Mtra. Bár­ba­ra Kris­tel Pin­zón Luna
Estu­dian­te del Doc­to­ra­do en Psi­co­te­ra­pia Rela­cio­nal Ges­talt

Cen­tro de Estu­dios e Inves­ti­ga­ción Ges­tál­ti­cos
CESIGUE
Plan­tel Villaher­mo­sa

En el ser humano exis­te una nece­si­dad bio­ló­gi­ca­men­te deter­mi­na­da a la for­ma­ción de víncu­los afec­ti­vos, cuyo obje­ti­vo prin­ci­pal es la con­se­cu­ción de un sen­ti­mien­to de segu­ri­dad psi­co­ló­gi­ca. Por ello, los pri­me­ros víncu­los de ape­go son deter­mi­nan­tes en el desa­rro­llo bio­psi­co­so­cial del indi­vi­duo.

La teo­ría del ape­go pos­tu­la la exis­ten­cia de una pre­dis­po­si­ción inna­ta para la for­ma­ción de víncu­los afec­ti­vos, asu­mien­do que esta nece­si­dad de for­mar víncu­los emo­cio­na­les, y más aún, de con­se­guir un sen­ti­mien­to de segu­ri­dad median­te una rela­ción afec­ti­va de ape­go, son nece­si­da­des inhe­ren­tes a la con­di­ción huma­na. La idea de que las per­so­nas nacen pre­dis­pues­tas hacia la gene­ra­ción de rela­cio­nes de ape­go impli­ca con­si­de­rar los afec­tos como una par­te inte­gral y nece­sa­ria para el desa­rro­llo humano (Mele­ro, 2008).


Bowlby (1969) explo­ra los pro­ce­sos a tra­vés de los cua­les se esta­ble­cen y se rom­pen los víncu­los afec­ti­vos; des­cri­be espe­cial­men­te cómo los niños esta­ble­cen un ape­go emo­cio­nal con sus cui­da­do­res pri­ma­rios y la ansie­dad que sien­ten cuan­do son sepa­ra­dos de ellos. En su teo­ría men­cio­na que los niños nece­si­tan una rela­ción cer­ca­na y con­ti­nua­da con un cui­da­dor pri­ma­rio para poder desa­rro­llar­se emo­cio­nal­men­te. Cree que las teo­rías psi­co­ló­gi­cas exis­ten­tes son cui­da­do­res y sus drás­ti­cas res­pues­tas ante la sepa­ra­ción (Brether­ton, 1992).

Tam­bién hipo­te­ti­za (Bowlby, 1973) que la con­duc­ta de ape­go cons­ti­tu­ye un sis­te­ma con­duc­tual orga­ni­za­do, es decir, un con­jun­to de con­duc­tas varia­das (por ejem­plo: la son­ri­sa, el llan­to, o el segui­mien­to visual) que tie­nen una úni­ca fun­ción: man­te­ner la pro­xi­mi­dad de un cui­da­dor. El sis­te­ma de ape­go for­ma par­te de una serie de sis­te­mas con­duc­tua­les de vin­cu­la­ción, que inclu­yen la explo­ra­ción, el cui­da­do y el apa­rea­mien­to sexual, dise­ña­dos para ase­gu­rar la super­vi­ven­cia y la pro­crea­ción. Des­de el pun­to de vis­ta externo, el obje­ti­vo de sis­te­ma de ape­go sería regu­lar las con­duc­tas dise­ña­das para esta­ble­cer o man­te­ner el con­tac­to con una figu­ra de ape­go; des­de el pun­to de vis­ta de la per­so­na que se encuen­tra den­tro de una rela­ción de ape­go, el obje­ti­vo del sis­te­ma sería “sen­tir­se segu­ra”. Los recien­tes inten­tos de enten­der las rela­cio­nes cer­ca­nas adul­tas des­de el pun­to de vis­ta del ape­go están fuer­te­men­te influen­cia­das por el tra­ba­jo fun­da­cio­nal de Bowlby sobre el ape­go y la pér­di­da (1969, 1973, 1980).

La esta­bi­li­dad del ape­go a lo lar­go del desa­rro­llo ha sido amplia­men­te inves­ti­ga­da, obte­nien­do, en gene­ral, una esta­bi­li­dad mode­ra­da-alta en la edad adul­ta (Bren­nan y Sha­ver, 1995; Collins y Read, 1990; Fee­ney, Noller y Callan, 1994) y en estu­dios lon­gi­tu­di­na­les des­de la infan­cia (Baker­mans-Kra­nen­burg, y van IJzen­do­orn, 1993, Bald­win y Fehr, 1995; Benoit y Par­ker, 1994; Waters, Merrick, Tre­boux, Cro­well, Albersheim, 2000, Waters, Wein­field y Hamil­ton, 2000). Por otra par­te, la ines­ta­bi­li­dad en el esti­lo de ape­go ha sido aso­cia­da a suce­sos nega­ti­vos que han supues­to un cam­bio en el cui­da­do con­sis­ten­te (Hamil­ton, 2000; Kirk­pa­trick y Hazan, 1994; Waters, et al., 2000).

Esto con­lle­va a creer que las rela­cio­nes inter­per­so­na­les madu­ras pue­den incluir ele­men­tos de la rela­ción tem­pra­na entre padres e hijos, pero en un con­tex­to de inter­de­pen­den­cia recí­pro­ca en lugar de cen­trar­se en sí mis­mo con exi­gen­cias de depen­den­cia (Lie­bert y Spie­gel, 2000). Esto podría sus­ten­tar lo que otros auto­res han pos­tu­la­do que las rela­cio­nes con los padres, en par­ti­cu­lar con la madre, y las repre­sen­ta­cio­nes que el niño cons­tru­ye sobre sí mis­mo, los otros y el mun­do, deter­mi­nan la cali­dad y el tipo de sus rela­cio­nes afec­ti­vo-socia­les pos­te­rio­res (Drill, 1986; Hazan y Sha­ver, 1990).

