Marco Eduardo Murueta

A la fami­lia tam­bién se le cono­ce como “gru­po pri­ma­rio” (Simon, Stier­lin y Wyn­ne, 1988), debi­do a que gene­ral­men­te cons­ti­tu­ye el pri­mer gru­po al que per­te­ne­ce una per­so­na y, tam­bién, a que éste gru­po se con­si­de­ra gene­ral­men­te prio­ri­ta­rio res­pec­to a otros gru­pos en los que sus inte­gran­tes pue­den par­ti­ci­par. El gru­po pri­ma­rio pue­de con­ce­bir­se como el sis­te­ma bási­co de refe­ren­cias afec­ti­vas que le per­mi­ten a una per­so­na encon­trar su pro­pio sig­ni­fi­ca­do per­so­nal, así como los sig­ni­fi­ca­dos de todo lo que le rodea y, por tan­to, encon­trar­le un deter­mi­na­do sen­ti­do a su vida, a sus acti­vi­da­des coti­dia­nas. Una per­so­na que no tuvie­ra un gru­po pri­ma­rio sería equi­va­len­te a estar en una noche nubla­da nave­gan­do una bar­ca en medio del océano, sin nin­gún faro o estre­lla que pue­da orien­tar hacia dón­de remar. Cual­quier esfuer­zo care­ce­ría de sen­ti­do. Por esa razón, de hecho, no pue­de vivir­se sin un gru­po pri­ma­rio, sin una fami­lia (ya sea con­san­guí­nea o no). Si el gru­po pri­ma­rio al que per­te­ne­ce una per­so­na pier­de su estruc­tu­ra sig­ni­fi­ca­ti­va, al dis­mi­nuir la con­vi­ven­cia y la char­la, equi­va­le al ais­la­mien­to sen­so­rial pro­lon­ga­do que se ha demos­tra­do es alta­men­te des­truc­ti­vo de la salud psi­co­ló­gi­ca (Klein, 2007).

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Foto: Juan Soriano

En la prác­ti­ca de la psi­co­te­ra­pia es posi­ble cons­ta­tar reite­ra­da­men­te la corre­la­ción entre el gra­do de pade­ci­mien­to psi­co­ló­gi­co y la alte­ra­ción de la situa­ción fami­liar res­pec­ti­va. Las per­so­nas que pade­cen psi­co­sis (cuan­do no hay una cau­sa orgá­ni­ca de ori­gen) sue­len tener situa­cio­nes fami­lia­res muy dilui­das, por lo que se requie­re incor­po­rar­les a un gru­po tera­péu­ti­co que sir­va como gru­po pri­ma­rio pro­vi­sio­nal, base para la cons­truc­ción o recons­truc­ción del gru­po pri­ma­rio natu­ral.

El énfa­sis en lo eco­nó­mi­co en el mun­do con­tem­po­rá­neo está des­tru­yen­do pro­gre­si­va­men­te a los gru­pos pri­ma­rios (las fami­lias) y secun­da­rios (los ami­gos) de más per­so­nas. Por eso es lógi­co que haya un cre­ci­mien­to expo­nen­cial de pro­ble­má­ti­cas psi­co­ló­gi­cas: neu­ro­sis de dife­ren­tes nive­les de pro­fun­di­dad, según el gra­do de des­truc­ción fami­liar, o bien psi­co­sis. Las neu­ro­sis y psi­co­sis tie­nen como sín­to­mas:

  1. La bús­que­da com­pul­si­va de sen­sa­cio­nes pla­cen­te­ras: comer, beber (inclu­so agua), fumar, con­su­mir todo tipo de dro­gas, com­pras con­su­mis­tas, sexua­li­dad com­pul­si­va, tele­vi­sión exce­si­va, jue­gos arries­ga­dos, “reven­to­nes” (fies­tas con con­su­mo inten­si­vo de alcohol, taba­co y even­tual­men­te otras dro­gas), etc., etc.
  2. Gus­to por hacer sufrir a otros: cul­par, bur­lar­se, some­ter, obs­truir, agre­dir, dañar, des­truir, etc.
  3. Rigi­dez con­cep­tual y afec­ti­va: reli­gio­si­dad extre­ma, dog­ma­tis­mo, afe­rra­mien­to a pre­jui­cios, que­rer que los demás hagan lo que la per­so­na con­si­de­ra con­ve­nien­te, así como esta­ble­cer víncu­los de sim­bio­sis o depen­den­cia hacia una per­so­na, ais­lán­do­se de una con­vi­ven­cia social diver­si­fi­ca­da.

Los tres ras­gos men­cio­na­dos carac­te­ri­zan cada vez más a la socie­dad con­tem­po­rá­nea e impli­can su deca­den­cia pro­gre­si­va. Cons­ti­tu­yen la base de los abu­sos, la mutua des­con­fian­za, la des­truc­ti­vi­dad, el ais­la­mien­to y el ensi­mis­ma­mien­to cre­cien­tes. Urge com­pren­der cla­ra­men­te los fenó­me­nos emo­cio­na­les y su inhe­ren­te víncu­lo con la vida fami­liar para apli­car medi­das correc­ti­vas que –en algu­nas déca­das–  logren que los seres huma­nos pue­dan, por fin, vivir sana­men­te: con jus­ti­cia, equi­dad, fra­ter­ni­dad y liber­tad esen­cia­les.

Posicionamiento familiar

Al pedir­les a estu­dian­tes de licen­cia­tu­ra y pos­gra­do en psi­co­lo­gía que hagan el dibu­jo de “una fami­lia”, con la mira­da expre­san su rece­lo al sen­tir que se les está apli­can­do el “test” pro­yec­ti­vo de Cor­man (1971), dise­ña­do para niños meno­res de 7 años. Al expli­car­les que no se tra­ta de eso, que no se harán inter­pre­ta­cio­nes sobre las carac­te­rís­ti­cas de su dibu­jo y que lo úni­co que se requie­re es extraer algu­nos datos esta­dís­ti­cos, acep­tan hacer el dibu­jo. Se pro­du­ce el siguien­te resul­ta­do cua­si típi­co: 82% dibu­jan a un padre, una madre y uno o dos hijos. Sola­men­te un 18% dibu­ja 3 o más hijos, mien­tras que menos de un 3% inclu­ye a otros inte­gran­tes como abue­los, tíos o pri­mos. Eso sí, el 27% inte­gra a una mas­co­ta como par­te de la fami­lia, que sue­le ser un perro o, en menor núme­ro, un gato. El 21% de los dibu­jos tie­nen como figu­ra ini­cial a la madre mien­tras que el 46% dibu­ja pri­me­ro al padre y un 33% tie­ne como pri­me­ra figu­ra a alguno de los hijos. Más del 25% de los dibu­jos con­tie­nen a uno o varios hijos en medio de los padres, lo que sig­ni­fi­ca que casi en el 75% de los dibu­jos la pare­ja de espo­sos-padres apa­re­ce jun­ta. Es raro que no apa­rez­can ambos pro­ge­ni­to­res. Tam­bién pue­de obser­var­se que más de un 22% dibu­ja una casa o par­te de ésta (ver cua­dro 1).

