Dr. Mar­co Eduar­do Murue­ta Reyes (UNAM Izta­ca­la, Amap­si)
info@amapsi.org Esta direc­ción de correo elec­tró­ni­co está pro­te­gi­da con­tra los robots de spam, nece­si­tas tener Javas­cript acti­va­do para poder ver­la

La ena­je­na­ción cons­ti­tu­ye el pro­ble­ma cla­ve en el que se sus­ten­tan las diver­sas mani­fes­ta­cio­nes de la irra­cio­na­li­dad1 de la vida social con­tem­po­rá­nea, el cúmu­lo de absur­dos en que se des­en­vuel­ve. Supe­rar la ena­je­na­ción sig­ni­fi­ca supe­rar esen­cial­men­te dicha irra­cio­na­li­dad y, por tan­to, acce­der pro­gre­si­va­men­te a una nue­va dimen­sión ‑has­ta aho­ra des­co­no­ci­da- de las rela­cio­nes entre los seres huma­nos.

La pra­xis ‑la acción huma­na, que es obje­ti­va en su movi­mien­to- plas­ma esta obje­ti­vi­dad en sus pro­duc­tos. De esa mane­ra, los pro­duc­tos tie­nen una exis­ten­cia inde­pen­dien­te del movi­mien­to que los ha crea­do, entran­do en rela­ción no sólo con su pro­duc­tor sino tam­bién con otros seres huma­nos, quie­nes pue­den usar o con­su­mir dichos pro­duc­tos. La socie­dad, sur­gi­da de esa base, sig­ni­fi­ca el inter­cam­bio de los pro­duc­tos de unos por los de otros: la co-ope­ra­ción.

Con el desa­rro­llo y la varie­dad de los pro­duc­tos las for­mas de inter­cam­bio se hacen cada vez más com­ple­jas; los pro­duc­to­res satis­fa­cen las nece­si­da­des de con­su­mi­do­res no inme­dia­ta­men­te reco­no­ci­dos que, a su vez, con­su­men los pro­duc­tos de otros seres huma­nos sin obte­ner­los direc­ta­men­te de ellos. La mis­ma orga­ni­za­ción pro­duc­ti­va cada vez más se desa­rro­lla sobre la base de la coope­ra­ción entre per­so­nas que no man­tie­nen una rela­ción inme­dia­ta. Se esta­ble­ce así una socie­dad com­ple­ja basa­da en un modo de pro­duc­ción que defi­ne las for­mas de la coope­ra­ción entre los seres huma­nos y abar­ca todas las dimen­sio­nes de su vida.

 

Image
Foto: Vinoth Chan­dar

Marx expli­có la mane­ra en que evo­lu­cio­nan las dife­ren­tes for­mas his­tó­ri­cas de la pro­duc­ción y tam­bién la for­ma en que el mis­mo desa­rro­llo de las fuer­zas pro­duc­ti­vas, pro­duc­to de los seres huma­nos, ha ori­gi­na­do deter­mi­na­das for­mas de coope­ra­ción en la pro­duc­ción y de pro­pie­dad de los pro­duc­tos. Lo que nos impor­ta aho­ra es que la pro­pie­dad pri­va­da de los medios pro­duc­ti­vos sig­ni­fi­ca por sí mis­ma que los pro­duc­to­res no sólo pier­dan la direc­ción y el con­tac­to con sus pro­pios pro­duc­tos, sino que inclu­so pro­gre­si­va­men­te dejen de con­si­de­rar tales pro­duc­tos como obra suya des­ti­na­da al inter­cam­bio social, y que, por lo mis­mo, olvi­den que sus pro­pias nece­si­da­des son satis­fe­chas con el esfuer­zo de otros seres huma­nos que han pro­du­ci­do lo que ellos con­su­men.

