Dr. Mar­co Eduar­do Murue­ta Reyes (UNAM Izta­ca­la, Amap­si)
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El amor, más que el des­amor, es lo que hace a la his­to­ria.

El amor ha sido con­si­de­ra­do como uno de los temas más con­tro­ver­ti­dos en cuan­to a sus posi­bi­li­da­des de com­pren­sión y expli­ca­ción racio­nal. Sin embar­go, prác­ti­ca­men­te todos los gran­des filó­so­fos y psi­có­lo­gos han desa­rro­lla­do teo­rías acer­ca de lo que cons­ti­tu­ye este ele­men­to fun­da­men­tal en la vida de los seres huma­nos. Si no se con­ta­ra con una repre­sen­ta­ción de lo que el amor es, cual­quier inten­to de expli­car el pro­ce­so humano resul­ta­ría falli­do.

“Que el amor es un deseo, es una ver­dad evi­den­te; así como es evi­den­te que el deseo de las cosas bellas no es siem­pre el amor”, afir­ma por una par­te Pla­tón en Fedro, y agre­ga que al amor lo gobier­nan dos prin­ci­pios: “el deseo ins­tin­ti­vo del pla­cer” y “el gus­to refle­xi­vo del bien”. En todo caso, para Pla­tón el amor es furor o deli­rio a par­tir de sen­sa­cio­nes que trans­tor­nan al indi­vi­duo ena­mo­ra­do.

Aris­tó­te­les tam­bién defi­ne las emo­cio­nes amo­ro­sas y de toda índo­le como “aque­llo que hace que la con­di­ción de una per­so­na se trans­for­me a tal gra­do que su jui­cio que­de afec­ta­do, y algo que va acom­pa­ña­do de pla­cer y dolor”. Para Des­car­tes el amor es una emo­ción del alma cau­sa­da por el movi­mien­to de los espí­ri­tus que inci­ta al alma a unir­se volun­ta­ria­men­te a obje­tos que le pare­cen agra­da­bles. Lo cual es cri­ti­ca­do por Spi­no­za, argu­men­tan­do que la volun­tad de unir­se a la cosa ama­da es una pro­pie­dad del amor, pero no la esen­cia de éste. Para él, “el amor es una ale­gría acom­pa­ña­da por la idea de una cau­sa exter­na” (Calhoun y Solo­mon, 1985).

Kant, por su par­te, pen­sa­ba que el amor era el pla­cer desin­te­re­sa­do pro­du­ci­do por la belle­za, dis­tin­guién­do­lo de la esti­ma­ción que impli­ca la valo­ra­ción inte­lec­tual de algo o de alguien, así como el sen­ti­mien­to de lo subli­me que supo­ne una repre­sen­ta­ción des­me­su­ra­da de una situa­ción, bajo la idea de lo infi­ni­to.

El joven Hegel defi­ne al amor como “el ser uno en el ser sepa­ra­do”.

En el caso de Marx encon­tra­mos la siguien­te cita acer­ca del amor sexual: “la rela­ción direc­ta, natu­ral y nece­sa­ria entre dos seres huma­nos es la rela­ción entre el hom­bre y la mujer. Esta rela­ción natu­ral entre los sexos lle­va implí­ci­ta direc­ta­men­te la rela­ción entre el hom­bre y la natu­ra­le­za es, direc­ta­men­te, su pro­pia deter­mi­na­ción natu­ral… Del carác­ter de esta rela­ción se des­pren­de has­ta qué pun­to el hom­bre ha lle­ga­do a ser y a con­ce­bir­se un ser gené­ri­co… En esta rela­ción se reve­la tam­bién has­ta qué pun­to las nece­si­da­des del hom­bre han pasa­do a ser nece­si­da­des huma­nas, has­ta qué pun­to, por tan­to, el hom­bre en cuan­to tal hom­bre se ha con­ver­ti­do en nece­si­dad, has­ta qué pun­to en su exis­ten­cia más indi­vi­dual, es al mis­mo tiem­po un ser colec­ti­vo” (Cfr. Marx, 1974).