Cua­dro 1. Carac­te­rís­ti­cas del dibu­jo de una fami­lia en estu­dian­tes uni­ver­si­ta­rios

6 o más per­so­nas

 

8

11.94%

5 per­so­nas

 

 

4

5.97%

4 per­so­nas

 

 

37

55.22%

3  per­so­nas

 

 

18

26.87%

2 o 1 per­so­nas

 

 

0

0.00%

Pri­me­ro el padre

 

31

46.27%

Pri­me­ro la madre

 

14

20.90%

Pri­me­ro uno de los hijos

 

22

32.84%

Hijos en medio

 

 

17

25.37%

Ambos padres

 

 

67

100%

Casa

 

 

15

22.39%

Mas­co­ta

 

 

18

26.87%

Otros fami­lia­res no nuclea­res

2

2.99%

Ami­gos

 

 

1

1.49%

 

 

 

 

 

Total

 

 

67

 

 

Ese es el posi­cio­na­mien­to (Trout, 1969/1986) o la repre­sen­ta­ción social (Mos­co­vi­ci, 1985) de lo que es una fami­lia: padres e hijos, más que “pare­ja e hijos” o “pare­ja sola” o “sola­men­te her­ma­nos”. En Méxi­co, es común escu­char que tal o cual pare­ja de casa­dos toda­vía no tie­nen “fami­lia”, es decir, hijos. Exis­te la impre­sión de que fal­ta alguien en una fami­lia cuan­do no están las dos figu­ras “pater­nas”, si bien han exis­ti­do muchas fami­lias “uni­pa­ren­ta­les” des­de siem­pre; en Méxi­co más que en otros paí­ses des­de la lle­ga­da de los euro­peos a fines del siglo XV y prin­ci­pios del siglo XVI. Actual­men­te, hay madres y padres “sol­te­ros” que pug­nan por­que a su fami­lia se le con­si­de­re “com­ple­ta”, com­ba­tien­do el pre­jui­cio del posi­cio­na­mien­to men­cio­na­do. Estu­dio­sos de la fami­lia con­tem­po­rá­nea coin­ci­den en seña­lar que las fami­lias del siglo XXI tie­nen y ten­drán estruc­tu­ras cada vez más diver­si­fi­ca­das que modi­fi­ca­rán ese esque­ma aho­ra tra­di­cio­nal, sin que les sea fácil con­cep­tua­li­zar a “la fami­lia” como enti­dad diver­sa. Al res­pec­to, Arria­ga­da (2002) repor­ta los datos de la encues­ta 1998 de la Comi­sión Eco­nó­mi­ca para Amé­ri­ca Lati­na y el Cari­be (CEPAL) res­pec­to al tipo de fami­lias que hay en Méxi­co, con los siguien­tes datos:

Nuclear 

72.8%

Exten­di­da

16.7%

Uni­per­so­nal

 7.5%

Hogar sin núcleo

2.8%

Com­pues­ta 

 0.2%

Total

100%

Gue­rra López (2005) seña­la que entre las fami­lias nuclea­res sola­men­te el 13.5% son fami­lias mono­pa­ren­ta­les, de las cua­les el 87.4% (casi todas) son enca­be­za­das por muje­res.

Lo ante­rior sig­ni­fi­ca que en un 65% de las fami­lias exis­ten las dos figu­ras pater­nas en las fami­lias nuclea­res, lo cual se incre­men­ta­ría a más de 80% si agre­ga­mos las fami­lias exten­di­das. A pesar del incre­men­to pro­gre­si­vo de los divor­cios que pasó de 3.2 por cada 100 matri­mo­nios en 1970 a 12.3 en 2006, la gran mayo­ría de quie­nes se casan viven jun­tos por tiem­po inde­fi­ni­do. Sola­men­te, un 20% de quie­nes deci­den vivir jun­tos lo hacen sin casar­se legal­men­te (INEGI, 2009).

 

Estos datos con­tras­tan sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te con lo que ocu­rre en el país con la eco­no­mía más pode­ro­sa del pla­ne­ta y que ha sido el mode­lo a seguir para los gobier­nos mexi­ca­nos y de otros paí­ses lati­nos, Esta­dos Uni­dos, en el cual:

“… El cin­cuen­ta por cien­to (50%) de las fami­lias ame­ri­ca­nas corres­pon­de hoy a segun­das unio­nes.

“… El pro­me­dio de dura­ción de un matri­mo­nio actual es de sie­te (7) años, y uno de cada dos matri­mo­nios ter­mi­na en divor­cio.

“… El seten­ta y cin­co por cien­to (75%) de las per­so­nas que se divor­cian se vuel­ven a casar. Sin embar­go, apro­xi­ma­da­men­te el sesen­ta y seis por cien­to (66%) de las pare­jas de segun­da unión, que tie­nen hijos del pri­mer matri­mo­nio, se sepa­ran.

“… Un cin­cuen­ta por cien­to (50%) de los sesen­ta millo­nes de niños meno­res de 13 años viven con uno solo de sus padres bio­ló­gi­cos y su nue­va pare­ja (…)

 “… Dos de tres pri­me­ros matri­mo­nios de pare­jas meno­res de trein­ta (30) años ter­mi­nan en divor­cio.

“… Un estu­dio rea­li­za­do por la Uni­ver­si­dad de Bos­ton repor­ta que el seten­ta y cin­co por cien­to (75%) de las muje­res pro­fe­sio­na­les que con­tra­je­ron matri­mo­nio con un hom­bre divor­cia­do con hijos afir­man: “si tuvie­ra que tomar de nue­vo la deci­sión, NO me casa­ría con un hom­bre que tuvie­ra hijos” (Isa­za, 2009).

 

En efec­to, aún cuan­do la fami­lia en Méxi­co está sufrien­do cam­bios impor­tan­tes que tien­den a su debi­li­ta­mien­to como núcleo pri­ma­rio, toda­vía está muy lejos del nivel de fra­gi­li­dad que tie­nen los víncu­los fami­lia­res en Esta­dos Uni­dos y otros paí­ses indus­tria­li­za­dos, con lo cual tam­bién podrían expli­car­se muchos de los mayo­res pade­ci­mien­tos psi­co­ló­gi­cos de estos paí­ses, inclu­yen­do a sus cla­ses gober­nan­tes y sus empre­sa­rios que, des­afor­tu­na­da­men­te, domi­nan el pla­ne­ta.

 

Para­dó­ji­ca­men­te, uno de los mayo­res pro­ble­mas fami­lia­res que se tie­nen hoy en Méxi­co se deri­va de la cre­cien­te ten­den­cia a emi­grar hacia los Esta­dos Uni­dos en bus­ca de ingre­sos eco­nó­mi­cos, espe­cial­men­te de jóve­nes del sexo mas­cu­lino. Exis­ten ya muchas pobla­cio­nes rura­les y semi­rru­ra­les en las que –sal­vo en las fies­tas de fin de año– sola­men­te con­vi­ven muje­res, niños y ancia­nos. No deja de ser sor­pren­den­te el arrai­go afec­ti­vo de los emi­gran­tes que, con sus reme­sas eco­nó­mi­cas envia­das des­de Esta­dos Uni­dos a sus fami­lias en Méxi­co, sig­ni­fi­can una de las prin­ci­pa­les fuen­tes de divi­sas del país, com­pa­ra­ble a los ingre­sos por expor­ta­ción de petró­leo. Méxi­co expor­ta fuer­za de tra­ba­jo con un cos­to sen­si­ble para la esta­bi­li­dad emo­cio­nal de las fami­lias y sus impli­ca­cio­nes para la crian­za y el futu­ro del país.

 

¿La familia pequeña vive mejor?

“La fami­lia peque­ña vive mejor” fue un eslo­gan amplia­men­te posi­cio­na­do en la pobla­ción mexi­ca­na como efec­to de la muy amplia difu­sión que tuvo entre los años 70 y 80 del siglo XX, jun­to a un icono de una pare­ja mas­cu­lino-feme­ni­na adul­ta con un par de hijos  tam­bién de ambos sexos; pri­me­ro el padre lue­go la madre; pri­me­ro el niño y lue­go la niña. Sobre esa base con­cep­tual, las cam­pa­ñas de “pla­nea­ción fami­liar” para difun­dir el uso de anti­con­cep­ti­vos han con­ti­nua­do de mane­ra per­sis­ten­te: “tener pocos hijos para dar­les mucho”, es otra fra­se gene­ral­men­te acep­ta­da, bajo la idea mal­thu­sia­na (cfr. Mal­thus, 1798/1970) de que la pobre­za depen­de de la mucha can­ti­dad de per­so­nas que “hay que ali­men­tar”, sin que ocu­rra el cre­ci­mien­to corres­pon­dien­te de los medios de sub­sis­ten­cia. Para­dó­ji­ca­men­te, cada vez hay más cri­sis de sobre­pro­duc­ción debi­do a que exis­ten más pro­duc­tos que los que el mer­ca­do pue­de dis­tri­buir, debi­do a que no exis­te deman­da para ellos por el bajo nivel adqui­si­ti­vo de la mayor par­te de la pobla­ción del pla­ne­ta. En otras pala­bras, cre­cen más los “medios de sub­sis­ten­cia” que el poder adqui­si­ti­vo para poder­los adqui­rir.