El capi­ta­lis­mo sur­gió en nom­bre de la liber­tad, con­tra la escla­vi­tud y la ser­vi­dum­bre, en pos de la igual­dad de todos. Esos eran los anhe­los de la Revo­lu­ción Fran­ce­sa que se basa­ban en la nece­si­dad del “mer­ca­do libre” inhe­ren­te a la pro­duc­ción indus­trial. Supues­ta­men­te cada indi­vi­duo sería libre de desa­rro­llar­se en la medi­da de su esfuer­zo per­so­nal: la libre com­pe­ten­cia. Pero al abo­lir la pro­pie­dad de unos seres huma­nos por otros, no se abo­lía la pro­pie­dad pri­va­da de los pro­duc­tos socia­les, sub­sis­tien­do así las rela­cio­nes de depen­den­cia. Los pro­duc­to­res no pro­du­cen con inten­cio­nes socia­les, sino que se rela­cio­nan con otros seres huma­nos median­te la ven­ta de su fuer­za de tra­ba­jo para que sean ellos los que defi­nan su uso. Los pro­pie­ta­rios no diri­gen la pro­duc­ción a la satis­fac­ción de las nece­si­da­des socia­les sino a la satis­fac­ción de sus pro­pias nece­si­da­des. La nece­sa­ria coope­ra­ción social ocu­rre en tér­mi­nos inver­ti­dos, cada quien sólo se preo­cu­pa por sí mis­mo, satis­fa­ce las nece­si­da­des de otros sólo como medio para satis­fa­cer­se a sí mis­mo. El egoís­mo ‑y no la fra­ter­ni­dad- es lo que pre­va­le­ce.

El tra­ba­jo ena­je­na­do cons­ti­tu­ye una per­ma­nen­te insa­tis­fac­ción con­si­go mis­mo, un cons­tan­te no que­rer ser lo que se es. Muchos luchan indi­vi­dual­men­te y has­ta se corrom­pen para pasar­se del lado de la cla­se domi­nan­te o por lo menos acer­car­se a su sta­tus, a cuyos miem­bros envi­dian por­que dis­fru­tan de todo y no tie­nen que tra­ba­jar, como por suer­te. En la mayo­ría de éstos, a la frus­tra­ción por el tra­ba­jo se aña­de la frus­tra­ción de sus anhe­los. Mien­tras esto dura, se vive en per­ma­nen­te con­tra­dic­ción, en ten­sión emo­cio­nal, en irri­ta­ción con­tra el mun­do y con­tra sí mis­mo, se entra a la vida neu­ró­ti­ca; y, en algu­nos casos extre­mos, se lle­ga a la psi­co­sis: la pér­di­da de la noción de reali­dad, la pér­di­da de sí mis­mo. A par­tir de esa neu­ro­sis-psi­co­sis tam­bién se for­ma por lo menos una par­te de la cul­tu­ra. Erich Fromm (1987) dice lo siguien­te:

“Enten­de­mos por ena­je­na­ción un modo de expe­rien­cia en que la per­so­na se sien­te a sí mis­ma como un extra­ño. Podría decir­se que ha sido ena­je­na­do de sí mis­mo. No se sien­te a sí mis­mo como cen­tro de su mun­do, como crea­dor de sus pro­pios actos, sino que sus actos y las con­se­cuen­cias de ellos se han con­ver­ti­do en amos suyos, a los cua­les obe­de­ce y a los cua­les qui­zás has­ta ado­ra. La per­so­na ena­je­na­da no tie­ne con­tac­to con­si­go mis­ma, lo mis­mo que no lo tie­ne con nin­gu­na otra per­so­na. Él, como todos los demás, se sien­te como se sien­ten las cosas, con los sen­ti­dos y con el sen­ti­do común, pero al mis­mo tiem­po sin rela­cio­nar­se pro­duc­ti­va­men­te con­si­go mis­mo y con el mun­do exte­rior. El anti­guo sen­ti­do en que se usó la pala­bra ‘ena­je­na­ción’ sig­ni­fi­ca­ba tan­to como locu­ra: alie­né, en fran­cés, y alie­na­do, en espa­ñol, son vie­jas pala­bras que desig­nan al psi­có­ti­co, a la per­so­na total y abso­lu­ta­men­te des­equi­li­bra­da. (Toda­vía se usa en inglés la pala­bra alie­nist para desig­nar al médi­co que tra­ta a locos)” (p. 105).