Freud con­ci­bió al amor como la cate­xia libi­di­nal que un suje­to esta­ble­ce con el obje­to que satis­fa­ce sus nece­si­da­des ins­tin­ti­vas de pla­cer y/o eli­mi­na­ción del dolor; es decir, como la fija­ción de un obje­to deter­mi­na­do que se ha mos­tra­do como pla­cen­te­ro para un suje­to. Skin­ner, des­de su ópti­ca con­duc­tis­ta, defi­nió al amor como el “refor­za­mien­to posi­ti­vo” que una per­so­na pue­de otor­gar a otra de tal mane­ra que ésta incre­men­te la posi­bi­li­dad de ocu­rren­cia de cier­tas con­duc­tas ele­gi­das por la pri­me­ra. El amor ‑según Skin­ner- no es más que refor­za­mien­to mutuo.

Igor Caru­so y otros auto­res han con­ce­bi­do al amor como una exten­sión del yo, como el sen­ti­mien­to de uni­dad o de iden­ti­dad con otra per­so­na, ó como lo ve Luh­man (1985), como un códi­go sim­bó­li­co que per­mi­te un sis­te­ma de inter­pe­ne­tra­ción entre dos seres huma­nos.

Como se ve, por una par­te, el amor ha esta­do aso­cia­do a emo­cio­nes “posi­ti­vas”, al deseo y al pla­cer, mien­tras que por otra se ha vis­to el amor como una rela­ción com­ple­ja entre seres humanos.El amor se con­fun­de con el goce obje­tual del otro, como un comer­cio o inter­cam­bio de favo­res. El inter­cam­bio de favo­res “amo­ro­sos” impli­ca la obje­ti­va­ción del otro, la ena­je­na­ción del amor, sea en la pros­ti­tu­ción abier­ta o en el inte­rior del más “res­pe­ta­ble” matri­mo­nio.

¿Cómo sur­ge el amor?

Des­de el pun­to de vis­ta de la teo­ría de la pra­xis, el amor sur­ge en la medi­da en que los seres huma­nos se cons­ti­tu­yen, como seres his­tó­ri­cos a par­tir de sus nece­si­da­des más natu­ra­les. Ser his­tó­ri­co sig­ni­fi­ca intrín­se­ca­men­te la posi­bi­li­dad de incor­po­rar a la expe­rien­cia de cada indi­vi­duo la expe­rien­cia vivi­da por otros median­te la comu­ni­ca­ción.

El amor humano se dis­tin­gue en gene­ral de la afec­ti­vi­dad de otros ani­ma­les pre­ci­sa­men­te en que los segun­dos res­pon­den estric­ta­men­te a estí­mu­los que les pro­por­cio­nan algún tipo de satis­fac­ción indi­vi­dual. El amor humano muchas veces está lejos de obte­ner satis­fac­ción y con­tra­ria­men­te impli­ca un cúmu­lo de sacri­fi­cios y sufri­mien­tos. Esto es posi­ble en tan­to la vida indi­vi­dual de cada ser humano se cons­ti­tu­ye como vida colec­ti­va, al vivir lo que otros han vivi­do o pue­den vivir, median­te la repre­sen­ta­ción narra­ti­va.

La coope­ra­ción entre unos y otros es la fuen­te de la iden­ti­fi­ca­ción amo­ro­sa, así como recí­pro­ca­men­te la obs­truc­ción de unos a otros es lo que gene­ra la mutua agre­si­vi­dad, el recha­zo, el odio.

Amor y odio no son más que dos aspec­tos del mis­mo pro­ce­so de la vida. No hay, como lo plan­tea Freud, dos ins­tin­tos sepa­ra­dos (eros y tana­tos). El odio (en sen­ti­do amplio), el recha­zo, está intrín­se­ca­men­te rela­cio­na­do al amor; como la des­truc­ción onto­ló­gi­ca­men­te está vin­cu­la­da a la crea­ción. Por ello mis­mo, la frus­tra­ción amo­ro­sa, la obs­truc­ción de los fines per­se­gui­dos, es la fuen­te de agre­si­vi­dad hacia aque­llo que se supo­ne no per­mi­te la rea­li­za­ción de los deseos, pudien­do tra­tar­se de un ele­men­to real o de un “chi­vo expia­to­rio” al que mís­ti­ca­men­te se le atri­bu­ya tal obs­ta­cu­li­za­ción, a veces el pro­pio suje­to.