La fami­lia ha redu­ci­do su tama­ño pro­me­dio en los últi­mos 100 años de más de 7 inte­gran­tes (con­si­de­ran­do 2 padres y 5 o más hijos) a prin­ci­pios del siglo XX, a alre­de­dor de 4 inte­gran­tes en los ini­cios del siglo XXI. A nivel nacio­nal, el pro­me­dio actual de hijos por mujer al final de su vida fér­til es de 2.13. Sin embar­go, la reduc­ción en el núme­ro de hijos no es homo­gé­neo, por lo que los esta­dos de Gue­rre­ro, Chia­pas y Aguas­ca­lien­tes pre­sen­tan el mayor núme­ro de hijos en pro­me­dio por mujer (2.49, 2.45 y 2.34, res­pec­ti­va­men­te); en con­tra­par­te, el Dis­tri­to Fede­ral tie­ne el menor pro­me­dio con 1.68 hijos por mujer (CONAPO, 2007). En las áreas rura­les y a menor esco­la­ri­dad de las madres es mayor el núme­ro de hijos, mien­tras que en la ciu­dad, a mayor esco­la­ri­dad y tra­ba­jo asa­la­ria­do de la madre dis­mi­nu­ye el núme­ro de hijos pro­me­dio.

Las madres con mayor núme­ro de hijos han teni­do que dedi­car más tiem­po coti­diano y más años a la crian­za en com­pa­ra­ción con aque­llas que tie­nen pocos hijos.  Sin embar­go, no hay evi­den­cia que la dis­mi­nu­ción del núme­ro de hijos corre­la­cio­ne con una vida más satis­fac­to­ria ni en el plano mate­rial ni en el plano emo­cio­nal: exis­te dema­sia­da pobre­za en las fami­lias y los reque­ri­mien­tos de pro­veer ingre­sos se con­cen­tran sobre pocas per­so­nas, mien­tras que cuan­do hay más hijos, con­for­me cre­cen, tam­bién con­tri­bu­yen a incre­men­tar los ingre­sos fami­lia­res.  Cuan­do hay sola­men­te un hijo no hay sufi­cien­te tiem­po de sus padres para con­vi­vir con él y seguir el rit­mo de sus intere­ses y de su ener­gía infan­til, por lo que requie­ren conec­tar­lo con la tele­vi­sión, jue­gos elec­tró­ni­cos y todo tipo de acti­vi­da­des que lo entre­ten­gan mien­tras ellos tra­ba­jan o inclu­so des­can­san. En los casos en que sola­men­te hay dos hijos se requie­re que estos sean muy afi­nes para poder com­par­tir acti­vi­da­des y cons­ti­tuir un sopor­te emo­cio­nal mutuo, pues en caso de riñas, sepa­ra­cio­nes dura­de­ras o la muer­te de uno de los dos her­ma­nos, no exis­ten para el otro com­pen­sa­cio­nes emo­cio­na­les sóli­das que le per­mi­tan sen­tir­se sufi­cien­te­men­te segu­ro y moti­va­do en dife­ren­tes situa­cio­nes de la vida.

Las fami­lias peque­ñas requie­ren tam­bién de casas peque­ñas y vice­ver­sa. Muchas inves­ti­ga­cio­nes han demos­tra­do cómo el haci­na­mien­to es moti­vo de ten­sio­nes y agre­si­vi­dad mutua (Vos­tam y Tis­chler, 2001). Jun­to con la rela­ti­va des­aten­ción de los padres, ensi­mis­ma­dos en su tra­ba­jo y sus preo­cu­pa­cio­nes eco­nó­mi­cas, el encie­rro en los peque­ños depar­ta­men­tos y la sobre­es­ti­mu­la­ción elec­tró­ni­ca con­tri­bu­yen a que muchos niños sin alte­ra­cio­nes neu­ro­ló­gi­cas estén sien­do con­si­de­ra­dos como niños hiper­ac­ti­vos con Trans­torno por Defí­cit de Aten­ción (TDAH), difí­ci­les de inte­grar a los reque­ri­mien­tos esco­la­res (que siguen sien­do muy tra­di­cio­na­les); ade­más de ser estig­ma­ti­za­dos, con el apo­yo de neu­ró­lo­gos y psi­quia­tras se les apli­can medi­ca­men­tos para dis­mi­nuir su hiper­ac­ti­vi­dad, lo que afec­ta tam­bién sus posi­bi­li­da­des de apren­di­za­je y de inter­ac­ción social.

 

La familia centrada en la economía

El artícu­lo 123 de la Cons­ti­tu­ción Polí­ti­ca redac­ta­da en 1917, vigen­te un siglo des­pués, ha man­te­ni­do sin modi­fi­car uno de sus párra­fos en el que se esta­ble­ce que

“Los sala­rios míni­mos gene­ra­les debe­rán ser sufi­cien­tes para satis­fa­cer las nece­si­da­des nor­ma­les de un jefe de fami­lia, en el orden mate­rial, social y cul­tu­ral, y para pro­veer a la edu­ca­ción obli­ga­to­ria de los hijos”.

La noción de “jefe de fami­lia” supo­ne un repre­sen­tan­te, res­pon­sa­ble y auto­ri­dad den­tro del seno fami­liar, así como tam­bién que él es quien pro­vee el sus­ten­to eco­nó­mi­co del con­jun­to de inte­gran­tes de la fami­lia. Es nece­sa­rio recor­dar aquí que, en la épo­ca en que se redac­tó el tex­to ori­gi­nal de la Cons­ti­tu­ción, las muje­res y los meno­res de 21 años no eran con­si­de­ra­dos como ciu­da­da­nos, sólo los varo­nes mayo­res de esa edad. Casi la tota­li­dad de las muje­res eran “amas de casa”, ade­más de que los nive­les de anal­fa­be­tis­mo eran supe­rio­res a 80%, con una mar­ca­da acen­tua­ción en el sexo feme­nino. Cer­ca del 50% de las pare­jas tenían 5 o más hijos, sobre todo en los nive­les socio­eco­nó­mi­cos más pobres y par­ti­cu­lar­men­te en las áreas rura­les en las que resi­día más del 70% de los poco más de 15 millo­nes de habi­tan­tes.

De acuer­do al tex­to cons­ti­tu­cio­nal, los “sala­rios míni­mos gene­ra­les” debían ser “sufi­cien­tes” para cubrir los reque­ri­mien­tos bási­cos de al menos 7 per­so­nas en pro­me­dio (con­si­de­ran­do 5 meno­res de edad y 2 adul­tos), lo que a pre­cios de 2009 sig­ni­fi­ca­ría una can­ti­dad de unos 28,000 pesos men­sua­les (apro­xi­ma­da­men­te 2,150 dóla­res esta­dou­ni­den­ses), con­si­de­ran­do un cos­to míni­mo de sobre­vi­ven­cia dig­na de cer­ca de 4,000 pesos por per­so­na cada mes, es decir, alre­de­dor de 10 dóla­res dia­rios para pagar ali­men­ta­ción, ves­ti­do, vivien­da, trans­por­te, edu­ca­ción y espar­ci­mien­to de cada inte­gran­te de la fami­lia.

