Entre­vis­ta a Rey­na Que­ro, rea­li­za­da por Rafael Mejía y publi­ca­da ori­gi­nal­men­te en Salud y Medi­ci­nas

 

Si su hijo gol­pea a otros niños, reta a los mayo­res y actúa a menu­do con vio­len­cia, bus­que ayu­da espe­cia­li­za­da a la bre­ve­dad, ya que esta con­duc­ta, lejos de des­apa­re­cer por sí mis­ma, sue­le empeo­rar y ser cau­sa de bajo ren­di­mien­to esco­lar y pro­ble­mas de adap­ta­ción social más seve­ros de lo que ima­gi­na.

La infan­cia es un perío­do de gran impor­tan­cia para el esta­ble­ci­mien­to de rela­cio­nes socia­les, ya que es una eta­pa en la que el niño, a tra­vés del jue­go, el tra­to con fami­lia­res y la con­vi­ven­cia en el salón de cla­ses, apren­de a expre­sar sus ideas, mani­fes­tar nece­si­da­des, crear lazos afec­ti­vos y orga­ni­zar­se en el tra­ba­jo en equi­po.

Varias difi­cul­ta­des pue­den pre­sen­tar­se duran­te este pro­ce­so de adqui­si­ción de habi­li­da­des, sien­do de espe­cial preo­cu­pa­ción los pro­ble­mas en la con­vi­ven­cia con otros chi­cos debi­do a accio­nes de vio­len­cia y riñas, mis­mas que oca­sio­nan amo­nes­ta­cio­nes por par­te del per­so­nal de cen­tros esco­la­res y maes­tros, e inclu­so des­en­ca­de­nan fric­cio­nes con otros padres de fami­lia. Sin embar­go, cabe acla­rar que este pro­ble­ma no ini­cia por la inter­ac­ción con otros niños, como pue­de lle­gar a pen­sar­se, sino que sus raí­ces son más pro­fun­das.

En efec­to, un niño agre­si­vo comien­za a for­mar­se des­de eda­des muy tem­pra­nas, en con­cre­to “cuan­do hace pata­le­tas o rabie­tas por­que no se cum­plen sus deseos o, sien­do más pre­ci­sos, por­que estos berrin­ches no se mane­jan ade­cua­da­men­te, ya sea por­que el papá, la mamá o ambos repri­men al peque­ño con gri­tos y gol­pes, o por­que no mar­can lími­tes a su con­duc­ta”, expli­ca la psi­có­lo­ga Rey­na Ana Que­ro Vás­quez, coor­di­na­do­ra del Gru­po Psi­co­lo­gía, Vida y Cam­bio (Psi­vi­cam) de la Aso­cia­ción Mexi­ca­na de Alter­na­ti­vas en Psi­co­lo­gía (Amap­si).

Así, las acti­tu­des auto­ri­ta­rias o dema­sia­do per­mi­si­vas impi­den que el niño apren­da a reco­no­cer y mane­jar ade­cua­da­men­te sus emo­cio­nes, y con­for­me el infan­te se desa­rro­lla su pro­ble­ma tam­bién avan­za­rá “has­ta el pun­to en que comien­za a insul­tar o a gol­pear a sus com­pa­ñe­ri­tos. Más aún, si no reci­be aten­ción algu­na, en el futu­ro ten­drá la inten­ción de retar a sus mayo­res, a las auto­ri­da­des, y has­ta pue­de incu­rrir en algu­na acción delic­ti­va”.

 

No es por alar­mar, pero…

Rey­na Que­ro, quien se espe­cia­li­za en tera­pia del jue­go y atien­de pro­ble­mas en niños y ado­les­cen­tes, espe­ci­fi­ca que el ori­gen de un infan­te agre­si­vo no depen­de de un solo fac­tor, sino de varios. En prin­ci­pio, acla­ra que el ser humano está con­for­ma­do por dis­tin­tas áreas, como “la del len­gua­je, afec­ti­va, de con­vi­ven­cia con otros y cog­ni­ti­va o de pen­sa­mien­to, y en este sen­ti­do sabe­mos que un peque­ño que gol­pea tie­ne pro­ble­mas en las esfe­ras social y emo­cio­nal”.