Para Freud (1986) el ele­men­to fun­da­men­tal que per­mi­te una actua­ción racio­nal sobre la reali­dad por par­te de un indi­vi­duo es el yo, la auto­ima­gen de cada quien, que se for­ma pre­ci­sa­men­te a par­tir de la inter­ac­ción con el mun­do. Dice Freud:

“Has­ta aho­ra siem­pre nos hemos vis­to obli­ga­dos a des­ta­car que el yo debe su ori­gen y sus más impor­tan­tes carac­te­rís­ti­cas adqui­ri­das a la rela­ción con el mun­do exte­rior real; en con­se­cuen­cia, esta­mos pre­pa­ra­dos para acep­tar que los esta­dos pato­ló­gi­cos del yo, en los cua­les vuel­ve a apro­xi­mar­se más al ello, se fun­dan en la anu­la­ción o el rela­ja­mien­to de esa rela­ción con el mun­do exte­rior... la expe­rien­cia clí­ni­ca nos demues­tra que la cau­sa des­en­ca­de­nan­te de una psi­co­sis radi­ca en que, o bien la reali­dad se ha tor­na­do into­le­ra­ble­men­te dolo­ro­sa, o bien los ins­tin­tos han adqui­ri­do extra­or­di­na­ria exa­cer­ba­ción, cam­bios que deben sur­tir idén­ti­co efec­to, tenien­do en cuen­ta las exi­gen­cias con­tra­rias plan­tea­das al yo por el ello y por el mun­do exte­rior. El pro­ble­ma de las psi­co­sis sería sim­ple e inte­li­gi­ble si el des­pren­di­mien­to del yo con res­pec­to a la reali­dad pudie­ra efec­tuar­se ínte­gra­men­te. Pero esto suce­de, al pare­cer, sólo en casos raros, o qui­zá nun­ca (…) Qui­zá poda­mos pre­su­mir, con carác­ter gene­ral, que en el fenó­meno pre­sen­ta­do por todos los casos seme­jan­tes es una esci­sión psí­qui­ca. Se han for­ma­do dos acti­tu­des psí­qui­cas en lugar de una sola… Ambas acti­tu­des sub­sis­ten la una jun­to a la otra. El resul­ta­do final depen­de­rá de su fuer­za rela­ti­va (…) El pun­to de vis­ta según el cual en todas las psi­co­sis debe pos­tu­lar­se una esci­sión del yo no mere­ce­ría tal impor­tan­cia si no se con­fir­ma­ra tam­bién en otros esta­dos más seme­jan­tes a las neu­ro­sis, y final­men­te tam­bién en estas últi­mas” (pp. 167–168).

Freud encua­dra todo lo ante­rior den­tro de su enfo­que en el que las con­tra­dic­cio­nes indi­vi­dua­les tie­nen que ver siem­pre con la repre­sión de los ins­tin­tos sexua­les, expli­ca­cio­nes que por eco­no­mía de espa­cio y a par­tir de nues­tra pro­pia pers­pec­ti­va hemos supri­mi­do en la cita ante­rior; para noso­tros las con­tra­dic­cio­nes de la reali­dad y la moral en rela­ción con las nece­si­da­des sexua­les cons­ti­tu­yen sólo una mani­fes­ta­ción espe­cí­fi­ca que no abar­ca la tota­li­dad de posi­bi­li­da­des de las nece­si­da­des con­tra­pues­tas plan­tea­das a una per­so­na. Sin embar­go, la con­clu­sión gene­ral a que Freud lle­ga ‑la esci­sión y/o debi­li­ta­mien­to del yo- la con­si­de­ra­mos esen­cial­men­te acer­ta­da y muy impor­tan­te de tener en cuen­ta para ana­li­zar la rela­ción entre ena­je­na­ción y neu­ro­sis.

Cabe hacer notar la con­fluen­cia entre lo expre­sa­do por Marx res­pec­to a que el tra­ba­jo ena­je­na­do impli­ca que el hom­bre sólo se sien­te libre, due­ño de sí mis­mo, “en sus fun­cio­nes ani­ma­les”, y lo que Freud dice sobre que el yo en sus esta­dos pato­ló­gi­cos se “apro­xi­ma más al ello”, a la satis­fac­ción obse­si­va de sus pla­ce­res más bási­cos. Sin embar­go, esta mis­ma dimen­sión de la neu­ro­sis hizo pen­sar a Freud que el pla­cer inme­dia­to e indi­vi­dual era la fuen­te prin­ci­pal de toda moti­va­ción huma­na.