En con­tra­par­te, el “sala­rio míni­mo” acor­da­do por la Comi­sión Nacio­nal de Sala­rios Míni­mos para 2009 fue de ape­nas 54.80 pesos dia­rios (4.20 dóla­res) para una jor­na­da de 8 horas de tra­ba­jo, que evi­den­te­men­te son insu­fi­cien­tes inclu­so para la ali­men­ta­ción deco­ro­sa de una per­so­na; sin con­si­de­rar el gas­to en ves­ti­do, vivien­da, trans­por­te, edu­ca­ción y espar­ci­mien­to. Con ello se come­te una cla­ra vio­la­ción del tex­to cons­ti­tu­cio­nal, rea­li­za­da con cinis­mo y habi­tua­li­dad por el Esta­do mexi­cano, sin que nin­gún juris­ta o ana­lis­ta polí­ti­co se ocu­pe con insis­ten­cia del asun­to. A veces se defien­den en los corri­llos dicien­do que el actual “sala­rio míni­mo” es sólo indi­ca­ti­vo, para con­tro­lar la infla­ción, y que nadie gana esa ínfi­ma can­ti­dad pues no podría sobre­vi­vir, pues inclu­so quie­nes hacen los tra­ba­jos más bási­cos obtie­nen mayo­res ingre­sos reales. El tex­to cons­ti­tu­cio­nal es –para ellos– una pie­za de museo, un deseo, una aspi­ra­ción, no una ley que debie­ran cum­plir; si la ley cons­ti­tu­cio­nal no es res­pe­ta­da en uno de sus artícu­los más impor­tan­tes, mucho menos habrá aca­ta­mien­to de otras leyes secun­da­rias. Sin duda, los ingre­sos reales del 74% de la “Pobla­ción Eco­nó­mi­ca­men­te Acti­va” es menor a los 6,000 pesos men­sua­les (460 dóla­res), con lo cual ape­nas si pue­den sobre­vi­vir indi­vi­dual­men­te hacien­do mala­ba­ris­mos pre­su­pues­ta­rios, bajo una pre­sión eco­nó­mi­ca con­ti­nua y des­gas­tan­te, que es cau­sa de múl­ti­ples neu­ro­sis de pare­ja, fami­lia­res y per­so­na­les, agu­di­za­das por la ruti­na, el haci­na­mien­to, las aglo­me­ra­cio­nes urba­nas y el sin­sen­ti­do con el que viven sus acti­vi­da­des labo­ra­les: la pobre­za eco­nó­mi­ca afec­ta de mane­ra esen­cial la vida fami­liar de por lo menos 80 millo­nes de mexi­ca­nos.

Sin embar­go, el ingre­so per cápi­ta de Méxi­co en 2006 fue de 8000 dóla­res anua­les, es decir, 104,000 pesos al año; más de 8,500 pesos men­sua­les por cada uno de los 107 millo­nes de habi­tan­tes. Si esa can­ti­dad se divi­de entre quie­nes tie­nen un tra­ba­jo for­mal o infor­mal, unos 45.5 millo­nes de per­so­nas en 2009, cada uno obten­dría un ingre­so men­sual apro­xi­ma­do de 20,000 pesos (1500 dóla­res), 50 dóla­res o 650 pesos dia­rios; un ver­da­de­ro sue­ño para más del 95% de los mexi­ca­nos que tra­ba­jan. Obvia­men­te, ade­más de la fal­ta de opcio­nes labo­ra­les y el aban­dono de los pro­ce­sos edu­ca­ti­vos, el pro­ble­ma es la con­cen­tra­ción de la rique­za en muy pocas manos, lo cual se ha acen­tua­do más en la segun­da mitad del siglo XX y lo que va del XXI.

Con­si­de­ran­do las ofer­tas sala­ria­les y las gran­des difi­cul­ta­des que exis­ten para un nego­cio pro­pio (una empre­sa fami­liar, una coope­ra­ti­va), en la actua­li­dad, cuan­do dos per­so­nas deci­den ini­ciar una vida com­par­ti­da, for­mar una nue­va fami­lia, en la gran mayo­ría de los casos par­ten del hecho de que ambos con­tri­bui­rán para gene­rar ingre­sos eco­nó­mi­cos y par­ti­ci­pa­rán en las res­pon­sa­bi­li­da­des del tra­ba­jo domés­ti­co y la crian­za. Pien­san en tener muy pocos hijos o nin­guno, debi­do a las limi­ta­cio­nes eco­nó­mi­cas. Sin embar­go, cuan­do hay hijos, la res­pon­sa­bi­li­dad de la crian­za sigue estan­do en mucha mayor pro­por­ción a car­go de la madre que del padre; y esto se com­pli­ca aún más si por algu­na de múl­ti­ples cau­sas se sepa­ran.

La mujer cambia su rol

Como en casi todo el mun­do occi­den­tal, el desa­rro­llo tec­no­ló­gi­co-indus­trial pro­vo­có la deca­den­cia eco­nó­mi­ca del modo de vida rural tra­di­cio­nal. En Méxi­co, lite­ral­men­te el cam­po fue aban­do­na­do, pri­me­ro por las polí­ti­cas eco­nó­mi­cas de los gobier­nos a par­tir de 1940 y lue­go, pro­gre­si­va­men­te, por los habi­tan­tes. En 1910 más del 70% de la pobla­ción vivía en comu­ni­da­des rura­les meno­res de 2500 habi­tan­tes; un siglo más tar­de la mitad de la pobla­ción vive en ciu­da­des de más de 100,000 habi­tan­tes, mien­tras que menos de la cuar­ta par­te (23.5%) viven en pobla­cio­nes meno­res a 2500 habi­tan­tes. Sola­men­te el 3.3% de los tra­ba­ja­do­res se dedi­can a acti­vi­da­des rura­les como agri­cul­tu­ra, gana­de­ría, caza y pes­ca.

Duran­te el siglo XX, con la inclu­sión mayo­ri­ta­ria de empre­sas trans­na­cio­na­les pro­ve­nien­tes prin­ci­pal­men­te de Esta­dos Uni­dos, así como de algu­nos otros paí­ses euro­peos y ‑más recien­te­men­te- asiá­ti­cos, el rela­ti­vo desa­rro­llo indus­trial mexi­cano  gene­ró al mis­mo tiem­po 1) la emi­gra­ción del cam­po a la ciu­dad y lue­go a Esta­dos Uni­dos; 2) la incor­po­ra­ción de las muje­res al tra­ba­jo asa­la­ria­do fue­ra de la casa, y 3) el cre­ci­mien­to de la esco­la­ri­dad nece­sa­ria para encon­trar una opción labo­ral. Como en todo el mun­do, al tener ingre­sos pro­pios con los cua­les con­tri­buir al gas­to fami­liar, las muje­res mexi­ca­nas han logra­do una pro­gre­si­va inde­pen­den­cia res­pec­to al sexo mas­cu­lino, tole­ran­do en menor medi­da el mal­tra­to y la vio­len­cia domés­ti­ca que había sido tra­di­cio­nal cuan­do ellas se dedi­ca­ban sola­men­te “al hogar”. Des­afor­tu­na­da­men­te, a pesar de los avan­ces en el reco­no­ci­mien­to de los dere­chos de las muje­res, en el siglo XXI toda­vía se siguen dan­do muchos rela­tos de bru­ta­li­dad mas­cu­li­na sobre ellas, si bien es cier­to que tam­bién hay ya muchos casos inver­sos: hom­bres mal­tra­ta­dos por muje­res domi­nan­tes. La vio­len­cia sexual hacia las muje­res, des­de el hos­ti­ga­mien­to has­ta las vio­la­cio­nes, toda­vía repre­sen­ta cifras muy ele­va­das (más de 13000 vio­la­cio­nes sexua­les denun­cia­das cada año en Méxi­co, a lo que habría que sumar un ele­va­do núme­ro de las no denun­cia­das).

