UN PROBLEMA ACTUAL QUE PODEMOS REMEDIAR

REYNA ANA QUERO VÁSQUEZ

PSICOTERAPEUTA INFANTIL

En la actua­li­dad, en Méxi­co y en el res­to del mun­do es alar­man­te y preo­cu­pan­te el incre­men­to de pro­ble­mas de socia­li­za­ción, los cua­les empie­zan a mani­fes­tar­se tem­pra­na­men­te de diver­sas for­mas, ini­cian­do la mayo­ría de ellos des­de la infan­cia (0 a 9 años de edad). Des­afor­tu­na­da­men­te al no inter­ve­nir opor­tu­na­men­te en el mane­jo de los mis­mos se con­vier­ten en un pro­ble­ma no sólo indi­vi­dual, sino ade­más social, que impli­ca cos­tos a todos los nive­les. Estas alte­ra­cio­nes del desa­rro­llo inclu­yen los Berrin­ches, el Tras­torno Nega­ti­vis­ta Desa­fian­te, la Men­ti­ra, el Tras­torno Diso­cial, la Agre­si­vi­dad, el Hur­to, Huir del hogar, la Piro­ma­nía, y la Delin­cuen­cia en todas sus for­mas y nive­les.

La infan­cia, es un perio­do de gran impor­tan­cia ya que en este se esta­ble­cen las bases para el desa­rro­llo sano del área afec­ti­va y social, prin­ci­pal­men­te el esta­ble­ci­mien­to de rela­cio­nes socia­les posi­ti­vas, en esta eta­pa el niño al tener con­tac­to con sus igua­les y con los adul­tos a tra­vés del jue­go y la con­vi­ven­cia coti­dia­na, apren­de a expre­sar sus ideas, mani­fes­tar nece­si­da­des, a crear víncu­los afec­ti­vos y socia­les, a orga­ni­zar­se y a tra­ba­jar en equi­po.

Dife­ren­tes difi­cul­ta­des pue­den pre­sen­tar­se duran­te el desa­rro­llo, tan­to en la adqui­si­ción de las habi­li­da­des reque­ri­das para rela­cio­nar­se con los demás, como en la com­pe­ten­cia social que impli­ca el tener rela­cio­nes socia­les exi­to­sas que serán un fac­tor deter­mi­nan­te que mar­que la for­ma en la que el indi­vi­duo lle­va­rá a cabo su inter­ac­ción social con el res­to de las per­so­nas en el futu­ro. Las con­duc­tas pro­ble­ma que se pre­sen­tan con mas fre­cuen­cia tan­to en el medio fami­liar, como esco­lar son: vio­len­cia y riñas entre los igua­les, pata­le­tas o rabie­tas por la nega­ti­va a los deseos del niño, poca tole­ran­cia a la frus­tra­ción, tomar lo que no es suyo, opo­si­cio­nis­mo ante las indi­ca­cio­nes y reto a la auto­ri­dad.

Un adul­to con pro­ble­mas de socia­li­za­ción empie­za a for­mar­se des­de épo­cas tem­pra­nas, es decir, des­de la infan­cia por lo cuál la inter­ven­ción tem­pra­na resul­ta vital, espe­cial­men­te a tra­vés de las ins­ti­tu­cio­nes socia­les mas impor­tan­tes en las cua­les el niño se des­en­vuel­ve coti­dia­na­men­te: la Fami­lia y la Escue­la. La pre­ven­ción, se con­vier­te enton­ces en la úni­ca e ideal for­ma para com­ba­tir los gra­ves pro­ble­mas delic­ti­vos y socia­les por los que hoy día atra­vie­sa nues­tro país y el mun­do ente­ro, para lo cuál prin­ci­pal­men­te la FAMILIA es la encar­ga­da y res­pon­sa­ble de esta impor­tan­te misión.

La FAMILIA, para el indi­vi­duo es mas que un con­jun­to de per­so­nas, ya que satis­fa­ce nece­si­da­des diver­sas que inclu­yen des­de las nece­si­da­des bási­cas (en las que se encuen­tran la ali­men­ta­ción, el ves­ti­do, la vivien­da y la salud), has­ta las nece­si­da­des afec­ti­vas y socia­les, las cua­les le dan al indi­vi­duo esta­bi­li­dad y sopor­te en la vida. Brin­da pro­tec­ción, con la fina­li­dad pri­mor­dial de con­ser­var a la espe­cie mis­ma, pero reba­sa esta fun­ción al brin­dar afec­to y valo­res.