Sin embar­go, el pro­ble­ma cla­ve, en la neu­ro­sis como en la ena­je­na­ción, es la exis­ten­cia de dos o más nece­si­da­des con­tra­pues­tas que se mues­tran como reali­da­des dis­tin­tas e incom­pa­ti­bles la una de la otra. Con­for­me aumen­ta la fuer­za de esas nece­si­da­des se pola­ri­za la reali­dad y se pier­de la posi­bi­li­dad de una acción racio­nal­men­te orien­ta­da, se pier­de la noción de sí mis­mo; la reali­dad se hace pro­gre­si­va­men­te con­fu­sa y la per­so­na se mues­tra cada vez más inca­pa­ci­ta­do para una acti­vi­dad cohe­ren­te. Recor­de­mos la “neu­ro­sis expe­ri­men­tal” pro­du­ci­da por dos dis­cí­pu­los de Pavlov en un perro: el ani­mal fue con­di­cio­na­do a aso­ciar la pre­sen­cia de un círcu­lo lumi­no­so con el acce­so a la comi­da, y, recí­pro­ca­men­te, se aso­cia­ba una elip­se lumi­no­sa con la ausen­cia de comi­da y la apli­ca­ción de cho­ques eléc­tri­cos si el ani­mal se acer­ca­ba al lugar del ali­men­to. Una vez que se logró esta­ble­cer una cla­ra dis­cri­mi­na­ción, el expe­ri­men­ta­dor iba dis­mi­nu­yen­do gra­dual­men­te lo excén­tri­co de la elip­se, has­ta vol­ver­la casi cir­cu­lar. Des­pués de tres sema­nas el com­por­ta­mien­to del ani­mal se alte­ró de tal mane­ra que a veces sali­va­ba ante el estí­mu­lo nega­ti­vo (la elip­se) y lue­go la dis­cri­mi­na­ción des­apa­re­ció total­men­te.

“Al mis­mo tiem­po, toda la con­duc­ta del ani­mal sufrió un cam­bio repen­tino. El has­ta aho­ra tran­qui­lo perro comen­zó a gru­ñir en la pla­ta­for­ma, a con­tor­sio­nar­se, a des­ga­rrar con los dien­tes el apa­ra­to de esti­mu­la­ción mecá­ni­ca de la piel y a mor­der los tubos que conec­ta­ban el cuar­to del ani­mal con el obser­va­dor, con­duc­ta que nun­ca antes se había pre­sen­ta­do. Cuan­do se le lle­va­ba al cuar­to expe­ri­men­tal, el perro comen­za­ba a ladrar vio­len­ta­men­te, lo que tam­bién resul­ta­ba con­tra­rio a lo acos­tum­bra­do; es decir, pre­sen­ta­ba todos los sín­to­mas de una con­di­ción de neu­ro­sis agu­da” (Pavlov, 1927; cita­do en David­son, 1977; p. 115).

Se han hecho expe­ri­men­tos simi­la­res menos drás­ti­cos, pero con prin­ci­pios simi­la­res, en que efec­tos aná­lo­gos se han pro­du­ci­do en seres huma­nos. Los expe­ri­men­tos han demos­tra­do que según el tem­pe­ra­men­to o la per­so­na­li­dad de las per­so­nas, la mayor o menor rapi­dez e inten­si­dad de estos fenó­me­nos varía, y las for­mas en que se mani­fies­ta la neu­ro­sis pue­den ser opues­tas. Pavlov expre­sa la siguien­te con­clu­sión gene­ral:

“Siem­pre que emplea­mos estí­mu­los con­di­cio­na­dos de una inten­si­dad físi­ca exce­si­va o cuan­do pro­lon­ga­mos el tiem­po de acción de los estí­mu­los inhi­bi­do­res, los tipos extre­mos caen rápi­da­men­te en un esta­do pato­ló­gi­co cró­ni­co. El mis­mo efec­to se obtie­ne por la ela­bo­ra­ción de una dife­ren­cia­ción dema­sia­do sutil, por el aumen­to del núme­ro de refle­jos inhi­bi­do­res entre los refle­jos con­di­cio­na­les, por la alter­nan­cia de pro­ce­sos de sen­ti­do con­tra­rio, por la acción simul­tá­nea de estí­mu­los con­di­cio­na­dos opues­tos, por el cam­bio bru­tal de este­reo­ti­po diná­mi­co o por la trans­po­si­ción de estí­mu­los con­di­cio­na­dos que obran en un orden deter­mi­na­do. [En] La neu­ro­sis del tipo exci­ta­ble… el ani­mal pier­de todo come­di­mien­to y se mues­tra muy ner­vio­so duran­te el expe­ri­men­to: se vuel­ve vio­len­to o, lo que es más raro, cae en una som­no­len­cia que jamás había expe­ri­men­ta­do antes. En el tipo débil la neu­ro­sis es casi exclu­si­va­men­te de carác­ter depre­si­vo” (Pavlov, 1980; p. 42).