Ha sido moti­vo de orgu­llo para las muje­res poder com­pe­tir y triun­far con cada vez más fre­cuen­cia sobre el sexo mas­cu­lino en tareas que antes se con­si­de­ra­ban exclu­si­vas de los varo­nes. La esco­la­ri­dad feme­ni­na pro­me­dio se ha incre­men­ta­do a pasos ace­le­ra­dos, al gra­do de que en las uni­ver­si­da­des su por­cen­ta­je reba­sa al del sexo mas­cu­lino, y cada vez tie­nen más lide­raz­go en las ins­ti­tu­cio­nes y empre­sas don­de tra­ba­jan. A base de esfuer­zos “sobre­hu­ma­nos”, que por una par­te las des­gas­tan físi­ca y emo­cio­nal­men­te de mane­ra acen­tua­da y, por otra, las van hacien­do cada vez más fuer­tes, las muje­res se han sobre­pues­to a sus moles­tias men­sua­les y a los impor­tan­tes cam­bios hor­mo­na­les en la madu­rez, a los efec­tos noci­vos de los anti­con­cep­ti­vos hor­mo­na­les e intra­ute­ri­nos, al tiem­po y los esfuer­zos que les exi­gen los emba­ra­zos, los par­tos y la crian­za; así como a sus dobles o tri­ples jor­na­das y a las muchas veces absur­das exi­gen­cias de sus padres y/o de sus pare­jas, para poder com­pe­tir –con esas des­ven­ta­jas– en terre­nos tra­di­cio­nal­men­te domi­na­dos por los hom­bres. En con­tra­par­te, las labo­res que las muje­res habían desem­pe­ña­do duran­te miles de años como par­te de su rol fami­liar tra­di­cio­nal, el tra­ba­jo domés­ti­co y la crian­za, no han reci­bi­do la recí­pro­ca aten­ción por par­te del sexo mas­cu­lino ni por las polí­ti­cas guber­na­men­ta­les, lo que expli­ca la doble y tri­ple jor­na­da feme­ni­na, con el des­gas­te físi­co y emo­cio­nal antes men­cio­na­do.

La evo­lu­ción que han teni­do las muje­res duran­te los últi­mos cien años no ha teni­do corres­pon­den­cia en la evo­lu­ción de los varo­nes. El enfo­que de la vida machis­ta que toda­vía pre­va­le­ce en muchos hom­bres cho­ca con la per­so­na­li­dad inde­pen­dien­te y crí­ti­ca que han ido desa­rro­llan­do las muje­res. En esto resi­de una par­te sig­ni­fi­ca­ti­va de los des­en­cuen­tros en noviaz­gos y –sobre todo– en los matri­mo­nios, así como pro­pi­cia que muje­res des­ta­ca­das por su inte­li­gen­cia, sus capa­ci­da­des y su lide­raz­go social ten­gan difi­cul­tad para encon­trar una pare­ja con la cual se sien­tan com­pren­di­das o afi­nes de mane­ra dura­de­ra. Una pro­por­ción sig­ni­fi­ca­ti­va de hom­bres bus­can y encuen­tran muje­res más tra­di­cio­na­les o sumi­sas que les per­mi­tan seguir ejer­cien­do el rol al que están acos­tum­bra­dos y en el cual se sien­ten más segu­ros; explí­ci­ta­men­te reco­no­cen sen­tir temor ante muje­res inte­li­gen­tes y pre­pa­ra­das aca­dé­mi­ca­men­te. Debi­do a la nece­si­dad feme­ni­na de sen­tir­se pro­te­gi­das, cau­sa­da his­tó­ri­ca­men­te por su com­pro­mi­so con la crian­za, gene­ral­men­te qui­sie­ran tener como pare­ja a un hom­bre segu­ro de sí mis­mo, al que admi­ren por su mane­ra de des­en­vol­ver­se en el mun­do y ante situa­cio­nes difí­ci­les.

Muje­res que son exi­to­sas en su pro­fe­sión o desa­rro­llo labo­ral se sien­ten incon­for­mes de tener a su lado a hom­bres dóci­les, que les impli­ca asu­mir ellas el lide­raz­go de la rela­ción. Algu­nas de estas muje­res se deses­pe­ran por no tener una pare­ja acep­ta­ble al apro­xi­mar­se a, o reba­sar, los 40 años y, con fre­cuen­cia, se man­tie­nen sol­te­ras des­pués de varios inten­tos falli­dos. Las que son un poco más tra­di­cio­na­les man­tie­nen matri­mo­nios, muchas veces insa­tis­fac­to­rios pero dura­de­ros, por­que acep­tan y se aco­plan con el tra­di­cio­nal lide­raz­go e ines­ta­bi­li­dad emo­cio­nal de sus pare­jas. Esto tam­bién es posi­ble debi­do a la pro­por­ción mayor de homo­se­xua­li­dad mas­cu­li­na en com­pa­ra­ción con la feme­ni­na, per­mi­tien­do que casi todos los varo­nes encuen­tren pare­ja y no así todas las muje­res. Así, ellos no tie­nen que modi­fi­car mucho su rol para encon­trar con quien for­mar una fami­lia, como ten­drían que hacer­lo si no hubie­ra dis­po­ni­bles muje­res sufi­cien­tes para ele­gir (o ser ele­gi­do por) aquella(s) con la que su rol tra­di­cio­nal se aco­pla más.

Productividad, competitividad y vida familiar

El capi­ta­lis­mo con­ver­ti­do en glo­ba­li­za­ción exi­ge a hom­bres y muje­res cada vez más com­pe­ti­ti­vi­dad y más pro­duc­ti­vi­dad; más pre­pa­ra­ción esco­lar y tec­no­ló­gi­ca bajo la ideo­lo­gía de la “socie­dad del cono­ci­mien­to”.  Que­dar­se reza­ga­do es lo peor que le pue­de ocu­rrir a un país, a una comu­ni­dad, a una fami­lia, a una per­so­na. Cada vez hay más leyes, cri­te­rios, pro­gra­mas, retos, cam­bios de nom­bres, nue­vas ver­sio­nes de todo; más apa­ra­tos que hay que apren­der a mane­jar, cui­da­dos higié­ni­cos y eco­ló­gi­cos, die­tas, ries­gos en la calle, reor­ga­ni­za­cio­nes del trán­si­to,  ten­sio­nes labo­ra­les, pro­ble­mas en las escue­las de los hijos, moder­ni­za­cio­nes, redi­se­ños de las ins­ti­tu­cio­nes, obso­les­cen­cia de máqui­nas, per­so­nas e ins­ti­tu­cio­nes que has­ta hace poco se con­si­de­ra­ban fun­cio­na­les; sen­sa­cio­na­lis­mos en los noti­cie­ros que no dejan de mag­ni­fi­car bus­can­do todos los ángu­los posi­bles de desas­tres, vio­len­cias y con­flic­tos; la publi­ci­dad y la pro­pa­gan­da hayan todos los reco­ve­cos para tiro­near las emo­cio­nes con fines lucra­ti­vos; la com­pe­ti­ti­vi­dad se hace cada vez pre­sen­te y más inten­sa en todas par­tes: entre trans­por­tis­tas, auto­mo­vi­lis­tas, veci­nos, com­pa­ñe­ros, ami­gos, her­ma­nos y for­ma par­te de la rela­ción de pare­ja: a ver quién pue­de más. Todo se vale con tal de ganar o, más bien, de “no per­der”. 