Asi­mis­mo, espe­ci­fi­ca que un peque­ño pue­de tener dos tipos de tem­pe­ra­men­to des­de el naci­mien­to:

  • Pasi­vo o intro­ver­ti­do. Rara vez afec­ta a la esfe­ra social cuan­do tie­ne pro­ble­mas sen­ti­men­ta­les, ya que se depri­me, se muer­de las uñas, se arran­ca el cabe­llo o pre­sen­ta tics (movi­mien­tos invo­lun­ta­rios), es decir, sus emo­cio­nes se vuel­can hacia él mis­mo.
  • Acti­vo o extro­ver­ti­do. Habla más, se des­en­vuel­ve con sol­tu­ra, tie­ne mayor des­plie­gue físi­co y es más común que exte­rio­ri­ce las alte­ra­cio­nes que sufre en su área emo­cio­nal a tra­vés de berrin­ches, que pue­de pre­sen­tar a par­tir de que se des­pla­za y habla, es decir, des­de que cum­ple año y medio de vida o dos.

 

 

 

 

 

Deta­lla la psi­có­lo­ga que un infan­te con tem­pe­ra­men­to acti­vo tie­ne más fuer­za para hacer deman­das a sus padres cuan­do nece­si­ta algo, y esto le abre dos posi­bi­li­da­des: que se con­vier­ta en alguien sano, empren­de­dor y segu­ro, o en un indi­vi­duo enfer­mo, vio­len­to y pro­pen­so a desa­rro­llar pro­ble­mas psi­co­ló­gi­cos. Todo depen­de­rá de la ense­ñan­za que reci­ba en la esfe­ra social, la cual le per­mi­ti­rá encau­zar sus pri­me­ras mani­fes­ta­cio­nes de agre­si­vi­dad.

Rega­ñar a un peque­ño, gol­pear­lo o dejar que se con­tro­le por su cuen­ta cuan­do hace un berrin­che o rabie­ta no le ofre­ce recur­sos para enten­der sus emo­cio­nes. Tam­po­co le ayu­da que su madre y padre no se pon­gan de acuer­do al tomar deci­sio­nes y dis­cu­tan por todo fren­te al infan­te, pues éste se con­fun­de (cae en una con­di­ción lla­ma­da diso­nan­cia) y tie­ne mala edu­ca­ción emo­cio­nal.

La espe­cia­lis­ta ejem­pli­fi­ca que cuan­do el niño hace algo que pue­de ame­ri­tar una amo­nes­ta­ción, “es pro­ba­ble que el papá desee dar­le una nal­ga­da y que la mamá inter­ce­da, argu­men­tan­do: ‘está chi­qui­to, déja­lo, no le pegues’. Ante estas deci­sio­nes ambi­guas el hijo se va a incli­nar del lado que más le con­ven­ga, pero lle­ga­rá un momen­to en que no obe­de­ce­rá a nin­guno de sus pro­ge­ni­to­res con tal de satis­fa­cer sus pro­pios deseos”. Tam­bién es común que uno de los padres, por lle­var­le la con­tra­ria a su pare­ja, le dé la razón al peque­ño en sus rabie­tas y con­vier­ta al menor en un ele­men­to mani­pu­la­ble para dañar a otros.

Que­da cla­ro que la rela­ción que lle­van los padres es un fac­tor que pue­de favo­re­cer el com­por­ta­mien­to agre­si­vo infan­til, pero tam­bién que la fal­ta de habi­li­da­des en la esfe­ra sen­ti­men­tal pue­de “ense­ñar­se” sin que los pro­ge­ni­to­res se den cuen­ta. “Sabe­mos que padres into­le­ran­tes dan lugar a hijos into­le­ran­tes, y ejem­plos de ello son muchos. Ima­gi­ne­mos el caso de un papá que se eno­ja cuan­do hay mucho trán­si­to, dice gro­se­rías y se la pasa sonan­do el cla­xon; la con­se­cuen­cia es que el niño apren­de que ante las situa­cio­nes adver­sas hay que deses­pe­rar­se y que lo pri­me­ro que se pier­de en la vida es la cal­ma”.