La per­so­na­li­dad y el tem­pe­ra­men­to debe enten­der­se his­tó­ri­ca­men­te, de tal mane­ra que la mayor dis­po­si­ción hacia uno u otro tipo de mani­fes­ta­ción neu­ró­ti­ca depen­de­rá fun­da­men­tal­men­te de su his­to­ria par­ti­cu­lar. Sin embar­go, lo que aho­ra nos intere­sa es la con­fluen­cia de las con­di­cio­nes del tra­ba­jo ena­je­na­do con la for­ma en que se pro­du­ce la neu­ro­sis.

A pesar de que las pers­pec­ti­vas de Freud y Pavlov son dis­tin­tas coin­ci­den en seña­lar a la con­tra­dic­ción en que se des­en­vuel­ve la acti­vi­dad de las per­so­nas como la cau­sa de la pato­lo­gía; cosa que pare­ce obvia pero que resul­ta rele­van­te al ana­li­zar las con­di­cio­nes en que viven los seres huma­nos actual­men­te, en que lo que apa­re­ce como su pro­pio inte­rés colec­ti­vo se encuen­tra en con­tra­po­si­ción con su inte­rés indi­vi­dual. La con­tra­dic­ción entre la coope­ra­ción cada vez más nece­sa­ria y el egoís­mo cada vez más inten­so que pro­mue­ve el ais­la­mien­to; la con­tra­dic­ción entre el gra­do de esfuer­zo en el tra­ba­jo y el nivel de la satis­fac­ción de nece­si­da­des fun­da­men­ta­les; la con­tra­dic­ción entre los roles que cada quien desem­pe­ña; la con­tra­dic­ción en los espa­cios ambien­ta­les, etc.

En las neu­ro­sis las per­so­nas tien­den a “afe­rrar­se” a deter­mi­na­dos aspec­tos de ese todo que se hace cada vez más con­fu­so, a par­tir de los cua­les pue­den estruc­tu­rar míni­ma­men­te su acti­vi­dad y dis­mi­nuir el gra­do de la ten­sión emo­cio­nal que la con­fu­sión les moti­va. Por eso Freud con­si­de­ra­ba a la reli­gión como una mani­fes­ta­ción de la neu­ro­sis colec­ti­va; la fé tie­ne la for­ma del afe­rrar­se a una ima­gen tras­cen­den­te e incó­lu­me.

La ena­je­na­ción y la neu­ro­sis no deben con­ce­bir­se como un pro­duc­to de la irra­cio­na­li­dad inhe­ren­te de mane­ra tras­cen­den­tal a los seres huma­nos, sino como pro­duc­to de la irra­cio­na­li­dad real de su acti­vi­dad his­tó­ri­ca­men­te con­di­cio­na­da. Una pri­me­ra con­se­cuen­cia de esto es que tan­to la supera­ción de la ena­je­na­ción como la supera­ción de la neu­ro­sis requie­ren de la modi­fi­ca­ción efec­ti­va de la mane­ra en que se rea­li­zan las acti­vi­da­des coti­dia­nas de los seres huma­nos. Las con­tra­dic­cio­nes que alte­ran la auto­ima­gen de las per­so­nas no son sólo con­tra­dic­cio­nes mora­les, sino fun­da­men­tal­men­te con­tra­dic­cio­nes de la mane­ra de vida social en que aque­llos se des­en­vuel­ven.