Todo se cen­tra en la eco­no­mía: paí­ses, gobier­nos, fami­lias y per­so­nas están con­cen­tra­dos en ganar más pero –al final– esto se tra­du­ce en una lucha deses­pe­ra­da por no ganar menos. Un cré­di­to tras otro con la cre­cien­te pre­sión de los intere­ses; emprés­ti­tos que se renue­van y se amplían pro­gre­si­va­men­te, sin lle­gar a esa paz lar­ga­men­te anhe­la­da. Mucha gen­te tra­ba­ja para pagar lo ya con­su­mi­do y sobre­vi­vir con lo que habrá de pagar­se en el futu­ro; por si aca­so, tam­bién aho­ra se paga a cré­di­to un segu­ro que garan­ti­ce el pago de todo des­pués de la muer­te.

El resul­ta­do: gas­tri­tis, coli­tis, obe­si­dad, dia­be­tes, hiper­ten­sión, infar­tos, cán­cer, depre­sión, irri­ta­bi­li­dad, des­con­fian­za gene­ra­li­za­da pro­gre­si­va, tedio, vacío emo­cio­nal, ais­la­mien­to, ensi­mis­ma­mien­to; gra­fit­tis que exi­gen mira­das; extra­va­gan­cia, gus­to por lo estram­bó­ti­co y lo mons­truo­so; tatua­jes y auto­he­ri­das para lla­mar la aten­ción, afian­zar y hacer durar las esca­sas viven­cias sig­ni­fi­ca­ti­vas; sexua­li­dad com­pen­sa­to­ria, con­su­mis­mo, dro­ga­dic­ción, nar­co­trá­fi­co, vio­len­cia, terro­ris­mo; páni­cos como olea­das recu­rren­tes y más cri­sis diver­sas y con­cu­rren­tes, que no dejan de moti­var ges­tos refle­xi­vos en los que se recuer­dan pre­cia­dos valo­res aho­ra des­apa­re­ci­dos. Con­flic­tos de pare­ja, fami­lia­res o entre ami­gos que, a veces, den­tro de todo lo ante­rior, son tam­bién un recur­so de comu­ni­ca­ción genui­na, de encuen­tro y viven­cias emo­cio­na­les que revi­vi­fi­can de mane­ra biza­rra, como una defen­sa fisio­ló­gi­ca para rom­per pro­lon­ga­das mono­to­nías, dis­cur­sos repe­ti­dos y ruti­nas que con­du­cen al abis­mo de la nada.

La preo­cu­pa­ción por la eco­no­mía, la con­cen­tra­ción en el tra­ba­jo y en las deu­das, dis­mi­nu­ye la aten­ción a los víncu­los afec­ti­vos. Los hijos son des­aten­di­dos, encar­ga­dos a una ins­ti­tu­ción don­de fre­cuen­te­men­te son mal­tra­ta­dos, a una veci­na o a un fami­liar que tie­ne sus pro­pias preo­cu­pa­cio­nes, o se man­tie­nen entre­te­ni­dos en pro­gra­ma­cio­nes tele­vi­si­vas de mala cali­dad, jue­gos elec­tró­ni­cos gene­ral­men­te vio­len­tos y chats don­de tie­nen un con­tac­to indi­rec­to con “ami­gos”.  Una deman­da y ofer­ta polí­ti­ca muy actual es que haya más escue­las de “tiem­po com­ple­to”, en las que los niños pue­dan estar segu­ros y tener “apren­di­za­jes adi­cio­na­les”, para evi­tar que se que­den a la deri­va varias horas duran­te la tar­de sin que los padres pue­dan super­vi­sar­los y aten­der­los, debi­do a su hora­rio de tra­ba­jo y el tiem­po que invier­ten en el trans­por­te des­de su cen­tro labo­ral. Las ins­ti­tu­cio­nes edu­ca­ti­vas están tra­tan­do de dar res­pues­ta a esa nece­si­dad fami­liar, sin tener la con­vic­ción de que en las escue­las de tiem­po com­ple­to pue­den lograr­se apren­di­za­jes impor­tan­tes que sean sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te mejo­res a los que se logran en escue­las de “medio tiem­po”. Lo esen­cial de crear más escue­las de tiem­po com­ple­to es per­mi­tir que los padres sigan tra­ba­jan­do y com­pi­tien­do en sus empre­sas, con menos preo­cu­pa­ción y cul­pa por el aban­dono de sus hijos.  Muchos niños entran a “escue­las de tiem­po com­ple­to” a los 45 días de edad.

Cada vez hay menos espa­cio para el espar­ci­mien­to, la con­vi­ven­cia, la char­la; en las gran­des ciu­da­des es difí­cil que la fami­lia com­par­ta inclu­so la comi­da en días labo­ra­bles; padres e hijos espe­ran con ansie­dad la tar­de de los vier­nes para “reven­tar­se” en algu­na fies­ta o even­to social. Los sába­dos se ocu­pan de pen­dien­tes y com­pras que no pue­den aten­der duran­te la sema­na, dejan­do el domin­go para des­can­sar, rela­jar­se un poco, visi­tar a las fami­lias de ori­gen o dar rien­da suel­ta a dra­mas emo­cio­na­les. Debi­do al can­san­cio y a las limi­ta­cio­nes eco­nó­mi­cas, son pocos los que apro­ve­chan el domin­go para pro­mo­ver la con­vi­ven­cia acti­va.

Dadas las ten­sio­nes y los vacíos emo­cio­na­les que sufren padres e hijos, sus inter­ac­cio­nes se van lle­nan­do de rega­ños, recla­ma­cio­nes, cul­pas, chan­ta­jes y abu­sos mutuos. Con­for­me esto inun­da la vida de las fami­lias en una comu­ni­dad se tra­du­ce en el cre­ci­mien­to de abu­sos y vio­len­cia social. La dis­mi­nu­ción de la afec­ti­vi­dad en la fami­lia pro­du­ce la fal­ta de sen­si­bi­li­dad hacia el sufri­mien­to de los demás e inclu­so éste se ve como moti­vo de goce mor­bo­so. La frus­tra­ción per­so­nal gene­ra rece­los y envi­dias ante el bien­es­tar ajeno. En las ciu­da­des abun­dan per­so­nas ensi­mis­ma­das y ermi­ta­ños vir­tua­les, con pocas aspi­ra­cio­nes, des­con­fia­dos de todo y de todos, que bus­can
sen­sa­cio­nes nove­do­sas, cada vez más estram­bó­ti­cas, que les pro­duz­can algu­na sen­sa­ción de vida.

Vínculo materno, pareja y competitividad

En con­tras­te con lo ante­rior, dos fes­ti­vi­da­des anua­les entre las más impor­tan­tes en Méxi­co son el día de las madres, el 10 de mayo, y el día de la Vir­gen de Gua­da­lu­pe, “madre de todos los mexi­ca­nos”, el 12 de diciem­bre.  La pri­me­ra de estas fes­ti­vi­da­des hace par­ti­ci­par de algún modo casi al 100% de la pobla­ción, mien­tras que la segun­da está muy arrai­ga­da en los cató­li­cos que son más del 80%. El sím­bo­lo de la mater­ni­dad es muy fuer­te, como una heren­cia de su sig­ni­fi­ca­do en los pue­blos pre­his­pá­ni­cos que se com­bi­na con el efec­to de la inva­sión espa­ño­la que ini­ció el mes­ti­za­je en el siglo XVI, el cual sig­ni­fi­có que la madre indí­ge­na fue­ra el refe­ren­te esen­cial de los mes­ti­zos hijos de varo­nes espa­ño­les, que –por su pro­pio papel de ambi­cio­sos aven­tu­re­ros– esta­ban ausen­tes del núcleo fami­liar (Paz, 1950).