Fisio­ló­gi­ca­men­te los seres huma­nos están pre­pa­ra­dos para el pla­cer y para la irri­ta­ción, pero de ello no se deri­va que pre­va­lez­ca la actua­ción ins­tin­ti­va. Lo que acti­va a cual­quie­ra de esos dos pro­ce­sos fisio­ló­gi­cos, o inclu­so a ambos simul­tá­nea­men­te, son las rela­cio­nes semióti­cas de la acti­vi­dad coti­dia­na de una per­so­na con las accio­nes de los demás seres. La capa­ci­dad de incor­po­rar la expe­rien­cia de los otros con­lle­va for­zo­sa­men­te a re-vivir tam­bién sus emo­cio­nes, a inte­rio­ri­zar y hacer pro­pios sus sen­ti­mien­tos, por tan­to, a la posi­bi­li­dad de com­par­tir con el res­to las expe­rien­cias y las emo­cio­nes pro­pias.

En resu­men, en la teo­ría de la pra­xis el amor es defi­ni­do como el sen­tir como pro­pio lo que le suce­de a otro(s). Y esto es pro­du­ci­do nece­sa­ria­men­te por la con-viven­cia, por una viven­cia simi­lar direc­ta o median­te la narra­ción.

Amor ase­xual y amor sexual

El gra­do de inter­co­mu­ni­ca­ción de viven­cias varía entre unos indi­vi­duos y otros. Las for­mas de comu­ni­ca­ción abar­can no sólo las pala­bras, sino tam­bién el len­gua­je mími­co y algo aún más impor­tan­te: el “len­gua­je” sen­so­rial o sen­si­ti­vo. Los ami­gos se salu­dan “de mano”, “de abra­zo” o “de beso”, según la cul­tu­ra. Cami­nan jun­tos tomán­do­se del bra­zo mien­tras char­lan o can­tan. A la coope­ra­ción prác­ti­ca, a la uni­dad o com­ple­men­ta­rie­dad de intere­ses, pro­pia de toda amis­tad, se le une el sig­ni­fi­ca­do de la unión cor­po­ral que sim­bo­li­za la fusión psi­co­ló­gi­ca.

Si bien las viven­cias narra­das por uno a otro inte­gran pro­ce­sos emo­cio­na­les, y la coope­ra­ción y la con-viven­cia per­mi­ten com­par­tir uni­fi­ca­da­men­te expe­rien­cias y emo­cio­nes, el con­tac­to cor­po­ral impli­ca la cons­ti­tu­ción del cuer­po de uno como expe­rien­cia emo­cio­nal del otro y vice­ver­sa. Escu­char­te y ver­te me hace com­pren­der­te y me agra­da inte­grar mi pro­ce­so men­tal con el tuyo, gozo de tu ale­gría y padez­co tu tris­te­za; pero al sen­tir tu cuer­po dis­fru­to de tu for­ma, sua­vi­dad y calor, de tus mati­ces expre­si­vos, como si fue­ran míos, mi pro­pio cuer­po se exten­de en el tuyo; pero más aún, saber que tú dis­fru­tas de mi mano, de mi abra­zo o de mi cami­nar jun­to a tí, de mis pro­pios mati­ces expre­si­vos, me asi­mi­la a tu cuer­po. Eres para mí, como algo mío, como par­te de mí mis­mo, y soy para mí mis­mo como tuyo. Y toda­vía más si me doy cuen­ta que algo recí­pro­co te ocu­rre. No sólo per­ci­bo mi pro­pio pla­cer, sino que gozo tu pla­cer.

Entre el amor filial, la amis­tad y el amor sexual, en reali­dad no exis­te más que dife­ren­cias de gra­do deter­mi­na­das en pri­mer lugar por las limi­ta­cio­nes mora­les en fun­ción de una estruc­tu­ra social, y en segun­do lugar limi­ta­cio­nes obje­ti­vas, por una par­te, o intrín­se­cas por otra.

Esto pue­de sonar muy audaz, a menos que antes se refle­xio­ne sin pre­jui­cios. Si no fue­ra por las limi­ta­cio­nes mora­les muchas rela­cio­nes amis­to­sas o filia­les se tra­du­ci­rían en inten­sas rela­cio­nes sexua­les, en la medi­da en que no se limi­ta­ra el con­tac­to espon­tá­neo con deter­mi­na­das zonas cor­po­ra­les. Pero aún en este caso, resul­ta cla­ro que no todas las rela­cio­nes filia­les o amis­to­sas ten­drían que pro­fun­di­zar o estre­char su inti­mi­dad sim­ple­men­te por­que no tuvie­ran en sí mis­mas la com­pa­ti­bi­li­dad intrín­se­ca como para inti­mar mayor­men­te.