Es impor­tan­te sub­ra­yar lo que en la cita ante­rior Freud seña­la acer­ca de que la pér­di­da de con­tac­to con la reali­dad no es total, que inclu­so en los casos más crí­ti­cos de psi­co­sis se ha encon­tra­do una par­te del yo que man­tie­ne un víncu­lo míni­mo con la reali­dad efec­ti­va. Así, tam­po­co la ena­je­na­ción pue­de ser total, aun­que sea pre­do­mi­nan­te. Si la ena­je­na­ción fue­se abso­lu­ta no se man­ten­dría ya la con­tra­dic­ción, se cae­ría en un esta­do casi vege­ta­ti­vo, en una fuga total del con­tac­to con el mun­do. Las per­so­nas, ‑unos más que otros- aún den­tro del pro­pio pro­ce­so de la pra­xis ena­je­na­da, desa­rro­llan sen­ti­mien­tos de afec­ti­vi­dad genui­nos; a pesar de las con­di­cio­nes que tien­den hacia la ena­je­na­ción, las per­so­nas se saben coope­ran­do en muchas tareas; pese al egoís­mo y al indi­vi­dua­lis­mo que pri­va, tam­bién exis­ten muchas mani­fes­ta­cio­nes espon­tá­neas de soli­da­ri­dad autén­ti­ca. Por un lado, en esen­cia la pra­xis es coope­ra­ción y en ella es impo­si­ble no desa­rro­llar la iden­ti­dad afec­ti­va entre las par­tes coope­ran­tes; por otro lado, esa dimen­sión coope­ra­ti­va se des­di­bu­ja ante la figu­ra de la pro­pie­dad pri­va­da que con­lle­va al egoís­mo y a la riva­li­dad y la com­pe­ten­cia absur­da entre los seres huma­nos.

Actual­men­te tene­mos un mun­do en que las cosas están por enci­ma de los seres huma­nos. Se gene­ra una com­pul­sión por la pose­sión de cosas como úni­co medio de tener sig­ni­fi­ca­do social, pero de esas cosas ‑dice Fromm- gene­ral­men­te no se sabe nada acer­ca de su natu­ra­le­za y de su ori­gen. El dine­ro, que es lo que per­mi­te la mayor pose­sión de cosas se con­vier­te en el eje de la civi­li­za­ción. El dine­ro es la repre­sen­ta­ción abs­trac­ta de todas las cosas, de la rique­za pro­du­ci­da por todos; por eso en la feti­chi­za­ción de ese sím­bo­lo se encuen­tra cla­ra­men­te evi­den­cia­da la ena­je­na­ción huma­na (Marx, 1968; pp. 155- 159).

El dine­ro es sím­bo­lo del poder, cada per­so­na se rela­cio­na con el dine­ro en su dimen­sión mone­ta­ria inme­dia­ta, en la cual no cap­ta lo que el dine­ro real­men­te repre­sen­ta en la socie­dad y pier­de la noción del inter­cam­bio coope­ra­ti­vo; cada quien tra­ba­ja sola­men­te para con­se­guir una por­ción de dine­ro que le per­mi­ta un poder mate­rial; si pue­de con­se­guir dine­ro de otra for­ma más fácil en la lote­ría o en la corrup­ción tan­to mejor. El pro­pie­ta­rio del dine­ro no se da cuen­ta que esa pose­sión sig­ni­fi­ca la pose­sión de un deter­mi­na­do esfuer­zo de los demás, como tam­po­co ve ese esfuer­zo en las mer­can­cías que con­su­me y que los gran­des alma­ce­nes comer­cia­les pre­sen­tan a la mano y como pro­duc­to imper­so­nal.

La reali­dad colec­ti­va se encuen­tra inver­ti­da, se vive ésta como el mun­do de la apa­rien­cia y la fan­ta­sía; por la pro­pia ena­je­na­ción en la vida coti­dia­na los seres huma­nos se atie­nen a lo más inme­dia­to, como per­so­nas ais­la­das, per­dien­do pau­la­ti­na­men­te su iden­ti­dad real como huma­ni­dad, como enti­dad colec­ti­va. Por eso, como decía Freud, sien­ten la vida colec­ti­va como una opre­sión de su indi­vi­dua­li­dad fren­te a la cual tien­den a reac­cio­nar con recha­zo y se ais­lan cada vez más; y al ais­lar­se la reali­dad se des­di­bu­ja fren­te a ellos. Unos y otros se temen y des­con­fían y la expe­rien­cia dia­ria ense­ña que hay que des­con­fiar, pues las trai­cio­nes y lo ines­pe­ra­do están a la orden del día. La des­con­fian­za gene­ra­li­za­da con­lle­va nece­sa­ria­men­te a una des­con­fian­za de cada quien en sí mis­mo y, por tan­to, a la inse­gu­ri­dad y a la ten­sión ner­vio­sa pro­gre­si­va.