Se le con­si­de­ra un gru­po pri­ma­rio, ya que per­mi­te la super­vi­ven­cia del niño y con­tri­bu­ye de mane­ra deter­mi­nan­te en la for­ma­ción de la per­so­na­li­dad adul­ta, tie­ne el papel pri­mor­dial de pro­te­ger y edu­car, en este pro­ce­so influ­yen las con­di­cio­nes socia­les, cul­tu­ra­les, la his­to­ria y las expe­rien­cias pro­pias de cada gene­ra­ción, por lo que cada fami­lia edu­ca dife­ren­te a sus hijos. La fami­lia esta­ble­ce limi­tes y dis­ci­pli­na, que per­mi­ten una sana con­vi­ven­cia con el exte­rior, por lo que el mane­jo dis­ci­pli­na­rio y el esta­ble­ci­mien­to de los limi­tes en una fami­lia esta influen­cia­do por lo que los padres vivie­ron cuan­do eran niños, con­ser­van­do pau­tas tra­di­cio­na­les de crian­za, tan­to las posi­ti­vas, como des­afor­tu­na­da­men­te las nega­ti­vas. La influen­cia de las gene­ra­cio­nes ante­rio­res y lo que la nue­va gene­ra­ción vive deter­mi­na el niño y en un futu­ro el adul­to que se for­ma­ra.

Poner limi­tes es apa­ren­te­men­te una acción natu­ral que sur­ge de la inter­ac­ción entre dos per­so­nas (niño y adul­to), en la prac­ti­ca hacer­lo no es tan natu­ral ni tan sen­ci­llo, es enton­ces cuan­do se con­vier­te en una de las prin­ci­pa­les difi­cul­ta­des duran­te la crian­za. Un limi­te impli­ca has­ta don­de pode­mos lle­gar, que pode­mos hacer y cua­les son las con­se­cuen­cias de nues­tras accio­nes. La mayo­ría de los pro­ble­mas de com­por­ta­mien­to sur­gen por fal­ta de limi­tes, ya que son pues­tos de mane­ra inade­cua­da o sim­ple­men­te, no son pues­tos, estos per­mi­ten tener orden y una con­vi­ven­cia armó­ni­ca, están en todas par­tes.

En la crian­za, los lími­tes seña­lan has­ta don­de pue­de lle­gar un niño en su com­por­ta­mien­to. Esta­ble­cer­los es una for­ma de decir­le que nos preo­cu­pa, es ense­ñar­le como fun­cio­na el mun­do y sobre todo le demues­tran el cari­ño y res­pe­to que sen­ti­mos por el.

Cuan­do la fami­lia mar­ca ade­cua­da­men­te los limi­tes en los niños está ense­ñán­do­le a con­vi­vir. Lo ante­rior le da a la fami­lia el impor­tan­te papel de ser la prin­ci­pal ins­ti­tu­ción que socia­li­za y que le da al niño ele­men­tos indis­pen­sa­bles para inter­ac­tuar con otros de for­ma posi­ti­va y espe­cial­men­te ase­gu­ra en él salud men­tal.

Es impor­tan­te crear un ambien­te pro­pi­cio y esti­mu­lan­te para que los niños se desa­rro­llen, recor­dan­do prin­ci­pal­men­te que cada niño es dife­ren­te y úni­co y que aun­que se desa­rro­llan bási­ca­men­te igual tie­nen nece­si­da­des espe­cí­fi­cas. Cuan­do el niño reba­sa los limi­tes impues­tos, las medi­das dis­ci­pli­na­rias que se tomen le per­mi­ti­rán corre­gir­se, apren­der y valo­rar su con­duc­ta, refle­xio­nan­do sobre la res­pon­sa­bi­li­dad que asu­me al rea­li­zar algo inde­bi­do.

La disci­pli­na es un códi­go de con­duc­ta, es un sis­te­ma don­de que­dan inte­gra­das las reglas, los limi­tes, los com­por­ta­mien­tos y las con­se­cuen­cias que uti­li­za­ra el adul­to como figu­ra de auto­ri­dad, para esti­mu­lar los com­por­ta­mien­tos que se espe­ran de los niños y des­apro­bar los inapro­pia­dos e inde­sea­bles.