En el caso del amor sexual, la des­hi­ni­bi­ción de los aman­tes per­mi­te la expre­sión cor­po­ral que sólo pue­de com­par­tir­se entre ellos en la inti­mi­dad; lo cual ade­más de hacer­los úni­cos par­tí­ci­pes de esas expe­rien­cias pro­pias de inten­so pla­cer, lo que intrín­se­ca­men­te tien­de a cohe­sio­nar­los como gru­po, per­mi­te una viven­cia de fusión mucho más inten­sa que la antes des­cri­ta al comen­tar los con­tac­tos cor­po­ra­les amis­to­sos o filia­les.

Por eso, como lo ve Caru­so, cuan­do los aman­tes se sepa­ran, esto sig­ni­fi­ca una par­cial muer­te pro­pia. Un des­ga­rra­mien­to psi­co­ló­gi­co, a veces más dolo­ro­so que la pér­di­da de una par­te físi­ca o, inclu­so, que la muer­te real de la per­so­na. Por ello tam­bién, fre­cuen­te­men­te el amor inten­so se trans­for­ma en odio y ren­cor tras la rup­tu­ra.

En el caso del amor “filial” la vin­cu­la­ción cor­po­ral de la madre con el hijo, des­de el emba­ra­zo y en la crian­za, es muy pro­ba­ble­men­te lo que expli­ca la por lo gene­ral mayor inten­si­dad del amor materno com­pa­ra­do con el amor paterno.

El ena­mo­ra­mien­to sexual impli­ca la atrac­ción cor­po­ral, no nece­sa­ria­men­te por la belle­za. El que se ena­mo­ra, ade­más de intuir afi­ni­da­des ideo­ló­gi­co-esté­ti­cas con su pros­pec­to, anhe­la intui­ti­va­men­te sen­tir, por ejem­plo, la tex­tu­ra de su piel o el bri­llo espe­cial de su mira­da, el tono de su voz, el olor de su alien­to y de su sudor; tan­to como el poder com­par­tir sus pro­pias cua­li­da­des en el inte­rior de la sen­si­bi­li­dad del otro.

Pues­to que cada indi­vi­duo es un ser his­tó­ri­co, intrín­se­ca­men­te colec­ti­vo, el mun­do y el yo mis­mo cobra sen­ti­do, en la medi­da en que tie­ne sen­ti­do tam­bién para otro(s). La sole­dad lle­va al “ano­na­da­mien­to” hei­deg­ge­riano o pér­di­da del sen­ti­do de todas las cosas y por tan­to del sí mis­mo. Y por ese camino se lle­ga a la neu­ro­sis, e inclu­so a la psi­co­sis, si antes no se atra­vie­sa el sui­ci­dio.

De la mis­ma mane­ra, la fal­ta de con-viven­cia, de expe­rien­cias com­par­ti­das y del com­par­tir expe­rien­cias, la mono­to­nía en las rela­cio­nes des­di­bu­ja pro­gre­si­va­men­te el sig­ni­fi­ca­do del mun­do (inclu­yen­do al otro y a mí mis­mo) para mí. El amor no es sim­ple­men­te un engan­che, sino que o se re-pro­du­ce o defi­ni­ti­va­men­te mue­re. Este re-pro­du­cir­se del amor impli­ca la mutua expe­rien­cia sig­ni­fi­ca­ti­va. De ahí lo dul­ce de la re-con­ci­lia­ción, del sen­tir­se nue­va­men­te com­par­tien­do una expe­rien­cia sig­ni­fi­ca­ti­va. El mis­mo eno­jo (recuér­de­se la rela­ción amor-odio) de un aman­te con su ama­da pue­de sim­ple­men­te ser pro­du­ci­do por el des­ga­rra­mien­to amo­ro­so que sur­ge de la in-dife­ren­cia, por el vacío o muer­te del sig­ni­fi­ca­do o del re-pro­du­cir­se del amor.

El amor es el ser vivo de una rela­ción huma­na, aun­que esta pue­da algu­nas veces ser uni­la­te­ral­men­te expe­ri­men­ta­da como amo­ro­sa.