Es de des­ta­car, que entre los adul­tos las rela­cio­nes pue­den ser simé­tri­cas, de mane­ra que inter­cam­bian roles a la hora de dar y reci­bir apo­yo; en cam­bio en la rela­ción niño-adul­to, es este últi­mo quien pro­te­ge y otor­ga segu­ri­dad. Sin embar­go, las rela­cio­nes entre los adul­tos y en espe­cí­fi­co las de pare­ja, no siem­pre cum­plen esta con­di­ción de sime­tría, un ejem­plo de ello son las muje­res some­ti­das a situa­cio­nes de vio­len­cia den­tro del hogar.

La fami­lia, en tan­to gru­po humano,  así como es un medio que pro­mue­ve la segu­ri­dad, apo­yo y amor entre sus inte­gran­tes, tam­bién es un medio espe­cial­men­te pro­pi­cio para la emer­gen­cia de con­flic­tos entre sus miem­bros. La vio­len­cia con­yu­gal ocu­rre debi­do a una ver­sión dis­tor­sio­na­da de la con­duc­ta de ape­go que se desa­rro­lla en la infan­cia y que lue­go es reac­ti­va­da en la rela­ción de pare­ja (Lewis y col., 2004).

La vio­len­cia con­yu­gal es un fenó­meno social que ocu­rre en un gru­po fami­liar, y que con­sis­te en el uso de medios ins­tru­men­ta­les por par­te del cón­yu­ge o pare­ja para inti­mi­dar psi­co­ló­gi­ca­men­te o anu­lar físi­ca, inte­lec­tual y moral­men­te a su pare­ja, con el obje­to de dis­ci­pli­nar según su arbi­trio y nece­si­dad la vida fami­liar.

Amar y Ber­du­go (2006) obser­va­ron que las con­se­cuen­cias de los actos vio­len­tos tien­den a repe­tir­se en los hijos de las víc­ti­mas y se trans­mi­ten de gene­ra­ción en gene­ra­ción. Los víncu­los de ape­go que los niños, víc­ti­mas de vio­len­cia intra­fa­mi­liar, esta­ble­cen ínti­ma y social­men­te con otras per­so­nas son el pun­to de par­ti­da de la trans­mi­sión de patro­nes trans­ge­ne­ra­cio­na­les de vio­len­cia. 

Si bien la inves­ti­ga­ción se ha dado a la tarea de crear pro­gra­mas y estra­te­gias para el abor­da­je de este pro­ble­ma psi­co­so­cial, aún no ha inci­di­do para la des­apa­ri­ción del mis­mo. Una de las pre­gun­tas más fre­cuen­tes ante el fenó­meno de la mujer mal­tra­ta­da es ¿por qué ésta no rom­pe con el víncu­lo vio­len­to? Den­tro de las expli­ca­cio­nes a esta per­ma­nen­cia jun­to al agre­sor, se encuen­tra el hecho que muchas veces la víc­ti­ma for­ma un vincu­lo afec­ti­vo con sus agre­so­res, el cual va aumen­tan­do gra­dual­men­te, has­ta que la mujer se iden­ti­fi­ca con su agre­sor, enten­dien­do y jus­ti­fi­can­do el mal­tra­to.

Lou­bat, Pon­ce y Salas (2007), repor­tan que el tipo de ape­go tie­ne influen­cia en la acti­tud que pre­sen­tan, las muje­res ante la vio­len­cia con­yu­gal; este esta­ría carac­te­ri­za­do por fac­to­res como la ansie­dad por sepa­ra­ción, inter­pre­ta­da como aban­dono, que sur­ge de sus expe­rien­cias infan­ti­les al per­ci­bir a sus padres como no dis­po­ni­bles.

Esto lle­va a pre­gun­tar­nos, ¿cómo los pri­me­ros víncu­los de ape­go jue­gan un papel en la expe­rien­cia de vio­len­cia en la edad adul­ta?, ¿cuá­les son las carac­te­rís­ti­cas de los víncu­los de ape­go de las muje­res que viven vio­len­cia con­yu­gal y los hom­bres que la ejer­cen?, y ¿cómo inci­de el esti­lo de ape­go de la infan­cia para que se per­pe­túe el ciclo de vio­len­cia con­yu­gal?

Se con­si­de­ra rele­van­te inda­gar la uti­li­dad de la teo­ría del ape­go para expli­car la man­ten­ción del círcu­lo del mal­tra­to y las difi­cul­ta­des que pre­sen­tan las muje­res para rom­per con esta rela­ción noci­va, o en su caso para que estas pare­jas pue­dan desa­rro­llar una for­ma de rela­ción ale­ja­da de las carac­te­rís­ti­cas de vio­len­cia; cono­cer cómo los esti­los de ape­go esta­ble­ci­dos en la infan­cia, siguen deter­mi­nan­do esque­mas de rela­ción en el pre­sen­te, y que nos per­mi­ta encon­trar una vía más para com­pren­der el fenó­meno de vio­len­cia con­yu­gal. Por un lado, para acre­cen­tar la com­pren­sión del desa­rro­llo socio-emo­cio­nal de los suje­tos, cómo inter­ac­túan con su medio, y cómo son sus patro­nes de rela­ción. Y por otro, para pro­po­ner estra­te­gias de inter­ven­ción que favo­rez­can el esta­ble­ci­mien­to de víncu­los de ape­go sanos y la trans­mi­sión de éstos a futu­ras gene­ra­cio­nes. 

BIBLIOGRAFIA

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