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Este bre­ve escri­to no pre­ten­de dar un aná­li­sis moral del fenó­meno del terro­ris­ta, sino tan solo, un alcan­ce de cómo el con­tex­to terro­ris­ta y el con­tex­to socie­dad, muchas veces, y erró­nea­men­te; se ena­je­nan entre sí.

No es ser terro­ris­ta que un hijo u otro fami­liar ame­na­ce a un anciano, tam­po­co lo es, el terror que pue­de infun­dir un padre alcohó­li­co al lle­gar a casa. Un terro­ris­ta tie­ne un víncu­lo y pro­pó­si­to social y polí­ti­co, el cual es, derro­car a un esta­do o gobierno a cos­ta de todo, enmar­cán­do­se así en una lucha de poder con­ti­nuo, don­de el terror social es sem­bra­do por ambas par­tes: terro­ris­ta y esta­do, cada uno a su modo y cir­cuns­tan­cias. La socie­dad es el obje­to y el medio para hacer saber el pode­río, en otras pala­bras: el aplas­ta­mien­to de la socie­dad, con­lle­va­rá a per­pe­tuar el poder del terro­ris­ta, o del esta­do per­ver­so. Con­ti­nua­men­te, terro­ris­ta y esta­do se envían seña­les para demos­trar­se quien es el más fuer­te.

Lamen­ta­ble­men­te, los medios de comu­ni­ca­ción y la socie­dad, sin dar­se cuen­ta con­tri­bu­yen de sobre mane­ra al con­flic­to entre terro­ris­ta y esta­do, con­si­de­ran­do como vio­len­cia terro­ris­ta a la que va des­de aba­jo hacia arri­ba y no, la que va des­de arri­ba hacia aba­jo. Ambas vio­len­cias por cier­to, muy per­ver­sas. La his­to­ria demues­tra que un terro­ris­ta es cri­mi­nal en sus diver­sos aten­ta­dos, sin embar­go las reac­cio­nes del esta­do fren­te al ata­que terro­ris­ta es hiper­cri­mi­nal, y la socie­dad que­da en medio de dos fue­gos cru­za­dos y a decir ver­dad, pre­fie­re man­te­ner­se solo como víc­ti­ma y no se com­pro­me­te con el aná­li­sis de su reali­dad social: pre­fie­re solo cen­su­rar los ata­ques terro­ris­tas, pero no, la corrup­ción del esta­do, ni tam­po­co la corrup­ción en las fami­lias. Sin dar­se cuen­ta, la socie­dad se con­vier­te en cóm­pli­ce del terro­ris­ta, al espe­rar el ata­que, pero no preo­cu­par­se de las cau­sas. A lo ante­rior, se suman los medios de comu­ni­ca­ción, al solo difun­dir los aten­ta­dos terro­ris­tas (el cual es uno de los obje­ti­vos pri­mor­dia­les del terro­ris­ta: que su ata­que se difun­da al máxi­mo en los medios), mas no ana­li­za pro­fun­da­men­te la reali­dad social.

Aho­ra nos enmar­ca­mos en el egoís­mo en cual los entes terro­ris­ta, socie­dad y esta­do pre­sen­tan. Pare­cie­ra que a los tres no les intere­sa el real pro­gre­so de un pue­blo. El terro­ris­ta se enfras­ca en su nar­ci­sis­mo ideo­ló­gi­co o reli­gio­so, y tan solo le intere­sa domi­nar, pero no con­tri­buir a la mejo­ra de un país. La socie­dad, divi­di­da en cla­se baja, media y alta; tie­ne a estas tres cla­ses divor­cia­das entre sí: al de cla­se media tan solo le intere­sa ascen­der a una cla­se media alta y con mucha suer­te a ser rico; al de cla­se alta, tan solo los con­tac­tos supe­rio­res para que sus empre­sas y rique­zas ten­gan más arrai­go, y a la cla­se pobre: tan solo sobre­vi­vir (no tie­ne otra posi­bi­li­dad). En otras pala­bras, no intere­sa el valor supre­mo de la evo­lu­ción de un pue­blo, sino el hecho de obte­ner y osten­tar el poder para satis­fa­cer pro­fun­do vacíos, los cua­les se satis­fa­cen con la situa­ción de domi­nar per­ver­sa­men­te al otro. Por ello, la delin­cuen­cia se pre­sen­ta en estos tres entes, la extor­sión, el secues­tro, las muer­tes y lo peor de todo: la indi­fe­ren­cia.

La socie­dad tam­bién se ena­je­na del fenó­meno del terro­ris­mo al pade­cer por las muer­tes de ciu­da­da­nos de “pri­mer nivel”, mas no por ciu­da­da­nos de “nivel dife­ren­te”, por ejem­plo: la indig­na­ción por muer­tes de per­so­nas de paí­ses ricos, mas no de per­so­nas de paí­ses de dis­tin­ta cla­se eco­nó­mi­ca, social o reli­gio­sa. Tres mil muer­tos en las torres geme­las y miles y miles de muer­tos en Afga­nis­tán; un cen­te­nar de muer­tos en París y miles de muer­tos en Siria; cen­te­nas de pro­fe­sio­na­les y polí­ti­cos muer­tos en nues­tro país y miles de cam­pe­si­nos ase­si­na­dos. Pare­cie­ra que el impul­so pri­mi­ti­vo del racis­mo y de la dis­cri­mi­na­ción se acti­va des­pués de un ata­que terro­ris­ta, logran­do refor­zar los obje­ti­vos de un terro­ris­ta: sem­brar el terror y divi­dir.

Dioner Francis Marín Puelles

Direc­tor Escue­la de Psi­co­lo­gía de la Uni­ver­si­dad César Valle­jo