Si en la his­to­ria mun­dial, las madres han esta­do dis­pues­tas al sacri­fi­cio per­so­nal pro­lon­ga­do a favor de su crian­za, en Méxi­co esto se ha vis­to acen­tua­do por su pro­ce­so his­tó­ri­co (Ramí­rez, 1961). El recí­pro­co víncu­lo madre-hijo ha mar­ca­do de mane­ra esen­cial la his­to­ria y el sen­ti­do de vida de muje­res y hom­bres mexi­ca­nos, man­te­nién­do­se has­ta el siglo XXI, a pesar del des­gas­te que para ello ha sig­ni­fi­ca­do el “pro­gre­so” tec­no­ló­gi­co y la ciu­dad en los tér­mi­nos des­cri­tos en párra­fos ante­rio­res. Esto tam­bién con­tri­bu­ye a expli­car las dobles y tri­ples jor­na­das feme­ni­nas. Ade­más de la cul­pa por el aban­dono de la crian­za que a muchas mexi­ca­nas les impli­ca dedi­car ocho o más horas a tra­ba­jar y/o estu­diar, en medio de sus pre­sio­nes eco­nó­mi­cas y labo­ra­les, es muy fre­cuen­te que la cul­tu­ra mater­nal les haga sacri­fi­car su des­can­so, su sue­ño, su espar­ci­mien­to social, para lle­gar a ocu­par­se de las tareas esco­la­res, los reque­ri­mien­tos coti­dia­nos (aseo de la casa, ali­men­ta­ción, aseo de los niños, ves­ti­do), de las enfer­me­da­des, de los con­flic­tos entre her­ma­nos y otras nece­si­da­des emo­cio­na­les de sus hijos. Por si fue­ra poco, tie­nen la pre­sión social que les obli­ga a maqui­llar­se, saber de modas, hacer die­tas y ejer­ci­cios para man­te­ner­se bellas y com­pe­ti­ti­vas para atraer las mira­das mas­cu­li­nas, así como defen­der­se o com­pen­sar las envi­dias feme­ni­nas.

No es nada raro que estas muje­res cai­gan en deses­pe­ra­ción, irri­ta­bi­li­dad, explo­si­vi­dad, depre­sión lar­va­da y, cada vez más, en depre­sión mani­fies­ta. ¿Cómo aten­der toda­vía la rela­ción de pare­ja? El com­pro­mi­so con los hijos es pri­me­ro; qui­sie­ran que fue­ra igual de impor­tan­te para el padre, pero gene­ral­men­te no es así. El esca­so tiem­po para la con­vi­ven­cia fami­liar que tie­ne la madre de fami­lia gene­ral­men­te lo absor­ben los hijos; en ese con­tex­to, los reque­ri­mien­tos al espo­so se vuel­ven exce­si­vos, se le repro­cha su fal­ta de com­pro­mi­so, se le asu­me como pro­vee­dor y pro­tec­tor, inclu­so a tra­vés de chan­ta­jes emo­cio­na­les, pero se des­cui­da el víncu­lo emo­cio­nal de la pare­ja: hay dema­sia­da ruti­na, dema­sia­do can­san­cio coti­diano. Por eso cada vez más muje­res pos­po­nen el momen­to de tener hijos o bien no desean tener­los. Cada emba­ra­zo, cada par­to y los cui­da­dos que requie­ren los niños sobre todo duran­te el pri­mer año de vida, limi­tan sus posi­bi­li­da­des com­pe­ti­ti­vas o de desa­rro­llo labo­ral y eco­nó­mi­co. Una pro­por­ción sig­ni­fi­ca­ti­va de muje­res se encuen­tra en el dile­ma entre ejer­cer la mater­ni­dad, con­si­de­ran­do la ter­nu­ra y el pres­ti­gio social que toda­vía la envuel­ven, o bien no tener hijos o tener­los des­pués de los 30 años, con impli­ca­cio­nes bio­ló­gi­cas y gene­ra­cio­na­les.

Cuan­do hay hijos, el mayor invo­lu­cra­mien­to emo­cio­nal de la mujer como madre y la ruti­na entre tra­ba­jo y aten­ción a los hijos, gene­ra un vacío emo­cio­nal del sexo mas­cu­lino den­tro de la vida fami­liar, dado que él sue­le par­ti­ci­par menos de la crian­za, por lo cual encuen­tra char­las más intere­san­tes y fuer­tes atrac­ti­vos fue­ra de casa; el ale­ja­mien­to y la indo­len­cia del varón pro­du­cen un efec­to simi­lar tam­bién en las muje­res, si bien la mora­li­dad tra­di­cio­nal y algu­nas limi­ta­cio­nes ope­ra­ti­vas deri­va­das de esto, en par­te toda­vía inhi­ben que ellas igua­len el por­cen­ta­je de infi­de­li­dad de sus mari­dos. Es difí­cil encon­trar estu­dios serios sobre el tema, pero exis­ten esti­ma­cio­nes de que el por­cen­ta­je actual de infi­de­li­dad mas­cu­li­na en Méxi­co es supe­rior al 60%, mien­tras que las muje­res alcan­zan cer­ca de un 40%, cifra que se con­si­de­ra infe­rior a la de paí­ses como Espa­ña, Argen­ti­na y Esta­dos Uni­dos (www.cienciapopular.com/biología). Lo que sí es evi­den­te en la prác­ti­ca clí­ni­ca es que el fenó­meno de la infi­de­li­dad es el deto­na­dor de muchas de las sepa­ra­cio­nes o divor­cios, o bien es cau­sa de des­con­fian­zas dura­de­ras, inse­gu­ri­dad, inhi­bi­cio­nes y sufri­mien­tos pro­lon­ga­dos en quie­nes las des­cu­bren.

Los niños pade­cen emo­cio­nal­men­te las ten­sio­nes de y entre sus padres. Muchos jóve­nes que pro­vie­nen de dra­mas fami­lia­res no desean ya tener una pare­ja esta­ble para evi­tar que les suce­da algo pare­ci­do.  Madres y padres des­gas­ta­dos por el cúmu­lo de estrés labo­ral, cita­dino, eco­nó­mi­co y por sus con­flic­tos emo­cio­na­les, en los dis­mi­nui­dos espa­cios físi­cos y tem­po­ra­les, gene­ral­men­te brin­dan una ten­sa aten­ción a los meno­res a tra­vés de con­ti­nuos rega­ños, recla­mos, insul­tos y cas­ti­gos cada vez más crue­les, afec­tan­do pro­gre­si­va­men­te su ente­re­za, tras­la­dan­do a ellos su neu­ro­sis, acu­mu­lan­do pól­vo­ra emo­cio­nal que esta­lla­rá sin duda entre los 11 y los 13 años, cuan­do la vio­len­cia fami­liar y/o el aban­dono no haya logra­do des­truir­los a tal gra­do que sola­men­te encuen­tren un poco de con­sue­lo entre las dro­gas, la delin­cuen­cia o el ais­la­mien­to social.

Afectividad familiar y afectividad social

Así como es nece­sa­rio que hom­bres y muje­res ten­gan tiem­po y orien­ta­ción para la crian­za, tam­bién lo es que los matri­mo­nios, las pare­jas, requie­ren de tiem­po espe­cí­fi­co para cul­ti­var su rela­ción. Con base en la prác­ti­ca clí­ni­ca de muchos años y el aná­li­sis minu­cio­so de los pro­ce­sos emo­cio­na­les y afec­ti­vos, es posi­ble esti­mar que se requie­re al menos un blo­que de tres horas cada dos sema­nas de rea­li­zar acti­vi­da­des como las que sue­len ocu­rrir duran­te el noviaz­go (char­lar, pasear, salir a tomar café, ir al cine, aca­ri­ciar­se, explo­rar nue­vas diver­sio­nes) para que una rela­ción de pare­ja pue­da man­te­ner­se posi­ti­va. Cuan­do el tiem­po pro­me­dio de “noviaz­go” sea menor a ese cri­te­rio,  la rela­ción de pare­ja irá en decli­ve de mane­ra tan incli­na­da como sea la fal­ta de con­vi­ven­cia pla­cen­te­ra. Algo simi­lar ocu­rre con los hijos. Se requie­ren espa­cios para con­vi­ven­cia diá­di­ca (uno a uno) que pro­pi­cian la inti­mi­dad nece­sa­ria para expre­sar, escu­char y com­par­tir emo­cio­nes, tan­to como momen­tos de con­vi­ven­cia agra­da­ble de toda la fami­lia.