Así, un niño con tem­pe­ra­men­to acti­vo y mal mane­jo de emo­cio­nes se encuen­tra pro­pen­so a desa­rro­llar acti­tu­des cada vez más vio­len­tas. “La rabie­ta dege­ne­ra pau­la­ti­na­men­te en pata­le­tas en el sue­lo, agre­sio­nes ver­ba­les (he teni­do pacien­tes de 3 años que le han gri­ta­do fra­ses muy hirien­tes a sus padres, como ‘no quie­ro vivir con­ti­go’ u ‘oja­lá te mue­ras’) y, más ade­lan­te, físi­cas, como patear o mor­der al papá y a la mamá, sobre todo cuan­do se acer­can a con­te­ner­lo. Habla­mos enton­ces de una situa­ción pro­gre­si­va que da pie a un pro­ble­ma que lla­ma­mos tras­torno nega­ti­vis­ta desa­fian­te”.

Cuan­do el niño ya ha insul­ta­do o ha gol­pea­do a sus padres, es más fácil que actúe de igual for­ma con sus igua­les: com­pa­ñe­ros de la escue­la, her­ma­nos y veci­nos de edad simi­lar. “A quien toma pri­me­ro como víc­ti­ma es a los más vul­ne­ra­bles, que son los chi­cos tími­dos, ansio­sos, inhi­bi­dos, inse­gu­ros, que les cues­ta tra­ba­jo defen­der­se y esta­ble­cer rela­cio­nes inter­per­so­na­les: los peque­ños de tem­pe­ra­men­to pasi­vo”, espe­ci­fi­ca la Dra. Que­ro Vás­quez.

Otro ries­go radi­ca en que el chi­co pue­de retar a las auto­ri­da­des, como sus maes­tros o cual­quier adul­to que le dé una orden. “En prin­ci­pio, el peque­ño les ense­ña la len­gua, hace una trom­pe­ti­lla, o cuan­do alguien se diri­ge a él para hablar­le o lla­mar­le la aten­ción, le dice: ‘no voy; alcán­za­me, ven por mí’. Esto aumen­ta en com­ple­ji­dad, por­que la vio­len­cia tam­bién deja de ser ver­bal y empie­za a ser físi­ca: pega y hace tra­ve­su­ras”.

Des­afor­tu­na­da­men­te, si el tras­torno nega­ti­vis­ta desa­fian­te no se atien­de a tiem­po y la crian­za de los padres des­fa­vo­re­ce el mane­jo de este com­por­ta­mien­to, no es raro que ini­cie una temi­ble difi­cul­tad, deno­mi­na­da tras­torno diso­cial, que es el ori­gen del com­por­ta­mien­to delic­ti­vo en niños mayo­res y ado­les­cen­tes.

“La pro­gre­sión de este pade­ci­mien­to pue­de oca­sio­nar que el chi­co sea agre­si­vo con los ani­ma­les, a sabien­das de que la mas­co­ta sien­te feo; tam­bién arran­ca ramas a los árbo­les, daña la pro­pie­dad pri­va­da y lle­ga un momen­to en que empie­za a robar cosas. Otro posi­ble esce­na­rio es que le lla­me la aten­ción jugar con fue­go, y si no se le detie­ne a tiem­po se con­vier­te en un piro­ma­nia­co. Una posi­bi­li­dad más es que, si tie­ne el hábi­to de gol­pear, en un futu­ro no se deten­drá para abu­sar sexual­men­te de alguien, no pre­ci­sa­men­te por pla­cer sexual, sino por el gus­to que expe­ri­men­ta al dañar a otro”. A estos ejem­plos, indi­ca la espe­cia­lis­ta, pode­mos incluir la pro­pen­sión a con­su­mir o tra­fi­car dro­ga, prac­ti­car secues­tro, o ase­si­nar a alguien.

Es por todo esto que la Dra. Rey­na Que­ro enfa­ti­za que el mane­jo de los tras­tor­nos de socia­li­za­ción no sólo depen­de del tra­ta­mien­to de los casos exis­ten­tes, sino de su pre­ven­ción a tra­vés de la difu­sión de estos temas y de la pro­mo­ción de mejo­res mode­los de con­vi­ven­cia fami­liar y de pare­ja que ayu­den a esta­ble­cer lími­tes y dis­ci­pli­nas posi­ti­vas en los hijos.