Los obje­ti­vos del esta­ble­ci­mien­to de la dis­ci­pli­na y de los limi­tes son, pro­te­ger al niño del peli­gro, que dis­tin­ga entre el bien y el mal, que incor­po­re valo­res y nor­mas, que con­vi­va con la socie­dad, que res­pe­te los dere­chos de los otros y con­ver­tir­lo en una per­so­na acep­ta­da social­men­te

La edu­ca­ción posi­ti­va con­si­de­ra que los adul­tos son edu­ca­do­res, que los niños requie­ren de una pre­sen­cia cons­tan­te, que nece­si­tan amor y acep­ta­ción incon­di­cio­nal, ade­más de ser res­pe­ta­dos. Asi­mis­mo que todos los niños son dife­ren­tes, que tie­nen dife­ren­tes nece­si­da­des según su eta­pa de desa­rro­llo y que requie­ren de un ambien­te ade­cua­do y que es impor­tan­te decir­les lo que que­re­mos y espe­ra­mos de ellos, es vital inte­grar al niño a las acti­vi­da­des de los adul­tos, esta­ble­cer­les limi­tes y gene­rar un esti­lo de crian­za que per­mi­ta su sano desa­rro­llo.

Resul­ta enton­ces impor­tan­te el pro­mo­ver un méto­do de crian­za en don­de la auto­ri­dad se mani­fies­te a tra­vés del con­trol con­sis­ten­te y razo­na­do, fijan­do lími­tes cla­ros, don­de tam­bién se pro­mue­ve en los hijos la toma de deci­sio­nes y auto­no­mía median­te el razo­na­mien­to de los actos y el asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad de los mis­mos. Acep­tan­do obli­ga­cio­nes y pro­mo­vien­do los dere­chos, este méto­do requie­re mas que tiem­po cali­dad. Los hijos bajo esta for­ma de edu­car desa­rro­llan un con­cep­to rea­lis­ta y posi­ti­vo, con­fian­za y segu­ri­dad en sí mis­mos, equi­li­brio entre obe­dien­cia y auto­no­mía, com­pe­ten­cia social den­tro y fue­ra del hogar, res­pon­sa­bi­li­dad y capa­ci­dad para dia­lo­gar y nego­ciar, y prin­ci­pal­men­te mayor tole­ran­cia a la frus­tra­ción.

Las con­duc­tas que no pro­pi­cian el desa­rro­llo del niño son: agre­dir, cul­pa­bi­li­zar, sobre­pro­te­ger, des­pro­tec­ción, poner dis­tan­cia afec­ti­va y recha­zar. Las accio­nes que rea­li­za­mos que pare­cen lími­tes pero no lo son: ate­mo­ri­zar, cul­pa­bi­li­zar, aver­gon­zar, ridi­cu­li­zar, dis­cur­sos y ser­mo­nes, repe­tir cons­tan­te­men­te las orde­nes, ame­na­zas no cum­pli­das y exce­so de cas­ti­gos o pre­mios.

Los requi­si­tos para poner limi­tes son amor y res­pe­to, auto­ri­dad moral y jerar­quía, cono­ci­mien­to, fuer­za de carác­ter, segu­ri­dad y madu­rez. Los limi­tes fir­mes son impor­tan­tes para las per­so­nas que los esta­ble­cen y para quien las lle­va­ra a cabo deben de pre­sen­tar­se de mane­ra cla­ra, con­cre­ta y bre­ve, expre­sar­se por anti­ci­pa­do, ser com­pren­di­dos cla­ra­men­te por el niño, mar­car­se con afec­to, ser ama­bles pero fir­mes, ser pre­sen­ta­dos con alter­na­ti­vas, ser cons­tan­tes en su vigi­lan­cia y tener espe­ci­fi­ca­das cla­ra­men­te las con­se­cuen­cias.

La Fami­lia, se con­vier­te enton­ces en la ins­ti­tu­ción que pue­de lle­var a la socie­dad en gene­ral al cam­bio. Recor­de­mos que el niño hará todo lo que pue­da y este en sus manos para sobre­vi­vir a un ambien­te la mayo­ría de las veces hos­til, aún sacri­fi­can­do su salud men­tal y por ende la de la socie­dad.