Cuan­do expli­co lo ante­rior a las per­so­nas casa­das que acu­den a con­sul­ta psi­co­ló­gi­ca por diver­sos moti­vos, a muchas se les anto­ja difí­cil tener esos espa­cios y es fre­cuen­te que no logren hacer­lo a pesar de estar con­ven­ci­das de su impor­tan­cia para la salud psi­co­ló­gi­ca fami­liar y per­so­nal. El pro­ble­ma sue­le reba­sar las posi­bi­li­da­des reales de hom­bres y muje­res pre­sio­na­dos por la diná­mi­ca de la socie­dad con­tem­po­rá­nea que hemos des­cri­to antes. Los psi­co­te­ra­peu­tas con­tri­bui­mos a bus­car o dise­ñar res­qui­cios para dis­mi­nuir los efec­tos nega­ti­vos y nos esfor­za­mos en cons­truir posi­bi­li­da­des posi­ti­vas. Sin embar­go, cada vez es más cla­ro que se requie­ren polí­ti­cas públi­cas que valo­ren cla­ra­men­te la salud psi­co­ló­gi­ca de niños y adul­tos, esta­ble­cien­do, por ejem­plo, la obli­ga­ción de empre­sas e ins­ti­tu­cio­nes para dar dos horas dia­rias paga­das, al menos a uno de los dos padres, para que atien­da a sus hijos meno­res de 15 años. De la mis­ma mane­ra, las legis­la­cio­nes y los gobier­nos debie­ran pro­pi­ciar que las pare­jas ten­gan tiem­pos y espa­cios para recrear­se ade­cua­da­men­te, pues de la cali­dad de estas rela­cio­nes depen­de en mucho la cali­dad de la crian­za y el bien­es­tar psi­co­ló­gi­co de toda la socie­dad. Usan­do los medios masi­vos de comu­ni­ca­ción, es impor­tan­te brin­dar infor­ma­ción, orien­ta­ción y apo­yo sis­te­má­ti­co a las pare­jas-padres de fami­lia para desa­rro­llar los afec­tos, la orga­ni­za­ción y la salud fami­liar. Debie­ra haber una escue­la para padres-pare­jas en cada escue­la de edu­ca­ción bási­ca, con­si­de­rán­do­la como par­te esen­cial, indis­pen­sa­ble, de la for­ma­ción esco­lar de los niños.

Expe­ri­men­tos clá­si­cos en psi­co­lo­gía del tra­ba­jo (Mayo, 1933; Ballanty­ne, 2000) han demos­tra­do que la rela­ja­ción, el ade­cua­do des­can­so y, sobre todo, la con­vi­ven­cia social, con­tri­bu­yen a una mayor moti­va­ción labo­ral y, por tan­to, pro­pi­cian una mayor pro­duc­ti­vi­dad, un mayor apro­ve­cha­mien­to racio­nal y efec­ti­vo de los recur­sos; se dis­mi­nu­yen los acci­den­tes, las ten­sio­nes labo­ra­les y las enfer­me­da­des que afec­tan la asis­ten­cia a tra­ba­jar.

La des­truc­ción de la afec­ti­vi­dad fami­liar y, en con­se­cuen­cia, de la salud psi­co­ló­gi­ca de adul­tos y niños, debi­do al énfa­sis en la pro­duc­ti­vi­dad y la com­pe­ti­ti­vi­dad eco­nó­mi­cas, así como la indi­fe­ren­cia pro­gre­si­va hacia la cul­tu­ra, que carac­te­ri­zan a la mayo­ría de los gober­nan­tes mexi­ca­nos de esta épo­ca, cons­ti­tu­ye la base de pro­ble­mas muy gra­ves que aho­ra se están vivien­do: nar­co­trá­fi­co cre­cien­te de mane­ra expo­nen­cial, corrup­ción y des­com­po­si­ción polí­ti­cas cre­cien­tes, eje­cu­cio­nes mul­ti­tu­di­na­rias, enfren­ta­mien­tos a bala­zos inclu­so en las ave­ni­das más cén­tri­cas de ciu­da­des impor­tan­tes, secues­tros, extor­sio­nes tele­fó­ni­cas y por inter­net, pro­ble­mas de salud deri­va­dos de la ten­sión ner­vio­sa y el cli­ma de incer­ti­dum­bre y, por ello –de mane­ra para­dó­ji­ca– decli­ve en los índi­ces de pro­duc­ti­vi­dad, deva­lua­ción y cre­ci­mien­to nega­ti­vo del pro­duc­to interno bru­to.

El gobierno fede­ral ha incre­men­ta­do el gas­to en ins­tru­men­tos repre­si­vos: cár­ce­les de alta segu­ri­dad, mayor núme­ro de poli­cías espe­cia­li­za­dos, incre­men­tos sala­ria­les a los mili­ta­res y poli­cías muy por enci­ma de los aumen­tos a los demás tra­ba­ja­do­res, dota­ción de arma­men­tos y per­tre­chos, gas­tos logís­ti­cos, etc. Y cada vez el pro­ble­ma es mayor. No hay la con­cien­cia de que sería mucho más bara­to y efec­ti­vo aten­der los reque­ri­mien­tos de los niños y adul­tos en el seno de la vida fami­liar, pro­pi­ciar su espar­ci­mien­to y el desa­rro­llo de la cul­tu­ra. Pro­mo­vien­do los afec­tos en la pare­ja y entre padres e hijos se gene­ra la sen­si­bi­li­dad hacia los demás, la con­fian­za en los ami­gos, el sen­ti­do éti­co, el com­pro­mi­so social.

En el siglo XXI la psi­co­lo­gía debie­ra tener un papel pri­mor­dial, si la capa­ci­dad cien­tí­fi­ca y pro­fe­sio­nal de los psi­có­lo­gos pue­de ofre­cer pro­pues­tas efi­ca­ces que, ade­más de estar al alcan­ce de cada vez más per­so­nas, influ­yan sobre los medios de comu­ni­ca­ción y las polí­ti­cas públi­cas. Es nece­sa­rio ir más allá de la socie­dad tec­no­ló­gi­ca, de la “socie­dad del cono­ci­mien­to”, de la “socie­dad de la infor­ma­ción”, para cons­truir la “socie­dad del afec­to” (Murue­ta, 2007), en la cual la salud psi­co­ló­gi­ca de la fami­lia y de cada per­so­na serán la base y el obje­ti­vo.

A pesar del dete­rio­ro que está sufrien­do la vida fami­liar, los gru­pos pri­ma­rios, y sus con­se­cuen­tes impac­tos en la vida de la socie­dad, en Méxi­co y en otros paí­ses lati­nos de Amé­ri­ca y Euro­pa es don­de exis­ten las mayo­res reser­vas de afec­ti­vi­dad fami­liar del pla­ne­ta, que se enfa­ti­zan en los paí­ses con ante­ce­den­tes de impor­tan­tes cul­tu­ras “indí­ge­nas”; en las cua­les, la afec­ti­vi­dad, la rela­ción amo­ro­sa de la pare­ja y la rela­ción madre-hijos, padre-hijos, tenía un sig­ni­fi­ca­do pro­fun­do rela­cio­na­do con una cos­mo­vi­sión inte­gral. Es nece­sa­rio abre­var y pro­fun­di­zar en esas his­tó­ri­cas cul­tu­ras fami­lia­res para pro­yec­tar­las con un sen­ti­do actua­li­za­do hacia el con­jun­to de la huma­ni­dad en este siglo XXI.

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