Como efec­to del males­tar emo­cio­nal las per­so­nas reac­cio­nan aún con mayo­res dosis de agre­si­vi­dad hacia los otros; cada ges­to de agre­si­vi­dad tien­de a gene­rar otros recí­pro­cos más inten­sos has­ta lle­gar a extre­mos terri­bles. Aún los más pode­ro­sos viven ate­rro­ri­za­dos ante sus riva­les, y se gene­ra la vorá­gi­ne com­pul­si­va de lograr más y más poder eco­nó­mi­co y agre­si­vo (mili­tar) para evi­tar el aco­so cons­tan­te de los otros; lle­gan­do prác­ti­ca­men­te a la psi­co­sis para­noi­ca que desem­bo­ca en las gue­rras mun­dia­les y en un arse­nal nuclear que pone en ries­go la sub­sis­ten­cia mis­ma de la huma­ni­dad. Los seres huma­nos viven asus­ta­dos ante su pro­pio poder colec­ti­vo, es decir, viven asus­ta­dos de sí mis­mos, des­gas­tan­do una bue­na par­te de su ener­gía cons­truc­ti­va en la agre­si­vi­dad hacia los otros. Se lle­ga al gra­do en que se gas­ta mucho más ener­gía en la des­truc­ción que en la cons­truc­ción.

La supera­ción de las neu­ro­sis con­sis­te en ese reapro­pia­mien­to de la reali­dad median­te la orga­ni­za­ción del mun­do colec­ti­vo; median­te la uni­fi­ca­ción de ese orden orga­ni­za­ti­vo con la espon­ta­nei­dad de la pra­xis. Si la ena­je­na­ción cons­ti­tu­ye la opo­si­ción entre el inte­rés colec­ti­vo y el inte­rés indi­vi­dual, su supera­ción con­sis­te en hacer coin­ci­dir a ambos; en lograr que el espon­tá­neo inte­rés indi­vi­dual sea una mani­fes­ta­ción espe­cí­fi­ca de los intere­ses colec­ti­vos; y así la supera­ción de cada per­so­na ha de sig­ni­fi­car la supera­ción de todos. La reafir­ma­ción de la iden­ti­dad colec­ti­va da pau­ta a la reafir­ma­ción de la iden­ti­dad indi­vi­dual. La des­con­fian­za y la inse­gu­ri­dad no ten­drán enton­ces sus­ten­to.

Mien­tras exis­tan en el mun­do seres huma­nos en situa­ción de ena­je­na­ción nadie pue­de decir que ha supe­ra­do por sí mis­mo y de mane­ra total ese esta­do. La des­ena­je­na­ción com­ple­ta sólo es posi­ble cuan­do es la des­ena­je­na­ción de todos, por­que en cada uno de los seres huma­nos los demás de hecho tie­nen par­te de su esen­cia.

Bibliografía

Freud, S. (1986). Esque­ma del psi­co­aná­li­sis. Madrid, Alian­za Edi­to­rial.

Fromm, E. (1987). Psi­co­aná­li­sis de la socie­dad con­tem­po­rá­nea. Méxi­co, Fon­do de Cul­tu­ra Eco­nó­mi­ca.

Marx, C. (1968). Manus­cri­tos eco­nó­mi­co-filo­só­fi­cos de 1844. Méxi­co, Gri­jal­bo, Colec­ción 70’s.

Pavlov, I. P. (1927). Con­di­tio­ned refle­xes: An inves­ga­tion of the psy­cho­lo­gi­cal acti­vity of the cere­bral cor­tex. Lon­dres, Oxford Uni­ver­sity Press.

Pavlov, I. P. (1980). Fisio­lo­gía y psi­co­lo­gía. Madrid, Alian­za Edi­to­rial.

Sand­ler, J. y David­son, R. S. (1977). Psi­co­pa­to­lo­gía: teo­ría del apren­di­za­je, inves­ti­ga­ción y apli­ca­cio­nes. Méxi­co, Tri­llas.

Notas

1. Hay dos con­cep­tos de irra­cio­na­li­dad: por un lado, lo irra­cio­nal se refie­re a los pro­ce­sos cog­ni­ti­vos “no ver­ba­les”, no argu­men­ta­dos o intui­ti­vos, por ejem­plo, los sen­ti­mien­tos, las reac­cio­nes rápi­das, etc. Por otra par­te, lo irra­cio­nal deno­ta aque­llo que es absur­do, que no es lógi­co, que es para­dó­ji­co, por ejem­plo, des­truir el medio ambien­te que es la fuen­te de la vida o hacer daño a lo que más se valo­ra. Es en este segun­do sen­ti­do que se habla de “irra­cio­na­li­dad” en este artícu­lo.