 

Sí hay alter­na­ti­vas

Es impor­tan­te acla­rar que un niño que hace berrin­ches no gol­pea­rá a otros infan­tes ni pre­sen­ta­rá tras­torno diso­cial si se le mane­ja a tiem­po y se esta­ble­ce bue­na rela­ción con él, en la que se esta­blez­can lími­tes y reglas. “Sería muy dis­tin­to si en vez de gol­pear para ‘cal­mar’ un berrin­che, el papá o la mamá se detie­ne a pre­gun­tar­le al menor por qué actúa así, que le dé la opor­tu­ni­dad de pla­ti­car qué le pasa y qué opi­na de lo que aca­ba de suce­der. No son muchos los adul­tos que actúan bajo la idea de pla­ti­car des­pués de un pro­ble­ma, pero es nece­sa­rio para ense­ñar que la vio­len­cia no se com­ba­te con vio­len­cia”, sos­tie­ne Rey­na Ana Que­ro.

En este mis­mo sen­ti­do, sugie­re que los padres dejen de ver a los berrin­ches y las con­duc­tas agre­si­vas como algo nor­mal e ino­fen­si­vo que ocu­rre “por­que su hijo está chi­qui­to”, y que no se debe olvi­dar que padre y madre son auto­ri­da­des en la crian­za infan­til, por lo que deben esta­ble­cer nor­mas y dis­ci­pli­na prác­ti­ca­men­te des­de que el niño nace.

Al ser cues­tio­na­da sobre qué pue­den hacer los pro­ge­ni­to­res para solu­cio­nar los pro­ble­mas de agre­si­vi­dad, expli­ca que se ha desa­rro­lla­do el con­cep­to de padres posi­ti­vos, los cua­les “no son auto­ri­ta­rios ni per­mi­si­vos, sino tér­mino inter­me­dio”, y que en la Amap­si se ha desa­rro­lla­do una serie de pun­tos que des­cri­ben pau­tas de con­duc­ta idea­les para mejo­rar la edu­ca­ción infan­til y las rela­cio­nes al inte­rior de la fami­lia:

  • Esti­mu­lar el diá­lo­go, no la impo­si­ción ni los monó­lo­gos.
  • Jugar con los hijos, ya que esto eli­mi­na fric­cio­nes y crea lazos cor­dia­les de sim­pa­tía.
  • Refor­zar las rela­cio­nes a tra­vés de actos espon­tá­neos como un beso, un abra­zo o fra­ses como “qué bueno eres”, “eres buen hijo” “con­fío en ti”. Se vale pre­miar los logros del peque­ño con dul­ces, dine­ro o jugue­tes, pero no se debe aten­der más lo mate­rial que lo emo­cio­nal.
  • Evi­tar los cas­ti­gos y los gol­pes, y dar pre­fe­ren­cia al res­pe­to.
  • Decir “sí” cuan­do no hay razón para decir “no”, y a veces decir “no” para que el infan­te apren­da a nego­ciar sin llo­rar ni hacer berrin­ches. Sobre este pun­to ahon­da la espe­cia­lis­ta: “el niño pue­den ganar en una dis­cu­sión, como cuan­do se nie­ga a comer. Si la madre le pre­gun­ta al hijo a qué hora va a tomar sus ali­men­tos, y éste le con­tes­ta que cuan­do aca­be la cari­ca­tu­ra que está vien­do, ella pue­de suge­rir: ‘¿Estás segu­ro que vas a comer? Yo quie­ro que coma­mos en fami­lia; ¿vas a comer solo?’. Si el niño insis­te y dice: ‘ánda­le mamá, sólo esta vez’, se le pue­de dar la opor­tu­ni­dad, pero tal como dijo el niño, sólo una vez, tam­po­co dia­rio, por­que si no cae­mos en lo per­mi­si­vo”.
  • Pro­mo­ver la refle­xión del niño sobre su pro­pia con­duc­ta, recu­rrien­do a la mayéu­ti­ca, méto­do emplea­do por Sócra­tes para fomen­tar el auto­co­no­ci­mien­to. “Este méto­do es ideal cuan­do hay des­acuer­dos, como pasa con los berrin­ches y actos de vio­len­cia, y se basa en cua­tro pre­gun­tas que el chi­co debe res­pon­der: ¿qué pasó, qué ocu­rrió?, ¿qué pien­sas sobre lo que hicis­te, estu­vo bien o mal?, ¿qué pro­po­nes aho­ra, qué solu­ción tene­mos?, y, por últi­mo, un reto: ¿qué hace­mos si vuel­ves a actuar así?”.

