como su alejamiento obligado de la crianza sin que ello sea compensado por los padres, ha tenido repercusiones negativas en la formación afectiva de las nuevas generaciones, combinándose con la vorágine tecnológica que ha abierto más las brechas entre pobres y ricos.
La violencia social, el consumo excesivo de drogas y las implicaciones del narcotráfico, tienen su caldo de cultivo esencialmente en los transtornos sufridos en la vida familiar.
A la mayoría de los políticos actuales y que están en los gobiernos sólo se les ocurre hacer leyes más represivas, invertir en policía y reclusorios, sin darse cuenta que ello agudiza el ambiente violento al producir más neurosis.
Una propuesta concreta es que gradualmente se disminuyera el presupuesto destinado a los aparatos de represión (entre 5 y 1 por ciento anual) para destinar un presupuesto gradualmente mayor al desarrollo de trabajo comunitario por parte de estudiantes y profesionales de las ciencias sociales. Todas las escuelas de educación preescolar, primaria y secundaria debieran desarrollar Escuelas para padres (al menos una vez por mes) diseñadas y sostenidas por profesionales en psicología, pedagogía y trabajo social, entre otras medidas complementarias. Asimismo, las instituciones, las empresas, las organizaciones y la comunidad en general debieran impulsar y apoyar medidas para que madres y padres se capacitaran y tuvieran el tiempo y la economía necesarios para vivir bien y establecer vínculos afectivos sólidos a través del diálogo y la convivencia como pareja y con sus hijos.
Esto elevaría sin duda nuestra seguridad personal y colectiva, así como disminuiría proporcionalmente el consumo de drogas y, por tanto, también toda la violencia asociada con el narcotráfico.
Además, podría impulsarse que los padres fueran ejemplos respetuosos de sus hijos para ser motivadores y no represores del desarrollo de los talentos infantiles y juveniles, lo que podría derivar en cambios en la vida escolar, primero, y en los centros de trabajo después. Esto entre otras muchas implicaciones posibles.
Debiera impulsarse que los legisladores y el poder ejecutivo apoyaran en su ámbito estas ideas. Pero también debiera convocarse a los estudiantes, a los profesionales, a los educadores, a las escuelas, a impulsar y realizar estas propuestas, independientemente de que los actuales gobernantes las apoyen o no.
Para ello te invitamos a participar en el Movimiento de Transformación Social. Conéctate en www.movimiento.com.mx/foro.
Comentarios a: murueta@servidor.unam.mx.