 

Ade­más de brin­dar estos cui­da­dos, los padres deben man­te­ner estre­cha comu­ni­ca­ción con pro­fe­so­res o edu­ca­do­res, ante todo para detec­tar pro­ble­mas de com­por­ta­mien­to que pudie­ran pasar des­aper­ci­bi­dos cuan­do mamá y papá tra­ba­jan. “Los chi­cos pue­den pasar mucho tiem­po en la escue­la, guar­de­ría o casa de abue­los y tíos, por lo que los pro­ge­ni­to­res deben hablar cons­tan­te­men­te con los adul­tos que cui­dan a sus hijos, y des­cu­brir si es agre­si­vo, muer­de, no obe­de­ce o es inquie­to”.

En el caso de los niños que son gol­pea­dos, las “víc­ti­mas” de los peque­ños que actúan con vio­len­cia, expli­ca que “lo que nece­si­ta­mos es que los padres ayu­den a que el chi­co gene­re una auto­es­ti­ma posi­ti­va, desa­rro­lle sus habi­li­da­des socia­les y ten­ga mayor segu­ri­dad para enfren­tar sus pro­ble­mas a tra­vés de la nego­cia­ción. Las reco­men­da­cio­nes son bási­ca­men­te las mis­mas: dia­lo­gar, jugar, mejo­rar su auto­ima­gen con refor­za­mien­tos espon­tá­neos, evi­tar cas­ti­gos, ense­ñar­le a nego­ciar y lle­var­lo a que refle­xio­ne sobre su con­duc­ta”.

Empe­ro, acla­ra que este tipo de tra­ba­jos debe ser coor­di­na­do con un psi­có­lo­go dedi­ca­do a pro­ble­mas de la infan­cia, ya que tie­ne la capa­ci­dad de ana­li­zar la situa­ción fami­liar y mejo­rar­la, ade­más de que cuen­ta con las herra­mien­tas idea­les para que el peque­ño desa­rro­lle habi­li­da­des socia­les, logre mejor com­pren­sión de sus emo­cio­nes y res­pe­te los lími­tes que per­mi­ten la con­vi­ven­cia huma­na.

Ade­más, expre­sa la Dra. Que­ro, “se reco­mien­da con­sul­tar a un espe­cia­lis­ta para que ela­bo­re el diag­nós­ti­co del niño, ya que la agre­si­vi­dad pue­de tener su ori­gen en otros pro­ble­mas, como el tras­torno por défi­cit de aten­ción e hiper­ac­ti­vi­dad, que requie­re apo­yo de un psi­quia­tra infan­til, o pue­de tra­tar­se de una depre­sión enmas­ca­ra­da, que se mani­fies­ta con gro­se­rías, vio­len­cia y males­tar físi­co (pue­de doler­les el estó­ma­go con fre­cuen­cia, por ejem­plo). En ambos casos se requie­re de un abor­da­je dife­ren­te”.

La psi­có­lo­ga con­clu­ye que algo que ayu­da mucho a los padres en su deseo de dar­le lo mejor a sus hijos, es ins­truir­se sobre temas refe­ren­tes al desa­rro­llo pediá­tri­co, sexua­li­dad en niños y con­vi­ven­cia social. En este sen­ti­do, el Psi­vi­cam y la Amap­si ofre­cen plá­ti­cas, talle­res y con­sul­tas para resol­ver dudas en cuan­to a la edu­ca­ción del menor.